Hace unos días recordé que tenía este fanfic en hiatus (en el foro de CdM) , y me entró la nostalgia. Quisiera retomarlo, pero primero quiero volver a estructurarlo y por ello he decidido publicarlo aquí.
Aclaraciones iniciales: Este fanfic fue escrito entre 2014 y 2015, por lo que muchas situaciones distan completamente del canon del juego. Por ejemplo, puesto que en ese entonces aún no conocíamos a algunos personajes como los padres de los chicos, estos pueden llegar a ser muy diferentes tanto física como psicológicamente. Así mismo, es un universo semi-alterno. He tomado como inspiración algunos mangas shojo como lo son Hana Yori Dango y Oura Highschool Host Club, pero no pretendo hacer adaptación de alguno de estos.
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Corazón de Melón (Amour Sucré) y todos sus personajes son propiedad de ChiNoMiko y Beemoov.
Este fanfic se encuentra publicado en el foro de Corazón de Melón, bajo el usuario AliceHatsune.
SEÑORITA TERQUEDAD
~Prefacio: El inicio de una vida de soledad~
Ainsworth. Lowell. Bennoit. Moncrieff… y muchos otros más son nombres de grandes imperios económicos conocidos a escala mundial. De todos estos sobresale el último, Grupo MC-Moncrieff, el actual dominante en cuanto a negocios se refiere. Con el paso del tiempo ha crecido a una velocidad inimaginable, y recientemente se ha expandido hasta alcanzar el lejano oriente. Entre sus divisiones se encuentran aerolíneas, supermercados, restaurantes de lujo, hoteles de 5 estrellas, e incluso un prestigioso Instituto Privado está bajo su mando. Se podría decir que es el grupo más poderoso y más acaudalado que jamás existió en Europa Occidental. Sin embargo, hubo un tiempo en el que este poderoso grupo no era así. Es más, estuvo a punto de perderlo todo.
Londres, Inglaterra. 17 años atrás.
―¿Sabes que todo lo que estamos pasando es por tu culpa? ―vociferó con imponente voz una mujer de aparente edad avanzada. Sin embargo el orgullo y la soberbia con la que caminaba de un lado a otro del salón a oscuras, solo iluminado de vez en cuando por los relámpagos de la fuerte tormenta que se suscitaba afueras de la gran mansión, hacían dudar de su edad―. Fue un completo error dejarte entrar en esta familia ―prosiguió―, no sé en qué estaba pensando al dejar que Charles te escogiera como tu esposa. Todo en lo que mi esposo trabajó tanto hasta el día de su muerte está a punto de terminar, ¡y todo por tu ineptitud! ―señaló con el dedo índice a su interlocutor, una joven mujer quien estaba sentada escuchando las crueles palabras que se le dirigían. Un sollozo traicionero se escuchó de parte de ella, pero a la mujer mayor no le causó ni la más mínima compasión―. ¿Sabes qué es lo que tienes que hacer ahora? ―la joven mujer asintió silenciosamente, para después tomar la palabra con la voz entrecortada.
―Nos iremos de aquí. No volveremos a tener contacto con ningún Moncrieff ―aunque no lo pareciera, aunque las dijera sin tartamudear, ésas palabras habían sido las más difíciles de pronunciar para ella. Saldría de la vida de las personas a las que les tenía un profundo cariño, respeto y amor.
―¿Nos? ¿Quiénes, querida? ―sus palabras estaban envueltas entre burlas y sarcasmo, casi escupiéndolas, sobre todo la última. Para ella, su acompañante no era más que una chica pobretona que sólo buscaba dinero. Una persona de lo peor.
―Sí… mi hijo y yo ―contestó de nuevo en voz baja.
―No― contestó como si se tratara de la cosa más normal del mundo. E incluso la dijo con un toque de aburrimiento. En todo el tiempo que llevaba sentada, la pelinegra no se había atrevido a mirar la imponente mujer frente a ella, pero al escuchar tal negación, no solo la encaró, sorprendida de la respuesta que se le había dado, si no que de un ágil movimiento se puso de pie ―El niño… ―se acercó peligrosamente a la cuna que estaba a un lado de la ventana y observó como el pequeño dormía plácidamente, ignorante de la tormenta que tenía lugar tanto fueras como dentro de la misma habitación en la que se encontraban―. Él se quedará aquí.
―¡Pero es mi bebé! ―protestó la joven madre. No iba a permitir que le arrebataran lo único que le quedaba. Había perdido todo: su familia, su hogar, sus ilusiones, sus sueños… todo. Su hijo, el pequeño de apenas un mes de edad era su única compañía en ese mundo.
―¿No lo entiendes, verdad? ―rió, casi divertida con la estupidez que, para ella, estaba demostrando la madre del pequeño―. Este niño ―su voz tomó seriedad y acercó su rostro para observar con detenimiento el del pequeño―, aunque no me sea grato admitirlo, es un Moncrieff. Y probablemente sea el único que nazca en mucho tiempo, por lo que es el legítimo heredero de toda la compañía. Eso, claro, si logro salvarla.
―¡No se puede quedar con él! ¡Es mi hijo! ¡No puedo dejarlo solo… no puedo dejarlo con usted!
