Disclaimer: Glee no me pertenece. Sólo en caso de que alguien pensara que así es.


CAPÍTULO 1: Reencuentros

Santana se subió la bufanda hasta el cuello, aunque no sirvió de mucho. El frío le había calado hasta los huesos. Los inviernos en Manhattan eran siempre gélidos, inquietantemente grises. A Santana nunca le había gustado el frío. Por sus venas corría sangre latina, caliente, deseosa de calor y de Sol. Aquel no era su hábitat, pensó, sacando un paquete de tabaco del bolsillo. Y por lo visto, más de seis años viviendo allí no habían servido para cambiar aquello. Se llevó un cigarrillo a los labios y lo encendió, disfrutando del placer del humo en su boca.

- Una chica tan guapa como tú no debería acortar su vida con un vicio tan feo.

Santana se dio la vuelta. Un muchacho joven de no más de veinticinco años le sonreía de manera juguetona. La latina le lanzó una rápida mirada de arriba a abajo antes de poner los ojos en blanco. Pelo negro como el azabache, mirada socarrona, embutido en una chaqueta de cuero. No era su tipo.

Sin dignarse siquiera a contestar, giró sobre sus talones y siguió andando. Oyó como el muchacho murmuraba algo muy parecido a "zorra" por lo bajini. No llegó a molestarle. Estaba acostumbrada a que le entrasen de aquel modo y a los inminentes insultos que seguían al rechazo. Las personas por regla general no solían tolerar bien el rechazo. Eso era algo que Santana sabía bien.

Dio otra calada al cigarro al mismo tiempo que miraba el reloj. Estuvo a punto de atragantarse. Eran las once de la noche pasadas. Mierda, mierda, mierda. Llegaba tarde. Aceleró el paso, deseosa de que Alice estuviese de buen humor aquella noche y que la bronca fuese lo más liviana posible. La nieve se hundía bajo sus pies con cada paso, crujiendo con cada pequeño movimiento.

Notó que el móvil empezaba a vibrarle en el bolsillo trasero del pantalón y se las apañó como pudo para cambiar el cigarrillo y el bolso de mano y poder contestar. La voz de Alice la saludó desde el otro lado, cargada de amor y amabilidad, como siempre.

- ¿Dónde coño estás?

Santana dejó escapar el humo entre los dientes antes de contestar.

- Lo siento, se me ha echado el tiempo encima…

- Santana, el bar está lleno hasta los topes y créeme cuando te digo que la mitad de los que están aquí no vienen precisamente por nuestro maravilloso licor de garrafón –le dijo de malas maneras-. Así que mueve tu espectacular culo porque te quiero aquí en menos diez minutos, ¿me oyes?

- Alice, estoy a más de veinte minutos de allí, no creo que…

- ¡Pues VUELA! En diez minutos quiero verte cruzando la puerta.

Su jefa colgó el teléfono sin darle tiempo a añadir nada más. Santana se quedó mirando la pantalla del teléfono unos segundos con cara de póker. Le tenía aprecio a la muchacha, de veras que sí, pero en aquella ocasión de buena gana la hubiese mandado a la mierda. Aunque lo cierto es que la culpa era suya por permitirse el lujo de llegar tarde, y más sabiendo lo quisquillosa que era Alice con la puntualidad. Además, le debía mucho a aquella chica. Le había dado trabajo tres años atrás cuando nadie más lo había hecho. La había tratado bien y la había ayudado todo lo que había podido y más cuando se había encontrado desamparada y sola en la ciudad de Manhattan. Así que guardó sus insultos bajo llave y echó a correr. Si la quería ver allí en diez minutos, así sería.

Pero la nieve, los tacones y el pesado abrigo de pana en el que se encontraba embutida no se lo estaban poniendo precisamente fácil. Estaba decidido, el próximo día que llegase tarde se pondría chándal y a tomar por culo. Resoplando, dobló la esquina. Sus piernas se movían pesadamente, dejando un marcado rastro de pisadas sobre la nieve a sus espaldas. Debía acortar por algún sitio si quería llegar a tiempo. Maldita sea. Tendría que ir por la avenida de Broadway sí o sí. La sola idea la hizo estremecer. Odiaba aquella calle. La odiaba con todas sus fuerzas. La oscura sombra de los recuerdos se cernía sobre ella cada vez que tenía que pasar por allí. Y dolía. Aún dolía demasiado. Sus esfuerzos por evitar aquella calle eran cada vez más evidentes. No estaba preparada aún para enfrentarse a sus fantasmas del pasado, a sus lejanos días en el instituto.

Y entonces, como un golpe seco, aquella dichosa imagen rodeada de luces de colores golpeó sus ojos sin previo aviso.

Allí estaba, en el centro, en primer plano. Robando el protagonismo al resto de carteles… como siempre había hecho.

"Sol de Noche", el Musical.

