LOS FUNDADORES
Por Cris Snape
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Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.
Esta historia participa en el Reto de Aniversario "Lo bueno viene de a cuatro" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black"
I
Helga
Un día más Rowena está sentada junto a la ventana, observando el horizonte con ojos vacíos de vida. Ataviada con un camisón de color marfil y con el largo cabello cayéndole despeinado sobre la espalda, parece más frágil y perdida que nunca. Helga la mira en silencio un instante, apenada por el lamentable estado de su amiga y compañera de fatigas. Ha intentado ayudarla de todas las formas posibles pero se le hace imposible sacarla de ese estado de perpetua melancolía, pese a lo cual no piensa darse por vencida. Con firme determinación, agita la varita para conjurar una bandeja repleta de comida y se acerca a ella.
—Rowena, es hora de comer. Venid conmigo, querida.
Helga coloca ambas manos sobre sus hombros huesudos y se estremece. La pobre Rowena está tan delgada que teme se vaya a romper con solo rozarla. Todos en Hogwarts sospechan que está hundida en la desesperación, pero cuando se deja llevar mansamente hasta la mesa, las sospechas se convierten en certezas para Helga. Le sorprende que ese hecho le provoque ganas de llorar y afortunadamente logra contener las lágrimas y habla como si todo estuviera bien. Como si Rowena aún siguiera siendo ella misma.
—He preparado vuestra sopa favorita —Helga la ayuda a tomar asiento y coloca una servilleta sobre sus rodillas—. Me he tomado la libertad de añadir un ingrediente secreto. Si adivináis cuál es, os recompensaré con una tarta de manzana.
En otro tiempo, esas palabras hubieran despertado algún interés en Rowena. Posiblemente hubiera sonreído dulcemente, dispuesta a jugar a las adivinanzas. O tal vez hubiera comentado algo sobre lo inadecuado de malgastar manzanas en una tarta que degustaría exclusivamente ella. En cualquier caso, no habría observado la sopa como quien mira la nada.
—Romero —Dice cuando Rowena se lleva a la boca la tercera cucharada. Al menos aún es capaz de comer por sí misma. Y pese a saber que no le importa lo más mínimo, prosigue con las explicaciones—. Traído directamente desde tierras mediterráneas. ¿Recordáis al viajero que nos visitó hace unos días?
Rowena la mira de reojo. No necesita decir nada para conseguir que Helga guarde silencio. Está a punto de recriminarle su actitud pero no lo hace. Entiende que la marcha de Helena le ha roto el corazón y que no está en sus manos remendar las heridas. Tan sólo la desagradecida de su hija sería capaz de sanar la mente enferma de la antaño poderosa lady Ravenclaw y nadie sabe dónde está.
Maldita sea por siempre.
—Rowena —Helga coloca una mano sobre las suyas. Está tan fría que teme quedarse helada con sólo mantener el contacto—. Hoy ha salido es sol. ¿Os apetece que paseemos junto al lago? Creo que tomar el aire os ayudará a sentíos mejor.
Teme que no le responda. Cada vez es más difícil arrancarle una palabra, casi siempre monosílabos que no permiten sostener una conversación. En el pasado, Rowena fue una interlocutora brillante, una mujer ingeniosa que tenía una respuesta para todo y para todos. Helga recuerda las largas noches de invierno, cuando Rowena y Salazar mantenían interesantes debates que solían alargarse hasta el amanecer.
—No.
La respuesta es peor que el silencio. Helga agacha la cabeza un instante y suspira. No puede más. Es incapaz de seguir sacando fuerzas de flaqueza con el único objetivo de devolver a Rowena a la vida. Posiblemente recuperará el ánimo al día siguiente y volverá a la carga pero en esa ocasión se rinde. Recoge la bandeja cuando su amiga termina de comer y se dispone a retomar sus labores como profesora.
—He de marcharme. Si necesitáis cualquier cosa, llamadme.
Rowena no la mira mientras vuelve a su silla junto a la ventana. Helga aprieta los dientes, frustrada después de un nuevo fracaso, y se encamina hacia la puerta.
—Gracias, Helga. La sopa estaba deliciosa.
Y pese a todo, esas palabras le devuelven la esperanza. Al menos por un día.
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