Capítulo 1

Serena estuvo a punto de atragantarse con el café cuando vio la foto en el periódico matutino. Dejó la taza con estruendo sobre el plato y trató ahogar un gemido. Bueno, nadie la llamaría por teléfono. Aquél era un sueño que iba a tener que olvidar, se dijo apartando el desayuno a un lado y sintiéndose enferma.
Luna la miró desde el lado opuesto de la mesa con ojos de resaca. Era una mujer de mundo.
¿Qué ocurre? ¿Otro escándalo en las altas esferas?
Serena volvió a mirar la foto. No cabía la menor duda, era él. Alto, con hombros anchos, e inmaculadamente vestido. Una leve inclinación de las cejas negras una nariz y mentón finamente esculpidos. Y la misma sonrisa deslumbrante en su boca grande y sensual.
Por un momento, la cabeza le dio vueltas y sintió un vuelco en el corazón al recordar cómo se había sentido cuando él la tomó en sus brazos por primera vez. Se estremeció recordando el instante delicioso en que su boca reclamó la de ella... y luego... aquellos dedos, fuertes y sensibles, comenzaron a desnudarla... Intentó controlarse y murmuró:
Nada... no... no ocurre nada, Luna.
¡Vaya, pues tu aspecto no es muy normal!. Déjame ver eso Luna alcanzó el periódico y comenzó a leer en voz alta después de observar la foto: "Darien Shields, conocido magnate de los negocios inmobiliarios, y la señorita Beryl ReesBoulter fueron vistos ayer noche cenando en el restaurante Cardini de West End. Beryl es la última de la, al parecer, interminable lista de atractivas jóvenes cortejadas por el soltero más codiciado de Londres. ¿Podemos esperar acaso la inminente boda del año?"
Luna dejó caer el periódico, miró a Serena y luego levantó la vista al cielo implorando:
¡Por favor!, no me digas que te has liado con ese despreciable hombre. ¡Es la pesadilla de las madres! No debería haberme ido de vacaciones dejándote aquí sola suspiró. Vamos, querida, cuéntamelo.
Era difícil admitir que había hecho el tonto, y más difícil aún hacerlo delante de alguien, especialmente de Luna, que la cuidaba como si fuera su propia hija.
Lo... lo conocí hace dos semanas comenzó a explicar en voz baja. Fue tan... tan encantador. Antes de que pudiera ni siquiera darme cuenta estaba aceptando su invitación a cenar esa misma noche añadió jugando con la taza.
-¿Qué ocurrió? ¿Y bien? preguntó Luna impaciente. ¿Qué ocurrió?
Me mandó un coche a recogerme a las siete y media. La cena fue maravillosa. Y luego me... me llevó a su hotel y... y pasamos la noche juntos terminó mirando a Luna con ojos suplicantes implorando su comprensión. Fue tan amable y tan... tan maravilloso. Me hizo sentirme como si fuera lo más importante del mundo para él tragó. Por la mañana se había ido. Me dejó una nota explicándome que debía tomar un avión a París y que se pondría en contacto conmigo en cuanto volviera, en unos cuantos días. También me dejó un billete de veinte libras para el taxi de vuelta. Yo... tragó de nuevo yo creí de verdad que cumpliría su promesa de llamarme pero ahora... señaló el periódico ya ves, está aquí, vivito y coleando, ¡y con otra mujer!
¿Y bien? preguntó Luna encogiéndose de hombros. Ahora ya sabes qué clase de hombre es. Te aconsejo que te olvides de él cuanto antes. Créeme, estás mejor sin él.
Serena fue comprendiendo lentamente lo acertado del consejo, y su respiración se hizo rápida y profunda. Todas aquellas palabras de amor, todas aquellas promesas y declaraciones susurradas al oído... no habían sido más que mentiras.
