Disclaimer: Kuroshitsuji ni sus personajes me pertenecen, desgraciadamente mi nombre no es Yana Toboso. Sólo me pertenece la historia y su trama.

Ya y! Por fin vengo a traer esto que había prometido hace... semaaaaanas

Espero que les guste.

¡A leer!


[1] Un favor.

Se bajó del carruaje y le extendió una mano para que hiciera lo mismo. Habló con el chofer para que les esperara afuera a lo que asintió con la cabeza.

Abrió la puerta y anunció su entrada.

— ¡Undertaker! —Exclamó utilizando sus manos para maximizar el sonido de su boca. De uno de los ataúdes, salió un hombre vestido con un traje de color negro, un sombrero del mismo color con una cinta bajando por uno de los lados y sus cabellos color gris cayéndole hasta por debajo de las caderas. A pesar de ser una persona muy… espeluznante, a Vincent no le sorprendió haberle visto salir de uno de los ataúdes.

— ¡Bienvenido, Conde~! —Saludó el enterrador. Su vista se centró en el hijo detrás de él y se sorprendió por el parche en el ojo del otro—. ¿Qué ocurrió en su ojo? ¿Se pichó con uno de los libros de estudio que tiene? —Cuestionó para, inmediatamente soltar en carcajadas. Para él podía ser gracioso, sin embargo, Vincent no le encontraba gracia en lo absoluto. Podía ser uno de sus mejores contactos, sin embargo, nunca lograba entender los significados ocultos tras su serie de bromas que ni-siquiera-los-dioses-lograrían comprender.

—No creo que eso le haya pasado. Estaba jugando en el jardín y el polen de una de las flores le cayó en el ojo. Tendrá que utilizar ése parche durante un par de semanas. —Mintió. Se aclaró la garganta, dispuesto a continuar el monólogo que hace un par de minutos estaba preparando cuando la pregunta fuera del tema -cortesía del enterrador- le interrumpió la línea de pensamiento—. Como sea, aquel no es el punto. ¿Ya le llegaron los cadáveres de las mujeres desaparecidas?

Undertaker asintió.

—Todas de ojos verdes y cabellos rubios si no mal recuerdo. —Le hizo una seña a Vincent para que le acompañase a examinar el cuerpo. Cuando abrió la tapa del ataúd sus ojos se abrieron con sorpresa—. Oh vaya —le sonrió Undertaker—, tal parece que ya lo notó.

—Se parece a… —no terminó la frase debido a que el enterrador le interrumpió.

—Lo mejor será no decirlo. Pero fue lo primero que pensé. Así que tenga mucho cuidado con su familia, no será que algo malo les suceda. Pues, hasta en las familias mejor acomodadas suceden cosas como ésta. ¿No le he advertido ya antes que cuide su vida, puesto que sólo tenemos una?

—De hecho, utilizó de referencia a las almas. —Recordó Vincent.

—Ambos son buenas referencias, conde. Por lo que le pido, cuídelas. —Su mirada se fue en dirección a Ciel, quien enarcó una ceja, visiblemente extrañado por el hecho de que los ojos del enterrador estuviesen clavados en su persona.

—.—

Ahora con sus poderes de regreso, todas las necesidades humanas que tuvo hace sólo un día, parecían absurdas para su cuerpo. Aunque, era difícil quitarse la costumbre de realizar todo tipo de cosas al tiempo que su organismo recuperaba fuerzas y sus sentidos se maximizaban. Pero… nada podía hacer.

— ¿Se encuentra bien, Amo? —Preguntó la pelirroja entrando en la habitación. Se sentó en un banco al lado de él y le observó con curiosidad a través de aquellas extrañas gafas (compradas para aparentar evidentemente), Sebastian asintió.

—Es extraño haber recuperado mis poderes tan rápido. Siento... que debí haber esperado un poco más de tiempo. Había algo en mí cuando era humano que ahora no puedo sentir… algo que no era vital. —Mey rin pareció comprender y asintió con la cabeza.

—Es normal que se sienta así Amo. Hace poco recuperó sus poderes y todavía no se acostumbra a ellos. No hay nada de especial en ser humano, además del hecho de saber que pronto morirás. —Sonrió un poco frente a la ironía.

Un silencio incómodo después de las palabras de ella.

—Supongo que estás en lo correcto. Sobre todo por el hecho de que has pasado por esto antes que yo… —le sonrió nerviosamente. Mey rin desvió la mirada.

La pelirroja decidió romper la tensión del ambiente.

