Prólogo
El pitido de una maquina retumbaba en sus oídos, -maldito despertador -pensó fastidiado en su somnolencia e hizo el ademán de moverse a estrellar aquel aparato rectangular negro; sin embargo algo lo detuvo, sus brazos no le respondían.
Poco a poco la oscuridad bajo sus parpados se disipaba con lentitud, cuando pudo abrir sus ojos sintió como un escalofrío recorrió todo su cuerpo, dejándolo aturdido y desorientado. Escuchaba el ritmo de su respiración a través de la máquina de oxigeno conectada a sus vía respiratorias. Se sentía al borde del pánico al no sentir sus piernas, sin embargo no podía mover ni un músculo, tampoco recitar palabra alguna.
Sus ojos recorrieron todo el lugar tanto como pudieron, observando las paredes blancas tirando un poco a amarillas, encontró dos mesas junto a su cama, la que estaba ubicada a su izquierda era de metal y albergaba utensilios que le costaba identificar; por otro lado la de su derecha, tenía en su superficie un ramo de flores y una carta. Su mente maquinaba todo lo que estaba sucediendo e intentaba de paso, traer a la luz su última memoria.
De repente, el sonido de la puerta lo desvió de sus pensamientos permitiendo ver cómo un hombre con rostro demacrado, adornado con unas bolsas negras bajo sus ojos lo miraba fijamente con una expresión de alivio.
El chico le acarició la mejilla, haciéndole sentir aún más confundido, este susurró algo que no pudo entender con claridad, pero pudo notar como de sus labios salía un: pensé que te perdería.
Con un poco de dificultad intentó articular algo que se escuchaba inteligible. Y en su susurro soltó lo que su mente demandaba: ¿Quién eres?, notó como el semblante de su visitante cambiaba pasando de una mueca de confusión, a una expresión cargada de miedo y tristeza.
Mucho gusto, soy Majo, la autora de ésto.
Por favor, denle amor a la historia, y comenten, se los agradezco.
–Majo
