Introducción de la autora.
He decidido poner este texto que véis aquí arriba no por presuntuosidad ni ganas de parecer profesional, sino para indicaros que me voy a enrollar más que un taco y que esta no es la historia, por lo que si no tienes ganas de andarte con rollos entonces ve directamente a lo que te interesa. Gira, gira la ruedecita.
Tenía que decir que esta historia es muy importante para mí. Llevo escribiéndola un año, con sus respectivos esquemas y resúmenes, editando los capítulos tantísimo que creo que ya no se parecen ni de lejos a la versión original, aunque he de reconocer que ni está acabado ni perfecto, sobre todo lo último. No pensaba hacerlo fanfic, pero necesitaba un aliciente en el cual construir la historia y... bueno, el Pones es con lo que más me familiarizo y lo que más me gusta escribir, así que no me pareció mala idea.
Todo esto surgió por un Big Bang. No, Dios no se tiró un pedo y de ahí se creó el fic, así se llamaba el festival de fanfics en el fandom de McFLY Spain, pero como se canceló a mí me entró la pereza y, como no tenía ninguna motivación extra, detuve la historia. Pienso continuarla y pienso terminarla, por supuesto, por eso mismo la cuelgo. Me siento extraña sacándola del más profundo interior de mi cochambroso ordenador más jodido que el futuro de Justin Bieber (Realmente el pobre chiquillo es un blanco fácil para cualquier chiste) para enseñarla aquí. No es una maravilla y siento que es bastante imperfecta, pero le he puesto mucho empeño y... bueno, aunque no se quede más que en intento, me quedo más tranquila sabiendo que al final la he acabado utilizando.
Colgaré cada lunes, un capítulo por semana, así me obligaré a mí misma a seguir la historia por donde la dejé. No espero un gran recibimiento de la historia ni comentarios, de hecho os voy a ser franca: jamás me importaron los reviews, soy más feliz cotilleando desde mi cuenta el número de personas que han visitado y han seguido la historia. Eso sí, si alguien tiene alguna crítica u opinión que quiera compartir... Oye, a nadie le amarga un boniato.
Espero que os guste tanto como a mí me llena escribirla. Y que si os resulta un coñazo al menos tengáis la Game Boy a mano.
Vivir es fácil con los ojos cerrados.
1
Cause the hardest part of this is leaving you.
Cancer, My Chemical Romance
Unos golpes secos me hicieron alzar la mirada de mis piernas. Observé la puerta blanca del cuarto de baño con gesto impasible mientras una voz se colaba a través de ella.
—¿Estás ahí, Dougie? Papá ya ha llegado. Tenemos que irnos.
Ignoré a mi hermana y volví a refugiar mi rostro entre mis piernas, encogiéndolas aún más mientras suspiraba profundamente, irritado.
No me podía creer que mi hermana aún estuviese dispuesta a tratar con el apelativo «papá» a aquel hombre que nos abandonó hacía tres años para mudarse al pueblo de Scarborough con su amante veinte años menor que él, dejándonos a nosotros hasta el cuello con las hipotecas y las deudas. No me importaba que hubiese vuelto para ayudarnos con nuestra nueva situación, lo había hecho sólo porque se sentía espiritualmente obligado. El canalla no se sentiría cómodo sabiendo que mi madre se estaba muriendo y él, borracho de dinero gracias a que ya no tenía que mantenernos, no había hecho nada al respecto.
Le odio. Odio que se crea que somos su ONG particular.
Cerré los ojos, cansado, deseando que no se vertiese ninguna lágrima más. Estaba harto de lloriquear por cualquier cosa que me ocurriese últimamente, pero es que parecía que se avecinaba una desgracia tras otra, por lo que no me dejaban un maldito respiro por el que no gimotear como un cervatillo asustado.
Apreté los puños cuando volvieron a llamar a la puerta, enfurecido. Levanté la mirada sintiendo como si una escorrentía de sangre hirviendo subiese por mi garganta de tanta rabia acumulada que tenía cuando grité con la voz quebrada:
—¡Ya te he escuchado, Jazzie! ¡Déjame en paz de una vez!