—Bueno, creo que lo mejor que puedo hacer en este momento sería ir a buscar a Bard para avisarle que… —Cuando volteó a ver a su amo, se perdió en sus orbes de color escarlata. No recordaba que iba a decirle, puesto que el enorme abismo en los ojos de Sebastian la obligaron a caer… de una forma deseable pero a la vez lo contrario.

Antes de darse cuenta, su rostro se encontraba a centímetros del de su amo. Y, antes de darse cuenta, se encontraba degustando nuevamente sus labios.

Al inicio, fue apenas el contacto entre ambas bocas lo que había. Después, debido a la ansiedad de Sebastian al morder el labio superior de Mey rin los obligó a profundizar la caricia. Un fino y casi omnisciente hilillo de sangre salía de los labios de la semi demonio. A pesar de que aquello no duró demasiado tiempo, debido a que la lengua del príncipe de las tinieblas se encargó de barrerlo con su lengua.

Tampoco tardó demasiado en volver a morderla. Adoraba el sabor de su sangre, aún a pesar de que esta se encontraba mesclada con su propia asquerosa y coagulada sangre. De ahí el hecho de que le gustara demasiado ella.

Ya se lo había afirmado en una de aquellas ocasiones, su sangre en verdad era exquisita. No lo decía simplemente porque ella había sido humana ni por el hecho de ser una mujer joven y bella… sino por el hecho de que en su ADN había cosas que los científicos habían adjudicado en su momento como 'milagros'.

Para él no eran milagros, ella tenía magia en su sangre y era por eso que había decidido que lo mejor, sería transformarle en demonio. De lo contrario, uno de aquellos días como humana terminaría siendo atacada por un vampiro, y sí, los existían.

Mey rin intentó alejarse un poco de él, no le empujó realmente considerando el hecho de que, ahora, él realmente tenía el poder suficiente como para hacerla arrepentirse de ello luego, sino más bien como un lúgubre pedido de que el otro se alejase de ella.

Obviamente, aquel pedido no sería respondido del todo, puesto que Sebastian seguía atacando su boca. Y, a pesar de querer parar en aquel mismo instante, una parte insana de ella quería continuar… como lo habían hecho en varias ocasiones.

El demonio se paró de repente. Volviendo en sí, se alejó un poco de Mey rin, se levantó del sillón. Y dejó a su subyugada respirar un poco.

— ¿Por qué no me detuviste? —Preguntó. Mey rin desvió la mirada, avergonzada.

—Usted no me lo pidió en aquel momento y… yo como subyugada no puedo negarme a los deseos del amo. Sean, o no conscientes. —Dijo tartamudeando un poco. Sus mejillas estaban tan rojas que parecía que su nariz sangraría.

—Aun así, tienes suficiente poder para detenerme, ¡debiste haberlo hecho! ¡Ya hemos pasado por esto antes Mey rin!

La pelirroja no le sostuvo la mirada en ningún momento. Se sentía avergonzada de no haberle parado, aunque, como se lo había replicado antes a su amo, tampoco es como si hubiese podido pararlo. Después de todo, era el deseo del amo.

—Lamento no haberlo hecho. —Murmuró bajando su vista al suelo. Se levantó del sillón y se encaminó a la salida de la habitación—. Desearía que las cosas fuesen como antes, Amo.

Sin más, salió de la habitación, dejando solo a Sebastian. Con mucho en qué pensar.

—.—

Tamborileó la superficie de madera con sus dedos, nerviosa, observó la puerta de su habitación.

No encontraba la fotografía. Desde hace ya un par de días que la había sacado de su caja y ahora se arrepentía de aquello.

En aquel momento entró su sirvienta a la habitación. Sus cabellos castaños se encontraban recogidos en una coleta alta y sus ropas se encontraban mojadas, probablemente, por estar lavando algo.

— ¿Necesita algo, Ama Blanc? —Dijo al tiempo que realizaba una reverencia. Angela asintió—. ¿Qué es lo que desea?

— ¿Has visto una fotografía en mi habitación? —Los ojos de Paula se abrieron en sorpresa—. Respóndeme con la verdad, no aceptaré indisciplina por parte de mis subyugados —La castaña asintió con la cabeza—. Bien… ¿dónde está?

De uno de los dobladillos de su vestido, Paula sacó la fotografía que tanto requería su ama y se la entregó. El corazón de Angela dejó de palpitar con fiereza dentro de su pecho y su respiración volvió a la normalidad. Ahora, con su rostro impertérrito volteó a ver a su sirvienta.

—Ni una palabra de la fotografía a nadie, ¿quedó claro, Paula?

La sirvienta asintió. Esperó a que su ama dijese algo más.

—Puedes retirarte, más te vale no decir nada. De lo contrario, sabes muy bien el destino que puede esperarte. —La joven castaña asintió con la cabeza y salió de ahí.