―¡Y es mi nieto también! ―su voz, ahora con un nivel más alto, demostraba que ella no se daría por vencida―. ¡Recuerda que todo esto es por TU culpa! Ahora, si eres sensata por una vez en tu vida, sabrás que esto es lo mejor para todos. Una vez que te vayas, todo regresará a la normalidad, este niño crecerá y llegará a ser el futuro líder. Pero si te lo llevas ahora, te aseguro que él sufrirá mucho más que tú. De eso me encargaré yo misma.
―¿Está amenazándome con… con mi propio hijo?
―Tómalo como mejor te parezca.
Lo peor que una madre se podría imaginar le estaba pasando a ella en ese preciso instante. No había otro camino. No había ninguna alternativa. Tendría que abandonar a su hijo, desprenderse de aquello que más amaba, todo por el bien de este. No sabía si la decisión que estaba a punto de tomar era la más indicada, tampoco sabía si se arrepentiría de eso al siguiente día. De lo que estaba segura era que su suegra era capaz de cumplir su palabra. Y ella no podría soportar ver a su hijo sufriendo por su culpa. Se acercó a la cuna, sacando ríos de lágrimas por sus ojos plomizos, para tomar la que sería la peor decisión de toda su vida. Tomó al pequeño entre sus brazos, el cual solo se movió, entreabrió sus ojos y volvió a cerrarlos.
―Lo siento ―le susurró al oído―. Te amo hijo mío ―y sin fuerzas para decirle un adiós, lo volvió a depositar para que durmiera pacíficamente. ―Usted ―se volvió hacía la señora Moncrieff ―es la peor persona que he conocido en toda mi vida― y diciendo eso, salió de la habitación para enfrentarse a la tormenta que azotaba, que no era para nada comparada con lo que ella sentía. Había dejado atrás a lo que más le importaba. Y junto con él estaba la persona a la que más odiaba, riendo cínicamente, triunfante de la decisión que su nuera tomó.
Un fuerte rayo cayó cerca de allí, y el estruendo fue tan grande que despertó al pequeño quien empezó a llorar sonoramente. O quizá no fue el trueno, si no el hecho que sentía que su madre lo había abandonado lo que le hizo llorar, aunque no entendía las razones de aquella acción. La mujer tomó en brazos al pequeño para calmarlo, lográndolo exitosamente, y una vez que la luz eléctrica regresó, examinó con detenimiento el rostro del pequeño, el futuro líder del gran Grupo MC-Moncrieff.
―Tienes los ojos de tu madre ―comentó al ver el profundo tono grisáceo de sus ojos. En toda la historia de los Moncrieff nadie había tenido unos ojos similares a aquellos―. Qué lástima.
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~Capítulo 1: Del cálido Japón al gélido Inglaterra~
Inglaterra, actualmente.
No tenía ni idea de qué decir, así que, frustrada de cualquier idea de iniciar una conversación, se limitó a callar y observar el nuevo paisaje que se presentaba a sus ojos. Inconscientemente se llevó la mano derecha a su boca y comenzó a mordisquear la uña del dedo pulgar, como lo hacía cada vez que se sentía nerviosa. Era la primera vez que viajaba fuera de su país, aunque por ironías de la vida conocía el idioma del lugar al que visitaría como si hubiera nacido y crecido allí. De hecho, podría decirse que era su idioma natal. Al ser hija de un padre japonés, y una madre inglesa, era natural que conociera ambos idiomas de sus progenitores. Y aunque tenía diferente ascendencia, en los 16 años de vida que tenía los radicó completamente en el país asiático y ni si quiera había salido de la región Kanto alguna vez. Así que la sensación que tenía en el estómago estaba justificada, y todo eso combinado con el jet-lag que sufría, le hacían padecer de dolor de cabeza. En pocas palabras se sentía fatal. Suspiró y posó su mirada cansada hacía la ventanilla del coche de lujo en el que viajaba, mismo coche que la recogió en cuanto llegó al Aeropuerto Internacional de Londres. Ni tiempo le dio de dar un vistazo a la ciudad que tanto anhelaba conocer, en cuanto sus pies pisaron la tierra británica, un par de hombres, enfundados en trajes que le recordaban a los personajes de Men in black, se acercaron a ella.
―¿Señorita Hatsune? ―preguntó uno de ellos, con un acento británico bastante marcado una vez que la localizó. Puesto que jamás en su vida se habían hablado uno al otro, para facilitar el trabajo al hombre se le había proporcionado una fotografía que mostraba una chica con largo cabello de color negro pero lo que encontró fue totalmente diferente. Sin embargo ella era la única adolescente asiática con heterocromía en el vuelo.
―¿Si? ―respondió la mencionada, tímidamente en inglés.
―Bienvenida a Inglaterra ―le contestó sin mostrar expresión alguna en su rostro, o eso pensaba la chica, ya que las gafas completamente oscuras que él utilizaba no le permitían ver su mirada. Le pareció que sólo lo hacía porque así lo dictaba el protocolo. El hombre prosiguió―. El Instituto Sweet Amoris me ha enviado para recogerla. Por favor, sígame.