Sin embargo, una voz más dulce, suave y calmada me respondió a través de la puerta:
—Cariño, ábreme, por favor. Quiero hablar contigo, si me dejas.
Y como si del sonido melodioso de un arpa se tratase, relajé los hombros y toda mi rabia se disipó, dejando paso a un sentimiento de tristeza infinita que se instaló en mi garganta.
Una de las cosas que más me gustaban de mi madre era que me trataba como a un igual, y no como a un crío de dieciséis años imposible de tratar, tal y como era en realidad.
Me incorporé y quité el pestillo de la puerta, sintiendo las lágrimas agolparse de nuevo en mis ojos cuando observé a mi madre, o lo que quedaba de ella.
El espectro de lo que un día fue una mujer sana de cuarenta años me dedicó una sonrisa nostálgica. Cubría su menudo y escuálido cuerpo con un camisón beige, me observaba con sus ojos grises apagados adornados por unas profundas ojeras y lucía un gorro de lana gris que ocultaba su rapada cabeza. Yo era bastante bajito, por eso el hecho de que mi madre pareciese tan poquita cosa a mi lado me hacía sentir especialmente mal, sobre todo al pensar que ella probablemente se habría levantado de su cama únicamente para hablar conmigo.
—¿Esto es que sí me dejas estar contigo?
Apreté los labios conteniendo las lágrimas y cogí de la mano a mi madre para introducirla con delicadeza en el cuarto de baño y cerrar la puerta tras de sí, llevándola hasta la taza del inodoro para que se sentase y colocándome en el borde de la bañera, aún sin soltar su mano. Agaché la mirada, clavándola en sus huesudas rodillas para no tener que mirarla a los ojos.
—Hijo... sé que esto es difícil. Es muy duro para todos nosotros, pero tienes que comprenderlo. No puedo llevaros conmigo.
Me mordí el labio inferior y cogí aire de forma temblorosa, entrelazando nuestros dedos.
—Mamá... Quiero ir contigo. No quiero dejarte sola.
—Cariño, no estaré sola.
—¿Qué insinúas? ¿Acaso ir con ese hijo de puta no es lo mismo que estar sola?
Parpadeé y alcé la cabeza, conectando miradas. Mi madre se relamió los labios, realmente apenada, y yo moría un poquito por dentro cada vez que la veía así por mi culpa.
—Dougie, tu padre ha hecho cosas malas en el pasado, pero está intentando arreglarlo. Además, también estaré con tu tía. Es mi última oportunidad, cielo, todos lo sabemos. Tengo que ir con él a esa clínica privada de Norteamérica.
—¿Por qué tan lejos? ¿Por qué no aquí?—pregunté desesperado. Mi madre suspiró débilmente y negó con la cabeza.
—Doug, la enfermedad está muy avanzada. Las clínicas en Londres no son tan buenas en estos casos como las de Estados Unidos. Es un viaje largo, pero creo que merecerá la pena. Y no quiero que me veáis en estas condiciones. No quiero que os preocupéis, estaré bien.
—Pero... ¿Y si no... y si no llegas a...?
Tragué saliva, intentando contener el dolor guardado en frasquitos de cristal.
Tiempo. Qué medida tan absurda y relativa con la que destruir nuestra vida, ¿verdad? Un día puedes estar tranquilamente cocinando en tu casa, desmayarte al segundo siguiente, y enterarte pocas horas después de que sufres de un tumor cerebral.
Mi madre sonrió de una forma extremadamente dulce mientras acariciaba mi cabellera morada con sus delgados dedos a la vez que yo temblaba por no ser capaz de dejar de llorar.
—Dougie, no podéis venir conmigo. Ni tú ni Jazzie. No quiero que sufráis por mí... por eso tenéis que iros este verano a Scarborough con la mujer de tu padre, ¿vale? Despejaos, estaré bien. Tranquilo, tesoro, ya verás como todo se arreglará.
Quise decirle que cómo se atrevía a prometerme que todo iría bien cuando ambos sabíamos que lo más probable fuese que no. Tenía dieciséis años, no era idiota. Quise explicarle que me mataba la idea de no poder compartir ese sufrimiento con Harry Judd, mi único amigo capaz de acompañarme en una situación como aquella, porque me iba a cinco horas de Corringham, la ciudad en la que vivíamos. Quise contarle que no me lo perdonaría nunca en la vida si ella fallecía y esa fuese la última vez que la veía...
