Gracias a mi koibito, por su entusiasmo y apoyo en el desarrollo de esta historia.
Inspirada libremente en la película El día del fin del mundo (1980) (también conocida como Al final del tiempo), protagonizada por Paul Newman y Jacqueline Bisset entre otras estrellas.
AVISO: Actualizaciones sin periodicidad fija.
DESCARGO DE RESPONSABILIDAD: Skip Beat no es mío, porque si lo fuera, las cosas serán bien distintas…
VOLCANO
HOY
La tierra rugió y el suelo se movió bajo sus pies. Los grandes ventanales estallaron casi a la vez y arrojaron una lluvia de pequeños puñales de cristal al interior del salón comedor, y jarrones, cuadros, lámparas caían al suelo mientras un susurro atronador que parecía proceder de la misma isla se mezclaba con los gritos de los huéspedes.
Puede que ella también gritara, pero no está segura… Kyoko siente el miedo convertirle en hielo las entrañas cuando, más allá del caos de gente que huye sin saber adónde, ve alzarse a lo lejos, allí donde antes dormía el volcán, la columna de humo, negra y viva, salpicada de rayos como si llevara consigo la tormenta.
Alguien la empuja y Kyoko cae golpeándose un hombro con una mesa, que arrastra en su caída, y la loza y las copas se hacen añicos contra el suelo, mientras la tierra seguía rugiendo. Kyoko trata en vano de ponerse en pie en medio del aterrorizado bosque de piernas a punto de pisotearla. Alguien tropieza con ella y vuelve a caer y cada nuevo intento tiene el mismo resultado. Kyoko entonces se desliza como puede bajo la mesa caída y minúsculos fragmentos de cristal se le clavan en las palmas, dejando puntos rojos sobre el blanco del mantel, y se acuartela allí, escondida bajo su improvisado dosel con las piernas dobladas y abrazadas contra su pecho, como si fuera una niña pequeña asustada —lo está—, esperando el momento en que la gente deje de correr, de gritar, o se vayan, o algo, lo que sea… La tierra tiembla, y su corazón también.
Y mientras el mundo se cae a pedazos, ella no puede dejar de pensar que las últimas palabras que le dijo fueron de ira, de enojo, y que no quisiera morirse así, con el dolor de sus ojos clavado en el alma…
Dos brazos se cuelan bajo la tela de su precario refugio y tiran de ella hasta ponerla en pie. Su gritito de sorpresa es sofocado por el abrazo inesperado. Y Kyoko sabe que es él…
Y así, con el latir enloquecido de su corazón bajo su oído, el miedo parece menos miedo, como si su magia de antaño creara una burbuja de sosiego que los aislara del pánico, del ruido, de los gritos, porque nada ni nadie puede tocarlos…
Pero él deshace lentamente el abrazo y se separa de Kyoko, colocando las manos en sus hombros para mantenerla en pie, para mantenerse él. Porque las manos que la sostienen aún tiemblan y un estremecimiento de alivio sacude el pecho de este Tsuruga Ren de ojos verdes.
—¿Vendrías conmigo? —pregunta él, con la respiración acelerada, como si hubiera estado corriendo, o como si tuviera miedo. O como si esperara el aire en una respuesta.
—Hasta el fin del mundo, Corn… —responde ella. Y lo dice en serio. Ya no hay espacio para resentimientos, ni para preguntas ni reproches, simplemente porque ahora ya no importan.
Él cierra los ojos un momento cuando se oye llamar por su viejo nombre, después deja caer las manos de sus hombros y le dedica una sonrisa triste.
—Eso podría ser hoy, Kyoko-chan… —le dice, y ella podría jurar que mil palabras yacían enredadas en su nombre. Kyoko-chan, Kyoko-chan…
—Pues entonces con más razón… —replica ella, buscando su mano y entrelazándola con la suya.
Su mano en la suya, eso, eso es lo único que importa.
Y con una mirada que sabe a despedida y a principio, comienzan a correr.