Lo siguiente que sucedió fue mecánico y silencioso: le ayudaron con su equipaje, dos maletas de tamaño mediano. La guiaron hasta un auto negro, con el logotipo de BMW al frente. Adivinó que el clima frío y lluvioso no le favorecería a su salud, por los estornudos que profirió en repetidas ocasiones, como única interrupción al silencio.
Llevaba alrededor de 40 minutos viajando y ambos hombres habían permanecido callados durante todo el trayecto, poniéndola un poco nerviosa. E incluso por unos segundos la idea de que era víctima de un secuestro cruzó por su mente, pero rápidamente la descarto. Después de todo… ¿quién querría secuestrarla con la condición familiar en la que se hallaba? No soportaba tanto silencio y definitivamente tenía que hablar, decir algo para calmarse un poco. Aunque la actitud de esos dos no le ayudaba mucho. Le hubiera encantado que siquiera le diesen un recorrido superficial por Londres, anhelaba ver con sus propios ojos el Big Ben, caminar a la orilla del Támesis o viajar en uno de esos autobuses turísticos, pero nada de eso había pasado. Al parecer tomaron una de las carreteras que evitaban a toda costa entrar en la ciudad y solo había visto paisaje de color verde. Eso podría haber sido lindo si no fuese que el clima, nublado y abrumadoramente frío, impedían salir al sol. Qué deprimente.
Suspiró por segunda ocasión, y pensó en una manera de despejarse un poco así que sacó su reproductor mp3 del bolso rosado que traía con ella. Junto con él sacó sus audífonos, y después de tener una breve pelea con ellos para desenredarlos, batalla en donde salió victoriosa, presionó el botón de Play y empezó a sonar una canción. Una melodía pop, llena de sonidos electrónicos, y con voces suaves de chicas japonesas empezó a sonar. Ella cerró sus ojos, y sin querer, su mente viajó al fin de semana anterior. Nunca imaginó que su vida daría un giro de 360° en tan poco tiempo.
El concurso que había ganado la semana anterior le parecía muy sencillo. Se atrevería a decir que el premio era demasiado. La situación era un poco absurda y no pudo evitar rememorar lo sucedido:
―Felicidades señorita Hatsune. Es la ganadora del Primer Concurso Anual de Deletreo― le había dicho sin expresión alguna una mujer de edad avanzada, cuando dio los resultados. El jurado aplaudió, todos ellos eran profesores muy reconocidos de diversas universidades a lo largo y ancho de Japón. Irónico, ya que la chica mencionada no provenía de alguna institución prestigiosa. Había estudiado en escuelas comunes y su única aspiración era entrar al Instituto Público que eligió por ser bastante barato y no estar lejos de su casa. A pesar de que tenía la capacidad suficiente para entrar en cualquier Instituto que ella quisiera, habían ciertas situaciones que se lo impedían.
La chica sonrió satisfecha e hizo una pequeña reverencia desde la plataforma en la que estaba. Detrás de ella, su único contrincante sonrió. La multitud aplaudía sin césar, pues no era para menos: Había ganado el primer concurso de su especie. No era un concurso cualquiera, era uno nacional, implicaba que cientos de personas de todo el país le observaran detenidamente; y también requería de un nivel de conocimientos extensos ya que no sólo era un concurso normal, éste incluía el idioma inglés. Pero a ella le parecía exagerado tanto alboroto por un simple concurso.
Después de una breve ceremonia en donde la chica de peculiar aspecto saludó a los miembros del jurado, y recibió un folder sellado en donde seguramente contendría algún diploma o reconocimiento por su participación, se acercó sonriendo a ella un hombre que seguramente sería su profesor.
―Hatsune, felicidades ¡no se esperaba menos de ti!―le comentó, ella sólo rodó los ojos.
―¡Alice! ―ahora se acercó corriendo hacia ella una chica con cabello largo y baja estatura, su amiga de la infancia, para terminar abrazándola. Le gustaba como pronunciaba su nombre. El resto de las personas preferían katakanizar su nombre y llamarle Arisu. Su amiga, en cambio lo dijo con un inglés perfecto.
―Gracias Sharon ―contestó sinceramente (Sharon era de las pocas personas con las que ella podía ser sincera), y ambas sonrieron. Sin embargo, la sonrisa de ambas se borró rápidamente al observar que una persona indeseada se acercaba despreocupadamente, con las manos en sus bolsillos, y con mirada llena de burla. Un joven de cabello oscuro estilizado de manera moderna, y ojos tan peculiares como los de la misma Alice, sin embargo adquirían tono realmente extraño, podía aparentar ser castaños, pero este color variaba dependiendo de la cantidad de luz, y en ocasiones podría parecer un color rojo intenso. Y en ése momento, en el que la observaba con una mezcla de inseguridad disfrazada de burla, estaban de ése color.
―¡Saito! ―exclamó una muy enojada Sharon, poniéndose delante de Alice, y abriendo los brazos creando una especie de barrera protectora ―¡Aléjate de ella! ¡No puedes acercarte a ella… jamás!