Cerró con fuerza los puños sintiendo que la rabia se apoderaba de ella. Por un momento se sintió demasiado enfadada como para contestar, pero luego exhaló el contenido en su pecho y estalló:
Nunca en la vida me había acostado con ningún hasta conocerlo a él. ¡Se ha aprovechado de mí! ¡Me ha humillado! ¡¿Y pretendes que lo olvide?! –terminó de decir intentando recuperar el control sobre sí a y riendo amargamente. Supongo que toda la culpa es mía. Me imagino que esperabas más sentido común de una chica de veintiún años, ¿no? Ahora sé a qué se refería mi madre cuando me aconsejó que tuviera cuidado al venir a Londres.
Luna se quedó mirándola atónita e incrédula. Luego cogió el tarro de las aspirinas, tomó una con un trago de café, encendió otro cigarrillo, tosió, y por fin dijo:
¿Me estás diciendo que eras virgen? ¿A los veintiún años? ¡Dios mío! ¿Es que no había ni un solo hombre sangre caliente en ese pueblo escocés en el que vivias?
reino lunarmusitó Serena. Y te aseguro que los oriundos de allá nunca perdonan ni olvidan una ofensa. Si alguno de mis parientes llegara a saber lo ocurrido pronto se iba a ver privado él de los medios para volver a hacerlo.
Sí se encogió de hombros, bueno... Yo perdí mi virginidad allá por la época jurásica, más o menos. Él era el batería de un equipo de rock y... hizo una pausa y luego sonrió. Me estoy haciendo una vieja insoportable, ¿verdad? Esa historia ya te la he contado.
Sí, Luna, ya me la has contado. Conozco todos los detalles de tus lujuriosas aventuras. Nadie puede negar que has llevado una vida muy interesante. Deberías escribir un libro algún día.
Luna rió y las cenizas de su cigarrillo cayeron por su camisón.
Mi querida niña, hay en esta ciudad unas cuantas personas que estarían dispuestas a pagarme con tal de que no lo hiciera. Pero ya ves, no soy escritora aseguró observándola a través del humo. Lo siento mucho por ti. Si lo hubiera sabido, te habría prevenido contra él. Todo el mundo en Londres conoce la reputación de Darien Shields. Yo me lo he encontrado alguna vez en esas fiestas típicas de Chelsea, pero por supuesto nunca me ha prestado atención.
Serena seguía sin poder creerlo. Sus ojos azules miraban suplicantes a Luna. Siempre cabía la esperanza, reflexionaba para sí misma implorante, ¿no era cierto?
-Pero... pero... ¿estás segura de lo que dices, Luna? ¿Es tan malo como... como dices? Me cuesta creerlo. Parecía tan sincero...
Luna escrutó la expresión de Serena detalladamente, luego suspiró y dijo en voz baja:
Soy tonta. Debería haberme dado cuenta antes. Te has enamorado de él, ¿verdad? Serena asintió: Amor a primera vista, todo un flechazo como los de antaño. Creía que ya no se llevaban, pero veo que me equivoco. Ahora sé por qué eras virgen a los veintiún años. Tus principios morales te impiden disfrutar del sexo por puro placer. Primero tenías que enamorarte. Y por supuesto tenías que asegurarte de que él también lo estaba Serena se sintió demasiado cohibida como para responder. Luna asintió. Me temo que tu señor Shields es tan malo como lo pintan. No hay fiesta ni acontecimiento social al que no asista con alguna jovencita colgada del brazo. Y nunca lleva a la misma dos veces seguidas. Incluso me han contado que, a pesar de todo, no deja de mirar a las otras con esos ojos zafiros suyos de tiburón. Supongo que busca a la siguiente víctima. Es un mujeriego de la peor calaña, un completo libertino aseguró observando la reacción de Serena para luego encogerse de hombros y murmurar: Siento no haber estado aquí para avisarte.
No importa. Necesitabas esos días de vacaciones sacudió la cabeza. Soy yo quien debería saber cuidar de mí misma.
