Newt ya no era una niña asustada que se escondía en los conductos de ventilación de aquellos seres, que los mataron a todos. Al contrario, los perseguía con fervor y sangre hirviente de burbujas vengativas. En pocas ocasiones se tomaba la libertad, como ahora, de recoger un buen libro y devorarlo tranquilamente, semidesnuda, de estoico parecer a los ojos de cualquiera.
Aun con treinta y un años, continuaba retratando a Ellen Ripley como su madre. Aquella valiente teniente que de algún modo la rescató, la abrazó y le dijo que no tuviera miedo; que podía soñar de regreso a casa… Newt la odió por un instante. Gritaba que era una mentirosa entre lágrimas aunque realmente supiera que no había sido su culpa el accidente que desestabilizó la nave en la que viajaban.
-¿Y tus padres?-un hombre rapado, alto en comparación, acaparó su atención tras realizar la leve autopsia obligatoria a los cadáveres de Hicks y Ripley.
Quitaba los guantes ensangrentados de sus dedos regordetes viéndola fijamente; tenía nueve años y una melena enredada ocupaba su cabeza caucásica.
-Muertos.
-Lo siento-fingía, Newt lo sabía, pero prefirió no decir nada molesto-. Tenemos que hacerte unas pruebas para saber que no has tragado mucha agua. El agua de la cabina no es muy sana-el desconocido palpó sus hombros en señal de afecto, aun no real-… Ven conmigo y-
-¿Dónde está Bishop?-vitoreó la pequeña de pronto, haciéndolo retroceder un poco de su lugar para regresar al poco. Le dijo que no hacía falta gritar, que no hacía falta ponerse nerviosa, que entendía que lo sucedido era muy duro… Pero Bishop no iba a volver.
Y, realmente, nunca más lo hizo.
-¡Newt!-Billie siempre había sido muy nervioso en lo que hallazgos se refiere. Inclusive teniendo casi la misma edad, se excitaba con facilidad.
-¿Qué pasa?-alzando el rostro pasivo hacia su compañero, que sudoroso asomaba medio cuerpo en su habitación subterránea, Newt dejó de un lado el libro para recibir maravillosas noticias: El LV-426 había sido hallado. Y lo mejor de todo, estaba segura de que los xenomorfos (re-llamados así debajo de un nombre de más complicación) continuaban allí. Esperando a que ella regresara en substitución de su querida, amada y admirada madre. De hecho, ella también los había estado esperando desde que aterrizó bajo los focos de Fiorina 51.
Newt comenzó a despotricar a carcajadas al sentir a Billie anunciarlo.
Reía sujetando su arma. Impaciente por volarle los sesos a aquella putrefacta Reina que seguramente, con el paso del tiempo, se había formado (algo que estudió a lo largo de los años, previsora de que si no se conoce al enemigo, no se puede luchar contra él)
Yo también soy una reina, pensó antes de resurgir de la obscura cambra. Una reina capaz de todo por proteger a sus hijos. Porqué Newt era madre. Madre como lo había sido la suya, como lo había sido Ripley. Ambas se habían sacrificado para proteger a sus descendientes, y ella iba rehacer ese hecho con tal de darle una vida a Chuck, quién había parido a los quince años. Una vida a Sue, a los diecinueve. Y una vida a Flynn, recién nacido hacia un año, antes de embarcar a lo que sería su última misión como caporal del escuadrón número 34.
Newt ya no era una niña que se disfrazaba de princesa, que paciente esperaba a que su amor verdadero la rescatase de la más alta torre.
Newt era una madre. Una reina que vestida con ropajes negros y armas de guerrero, se dispone a luchar al fin.