El chico no pudo evitar reírse de la chica con largos vestidos llenos de encaje y listones de colores pastel hiciera semejante acto. A su parecer se veía ridícula haciendo eso. Claro, a él le parecía tremendamente ridículo todo lo que concernía a Alice Hatsune, la chica de corta cabellera rosa, que un día fue larga y negra, y ojos de diferente color; Alice, la chica pobretona hija de un panadero japonés y una estilista de origen inglés, a la cual aún no había comprendido cómo había terminado en Japón; esa terca y estúpida; su oponente, su rival, contra la que había perdido en el concurso. Unos minutos antes de que a Alice le asignaran la última palabra a deletrear, él había cometido un error fatal, por lo que la chica ganó el concurso. Secretamente Alice en ése momento se burlaba de él. En un no muy lejano pasado éste chico le había proporcionado una de las peores humillaciones de su vida, y verlo allí, en un estado de inseguridad contrario al que siempre aparentaba le daba un toque patético a su ya inútil existencia.
―¿No puedo felicitar a la legítima ganadora de éste concurso? ―preguntó esbozando una media sonrisa e ignorando cualquier acusación de la chica llamada Sharon.
―Gracias… ―contestó de manera fría―, ahora largo.
―Vaya, aún estás enojada… ―comentó sin quitar su mirada rojiza de Alice― yo venía sólo a felicitarte de tu buena participación… La última palabra era fácil, demasiado… ¿no lo crees?
―¿Qué quieres decir?
―Me gusta tu cabello ahora ―cambió el tema de conversación―. No sabía que eras de ese tipo de chicas: las que cambian su apariencia una vez que sufren una decepción amorosa.
Alice sintió que la sangre le hervía. La sola presencia de esa persona le hacía sentir un odio tremendo. Lo odiaba, lo odiaba a él, odiaba su arrogancia, odiaba su hipocresía, odiaba que por ser una persona superior en sentido económico a ella se sintiera mejor o mayor persona que el resto de la humanidad. Faltaba poco para que se lanzara a su cuello a estrangularlo, pero una voz le impidió.
―Alice ―susurró su profesor―, lamento interrumpir, pero hay alguien que quiere verte. De hecho tus padres están con él.
¿Alguien que quiere verme?, pensó confundida y un poco frustrada. Seguramente es la anciana del jurado calificador o alguien más que quiere que me 'supere en la vida', pensó con fastidio. Anteriormente muchas personas habían conversado con Alice Hatsune, una chica brillante en palabras de sus profesores; y todas las personas habían estado de acuerdo en que ella debería llegar a ser alguna gran profesionista, que estudiara algo relacionado con la medicina, leyes, o cosas por el estilo. Que ella debería ser más de lo que actualmente era. Tonterías, pensaba ella. No era que ella no quisiera estudiar algo así, si no que las personas que le aconsejaban no entendían que con el nivel de vida que llevaba no era mucho lo que podía hacer. Por eso, los estudios universitarios le eran indiferentes.
―Ve a reclamar tu "bien merecido" premio ―le dijo el chico, mientras le daba una seña de despedida―. Bye, bye― fue lo último que le dijo antes de desaparecer entre la multitud.
Alice siguió al profesor, dejando atrás a su amiga para dirigirse a una sala anexa a la plataforma del auditorio. Al entrar vio a cuatro adultos reunidos allí: Sus padres, el director del Instituto al que recientemente había ingresado, y a un hombre extranjero que jamás había visto en su vida.
―Hatsune ―habló el director, un hombre de gafas y cabello canoso ―él es Albert Farrés. Es profesor del Instituto Sweet Amoris.
―¿Instituto Sweet Amoris? ―preguntó casi por inercia, nunca había escuchado tal nombre.
―Es un placer conocerla señorita Hatsune. Le felicito por haber ganado este importante concurso ―comentó el profesor Farrés en un japonés con tintes de acento británico; ignorando completamente la reacción de la chica y extendió su mano para estrechar la de Alice. Por un momento ella dudó en hacerlo, pues en Japón esa muestra de modales era sustituida por la acción de hacer une breve reverencia; pero al final terminó accediendo a la petición del profesor. Después de todo era normal que una persona extranjera hiciera eso ¿no?
―Gracias ―se limitó a contestar.
―Iré directo al grano. Por su reacción supongo que nunca había escuchado del Instituto Sweet Amoris ―Alice asintió un poco avergonzada―. Y supongo que tampoco ha revisado los papeles que le han entregado en ese folder― en ese instante Alice se percató que aún sostenía dicho folder, el cuál debido al peso parecía contener varios papeles―. ¿Puede darles un vistazo por favor? ―le pidió al momento en que le señalaba una amplia mesa con mantel blanco y varias sillas alrededor. Tomó asiento en una y con mucha paciencia abrió el folder perfectamente sellado intentando hacerle el menor daño posible. En ese instante comprendió la utilidad de las tijeras en momentos como esos, y lamentaba no tener unas a la mano. Después de abrir el sobre, sacó diversos papeles que extendió a lo largo de la mesa. Primeramente y como ella sospechaba estaba un sobrio papel blanco el cual tenía escrito la palabra "Diploma" tanto en inglés como en japonés. Después, una especie de lectura de reflexión escrita también inglés, y por último, un par de hojas, junto con un folleto y un cuadernillo, todas con la misma insignia: Instituto Privado Sweet Amoris.