Bueno, no te culpes la consoló Luna. De joven a mí me habría pasado lo mismo. Posiblemente Darien es el peor azote de Londres desde la Peste, y hay que reconocer que es tremendamente atractivo. Lo llaman el Golden Shields, y no sólo por su dinero. Golden Shields era el nombre del barco de Sir Francis Drake, el pirata más conocido del mundo entero. En West End se dice que o bien lo hace por una apuesta o bien está tratando de averiguar a cuántas mujeres puede seducir en un solo año. Debe de estar intentando conseguir un récord. Yo creo que deberían aniquilarlo para que las mujeres pudieran pasear tranquilas por la calle.
-Bueno, en ese caso cometió un error cuando me incluyó a mí en su lista murmuró Serena agarrando el periódico y mirando de nuevo la foto. Sólo con mirarlo se sentía llena de rabia. ¡A Cardini! Allí es a donde me llevó la noche en que... ocurrió.
Lleva a cenar allí a todas sus víctimas contestó Luna con naturalidad. Es su restaurante favorito. Tiene una mesa reservada permanentemente, y Zafiro, el camarero jefe, tiene órdenes de ahuyentar a cualquier intruso que se acerque.
Serena se quedó mirando a la chica que aparecía en la foto. Era una esbelta rcolorina. Lo agarraba del brazo y lo miraba con adoración.
Estoy segura de que he visto a esta chica en alguna parte. Su rostro me resulta familiar.
Seguro, es una de tantas, la típica chica de Chelsea contestó Luna desdeñosa, de esas que van a la tienda con traje sastre y pañuelo de seda. Tienen aspecto de ejecutivas, pero apuesto a que ninguna sería capaz de mantener un empleo. No me da ninguna lástima.
Bueno, pues a mí sí replicó Serena. Ninguna chica merece que la traten de ese modo. Todos tenemos sentimientos, ¿no crees? No somos juguetes, no nos han puesto en el mundo para satisfacer los deseos lujuriosos de nadie. Ese hombre no es más que un degenerado y un inmoral. Se merece un escarmiento. Y si alguna vez se me brinda la oportunidad yo misma seré la mano de la venganza.
¡Vaya...! musitó Luna elevando las cejas. Vosotros los escoceses utilizáis un lenguaje bíblico espectacular.
Serena se avergonzó de sus palabras y sonrió cohibida.
Bueno, es que iba a misa los domingos a escuchar al padre Hino echar fuego desde el púlpito. Si él supiera lo que he hecho me lo haría expiar.
Yo, en cambio, nunca dejé que la conciencia me atormentara replicó Luna alegre. Sin duda existe un lugar especial en el infierno para pecadoras como yo, pero mientras tanto... Bueno, durante aquellos años disolutos fui inteligente y me hice con este precioso apartamento, con la boutique de Chelsea y con unas cuantas acciones. Nunca encontré a ningún hombre con el que deseara compartir el resto de mi vida, pero eso no me impidió disfrutar de ellos. Sin embargo tampoco nunca me he hecho enemigos, no conscientemente, al menos. La mayor parte de esos hombres ahora son mis amigos, y aún me invitan a fiestas de sociedad.
No me importa el tipo de vida que hayas llevado, Luna contestó Serena mirándola con afecto. Para mí siempre serás un ángel. Antes de conocerte estaba desesperada, hundida y a punto de volver a casa con el rabo entre las piernas. Pero luego todo cambió. Me ofreciste un empleo e incluso un lugar para vivir. Te estaré eternamente agradecida.
Bueno, tú eres una persona honesta y sincera, y eso no es muy corriente en Londres en estos días. Hay que andarse con pies de plomo.
Ya, lo sé murmuró Serena. Eso es precisamente lo que yo no he hecho.
¡Vamos, venga! ¡No es el fin del mundo! Te han roto el corazón y todo te parece vacío, pero lo superarás. Eres joven, aprendes rápidamente. Acepta mi consejo, olvídalo todo y sigue adelante con tu vida.
