Después de recordar sus terribles sueños, Kano se levantó de la cama. Avanzó hasta su cómoda, donde guardaba trozos de lo que algún día fueron momentos felices. Fotos del día de la llegada de Mary a la Mekakushi Dan, algunas de Ayano con Kido, Seto y él, los rotuladores que usaban para jugar a ser héroes... Finalmente que encontró lo que buscaba.

La bufanda de Ayano. Era del mismo color que los rotuladores. No sabía realmente por qué la guardaba. Cada vez que la miraba solo provocaba que un terrible dolor presionara sus pulmones con fuerza.

Caminó hacia el baño, aprovechando que todos estaban fuera y no podrían oirle. Kano se sentó en frente del espejo, con la cabeza baja, solo dirigiendo su mirada hacia la bufanda.

―Ha pasado tiempo ― Comienza a susurrar.

―Ya hace un año desde que te fuiste. Han pasado tantas cosas... Hay muchos miembros nuevos, ¿sabes? Kido hace de hermana mayor con todos y se encarga de mantener el orden. Seto suele estar con Mary, haciendole compañía, y los chicos nuevos parecen estar contentos con nosotros. Han ido a ver tu tumba, pero me he quedado en casa para hablar contigo. Espero que no te moleste, sabes que te visito siempre que puedo ― Hace una pequeña pausa.

―Últimamente tengo muchas pesadillas que me recuerdan cosas pasadas. Me da miedo que toda esta felicidad se vaya, por lo que me preocupo tanto que me cuesta disfrutarla ―

Suspira.

―También están los recuerdos. Duelen tanto que es difícil soportarlos, y cada vez más

Hahaha... Es gracioso... Por muchas ganas que tenga de gritar y llorar, esa estúpida sonrisa sigue ahí.

La odio. Odio todas estas mentiras ―

Kano levanta la mirada hacia el espejo, y vuelve a ver la máscara que cubre su cara. Una máscara que le impide demostrar sus verdaderos sentimientos. Baja la cabeza rápidamente, antes de seguir viendo aquello.

―Duele mucho, Onee-chan. Es imposible para mí soportarlo yo solo sin compartirlo con nadie. No es tu culpa. Tú tampoco querías que se preocuparan por ti. Me he acabado conviertiendo en el monstruo que odié durante tantos años. Un estafador que ya se ha cansado de sus propias mentiras. ―

Comienza a acariciar cuidadosamente la bufanda, tanto como si se fuese a romper de un momento a otro.

Dejandola sobre sus rodillas, abrió uno de los cajones del mueble que tenía delante. Sacó el objeto que estaba guardando. Lo encontró hace unos días en la habitación de uno de los chicos nuevos, y lo guardó, bastante extrañado.

―Quise ocultarlo todo, y ya no puedo más. Es muy duro. Siempre decías que el rojo es el color de los héroes, pero desde que te fuiste, verlo en mis ojos solo significa dolor. He tratado de ser tan fuerte como tú lo fuiste, pero parece que mis fuerzas ya han llegado a su límite ―

Sostiene el arma en su mano derecha con fuerza. Acto seguido, dirige la pistola hacia su cabeza. Entonces todas esas voces que le molestaban continuamente volvieron a él, inundando su mente de recuerdos y más dolor.

Sigue mintiendo. Repetían una y otra vez.

―He sido todo lo sincero que he podido contigo. Siento no haber podido serlo antes. Siento no poder mantener nuestra promesa. Siento ser tan cobarde ―

Hace una pequeña pausa.

―Sé que podéis aguantar sin mí.

Ojalá algún día podáis perdonarme... ―

Bang.

Antes de que su mirada se escureciese para siempre, tuvo el valor para alzar una última vez la vista hacia el espejo.

Por primera vez en años, pudo ver lágrimas en su rostro. La máscara se había roto completamente. Por fin, aquellas insoportables voces cesaron, dejando su mente alejada de gritos, y con el tranquilo y deseado silencio que Shuuya había estado buscando desde hace tanto tiempo.