Nota del autor: Ésto es el resultado de tener tan vivo el fandom de Cherik y escuhar de pronto la Rapsodia de August. Personalmente, no me gusta utilizar a los OC, pero en éste caso, pareció ser una herramienta interesante para experimentar otras facetas de Charles y Erik, y la historia esta pensada para ellos en realidad. Este OC viene a ser un pretexto. Asi que gracias por darle tiempo a este fanfic y tengan la seguridad de que habrá mejores momentos de Charles y Erik esperando. El fanfic esta clasificado en T, por tratar temas de reproducción asistida y futuras escenas bastante subidas de tono.

"Siguiendo una voz"

Había algo en el cielo que le resultaba familiar, siempre que levantaba la vista y se encontraba el gigantesco manto que cubría el mundo. Opacado por las nubes transitorias, nublado ante el aviso de tormenta o marchitándose ante la ausencia del sol, encontraba en el cielo azul cierto consuelo, la sensación de que respondía a su cauta voz en algún lujar lejano, como si siempre hubiesen estado conectados. Era una sensación que le quitaba el sueño, que lo despertaba a media noche solo para encontrarse en la soledad de su propia cama, imaginando después que la presencia había sido algo real. Que no era el único que soñaba con mejores días, con un mundo donde la paz fuese la mejor opción para cada persona. Un mundo como tal, parecía provenir tan solo de los cuentos de hadas, donde la armonía era una condición natural de existencia. La armonía en la vida existía, sin duda, lo había visto con sus propios ojos. Jóvenes e inexpertos ojos, que miraban al cielo con expectación, como si cualquier cosa pudiera pasar en un parpadeo, como si el mundo cambiara con tan solo una señal, con tan solo un suspiro, una plegaria silenciosa que hacía, con los dedos apoyados en la malla de acero, sujetándose a una sola esperanza. La conexión, la sensación de pertenencia, de ausencia mutua, palabras que él apenas entendía y que lo despertaban durante la noche, en la madrugada, y muy temprano en las mañanas antes de que siquiera tuviera que atender al llamado de aquella mujer que cuidaba de el. Era una sensación que él solo reconocía como aquella que se siente al momento de decir "te extraño". Ni siquiera conocía a aquel al que respondía en pensamientos claros, decididos, pero demasiado débiles aun para ser escuchados. Para traerlo hacia él.

-Evan, pequeño, el receso terminó.-Anunció la maestra, cuando llegaba hasta él y sujetaba su pequeña mano para guiarlo de vuelta al aula. Él no contestó, alegar no servía para nada. Conocía los horarios, conocía las reglas, pero aun no había tenido una respuesta concreta, cualquier cosa que hiciera más sencillo que se marchara de ese sitio y dejara de aferrarse a la malla. Sus ojos azules miraron a la mujer morena que lo jalaba gentilmente, pero pronto se desviaron hacia el horizonte, implorando un poco más.

Un nuevo jalón de la mano del adulto, esta vez más insistente, le trajo de vuelta al mundo real. La ansiedad se apoderó de su cuerpo, y se aferró con fuerza al metal al que sus dedos parecían atraídos como si de imanes se tratara. Pero la dama conocía ese truco, una o dos veces por semana, al menos, el pequeño Evan hacia un berrinche para evitar que lo regresaran al aula. Era un momento incomodo para algunos, sin conocer ninguno de los mayores la razón por la cual existía un solo niño en la escuela que se sentaba diariamente, a la hora del receso, a contemplar el cielo desde el límite del jardín. Un niño de escasos 6 años que no jugaba con otros niños, que no escarbaba el suelo, que no trepaba arboles, que no aplastaba insectos, que no respondía a los cuestionamientos. Evan era, sencillamente, el único niño que se detenía a mirar el cielo, buscando algo que nadie sabía.

Su manita se soltó de la malla y accedió a acompañar a la mujer que lo guiaba, pero a menudo miraba sobre su hombro, y desesperaba. ¿Y si todas las señales sucedían justo cuando él no miraba? ¿Y si esperaba en el momento único del día en que no podía recibir respuesta? Se atormentaba con la idea, y sentía ganas de ponerse a llorar. Evan terminaba sentándose en su lugar determinado del aula, a una fila de la ventana, y casi hasta atrás. Nadie había notado que las barras de metal que sostenían la barrera exterior se habían desalineado ligeramente esta última vez, y nadie pensó que Evan tuviera que ver con que la malla terminara caída la semana siguiente.