Serena bajó los ojos. No quería herir a Luna, pero ella era incapaz de comprender. En el lugar del que provenía aquél era un asunto de honor familiar, por no mencionar el orgullo y el respeto hacia uno mismo. Darien Shields había pisoteado y arrastrado esos valores por el barro, y tenía que pagarlo. No sabía cómo, pero lo conseguiría. Haría que ese hombre se arrepintiera de haberle puesto la mano encima. Luna volvió a alcanzar el frasco de las aspirinas. Serena se levantó de la silla.
Ayer noche llegaste tarde, tienes resaca. Sé que hoy pensabas hacer inventario en la tienda, pero puedo hacerlo yo sola. ¿Por qué no te quedas en la cama y descansas?
Eres muy amable, querida la miró agradecida. Me temo que ya no aguanto tanto como antes. Pasaré el día descansando. Pero no te preocupes, en cuanto recargue mis baterías, volveré a la carga.
Serena recogió las tazas del desayuno y luego el resto del salón. Satisfecha del trabajo, miró a su alrededor y sonrió. Cuando Luna le ofreció una habitación de alquiler por sólo una pequeña cantidad simbólica no esperaba que se tratara de un apartamento tan magnífico. Luna tenía estilo y buen gusto. Los muebles eran de época y la casa estaba llena de alfombras. Unas puertas correderas comunicaban el salón y la terraza, ofreciendo una hermosa vista sobre el río.
Miró por un momento el puente de Chelsea y sintió nostalgia del mar y de las grandiosas montañas de reino lunar. Luego respiró hondo. Sólo los perdedores se permitían a sí mismos hundirse en la propia compasión y en la tristeza por el pasado.
Ella había estado a punto de sucumbir. Durante sus primeras semanas en Londres, había vagado de un empleo a otro y de una pensión en otra, quedándose pronto sin ahorros. Sólo las palabras de la anciana adivinadora Circonia, que le había dicho que encontraría a una amiga, la habían animado a seguir.
Por supuesto Circonia le había dicho también que conocería a un hombre joven y rico, pero, había olvidado mencionar que no sería más que un canalla lascivo y mentiroso. Sin embargo, si lo hubiera hecho, quizá no lo hubiera tomado muy en serio. Todo parecía muy lejano ya, a pesar de que no habían pasado más que un par de meses desde que se marchó de Reino lunar.
Mucha gente de Reino lunar hubiera preferido caminar descalzo sobre cristales antes que entrar en casa de circonia, allá en lo alto de la montaña. Serena, en cambio, ni siquiera estaba nerviosa.
Los ancianos, incluso su madre, hablaban siempre de ella entre susurros y después de mirar a ambos lados para asegurarse de que no andaba cerca. Circonia era la séptima hija de una séptima hija, así que a nadie le sorprendió que poseyera un "don". Era vidente, tenía visiones del futuro. En realidad aquello tampoco resultaba extraño en una cultura en la que convivían en paz el mito romántico y la leyenda con la televisión vía satélite y los hornos microondas. Sin embargo se decía que Circonia podía leer en el corazón y en los ojos de aquellos que se le acercaban. Naturalmente aquello provocaba recelos. Todo el mundo tenía algún pequeño secreto que guardar, así que la evitaban siempre que podían.
Pero nada de eso asustaba a Serena. Circonia nunca había hecho el menor daño a nadie, y eso era más de lo que podía decirse de muchos otros. Un día, de vuelta de la oficina de correos, la vio cargando con bolsas de la compra y enseguida se acercó a ella para ofrecerle ayuda. Una vez a las puertas de su casa hubiera sido una descortesía negarse a aceptar la invitación de entrar a tomar una taza de té. Circonia se quitó el chal y sonrió agradecida.
Deja las bolsas ahí, Serena. Ponte cómoda mientras yo voy a la cocina.