La chica primeramente tomó el folleto, y empezó a hojearlo. En él se observaban las instalaciones del famoso Sweet Amoris, el cual no se podía comparar en absoluto con el instituto al cual asistía. Según las fotografías, constaba de enormes edificios, todos de antigüedad considerable, quizá de la época victoriana. El campus contaba además con una cafetería, una enorme biblioteca, dos piscinas, sala de música, un gimnasio y por lo menos tres canchas para practicar deportes como basketball, futbol y tennis. También contaba con lugares designados para el rugby y la equitación. Y eso era sólo la parte que correspondía al la educación media. Ese Instituto iba desde el Kindergarden hasta la Universidad, y no era cualquier Instituto, eso ya le estaba quedando claro, se trataba de un 'Prestigioso Instituto Privado', al cual solamente los hijos de las familias más ricas de todo el mundo pueden asistir. Alice sintió un escalofrío tan solo de pensar que gente tan poderosa pudiera estar reunida en un solo lugar. Después tomó el par de hojas idénticas y leyó el titulillo: 'Trámites de Traslado'. Un momento… ¿Traslado? se preguntó a sí misma.
―Profesor Farrés, ¿me podría explicar, por favor, de qué se trata esto? ―se dirigió en inglés hacia Albert, mientras le señalaba las hojas. Él quedó sorprendido. No esperaba de ningún modo que la chica se atreviera a iniciar una conversación en un idioma diferente, además estaban sus modales, su acento, su perfecta pronunciación… era un hecho de que esa chica merecía haber ganado.
―Son los trámites para tu traslado ―le respondió en el mismo idioma.
―Eso lo noté ―respondió ella con un toque de ironía en su voz―. Me refiero a… ¿qué traslado?
―El tuyo, por supuesto ―comentó con una serenidad incomparable. ¿Me está tomando el pelo?, pensó, entrecerrando sus ojos.
―¿Mío? ―la chica frunció su ceño―. No sé de qué estás hablando―. El hombre cambió su expresión de seriedad a sorpresa durante unos segundos.
―¿No se le ha informado de esto? ―preguntó al director.
―Disculpe ―la chica se dirigió ahora en japonés al profesor encargado de su clase―. ¿Me podría explicar qué significa esto? ―el hombre se sobresaltó por la pregunta, sonrió nerviosamente, tosió un par de veces, y habló con dificultad.
―Bueno, Alice, no quisimos mencionarle esto, pues seguramente nunca habría aceptado, pero ¿recuerda que se le habló acerca de una posible beca para entrar en una buena Institución en caso de que resultara ganadora? ―la chica asintió. Por su mente pasó fugazmente el recuerdo de cómo la obligaron a participar en ese, para ella, absurdo concurso. Fue tanta la insistencia, que al final no le quedó otra que participar. Y solo mencionaron que el premio, consistía en una beca para cierto Instituto Privado, y que, según sus profesores, le iba a servir para toda la vida―. Pues esa beca ―prosiguió― es para estudiar en el Instituto Sweet Amoris―. La chica quedó un poco perpleja por la respuesta, pero aún así, eso no resolvió toda su duda.
―Pero… ¿Por qué menciona aquí un traslado? ¿Dónde se encuentra ese Instituto? ¿Es fuera de Tokio?
―Es en Londres, Inglaterra ―contestó el profesor Farrés. La chica abrió sus ojos lo más que pudo, sorprendida de ese hecho.
―¡¿Qué?! ―dijo levantando escandalosamente su voz.
―Por eso mismo no quisimos comunicarte de eso, sabíamos que no aceptarías ―trató de tranquilizarle su profesor.
―Pues claro que no voy a aceptar ―se puso a la defensiva― ¡es increíble que hayan hecho eso!
―Sin embargo, esta es una oportunidad única en la vida ―fue el turno para hablar de Farrés―. El Instituto no está al alcance cualquier persona. Como ya habrá notado, no es un lugar común y corriente. El objetivo principal de Sweet Amoris es preparar a jóvenes los cuales tengan un futuro brillante, ya sea como dirigentes de alguna compañía de alcance mundial, ser líderes políticos o con habilidades intelectuales superiores a los demás, como usted, señorita Hatsune. Y por primera vez está abriendo sus puertas a las personas menos favorecidas… ―miró de reojo a Alice―… Sin afán de ofender. ―se apresuró a complementar cuando observó que una vena saltaba de la frente de Alice. ―Una mente como la suya… sería imperdonable que quede en el anonimato. Por eso es de vital importancia que acepte esta invitación. Es una beca completa para estudiar el Instituto, por lo que no deberá preocuparse por las colegiaturas por los próximos tres años, e incluso allí se le dará hospedaje. Y si usted desea continuar sus estudios universitarios, la beca se le podrá extender dependiendo del nivel académico que demuestre, cosa que para usted no le será gran problema. Sólo necesitamos el consentimiento de sus padres y la firma de ustedes tres y listo.