Escuchar. Trataba de escuchar, no le quedaba otra opción. Cada momento del día, esperando una respuesta. ¿Estaría él demasiado lejos para recibirla? A menudo imaginaba que los mensajes tal vez se destruían en el viento, o se dispersaban, y solo encontraba fragmentos de aquello que realmente quería conocer. No había manera en que él pudiera escribirlos, no era una habilidad aprendida todavía. En clase, comenzaban a enseñarle sobre las letras, el abecedario completo frente al pizarrón mientras los niños hacían repeticiones y sonidos con cada una de las letras. Y él desesperaba. ¿Qué tenía que hacer para entenderlo más aprisa? Desesperaba por que parecía que las palabras eran lo único que daba sentido a los mensajes en el mundo, el único lenguaje que entendían los seres humanos mas allá de las palabras dichas en el momento. Cada noche esperaba, oculto bajo las mantas de su cama con una linterna encendida, un cuaderno y varios lápices. Repetía de memoria cada letra, repetía el abecedario una y otra vez, esperando que comenzara a tener sentido para él. Pero no lo tenía, solo eran símbolos con un sonido particular cada uno, una forma definida ¿y luego qué? Cuando el alfabeto completo estaba fresco en su mente, salió de la cama después de dos horas de haber garabateado, y se escabulló silencioso hasta el único librero en toda la casa. Y una vez allí, tomó uno de los cinco únicos libros infantiles que existían en la casa. Regresó a la cama, y se escondió de nuevo bajo las sabanas, bajo la luz de su linterna, sintiéndose protegido en el reducido espacio que aun tenia para disponerse a tratar de entender.

Las palabras eran algo complicado, eran grupos de letras que significaban algo. Escogió su libro favorito, porque había logrado que se lo leyeran decenas de veces. Recordaba como sonaba cada palabra cuando su cuidadora leía, y señalaba cada una mientras pronunciaba cada silaba como si verificara su más correcta pronunciación. Ese detalle hizo que el trabajo del niño se simplificara. Le habría tomado más tiempo entender completamente la relación entre el sonido de cada letra individual con la forma de pronunciar palabra alguna. Lo que para él solo habría tomado quizás tres días, le tomó ahora solo una noche. Una asombrosa noche en que cada palabra comenzaba a tener sentido en su mente, y la historia que tiempo atrás había escuchado revivía para él al tiempo que descubría su lectura. Sin duda alguna, él comenzaba a enamorarse de los libros, e imaginaba si tal vez a sus padres les gustaría leer tanto como a él. Y sin embargo, una parte desconfiada de él, una parte temerosa y asustada de un nuevo cambio para mal, le hizo guardarse el secreto de haber aprendido.

Al día siguiente, notó que sus compañeros apenas recordaban el abecedario completo y la profesora hacia un intento por enseñarles algunas palabras. Parecía difícil que relacionaran la palabra escrita con el mismo sonido que prácticamente ellos usaban a diario para hablar, otra clave que le había llevado a descubrir la utilidad de aprender aquella gracia. Pero si bien se sentía orgulloso de lograrlo, la sola idea de que pudiera notarse cuanto había avanzado y que pudieran señalarlo como algo extraordinario, lo asustaba.

Cuando era mucho mas pequeño, él había aprendido pronto a gatear. Así mismo, aprendió pronto a ponerse de pie, y sus primeras palabras sucedieron antes de lo que cualquiera hubiera previsto. No recordaba gran cosa de esos años, pero la sensación de los piquetes a sus brazos y los exámenes físicos en una fría mesa de auscultación, bajo la intensa luz que lo cegaba, eran recuerdos que hacían que temblaran sus manitas y que su corazón se acelerara. Aquellas eran impresiones de por vida, que llegaban a él como malos sueños. Igualmente, había sido consciente de su ser y su memoria mucho antes que otros niños. Era curioso notarlo examinándose al espejo, y probando sus limites hacia actividades que requerían una mayor coordinación motriz. Buscaba constantemente la manera de superar esos limites que se mostraban ante su propio pequeño cuerpo, y sin embargo, eso le llevó de nuevo al lugar donde sus pesadillas tenían origen. De nuevo, sobre una mesa de auscultación, cables conectados a gran parte de su cuerpo, sobre su cabeza la mayoría de ellos, piquetes en sus brazos, sus manitas y pies atados sin posibilidad de moverse, las lagrimas brotando de sus ojos mientras una oscura sombra parecía examinar debajo de sus parpados, y las tensas voces que llenaban el ambiente de una densa atmosfera, cargada mayormente de la mera decepción, como si aquello que buscaban no se encontrara en el exhaustivo estudio de su cuerpo. A partir de aquella vez, podía ver a los mismos hombres llegar a su hogar regularmente, observarlo hacer lo que normalmente hacia en casa, y él había aprendido que demostrar cualquier cosa a sus ojos era ganarse la "oportunidad" de estar bajo esa luz intensa, amarrado a la mesa una vez más. Mostrar que era diferente a los demás niños era ganarse un boleto a la sala de experimentación. Aprender a leer antes que el resto, significaba lo mismo. Y aun cuando presumían de tranquilizarlo antes de cualquier procedimiento, mantener tal grado de lucidez en el proceso era una tortura para él, que no entendía la razón de semejantes acciones.

