Anécdota cruel: ¿Qué puedo decir en mi defensa sobre esto? ¡Veamos! Se podría decir que me fascina salirme de mis propios estándares y romper mis propios clichés. En otras palabras: dar un descanso a los buenos y una oportunidad a los malos. No quiero encasillarme en Jōnouchi, Yura, Yugi, Kaiba y demás. Suficiente protagonismo y atención— en lo que respecta a Yugi, Jono y Kaiba— le hemos dado ya. ¿Qué busca una ficker de la calaña de Katsura, que no redacta nada sin adjuntar un Emoji de corazones o no para de escribir cosas bonitas y fáciles de digerir, explorando la mente retorcida de Gozaburo Kaiba? ¡Inesperado, sí señor! ¡Muy inesperado! Pero esa es una de mis características principales por mi condición de Tripolar xD, además, pienso que ahí yace el verdadero arte de un escritor: cuando es capaz de aislar sus propios preceptos para plantear otros que en nada tienen que ver con él. Es como adherirse a la piel de alguien más y contar las cosas desde su visión. ¿Qué si me he inspirado en algo para esto? Pues no, la verdad me nació de golpe. Pero, en medio del proceso creativo, releí el fic "Querido hijo" de MagiDulkenheit para darme apoyo moral. (?) ¡Se los recomiendo al 100%!
¿Qué si los amo un montón? ¡Tanto como a Jōnouchi Katsuya! ¡Y agradezco sobremanera las lecturas, votos y comentarios que decidan regalar a esta locura!
¡Les amo!
Gozaburo: Antes de que vengas a usarme de inodoro y echar mierda sobre mí, déjame decirte, fujoshi hipócrita, que tú has fraguado contra Seto un mal mucho peor que el mío: lo conviertes en zoófilo al emparejarlo con un perro. Así que piénsalo dos veces antes de insultarme en este escrito, porque sé que lo harás, pequeña ilusa.
I. Ajedrez
El movimiento diagonal del alfil me seduce.
Me induce a posar las yemas en torno a su cabeza, deslizarlo casilla por casilla hasta comparecer ante el rey. El Jaque Mate definitivo. Sin embargo, las victorias rápidas me saben a vino amargo, y solo un rey puede y debe destronar a otro. Ceñido a ese precepto, rechazo el movimiento diagonal del alfil, para en su lugar extender la partida con el trayecto del caballo.
Tres turnos me separan de la victoria, cuadros en el tablero que llevo contados en mi cabeza, pero alargar los minutos de incertidumbre al enemigo me hace recordar el sabor del tabaco, que al inhalar y exhalar del puro me proporciona un éxtasis indecible.
Dos turnos, y la gloria se acerca. Puedo olerla en el efluvio a sudor que emana mi adversario, puedo verla a través de sus ojos rígidos en el tablero, puedo sentirla en mis dedos cosquillosos, ansiosos por movilizar la pieza, y puedo saborearla en mi boca con un Jaque Mate en la punta de la lengua.
Mi oponente vacila, como si se debatiera entre hacer la jugada o anunciar su derrota. No, no te rindas, pequeña larva, si lo haces no podré disfrutar mi coñac a gusto cuando este partido absurdo termine. Eso es, anda, arrástrate a los pies de mi rey.
Entonces, en una brecha de tiempo para mí suspendido en el aire, escucho brotar de mis labios esa palabra tan mágica como el placer que invade al hombre cuando derrama su esencia en el vientre de una mujer.
—Jaque Mate.
El público estalla en ovaciones, la prensa enfoca mi rostro y en una semana mi nombre perdura en los titulares como el campeón invicto de ajedrez a nivel internacional. La recompensa por el mérito es en realidad un cero a la izquierda ante las cifras que en mi cuenta bancaria figuran a la derecha, mas ninguna supera el valor de mi orgullo enaltecido. Es al preciso aquel miramiento lo que me indujo a participar en el torneo.
El apellido Kaiba no debe yacer por debajo del de nadie.
Supongo que mi asistente de Relaciones Públicas toma esto último demasiado a pecho en ámbitos no tan apabullantes.
—Señor Kaiba, le garantizo que esta donación al orfanato será para sus finanzas como adquirir un terreno al costo. Por no ahondar en detalles de cómo la audiencia general proclamará su figura un ejemplo a seguir— puntualiza, mientras nos conducimos al referido lugar en mi limusina.
—Supongo que no está mal arrojar un poco de piltrafa a los buitres hambrientos de carroña, ¿no? —Me sumo a su opinión en sentido figurado, a su vez dando la última calada a mi puro—. Después de todo, es eso lo que quieren: algo de qué hablar y con qué saciar su hambre de habladurías. ¡Y luego dicen que los ricos no somos generosos con el necesitado!
Mi subordinado celebra el chiste con risas que a leguas distingo forzadas. Llegando al destino prefijado y vertidas las cenizas de mi puro en el cenicero puesto en el reposabrazos del asiento, emito mi sentencia al respecto con un pie fuera de la limusina.
—Es bueno saber que no te pago por celebrar mis chistes, Fukushima, porque entonces tu trabajo sería darle de comer a los gusanos del vertedero.
