Disclaimer: El señor de los anillos es una creación de J. R. R. Tolkien
Hola, gracias por entrar n.n
Es el primer fic que escribo basándome en un libro, por lo que carece de todo mérito. Creo que uno nunca empieza escribiendo, sino balbuceando.
La siguiente escena se dibuja en mi imaginación con una carga de emotividad que no he conseguido plasmar en palabras, como suele ocurrir, pero sí con el cariño que le tengo a cada uno de estos maravillosos personajes. El título, por si no logran recordarlo, son algunas de las palabras con las que Galadriel se despide de Aragorn cuando la Compañía parte de Lothlórien.
Disculpen por los posibles fallos que puedan encontrar y gracias por leer n.n
En uno de los caminos de donde no se vuelve
El lugar todavía le parecía difuso, como si estuviera y como si no estuviera. Ignoraba cuánto llevaba transitando por esos parajes y todavía le costaba acostumbrarse. En ese pliegue de la realidad, que ya no es la realidad, Frodo caminaba por fin con el corazón liviano, sin sombras, a salvo del miedo, del dolor y del tiempo.
Ese día, ese instante o ese indefinible tramo de su nuevo acontecer, los pies lo llevaron por rumbos desconocidos. Se divirtió íntimamente al recordar un viejo consejo de Bilbo, y aunque miró por dónde pisaba, en verdad no le importaba mucho hacia dónde se dirigía. Una pequeña compensación para el viajero que había sido antaño.
De pronto divisó una brumosa figura dirigiéndose a su encuentro. Uno de la Gente Grande, uno que tal vez hubiese conocido.
-Frodo –saludó aquél una vez que lo tuvo frente a sí.
Detenidos en medio del camino, se toparon cara a cara después de un tiempo que ya ninguno de los dos podía medir.
-Boromir –repuso el hobbit, asombrado, observando a su antiguo compañero de viaje como si hubiese emergido de algún extraño sueño.
El guerrero le sonrió. Una sonrisa clara, pacífica, una sonrisa libre de dudas.
-Agradezco al camino que me ha conducido hasta ti una vez más –dijo-. Celebro tus pasos y mis pasos que nos han reunido, celebro el milagro que se nos ha concedido y estas palabras que nos acercan de nuevo, aunque fuese por última vez.
Entonces Frodo lo abrazó. Se aferró a su cintura como un niño, como el niño emocionado que ha recuperado aquello que le era más querido, y que un día había perdido. Lo estrechó con fuerza, a salvo del dolor, aunque no de las lágrimas.
Boromir le correspondió con dulzura. Después, sin decir mucho más, se sentaron juntos en una colina a observar en derredor, a respirar la indefinible calidez del aire. En mutua compañía, sanando, siendo amigos otra vez. Hasta que Frodo se quedó dormido.
Con gran delicadeza, Boromir acomodó la ensortijada cabeza sobre su regazo. Luego, resguardó su reposo tranquilo. Durante un infinito instante fueron lo que debieron haber sido, o lo que el destino les escatimó, y completaron aquello que les faltaba. Reponiéndose del pasado, aliviándose en el olvido. El viejo nudo en el corazón se les deshizo en el sueño y en un simple gesto.
Cuando Frodo despertó, contempló a su amigo ya sin asombro. ¿Quién otro que un amigo iba a velar por él? Boromir estaba allí, Boromir lo cuidaría, y por eso todo marcharía con bien.
Cuando el guerrero desapareció, Frodo permaneció allí un rato más, contemplándose las manos. Ya no volverían a verse pero, de algún modo, continuarían viajando juntos.
Las lágrimas volvieron a agolpársele en los ojos. Ojalá los demás los hubiesen visto... También él se sentía agradecido, también él tenía algo que celebrar. Por fin la Compañía estaba completa.