Serena se sentó frente a una mesa de pino y anduvo a su alrededor llena de curiosidad. Desde la ventana del diminuto salón se veía todo el puerto, vacío excepto por unas gaviotas que esperaban pacientemente a que llegara algún barco del mar. Hacia el sur se veían los picos de Skye sobre el horizonte.
El salón le resultó extraño. Estaba limpio, ordenado y bien cuidado, pero era todo terriblemente viejo, de los años veinte o treinta. Era como volver a un tiempo pasado. Serena recordó las historias que se contaban sobre Circonia. Se decía que provenía de una de las islas, que había llegado a puerto sola en una barca saliendo de entre las brumas de la mañana con su cabello negro, que por aquel entonces sólo contaba diecisiete años, que se había enamorado de un joven pescador del pueblo y que en un mes se había casado con él.
Pero ocurrió una tragedia. Dos días después de la boda, el barco en el que navegaba su marido se hundió en una tormenta. Nadie sobrevivió. Desde ese momento ella vivió sola y se decía que pasaba el tiempo mirando por la ventana y esperando el retorno de su amado.
Era una historia que siempre la conmovía, pero también la hacía preguntarse... Si Circonia tenía realmente ese don, ¿por qué no había avisado a su marido y a los otros pescadores para que no salieran a navegar? Quizá, se dijo, fuera precisamente ese doloroso trauma lo que había despertado sus poderes dormidos.
Una vez más, volvió a mirar a su alrededor. ¿Era ese el aspecto original de la casa, la forma en que ella la decoró cuando entró por primera vez? Nada parecía haber cambiado... el tiempo parecía haberse detenido. Todo continuaba igual. ¿Como en un santuario, quizá?, se preguntó.
De pronto recordó algo. Tendría unos ocho años cuando ocurrió. Había un montón de niños jugando en el puerto. kelvin Reid tenía un tirachinas y disparaba sobre las gaviotas. Entonces Circonia gritó:
Kelvin Reid... ¿Es que no sabes en las gaviotas mora el alma de los pescadores muertos en el mar que esperan volver a nacer?
Era una idea que le hubiera resultado extraña a cualquier niño. Kelvin no volvió a disparar nunca jamás.
Circonia entró en el salón con una bandeja y Serena se puso en pie.
¿Puedo ayudarte?
Ya me has ayudado bastante sonrió. Todavía puedo cuidar de mis invitados, no soy tan anciana.
Serena sonrió y observó en silencio a Circonia mientras servía el té. Sus manos estaban hinchadas. Padecía de artritis. ¿Cuántos años tendría en realidad?, se preguntó. Al menos setenta y cinco, pensó. Su rostro estaba arrugado, y sin embargo, a pesar de su aparente fragilidad, se notaba que tenía algo así como una fuerza en su interior.
Bien dijo Circonia sentándose en una silla frente a ella, hacía mucho tiempo que no te veía, Serena. Eres toda una mujer. Tienes veintiún años, ¿no?
Sí, desde hace un mes.
Siempre fuiste una niña muy guapa asintió sonriendo, pero ahora que eres una jovencita eres aún más hermosa. Tienes los ojos azul cielo de tu madre y el pelo rubio de tu padre. Eres toda una Winston, de la cabeza a los pies. ¿Qué tal están tus padres?
Ah, muy bien, Circonia. Como todos, viven esperando a ver si mejora la pesca y se gana algo más de dinero.
Lo sé, lo sé suspiró Circonia mirando por la ventana. Son tiempos duros, desde luego. Se sentirán muy tristes cuando te vayas.
Serena parpadeó atónita con la taza a medio camino entre el plato y los labios. No le había contado a nadie sus pensamientos, la frustración y la ansiedad que sentía. De hecho había sido precisamente esa misma mañana cuando, mientras hacía cola en la oficina de correos, había decidido marcharse de Reino lunar a probar suerte en el sur.
¿Cómo... cómo lo has sabido?