Desternillándome por imaginar su rostro, accedo al tour en agenda con el director del orfanato. Agradezco la escenita de Fukushima, pues no hubiera sido capaz de fingir la sonrisa que dirigí a las cámaras cuando entregaba los juguetes a estos mocosos desamparados.
Dos primicias en apenas una semana. Espero que con esto los medios hagan su agosto, tampoco soy un programa de beneficencia para estarle facilitando dinero a cada rato. Hastiado con tan solo pensarlo, ordeno al director que me despida de los niños. Luego de acatar mi mandato, se dispone a encaminarme hacia la salida. Brioso camino en el pasillo lateral a la puerta principal, allí me aproximaba cuando un huérfano de pelo castaño y vidriosos ojos azules se interpuso en nuestro recorrido.
— ¿Qué deseas, niño? ¿Un autógrafo acaso? —Le inquiero, matizando mi voz entre burlona y hosca.
— Debes adoptarnos, a mi hermano y a mí. — Así noto la presencia del infante con pinta de debilucho a sus espaldas. ¿Qué se piensa este niño? Su atrevimiento me causa gracia. ¿El personal no les habrá permitido ver televisión en esta semana? Es lo único que contemplo para justificar que no me identifique como el campeón invicto de ajedrez a nivel internacional.
— ¿Por qué haría algo como eso? — Procuro ser cortés en presencia del director, guardar las apariencias. No siempre me viene en gana, la verdad, lo hago porque estoy de buen humor—. Lo siento, niño, pero no estoy interesado en adoptar. Si gustas, puedes ir al salón principal, allá seguro encontrarás un juguete para ti. Ahora, con o sin tu permiso, procederé a retirarme. Los adultos tenemos tiempo que aprovechar.
—Debes hacerlo si te gano en una partida de ajedrez.
¿Tendré algún padecimiento auditivo o este niño insulso acaba de retarme? Reviento en carcajadas al verificar lo segundo.
— ¡Que niño tan interesante! Mira que desafiar al campeón a nivel internacional. —Lo iluso de este crío sí que me divierte—. Mírame bien, pequeño descarado, ni siquiera en toda la vida que a lo mejor te reste por vivir lograrías vencerme.
—Se ve usted muy seguro, señor. — ¡Canijo insolente! ¿Por quién me toma para izar de manera engreída sus comisuras en una sonrisa socarrona? —En ese caso, ¿por qué no acepta mi desafío? ¿Acaso teme perder contra un niño como yo?
Debo recalcarlo, ¿qué mierda se cree este niño? No obstante, se crea quien se crea, es imperdonable tentar contra el orgullo de un Kaiba, y se lo haré saber con una derrota que más nunca podrá desechar en su memoria.
—Visto que tengo muy buen humor el día de hoy, aceptaré tu reto, niño. Si de milagro aclamas la victoria, se hará conforme a tus palabras. —Considerando, además, que llevarlo a efecto me tomará breves segundos, solicito al director ubicarnos en un espacio cerrado. Ni por todos los yenes del mundo deseo revivir el hastío del resto de los niños si se les convoca por espectadores.
El infante— cuya nomenclatura no me interesa conocer—, conserva su porte altivo incluso una vez frente a mí.
—Muéstreme la habilidad que le llevó a sostener el trofeo tal cual quedó plasmado en los periódicos.
—Será un placer.
La partida inicia con un movimiento lineal de mi peón negro, y al ceder el turno, me descoloca reconocer la jugada.
Ha sido la misma que la mía.
¿Pretende copiar mi estilo de juego?
¡Chiquillo malparido!
El secreto de un invicto no es ganar con la misma técnica, sino tener varios ases ocultos bajo la manga. Pienso demostrárselo con el siguiente trazo de mi alfil, pero él se me adelanta con un diestro movimiento de su caballo.
Escondo mi rabia tras las cejas fruncidas.
Lo que más aversión me suscita de este niño no es que copie mi estilo de juego, sino que lo haga con tal desenvolvimiento que mis propias jugadas sean impredecibles y revesadas en mi contra. Es como tener un espejo frente a mí: devuelve mi propio reflejo.
¡Mi propio reflejo y una mierda!
Debo ganar. Debo oler la victoria en su sudor, verla a través de sus ojos rígidos en el tablero, sentirla en mis dedos cosquillosos y saborearla dictando un Jaque Mate definitivo. Efervescente debido al próximo emplazamiento de mi ficha, una vez concedido mi turno, me dejo seducir por el movimiento diagonal del alfil que enfrente a mi último adversario había preferido rechazar, y entonces, en una brecha de tiempo para mi suspendido en el aire, la palabra tan mágica como el placer que invade al hombre cuando derrama su esencia en el vientre de una mujer, se convirtió en un tizón encendido que estampó la derrota en mi piel.
—Jaque Mate.
Hipnotizado por la ubicación del caballo, no reparé la favorable colocación del rey. La misma jugada que me había dado la victoria me la arrebató.
¿Quién es este niño? ¿Cómo puedo definir el sentimiento que se calca en sus ojos?
Solo un rey puede y debe destronar a otro. Y por eso, cuando me pongo de pie, la pregunta no es entonces quién es este niño.
Sino a quién haré yo de él.