—.—

Elizabeth, seguía sintiéndose abatida por el comportamiento de Ciel. El tío Vincent le había dicho que probablemente eran los cambios hormonales los que asaltaban los sentimientos de Ciel y por eso era probable que la rechazara un poco en aquellos días. Por supuesto, había asentido diciéndole al tío Vincent que entendía para poder irse antes de que lágrimas saliesen de sus ojos.

El tiempo comenzaba a alejar a Ciel de ella. Podía notarlo, era inevitable y era odioso que sucediera aquello. Odiaba aquella sensación de resquemor cada vez que Ciel pasaba tiempo con ella y se la pasaba viendo un punto de la nada al tiempo que su mano se recargaba en su barbilla. Señal de que había roto su promesa, no se encontraba con ella.

Se odiaba a sí misma por comenzar a sentir apatía por él. Debía haberlo entendido, debía comprender la terrible situación por la que cruzaba Ciel. Ella había pasado un tiempo por eso, pero había superado eso y es por eso que, con mayor razón, debía entenderlo.

Y si ese era el caso, ¿por qué había lágrimas adornando sus mejillas, corriendo su maquillaje y arruinando la tranquilidad de sus ojos?

—.—

Si la vida se tratara de decisiones bien tomadas, Mey rin podía decir que poco sabía de ella. Pero, había un buen dicho que citaba, de los errores se aprende. Palabras que tranquilizaban la atormentada mente de la pelirroja.

Lastimosamente, como decía el dicho, ella poco había entendido de los grandes enigmas de sus problemas. No había logrado a comprender qué de sus errores estaba incorrecto, y es por eso que millones de veces los había cometido. Uno tras otro, una larga y cruel sucesión de problemas causados por nadie más ni nadie menos que ella misma.

Y aun así, seguía sin entender completamente qué de sus situaciones la habían llevado al inminente final que siempre observaba. Era claro, para muchas personas lo que era correcto y lo que no, así como lo que deberían tecnicar para logra el éxito y lo que no para evitar las bajas. Pero parecía que para ella no. Simple y claramente no lograba dilucidar el bien del mal. O lo correcto de lo incorrecto.

¿Era, acaso, el bien aquello que vestía de blanco? No necesariamente todo el tiempo. ¿O lo sería el negro? Ninguno de los dos era la respuesta, era lo único de lo que estaba segura.

Enamorarse, es uno de los peores tormentos del alma. Y lo era aún más el enamorarse de una criatura tentadora, una criatura que te hunde hasta lo más profundo del Hades sólo por su insana diversión. Todo por un juego.

El enamorarse de la persona… no. El enamorarse de la criatura que no está hecha para ti es el peor tormento así como el peor error que se puede cometer en toda la existencia del universo.

Simplemente, era incorrecto. Ahora mismo, se preguntaba qué era necesariamente el amor. ¿Iba acompañado del sufrimiento y dolor? ¿O acaso era el amor masoquista? ¿Será que el amor ama de ser lastimado y herido interminables veces, y por eso te guiaba hacía las personas incorrectas?

Mey rin, no estaba segura de la respuesta que sus acciones tendrían en un futuro por parte de Sebastian. Sabía que había hecho mal al no intentar evitarlo, sin embargo, una parte de ella —así como tampoco su puesto jerárquico— no le permitía negarle los deseos a él. Ni siquiera aunque su parte consciente lo requiera.

Si él le pedía que asesinara al rey de los demonios, ella sin dudarlo en ningún momento lo realizaría. Si él le pedía cortarse las muñecas y derramar toda la sangre que había en su ser, hasta quedar seca, lo haría. Si le pedía que se enfrentara hasta contra el mismo poder de Dios, aún a costa de su existencia. Lo realizaría. Por más imposible e irremediablemente suicida que fuera.

Porque, como dicen, el amor no tiene límites.

Sin embargo, se había preparado durante mucho tiempo para cuando aquél día llegara. Sebastian le había mencionado desde antes que no podía transformarla en su pareja. Se lo había mencionado desde mucho antes, puesto que ella no era un demonio, ni era una criatura mística como para poder tener algún significado para los otros reyes del mundo de las tinieblas.

Sólo era una estúpida humana. O al menos lo fue. Pero el hecho de haberlo sido la volvía un imposible para el puesto de pareja de un rey demonio.

Porque los humanos eran criaturas desdeñosas, tramposas y, sobretodo, vivían acobardados del poder de Dios.

¿Qué había hecho exactamente como para merecer todo aquél sufrimiento?


No es la mejor forma de comenzar pero, bueh~

Los veo dentro de dos semanas, probablemente.