Y en letras grandes y doradas (como a ella le gustaba), justo debajo de su rostro maquillado y claramente retocado por ordenador, las palabras "Protagonizado por Rachel Berry y Darren Groff" brillaban en relieve sobre el cartel. Santana se detuvo en contra de su voluntad, incapaz de poder apartar los ojos de la imagen de la que años atrás había sido su compañera. Miles de recuerdos, miles de imágenes acudieron a ella, derribándola sin piedad. El instituto. El McKinley. Los arduos entrenamientos en las animadoras. El Glee club. Las largas horas perdidas en aquella aula, ensayando mil canciones y mil bailes. Sus compañeros. Sus amigos… Brittany. Todo.

Cerró los ojos, obligándose a sí misma a dejar de mirar el dichoso cartel. Todavía recordaba la primera vez que lo había visto, un año y medio atrás. Sintió que el mundo se le caía encima. Fue como volver a aquella época, como si el tiempo no hubiese pasado. Con los párpados aún firmemente cerrados, echó a correr de nuevo, derribando sin querer a un par de personas por el camino. Ignorando sus reclamos, Santana se hizo la firme promesa de no volver a pasar por aquella calle. No pensaba revivir de nuevo aquella etapa de su vida. No otra vez.


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- 11 minutos. No está mal –le dijo Alice nada más verla aparecer.

Santana se quitó la chaqueta y se perdió en la despensa unos segundos antes de volver a aparece por la barra, esta vez sin bolso y sin abrigo. Su jefa tenía razón. El bar estaba a reventar.

- Lo siento –volvió a disculparse Santana. Se preguntó si con el barullo que estaban armando los clientes la habría oído. Al parecer sí.

- No te preocupes –respondió la muchacha impasible, mientras servía unos chupitos a un grupito de chavales que no paraban de reír escandalosamente-. ¿Cómo se llama el afortunado o afortunada esta vez?

Santana la miró de soslayo. Cualquier rastro de posible enfado en Alice se había disipado. En su lugar había aparecido una sonrisa pícara. Aquello la alivió tanto que se guardó el comentario venenoso para otra ocasión y le replicó con otra socarrona sonrisa.

- ¿Y qué te hace pensar que el motivo por el cual he llegado tenga que tener un nombre en particular?

Alice se encogió de hombros.

- Suelen tenerlo. Grace, Adam, Claire… en fin, nombres.

Santana estalló en carcajadas. Tenía que dejar de contarle sus escarceos a aquella chica. Estaba visto que podía usar aquella información en su contra.

- Pues déjame decirte que en esta ocasión, su nombre es Señor Despertador. No ha sonado el maldito cacharro y me he dormido. ¿Contenta? –se giró de nuevo hacia la barra-. Hola, ¿qué te pongo?

Ahora fue el turno de Alice de echarse a reír.

- Ya sé qué voy a regalarte estas Navidades.

- Pues mira, no te voy a decir que no –secundó la latina, vertiendo los últimos resquicios de una botella de JB en un vaso.

- Santana –un muchacho joven se había inclinado sobre la barra, a menos de un metro de ella. Santana ladeó el cuerpo para oírle mejor-. ¿Cantas esta noche?

La muchacha negó con la cabeza.

- No, lo siento. Únicamente los miércoles, los viernes y los sábados.

El chico hizo un mohín.

- Lástima –susurró, antes de volver a unirse al grupo que Santana había bautizado ya como "Los escandalosos". El motivo era obvio.

Santana no pudo evitar sentirse complacida. Era halagador que muchos de los que allí estaban viniesen sólo para oírla cantar. O al menos, para admirar cómo se movía sugerentemente por el improvisado escenario que Alice y ella habían montado meses atrás, en el fondo del bar. A Santana le gustaba cualquiera de las dos opciones. Adoraba cantar y que la gente reconociese su talento (que lo tenía), para qué negarlo, pero también se deleitaba en el deseo que sabía que despertaba en el público que noche tras noche frecuentaba aquel bar. Era consciente de que su cuerpo era un arma muy potente y no dudaba en explotarlo. Era algo con lo que siempre había disfrutado.

Alice, nada más oírla cantar por primera vez (la había escuchado por casualidad, mientras Santana ordenaba cajas en el almacén al son de una canción que ella misma había improvisado), no dudó en montar un mini espectáculo tres noches por semana que le permitiera lucirse (y de paso, ganar unos cuantos clientes extra a costa de su cara bonita). Y eso era algo que la latina había agradecido inmensamente.

A ojos de Santana, Alice era más una amiga que una jefa, aunque ni poniéndole un trozo de metal ardiendo sobre la piel lo reconocería. Llevaban trabajando juntas más de tres años y aunque era quisquillosa, mandona y quejica, la verdad es que había llegado a cogerle bastante cariño a la muchacha. Eso era algo a lo que no estaba especialmente acostumbrada, pero había aprendido a lidiar con ello.

- Hola, preciosidad.

Santana esbozó la mejor de sus sonrisas falsas antes de darse la vuelta. Pronto empezaban los desesperados a entrarle.

- Hola, ¿qué quieres?