En clase, repitió el alfabeto como todos, y erró las preguntas a propósito, aun cuando al dia siguiente podía incluso entender los folletos en el escritorio de la oficina del director, y si le preguntaban, siempre podía decir que quería recortar las imágenes. Si el folleto tenia pocos dibujos, era especialmente difícil, porque había comenzado a disfrutar del reto de entender algo que solo los adultos entendieran. Pero no podía explicar, en forma infantil, porque había decidido conservarlo. Debía renunciar al reto de momento.

Pero aprender, había servido igualmente para algo más interesante: escribir. Ya no tenia que limitarse a tratar de dibujar aquello que venia a su mente, por que eso tomaba demasiado tiempo. Podía escribir palabras en su cuaderno en casa, recordar tanto como era posible lo que creyó haber escuchado aquella mañana durante sus clases. Habia logrado captar con palabras lo que ansiaba descubrir. Escribir, había sido la salida para algo mucho mas grande que su capacidad de aprender. Era posible pensar que su capacidad de aprender solo respondia a una necesidad urgente, y que sin ella, era como cualquier otro niño normal. O quizás, que su mente estaba tan constantemente estimilada por ideas que parecía fácil habilitar su concentración para aprender rápidamente una sola cosa a la vez. "Recibir mensajes del aire", era como él lo llamaba. Constantemente escuchaba voces que venían de algun lado, muy claras a veces, muy débiles y confusas en otras. Voces que rodeaban a las personas y que no se escuchaban todo el tiempo, pero que si se escuchaban similares a la voz con que naturalmente habla cada persona. A menudo, él no necesitaba preguntarse que significaban, eran mensajes que tenían sentido por si mismos, le hablaban de las personas que estaban cerca de él. Y por ello, para escuchar mejor la "voz distante", tenía que alejarse de todos y llegar al limite del jardín, donde nadie podía intervenir con sus pensamientos. Podia estar escuchando a las demás personas fuera de aquel patio de juegos, podía estar escuchando a alguien que simplemente gritaba sus ideas en plena desesperación. Pero solo una voz lejana provocaba en él la sensación de buscarla, seguirla allá donde estuviese, como si algo en él perteneciera simplemente a aquella voz. No la escuchaba siempre, pero desde la primera vez que la escuchó, supo que había comenzado a escuchar a los demás. La voz lo había encontrado, y le había dado algo que lo hacia plenamente diferente al resto, le había dado la voluntad de aprender lo único que quizás necesitaba para escapar.

Estaba seguro de que no tardarían en regresar por él y examinarlo una vez más. Y si revisaban su cabeza, como ocurría siempre, se darían cuenta de que algo mas había en él. La vida podía cambiar para lo peor, y le aterraba la posibilidad de estar tan lejos que esa voz no volviera jamás a contactarlo.

Él no era un niño tan listo como muchos podrían pensar. Estaba llevado en gran medida por la urgencia, por la necesidad de encontrar algo que necesitaba. Y sin embargo, había aprendido un poco, observando, sin dejarse engañar por las palabras de otros y sin gastar energía en pensar las propias en su mente. Para buscar, solo necesitaba de aquello que le había dado aquella voz, un mapa en su mochila, un cuaderno nuevo y pocas notas de aquel que había llenado de garabatos, plumas y lápices, una lata de aerosol que había tomado de la cochera, la linterna y baterías de repuesto, una caja de cerillos, apenas un cambio de ropa limpia, aunque no había podido llevar otro par de zapatos más que sus pequeñas botas que presumía, servían para ir a acampar. Toda la ropa y el cuaderno la había llevado en un saco aparte, porque su mochila estaba llena ahora con barritas de cereales y un termo de agua, además del resto de lo que había empacado. Y aunque no le gustó mucho la idea, tomó también del botiquín de primeros auxilios un par de vendas, y una botella de yodo. Y, desgraciadamente, había tenido que hacer una última cosa antes de marcharse: tomó todo el dinero que encontró en la cartera de su cuidadora, solo billetes que había notado que un niño podía manejar. No se molestó en llevar su cepillo dental ni su toalla, solo una pequeña toalla de manos que a él le podía servir en dado caso. Después de todo, bañarse no era una opción.