Digamos que me lo he imaginado. Cualquiera se daría cuenta de que una chica como tú no puede pasarse la vida en un lugar como éste, esperando a ver si llegan tiempos mejores. Todos los que tienen un mínimo de ambición se marchan al sur en busca de una oportunidad.
Es verdad. En Reino lunar apenas hay trabajo para nadie.
Ni oportunidades de encontrar marido añadió Circonia inocente.
Una vez más, Serena se sorprendió. Se sintió cohibida y rió tapándose la boca.
-No había pensado en ello.
¿No? preguntó Circonia observándola divertida, si tú lo dices. Hay por ahí un joven rico y guapo esperando a enamorarse de una chica como tú.
No me tomes el pelo. No me hace falta que sea rico... ni guapo, siquiera. Me basta con que tenga buen corazón, bonitos dientes y sentido del humor.
Bueno... estoy segura de que sí. ¿Así que a dónde has pensado ir?
-No estoy segura aún, a Edimburgo o a Glasgow, supongo. No están muy lejos, así podré venir a ver a mis padres a menudo.
Lo que buscas está en Londres, y además, estarás demasiado ocupada como para sentir nostalgia de volver.
¡Londres! exclamó Serena abriendo mucho los ojos y vacilando. Eso sí que estaba al sur, era casi como el fin del mundo, pensó. Sin embargo Circonia parecía muy segura. ¿Y por qué Londres? No conozco a nadie allí.
Malacayte puede llevarte a Inverness la próxima vez que lleve una carga de pescado. Desde allí puedes tomar el tren directo a Londres esa misma noche y llegar a la mañana siguiente.
Si Circonia veía algo de su futuro, callaba. Serena vaciló.
No... no sé.. tengo algo de dinero ahorrado, pero según dicen es una ciudad muy cara.
Circonia cerró los ojos un momento, como sumida en grandes cavilaciones. Luego los abrió y dijo en tono de confidencia:
Te las arreglarás. Al principio lo pasarás mal, pero ningún Winston que se deja amedrentar ante ningún desafío. Conocerás a alguien, será una buena amiga. Ella te ayudará.
¿A qué te refieres exactamente con eso de que al principio lo pasaré mal? preguntó suspicaz frunciendo el ceño.
Circonia se inclinó sobre la mesa y le dio unas palmaditas cariñosas en la mano.
Me refiero a que nunca es fácil cuando te encuentras de pronto en un lugar desconocido, entre gente desconocida volvió a mirar por la ventana, distante. Recuerdo cómo me sentí yo cuando llegué aquí por primera vez.
Serena se preguntó si debía tomarse aquellas palabras muy en serio. Circonia era una anciana encantadora, pero un poco excéntrica. Quizá no debía darle mayor importancia.
Bueno, quizá tengas razón. Tampoco sería razonable esperar encontrarse con un lecho de rosas nada más llegar contestó terminando su té y poniéndose en pie. Puede que vaya a Londres, y si me encuentro a ese maravilloso hombre que dices, te escribiré para contártelo.
No va a hacer falta, Serena sonrió extrañamente. Yo lo sabré. Será mejor que vuelvas a casa y les des la noticia a tus padres.
Serena esperó a después de la cena para hacerlo. De pronto, un silencio llenó la habitación, en la que sólo se oía el tic tac del reloj sobre la chimenea. Sus padres la miraban silenciosos. Serena suspiró.
No debería sorprenderos tanto al fin al cabo.
Sus padres se miraron el uno al otro con resignación. Luego, su padre asintió:
Bueno, no se puede decir que haya sido un verdadera sorpresa contestó jugando con su pipa y aclarándose la garganta. ¿Y a dónde piensas ir?
A Londres.
¡A Londres! exclamó su madre horrorizada. ¡Pero eso está muy lejos! Dile que no se vaya le suplicó a su marido. Tú eres su padre. ¡No es más que una niña!
Soy adulta, mamá le recordó Serena.
Apenas. Por lo que a mí respecta sigues siendo una niña.