Sin embargo, me limpié las lágrimas y esbocé una sonrisa para que ella se tranquilizase y creyese que estaba de acuerdo con ella. No quería hacerla sufrir aún más.
—Te echaré de menos, mamá. —contesté con la voz rota. Ensanchó su sonrisa con los labios agrietados y levantó lentamente los brazos. La rodeé con los míos, escondiendo mi rostro en su cuello y apretando fuertemente los ojos para no ser n niño débol. —Te quiero...
—Yo también. Te prometo que nos volveremos a ver muy pronto, cariño. —me estrechó una vez más y se separó de mí, llevándose las manos a la nuca y desabrochándose la joya que rodeaba su cuello. Me cogió una mano y la posó encima de ella. Observé mi palma y cogí el collar, contemplando la inscripción de la placa metálica; Heaven for everyone. Volví a llorar en silencio, respirando pausadamente para no darle mucha importancia a aquella reacción.
—Quiero que te la quedes. —comenzó diciendo mi madre. —Es un collar que representa mucho para mí, por eso quiero que me lo devuelvas cuando volvamos a vernos.
Detuve las lágrimas saladas con el dorso de mi mano y sorbí por la nariz asintiendo con la cabeza y sonriendo, colocándome el collar alrededor del cuello. Mi madre me dio unas pequeñas palmaditas en la rodilla, instándome a mirarla.
—Ahora sal del cuarto de baño y baja las maletas al coche con tu padre, por favor. Yo iré con la tía Julia a Londres para coger el avión.
Asentí con la cabeza cual niño obediente aunque irme con mi padre fuese lo último que desease en la vida. Me incorporé, ayudé a mi madre a ponerse en pie y la llevé hasta su habitación para que terminase de empaquetar sus cosas. Yo hice lo propio en la mía. Solo había hecho una maleta, pues me mantenía reacio a acompañar a mi padre ya que creía que finalmente convencería a mi madre y lograría irme con ella, así que cogí otra más formando un barullo de ropa dentro de ella. Seguramente después me arrepentiría de haber metido tan poca cosa, pero era algo a lo que no le veía suma importancia en un momento como aquel.
Agarré mi equipaje y caminé junto a mi madre hasta la entrada, donde mi padre esperaba apoyado en su coche con las manos en los bolsillos y mi hermana a su lado. Jazzie se separó del coche en cuanto vio a mi madre bajar las escaleras de la entrada y la estrechó en un fuerte abrazo. Pasé de largo mientras se despedían y fui a saludar a mi tía, que esperaba un coche más atrás que mi padre para llevarse a mi madre. Si había algo que me gustaba de mi tía era que a ella le agradaba mi padre tan poco como a mí.
Terminadas las despedidas, volví a abrazar a mi madre y me monté en el asiento trasero del coche al otro lado de Jazzie, a pesar de que mi padre había abierto la puerta del copiloto para que me sentase junto a él. Suspiró y se metió en el coche, arrancando el motor. Antes de que pudiese entablar ninguna conversación conmigo me puse los cascos estéreos y encendí mi mp3 para aislarme de todo. Music on, world off.
Ignoré los murmullos de Jazzie a través de las canciones que escuchaba durante la primera media hora de viaje y me concentré en mi madre y en el tiempo que le quedaba. Era injusto lo que le estaba ocurriendo justo a ella. Alguien le había dado la vuelta a su reloj de arena, haciéndolo correr más deprisa.
Todos tenemos nuestro propio contador, lo que no sabía era que el suyo había decidido adelantarse…
Aunque daba igual cómo de rápido corriese su reloj. Puede dejar caer arena, sal o azúcar, pero después de todo siempre acabará llevándote al mismo sitio. Siempre la misma mierda. Como su reloj, como mi reloj. Como el tiempo en sí, que nos acorralaba a cada uno de una forma amarga y cruel, de cualquiera de las maneras. No importa cuánto tarde, siempre conseguirá lo que quiere: a nosotros.
Y entonces, aquel mismo día, la arena se tiñó de otro color.