―Por favor acepte esta oferta ―le rogó el director quien hasta ese entonces no se había atrevido a interrumpir la conversación.
―¡No! Por supuesto que no ―comentó dejando en claro lo furiosa que estaba―. ¿En qué estaban pensando? ¿Por esta razón me presionaban para eso? Además, están mis padres también…
―Ya hemos sido informados de esto Alice― le respondió tranquilamente su madre.
―¿Qué? ― preguntó sorprendida.
―Alice, antes de que siquiera los maestros te hablaran del concurso, recibimos la visita del Director y de tu profesor. Nos hablaron acerca de lo que ya sabíamos, de tu gran capacidad y de tu gran intelecto. Nos dio mucha tristeza reconocer que no te podemos dar una educación mejor, pero por eso mismo ellos nos hablaron de la posible beca en Sweet Amoris. Meditamos mucho tiempo sobre eso, pero llegamos a la conclusión de que es lo mejor para ti.
―Pero… es muy… lejos ―comentó bajando su nivel de voz, con algo de tristeza mezclada. Tenía la esperanza de que sus padres se opusieran, y le apoyaran, pero estaba quedando claro que ellos ya habían tomado una decisión. Y sabía que cuando las cosas salían así, no había marcha atrás.
―Nosotros estaremos bien Alice ―habló con una sonrisa comprensiva en sus labios.
―Alice, tú eres el orgullo de nuestra familia. Muchas veces hemos salido adelante por ti, y por eso creemos que lo mereces más que a nadie. Nosotros no podemos darte algo así, pero este tipo de oportunidades sólo aparecen una vez en la vida. No queremos que en un futuro te arrepientas de no haber hecho esto, por eso, acéptalo hija ―su padre caminó hacía ella y la rodeo entre sus brazos, su madre hizo lo mismo y en segundos quedaron los tres unidos en un cálido abrazo.
―Pero ¿no pueden trasladarme a otro lugar… más cerca? ―inquirió, quizá podría haber un campus más cerca y el traslado a una distancia más lejana sería innecesario.
―No ―contestó tajantemente el profesor Farrés.
―Hija, no le des más vueltas al asunto. Al fin tres años pasarán muy rápido.
―Pero… los extrañaré mucho ―susurró por vencida. Sabía que aunque quisiera rechazar la beca no podría hacerlo, no dejarían que lo hiciera. En algún otro tiempo atrás se habría opuesto rotundamente. Pero desde hacía ya varios meses que toda la confianza que tenía en ella misma se extinguiera. Terminaría en Sweet Amoris de un modo u otro.
―Y nosotros a ti Alice ―contestó su madre.
Después de esos instantes, el profesor Farrés les apresuró para que firmaran el permiso de Alice, y así se pudiera ir lo más rápido posible. Le indicó que el cuadernillo contenía más información de lo que necesitaría en su estancia en Inglaterra y otros detalles por saber. También les indicó que si tenían algunas dudas podrían llamarle directamente, y para eso les extendió una tarjeta con varios números telefónicos. Por último les hizo saber que por lo económico no se preocuparan y que el Instituto se encargaría del resto, incluido el papeleo. Al final se despidió de ellos diciendo que esperaba con ansias la llegada de Alice.
El resto de la semana pasó bastante ajetreada. Tuvo que organizar algunas cosas para su viaje, qué cosas llevar, qué cosas no, y otras más por el estilo. En otros momentos fantaseaba junto a su amiga, añorando conocer todos los atractivos londinenses de los cuales su madre le había hablado alguna vez. Quizá lo más fácil que hizo fue preparar su equipaje ya que no eran muchas las cosas que poseía. Por último, en su antiguo Instituto sólo los profesores se despidieron de ella. A pesar de que siempre fue una chica sencilla, alegre y social, y por eso había hecho muchas supuestas amistades, ninguna de aquellas personas se dignaron a decirle adiós. Todos ellos ahora tenían una visión negativa de ella infundada por cierta persona, por lo que se sentían incluso aliviados de no tener que socializar con ella más. Sólo su mejor amiga, Sharon Smith, no dejaba de llorar pues Alice se marchaba por tres largos años que se podían extender a más lo cual era muy posible. Alice le prometió que vendría a visitarle lo más seguido que pudiera, pero aún así mantendría el contacto constantemente. Por último, despedirse de sus padres fue la cosa más dura que había hecho en su vida. Su madre lloró, y su padre, aunque era un hombre sereno, sentía que las fuerzas le fallaban al saber que no volvería a ver a su única hija en muchos días. Todo es para su bien se repetía a sí mismo. Cómo último recuerdo, ambos le obsequiaron un pequeño broche en forma de estrella, aunque barato, pero tenía mucho significado: Sea dónde estuviera, siempre estarían con ella, cuidándola y queriéndola.
Alice subió al avión sola, la cual la llevaría viajando 12 largas horas por toda Asia y parte de Europa.