Salió por la ventana de la cocina, dando un saltito que pocos creían posible sin lastimarse, dada su baja estatura aun para un niño de apenas 6 años. Cayó al suelo de pie, pero se tambaleó por el peso de la mochila y terminó en el suelo, sentado. Se sacudió los pequeños jeans de su parte trasera y volvió a la ventana para jalar el saco que dejó a medio colgar, atrapándolo en sus bracitos. Revisó su reloj de muñeca, eran las 11:30. Tenía gran parte de la noche para avanzar en su camino sin que nadie lo vieran y debía darse prisa. Con todo cuidado, abrió la reja delantera de la casa, y volvió a cerrarla, aun cuando le apremiaba huir tan rápido como podía. Una vez que terminó, echó a correr todo lo que le daban sus piernitas hacia el final de la calle y dobló en la esquina, directo hacia la calle principal. Con el tiempo suficiente, tomaría un autobús que lo llevara mas rápido en la dirección adecuada. ¿Cómo lo sabía? Sinceramente, cualquiera podía atribuir sus decisiones a la sencilla fe y esperanza de un niño. Pero él tenia algo mas en mente, algo que había visto en televisión muchas veces, casi como si fueran historias de terror. La mujer que lo había cuidado incluso lo denominaba de ese modo, ella solía decir que había personas que no eran como ellos, que se aterraba solo de pensar que estuviesen tan cerca de ella sin ningún tipo de control. Después, lo miraba a él, y dejaba de hablar, con una expresión que delataba arrepentimiento, y a la vez, plena convicción de estar haciendo lo correcto a pesar de su temor. Era una sensación que veía proyectada en su mente, como otra voz, otra idea que bailaba dentro de su pequeña cabeza. Esa mujer, a la que debía haber llamado "madre" toda su vida, le tenía miedo a él. Esa misma mujer había comentado que ocurrían incidentes de ese tipo muy a menudo, en la ciudad de Nueva York, un lugar con tantas personas diferentes que era posible que escondiera un gran número de aquellas horribles personas. Era una posibilidad, en su mapa, Nueva Jersey no estaba tan lejos de aquella ciudad, y se preguntaba si tal vez era por ese motivo que lograba escuchar a esa voz, llamándolo. Tal vez estaba ahí, el origen, el mismísimo lugar donde podían existir decenas de esas personas.

Pronto se dio cuenta de que sin indicaciones precisas de cómo debía transportarse, estaba perdido. Después de tanto caminar en la madrugada, el sol había salido, y no tenía ni idea de donde debía tomar el autobús. Sentado en una banca, comenzaba a sentir el pánico de ser encontrado. Tenia que tomar un autobús tan pronto como fuera posible, aun se sentía dentro del área donde era posible que alguien lo encontrara y lo regresara a su casa, donde le preguntarían como es que había logrado llegar tan lejos, como es que había conseguido leer y escribir en tan solo una semana, explicar el porque se había marchado, por que había seguido una voz que nadie más escuchaba. Volvería a la mesa para que lo examinaran, esta vez todo podía cambiar para mal. Se bajó apurado de la banca y comenzó a caminar, buscando a cualquier persona que pudiera ayudarlo a encontrar el camino que buscaba. A las 6:30 de la mañana, estaba seguro de que en cualquier momento vería los rostros de aquellos que venían a buscarlo. Su viaje no podía terminar tan pronto.

Corrió de nuevo y siguió las indicaciones de cada letrero, buscando la primera salida que había visto en su mapa que pudiera llevarlo en dirección a Nueva York. Cuando la encontró, estaba seguro de que estaba a pocos pasos de perderse en el camino. La entrada a la autopista siempre era un complejo sistema de entradas, rodeados de comercios dispuestos para los viajeros. Lugares de descanso donde podían parar a comer y conseguir cualquier cosa que les fuese necesaria, fuera el sanitario, un cambio de llantas, un cambio de aceite, comida chatarra para el camino, agua potable, una habitación donde dormir. Él fue a dar al primer lugar donde se le ocurrió que alguien podía ayudarlo: una estación de camioneros. Dentro, las mujeres que atendían ya se encontraban preparando los desayunos de unos pocos clientes, en su mayoria, conductores de camion. Los caminos eran difíciles en aquellos tiempos, eran común que la seguridad no favoreciera ese tipo de trabajo. Y en absoluto favorecía la seguridad de un niño, aparecerse de pronto en ese lugar, solo, en medio de un montón de hombres desconocidos. Pero el niño, a pesar de todo, simplemente entró en el lugar y buscó sentarse en una de las mesas pegadas a las grandes ventanas, dejando su mochila y su bolsa de viaje de lado. Y esperó pacientemente que alguien le atendiera.

