Ya era muy tarde otra vez, Lois apresurada salió de la casa y casi corriendo se dirigió a su trabajo. Hal se quedó en el marco de la puerta despidiéndose de su esposa agitando su mano en el aire.

-¡Te amo Lois!- Gritó Hal a Lois, .

De pronto Hal sintió como unas manos se colocaban en ambos lados de su cintura y un pecho se pegaba a su espalda. En la casa sólo estaba uno de sus hijos.

-Ya estamos solos- Susurro Francis suavemente en el oído de Hal, antes de comenzar a succionar dicho órgano.

Hal nervioso volteo a ver a las casas del vecindario esperando que nadie los hubiera visto, camino hacia el interior de la casa cerrando la puerta frente a él. Dándose la vuelta para mirar a su hijo mayor dijo:

-Francis ya te había dicho que no volvería a pasar, no te das cuenta ¡esto está mal!- Hal estaba hecho un manojo de nervios.

Francis continuó como si no hubiera escuchado nada, aprisiono a su padre contra la puerta, besando apasionadamente el cuello de éste. Hal disfrutaba de las sensaciones que su hijo le estaba provocando, el cosquilleo que nacía de su cuello recorría todo su cuerpo y entre sus piernas su miembro comenzó a responder. Se sentía como un monstro, su alma condenada al infierno. Indignado por la desobediencia de su hijo, Hal empujó a Francis lejos de él.

-La última vez te dije que esto ya había acabado y estaba hablando muy enserio- Gritó Hal rojo de coraje para luego irse a su habitación, Francis fue tras él.

Dejando a Francis fuera, Hal cerró la puerta para luego recargarse contra ésta. El deseo lo invadía, claro que quería estar de nuevo con Francis, pero también sentía una gran culpa ¡se trataba de su hijo! Lagrimas comenzaron a fluir por sus mejillas.

Aún sentía los labios de su hijo al contacto con la piel de su cuello. En su mente se hicieron presentes los encuentros que había tenido con él, el sabor de sus labios, el volumen de su esbelto cuerpo, la textura de su joven piel, el calor de sus entrometidas manos. Por debajo de su ropa Hal comenzó a tocarse a sí mismo, imaginando que eran las manos de su hijo las que recorrían su cuerpo. Y liberándose de su ropa, fingiendo que era Francis quien lo hacía, Hal comenzó a sumergirse en la fantasía de lo que hubiera pasado si hubiera dejado actuar a su primogénito.

Sólo la puerta los separaba, pues del otro lado Francis restregaba su pelvis contra ésta, besándola y acariciándola como si fuera el cuerpo de su padre.