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―Hemos llegado ―la voz del hombre que fue a recogerla al aeropuerto la sacó de su letargo. La chica abrió sus ojos y miró por la ventanilla. El automóvil se había detenido ante las escaleras de un enorme edificio, el mismo que había visto en el folleto una semana atrás. Verlo en persona lo hacía ver aún más imponente. Salió con asombro, admirando la arquitectura del edificio, y no se percató que un hombre conocido se le acercaba hasta que le habló.
―Señorita Alice Hatsune ―sonrió el profesor Farrés―. Bienvenida a Sweet Amoris. Acompáñeme por favor.
La chica caminó detrás del profesor y ambos entraron en el recinto. Si por fuera se veía maravilloso, por dentro era aún más espectacular. Tenía un magnífico recibidor, el cual se dividía en dos escaleras semicirculares que conectaban a un segundo piso y la planta baja habían dos corredores hacia cada lado. Subieron por unas de las escaleras y caminaron por un largo y amplio pasillo en cuál tenía una alfombra de color rojo lo que la hacía sentir como si fuera una celebridad pasando; en los lados laterales estaban adornados con floreros que contenían rosas rojas y blancas, frescas y bien cuidadas. Nunca había visto flores tan hermosas. Del alto techo colgaban una serie de candelabros de color dorado que despedía una luz amarilla. Todo se veía deslumbrante, como si las paredes estuvieran hechas de una mezcla de oro y diamante. Pasaron por diversas puertas las cuales se encontraban cerradas, y durante todo el trayecto no se encontraron con nadie en absoluto, quizá porque era fin de semana y los estudiantes regresaban el lunes por la mañana. Al final del pasillo, si vislumbraba una gran entrada, dividida en dos imponentes puertas de madera oscura. El señor Farrés le hizo una señal a Alice de que tomara asiento en unos sillones de color negro que estaban por un lado del corredor, mientras él se abrió una puerta y se adentró en la gran sala.
Alice inspeccionó el lugar con la mirada. En pocas palabras ese edificio era un castillo, y la escuela, como se le había dicho, estaba llena de lujos. Por un momento pensó en que no encajaría con tal estilo de vida. Ella era una chica inteligente, pero de la clase trabajadora, por lo que cuidaba muy bien el poco dinero que poseía, su familia siempre fue ahorrativa y ver tantos lujos le hacía pensar que eso era solo un gasto innecesario.
El silencio que reinaba fue perturbado por una serie de gritos que provenían de la sala en la que segundos atrás había entrado el profesor Farrés. Alice no alcanzaba a escuchar del todo la conversación, quizá si se acercara y colocara su oído contra la puerta podría enterarse del asunto. Sólo alcanzaba a escuchar algunas palabras sueltas, como Estás loca, Déjame en paz, Bruja, y otros insultos peores. Sin embargo la voz no le era familiar, no se trataba del señor Farrés, pues esta voz, aunque se escuchaba varonil, pertenecía seguramente a un chico inglés, pero con su acento británico poco marcado. Su curiosidad empezó a demandarle que se pusiera de pie y se acercara más, pero su instinto le decía que si lo hacía, esto le causaría muchos problemas.
Y su instinto tenía razón. Segundos después vio como las dos puertas se abrían de par en par a gran velocidad. Alice quedó admirada, se necesitaría una fuerza impresionante para abrir tan rápido ambas puertas; y más sorprendida quedó cuando vio que la persona que había hecho tal hazaña no era más que un chico que rondaba aparentemente lo mismo que su edad.
―Estúpida ―murmuró el chico para sí con una cara de mil demonios. Alice sintió un poco de miedo al ver esa mirada plomiza llena de enojo, y sintió más miedo al ver la apariencia de él. Vestía una chaqueta de cuero negro, camisa de color rojo oscuro con un estampado de una enorme calavera a la cual a ella se le hacía un poco conocida, unos vaqueros desgastados y cadenas colgando. Su cabello estaba un poco largo y de color rojo intenso, seguramente teñido. Ese look estaba combinado perfectamente para hacerlo parecer un completo maleante, un matón, un delincuente, de ese tipo que siempre quiso evitar. Quizá el chico iba tan furioso o simplemente no prestó atención, pero en ningún momento volteó a ver a Alice. Pasó frente de ella como si no existiera, lo cual ella agradeció infinitamente cuando metros adelante vio como el chico tomaba el primer jarrón que vio y lo arrojaba violentamente al piso haciendo que se rompiera en cientos de pedazos y las flores quedaran esparcidas por todo el piso. Hizo lo mismo un par de veces y después siguió su camino con normalidad.
¿Cuál es su problema?, pensó. Para ella ningún problema podría justificar una reacción así. Es más… si esa era una escuela de élite, ¿qué hacía un tipo aparentemente delincuente allí?
―Qué extraño ―susurró aún con la mirada puesta en el largo pasillo el cual había atravesado el pelirrojo.
―Señorita Hatsune ―sus pensamientos fueron sorprendidos por la voz del señor Farrés, ella volteó su mirada hacía la puerta en donde se encontraba. ―Pase por favor.
Ella se levantó sorprendida. Un chico había destrozado parte del lugar y él estaba actuando como si nada hubiera pasado. Sin embargo, eso no era de su incumbencia. La chica entró en la amplia sala, en la cual había varios sillones acomodados frente a una mesita, algunos cuadros y fotografías colgaban de la pared, una televisión de plasma, y al fondo un imponente escritorio, donde una mujer de edad mayor se encontraba sentada con ambas manos puestas en su frente como si se quisiera librar de un dolor de cabeza.