¿Sí? sonrió Serena. ¿Cuántos años tenías tú cuando te casaste con papá? Apuesto a que la abuela dijo exactamente lo mismo de ti.
Tiene razón, serenety. Tenías dieciocho años, y eras una novia preciosa aseguró su padre mirándola. No te preocupes, cariño. Tu madre no está segura de que estés preparada para ir a un lugar como Londres, pero lo que yo me pregunto es si Londres está preparado para recibirte a ti.
Según dicen, Londres es una ciudad horrible continuó su madre. Está llena de gánsters y de drogas. Allí toda precaución es poca. Tú has nacido en Reino lunar, aquí están tu familia y tus amigos. Te perderás en un sitio como ése.
Sí, y todos mis amigos se embarcan en la misma barca que yo replicó Serena. Aquí no hay trabajo. Ya he sido una carga para vosotros durante bastante tiempo. Ahora debo arreglármelas yo sola, no puedo dejar que sigáis manteniéndome para siempre sonrió mirándolos a los dos. Además no quiero acabar siendo una vieja solterona. Supongo que querréis tener nietos, ¿no?
Desde luego... contestó su madre, pero yo siempre pensé que Seiya kou y tú...
Serena dejó escapar un bufido como mostrando su opinión.
Bueno intervino su padre, no hay ningún muchacho de aquí que me guste para yerno. Todos se han marchado. En Reino lunar no hay futuro hoy en día. La pesca está cada vez peor. Todos se han marchado a trabajar fuera.
Es cierto suspiró su madre. He oído decir que quieren vender el Harbour Hotel, así de mal van las cosas comentó mirando a Serena con tristeza. Además, no serviría de nada que intentara hacerte cambiar de opinión, eres igual que tu padre. Los Winston siempre han sido unos cabezotas.
Serena la besó en la mejilla y luego la abrazó:
Por eso es por lo que te casaste con uno de ellos, ¿verdad? Espero tener tanta suerte como tú. Circonia está segura.
¿Y cuándo has visto tú a Circonia? preguntó su madre. ¿Es ella la que te ha metido esa idea en la cabeza?
¡Oh, no! Sólo la ayudé a llevar las bolsas de la compra esta mañana, y cuando llegamos a su casa, me invitó a tomar el té.
De repente se hizo el silencio.
¿Y entraste?
Sí, pero de todos modos yo ya me había hecho a la idea de marcharme, y te aseguro que no se lo había contado a nadie. Sin embargo ella lo sabía.
Bueno... dijo su padre, ésa es Circonia. No ocurre nada sin que ella lo sepa.
Sí, tiene un sexto sentido susurró su madre respetuosa. No es de extrañar que el pobre párroco se dé a la bebida cada vez que la ve. ¿Y cómo es su casa?
Pues... es todo muy antiguo, pero está limpio. Y no tiene ningún gato negro ni ninguna bola de cristal, si es a eso a lo que te refieres.
¡Oh! exclamó su madre en cierto modo defraudada. ¿Pero qué te dijo?
Sólo me dijo que no tenía de que preocuparme, que yo era una Winston y que los Winston siempre han sabido cuidar de sí mismos.
¿Y eso es todo? volvió a preguntar su madre defraudada otra vez.
¿No es suficiente? preguntó Serena evadiendo diplomáticamente la pregunta. ¿No dices tú siempre que tiene un don y que se puede confiar en ella?
-A mí me basta, desde luego aseguró su padre con firmeza haciendo un gesto ante lo inevitable. Haremos una fiesta de despedida en el bar del hotel la noche antes de tu marcha.
Bueno... sonrió cansada su madre, tienes razón. Siempre supe que algún día te marcharías. Pero vendrás a visitarnos, ¿verdad?
Por supuesto, mamá contestó besándolos y abrazándolos a los dos.
Serena se dio la vuelta antes de que sus padres pudieran ver las lágrimas que coman por sus mejillas.