Hace muchos años, en una tierra lejana, existió una dulce niña, con el cabello negro como el carbón, y los ojos color azabache. Su nombre era Regina.
A Regina le encantaba andar a caballo; amaba a su padre, quien le enseñaba todo lo que sabía sobre ellos; su madre por otro lado era un asunto diferente. Regina amaba sin duda a su madre, sobre todo cuando ésta le enseñaba a cocinar, pero detestaba profundamente cuando usaba su magia, porque, según como lo veía Regina, nunca era para algo bueno.
El tiempo pasó y la dulce niña se convirtió en la joven más bella de todo el lugar, por lo que los muchachos del pueblo no tardaban en notar su presencia cada vez que su madre la mandaba por alguna razón.
Muchos jóvenes trataban de impresionarla y cortejarla, ya fuere dándole obsequios, o usando como pretexto su fortuna o su físico, pero la joven no cedía ante los cortejos. Su corazón aún no le pertenecía a nadie.