―Qué voy a hacer con él ―susurró muy levemente, pero Alice entendió lo que quiso decir pues pudo leer sus labios.
―Directora ―habló Farrés, la mujer le dirigió la mirada, y después la posó en Alice―. Ella es Alice Hatsune, nuestra nueva estudiante.
La mujer le dirigió la mirada ahora a ella, la inspeccionó descaramente de arriba hacia abajo sin mostrar expresión alguna, para después apoyar su barbilla en su puño cerrado. Después de unos breves instantes sonrió. Pero una fracción de segundos antes a Alice le pareció ver que se formaba una mueca de… ¿asco? No estaba muy segura de eso, pero Alice no sabía que la mujer de verdad había pensado en ella como algo repugnante.
―Oh Alice, querida ―habló con total libertad, como si se conocieran de toda la vida―. Soy la directora del Instituto Sweet Amoris, Grettel Hammilton. Toma asiento por favor ―y le señaló un par de sillas que se encontraban delante del escritorio.
La chica obedeció mientras que el señor Farrés buscaba entre una de las gavetas que estaba en un lado de la sala una carpeta, la cual se la extendió a la directora. La mujer se colocó sus gafas y empezó a leer con detenimiento.
―Alice Hatsune. Edad 16 años. Padre japonés, oficio Panadero. Madre inglesa, oficio Estilista. Estudiante aplicada. Calificaciones perfectas. Sin antecedentes penales. Estudió en escuelas públicas, pues su nivel económico no le permitía algo mejor, aunque es 100% capaz de hacerlo ―leyó mecánicamente―. Vaya, no te pareces nada a la fotografía que nos mostraron tus profesores ―le mostró la citada imagen, en donde ella aparecía con su look antiguo, su largo cabello lacio hasta la cintura sin teñir, completamente negro. Claro, esa fotografía se la habían tomado justo antes de que diera el cambio de ahora. Alice no sabía que contestar, y no tenía ganas de explicar el porqué de su cabello rosa, así que sólo dio una sonrisita falsa, lo que bastó para que la señora Hammilton no inquiriera en eso―. Es un gusto tener a una estudiante así en nuestro instituto.
Pues a mí no tanto, pensó responderle, pero se limitó a dar otra sonrisa falsa.
―Veo que estás de acuerdo. Y no es para menos. Oportunidades como estas son únicas en la vida, y fue una sabia decisión que hayas aceptado.
Todo el mundo me lo ha repetido últimamente, pensó.
―Sí, lo fue ―contestó, de nuevo con una sonrisa falsa.
―Mañana mismo tendrás un día ocupado ―habló ignorando el comentario de Alice―. Es domingo, por lo que aún no tendrás que asistir a clase, pero tendrás que instalarte en tu nueva residencia. El lunes a las 8:00 am empiezan las clases, aquí tienes tu horario ―le dijo extendiéndole una carpeta―. El uniforme y los libros de texto se te darán en el transcurso del día de mañana. Por ahora te recomiendo que descanses pues debes venir bastante agotada. El señor Farrés te guiará a tu residencia. Puedes retirarte ―concluyó. La chica asintió, se levantó e hizo una pequeña reverencia típica de cualquier japonés.
―Oh no, querida ―volvió a hablar con un tono bastante hipócrita―. No tienes que hacer eso―, le dijo refiriéndose a la reverencia―. No es necesario. Ya no estás en Japón ¿sabes? ―concluyó con una sonrisa maliciosa.
―No volverá a suceder ―sonrió por última vez falsamente, ya que para sus adentros estaba hecha una furia. Desde el momento que entró no le había agradado esa persona, ni su tono de voz, ni sus comentarios claramente ofensivos pero disfrazados con propiedad y buenos modales. Ahora creía comprender un poco la reacción del chico pelirrojo. Salió de la sala siguiendo al señor Farrés, y caminaron por el mismo pasillo por el que habían entrado. Le sorprendió ver que el desastre que se había causado, los floreros rotos, ya no se encontraba. Es más no había indicios de que algo así hubiese pasado, y dichos floreros había sido sustituidos por nuevos. Raro.
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En la entrada de edificio les esperaba otro automóvil, pero esta vez era una Mercedes de color negro. Igual que con el primer carro, estaba dos hombres uniformados y con gafas negras. Uno de ellos abrió la puerta en la que entró el profesor Farrés, y después Alice, mientras que el otro tomaba el asiento de conductor. Ahora se dirigirían a un destino desconocido para ella. No había pasado ni media mañana y ella ya estaba exhausta. Había tenido suficiente para un solo día; su vida había tenido un cambio radical: de abandonar a su cálida familia y amigos que la querían por lo que era, a llegar a una sociedad extraña que le exigía mucho más de lo que se imaginaba, siempre dando sonrisas frías y fingidas.
Y eso era tan sólo el comienzo. Sólo esperaba que esos tres años transcurrieran rápidamente.
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