- ¿Estás tú entre las opciones?

Santana no tardó más de tres segundos en darse cuenta de que el chico que tenía enfrente, con los codos apoyados sobre la barra con aire casual, era el mismo que la había abordado en la calle apenas una hora antes. Deseó poder mantener a ralla la mueca de hastío que amenazaba por aparecer en su cara.

- Pues no, no lo estoy, "preciosidad" –le escupió de mala gana-. Así que, ¿quieres algo más a parte de mí?

- Ummm… es posible –respondió, sonriendo con descaro. Tenía una sonrisa seductora, para qué negarlo. Y las facciones de su cara eran incluso bonitas, pero aún así, no cambió de idea: no era su tipo-. Me llamo Mark.

- No te lo he preguntado –respondió Santana mordazmente.

Aquello pareció divertir al muchacho.

- Tienes carácter. Me gusta.

- Vaya, siento no poder decir lo mismo.

El susodicho Mark hizo una mueca de fingido dolor.

- Eso ha ido directamente al corazón, que lo sepas. Rechazado por segunda vez. En fin -dijo, rodando los ojos-. ¿Puedes ponernos seis cervezas? Estamos en la mesa… -se giró hacia un grupito de chicos sentados al fondo del bar, que en aquel momento miraban hacia la barra con expresión divertida- cuatro, creo.

Santana asintió con la cabeza y le dio la espalda, deseosa de poder perderlo de vista. Aquel tío era rematadamente imbécil.

- ¿Pesado a la vista? –le susurró Alice al pasar por su lado, cargada con una bandeja.

- Sí.

Alice se tomó unos segundos para pegarle un repaso al chico en cuestión.

- No está mal.

- Pues todo tuyo –le dijo Santana, cargando las seis cervezas en otra bandeja.

Alice se echó a reír, negando con la cabeza.

- No me lo digas dos veces, no me lo digas dos veces…

Santana sonrió, viéndola alejarse. Aquella chica necesitaba un buen polvo a la de ya.

Para su sorpresa, la noche transcurrió sin más incidentes. Mark no tardó mucho en irse y poco a poco, la gente se fue disipando. Cuando faltaba apenas una hora para cerrar, el bar estaba ya casi vacío. Apenas quedaban algunos chicos, riendo en una mesa apartada y apurando los últimos tragos de cerveza. Las horas clave eran entre las once y las dos. El resto de la noche transcurría normalmente de manera tranquila. Alice aprovechó la escasez de clientes para encenderse un cigarro y le ofreció otro a Santana.

En aquel preciso instante, una muchacha entró por la puerta precipitadamente. Su atuendo obligó a Santana a elevar una ceja. Llevaba una boina negra que le cubría la cabeza, un abrigo hasta las rodillas del mismo color y unas gafas de sol. Gafas de sol en plena noche. Bravo por ella, pensó Santana con acidez. O una de dos, o iba muy bebida o estaba majareta. O colocada. Ninguna de las opciones le agradaba.

La muchacha en cuestión estaba de espaldas, con la vista fija en los vidrios de la puerta, pendiente de lo que pasaba fuera. Así vestida tan de negro y con las gafas de sol parecía una fugitiva de la ley, pensó divertida. Intercambió una mirada con Alice, que se encogió de hombros tratando de ocultar una sonrisa. No estaba bien reírse de los clientes. Pasados unos segundos, la muchacha finalmente se relajó. La oyeron suspirar y vieron como aflojaba los hombros y soltaba los brazos, que hasta entonces habían estado completamente rígidos y adheridos a ambos costados de su cuerpo. Alice se tomó aquello como una buena señal y finalmente, se decidió a hablar.

- Hola, ¿querías algo?

- Sí, gracias –dijo la muchacha, dándose la vuelta-. Un café solo estaría bien.

A Santana le dio un vuelco el corazón. Por unos instantes, se olvidó incluso de cómo se respiraba. Hubiese reconocido aquella voz chillona en cualquier lugar.

Los labios de la muchacha que tenía enfrente se entreabrieron ligeramente.

- ¿Santana? –preguntó, con la voz cargada de sorpresa e incredulidad.

La latina no supo qué decir. Sus ojos seguían fijos en aquella muchacha que tan bien conocía, absorbiendo de aquella imagen sin terminar de creérsela. ¿Era realmente ella? Sentía que no podía moverse; tenía los pies clavados en el suelo y un tembleque sacudió sus piernas, haciéndola tambalearse.

La chica arrastró la mano hasta las gafas de sol y lentamente se las quitó. Sus ojos, tan castaños y tan expresivos como siempre lo habían sido, brillaron ante la sombra del reconocimiento.

- Santana, eres tú.

No era una pregunta. La latina tragó saliva pesadamente, aún en estado de shock.

- Rachel… -fue lo único que atinó a decir, con voz pastosa.

En aquel instante, el mundo se detuvo y por un doloroso segundo, Santana sintió que había retrocedido siete años en el tiempo.