La mujer que llegó a él, era una joven de estatura promedio de cabello castaño oscuro, cuya longitud lucia además los rizos al final de su melena y contrastaba con el color claro de su piel. Sus ojos aparentemente cansados, eran grandes pero carentes de cualquier emoción visible, como si estuviese aburrida de aquella rutina. Sus labios sin embargo, a la vista de Evan, parecían de gran tamaño a causa de la impresión que le daba la pintura labial, remarcando su boca como si tuviese labios grandes y carnosos, o quizás solo era la sensación que provocaba el tono rojo intenso del tinte. Con su traje amarillo y los interesantes detalles rojos en los limites de su atuendo además del delantal sobre su falda, la mujer observó al niño y levantó una ceja incrédula. Había llegado preparada para anotar la orden de alguien mayor, evidentemente, pero a la ausencia de alguno que pudiera responderle, solo había un niño que la miraba expectante. La mujer suspiró y deshizo su postura de camarera atenta, mirando al niño en su silencio, y cuando la respuesta faltó por varios segundos, pareció desesperar y añadir.

-¿Te traigo algo, niño?-Cuestionó en una manera amable sin embargo. No por no ser adulto dejaba de ser un cliente. Evan no respondió rápidamente, tuvo que pensarlo primero.

-¿Puede mostrarme el menú?-Su tono, fue algo que sorprendió a la mujer. Porque en sus años de haber trabajado en ese lugar, de atender tantas familias de paso perdiendo la cuenta de ellas, donde los niños llegaban gritando y pidiendo –y a veces, exigiendo- algo de su gusto, aquel niño tan pequeño le hablaba como si pretendiera ser un adulto. Y eso, sin que fuese una travesura de su parte. La mujer no pudo evitar sonreir de manera simpatica, agradada quizás por la curiosa imagen, y se retiró solo un momento para volver después con dos menús, suponiendo que el niño debía llegar con al menos un adulto responsable. Le entregó la carta, y Evan la examinó rápidamente.

-¿Sabes leer?.-Cuestionó la mujer, divertida quizá por el hecho de ver a un niño "pretendiendo" leer la carta. Evan levantó al mirada y la observó, antes de asentir. La camarera abrió un poco los ojos, de sorpresa.

-Me gustaría… una malteada de chocolate. Y un emparedado de pollo, con papas. Por favor.-Evan dejó la carta en la mesa, y la acercó a la mujer. Élla la tomó de vuelta pero no se fue inmediatamente.

-¿Nada más?.-Evan negó, pero la mujer aun no pretendía marcharse.- ¿Y tu padre o tu madre, niño?

Evan se asustó, solo por esa pregunta, temiendo ser descubierto. Sin embargo, si algo le había dado el hecho de ver tanta televisión, observar a los mayores y leer en secreto, es que había mas de una forma de evadir la verdad, sin decir mentiras realmente alarmantes. No gustaba de mentir, sabía que eso estaba mal.

-Mamá esta dormida todavía, pero yo tenia hambre. A esta hora desayunamos en casa, porque ella debe hacer muchas cosas antes de llevarme a la escuela. No quise despertarla, asi que tomé dinero, y vine aquí.-Y como si su palabra no bastara para dar a entender que no era solo un niño de las calles buscando oportunidad de tener comida, sacó de su bolsillo un par de arrugados billetes, y se los tendió a la mujer con el bracito estirado hacia ella.- ¿Con esto basta?

La camarera aceptó el dinero, lo examinó, y aun cuando no estaba del todo convencida de la versión del pequeño para explicar la ausencia de sus padres, supuso que un niño bien vestido, limpio y de tan correcta manera de actuar, no debía estar completamente solo. Regresó el exceso del dinero al menor, y procedió a anotar su orden rápidamente, no sin dedicarle miradas sospechosas.

-Enseguida traeré tu orden. Y te traeré el cambio.-y sin decir nada más, se marchó. Pudo verla observar sobre su hombro una vez mas mientras se iba. Evan se limpió la nariz con la manga de su chamarra y se dedicó a observar alrededor. Sus ojos azules se fijaron en cada ocupante del restaurante, tratando de imaginarse la razón de sus caras.

Un hombre mas al fondo parecía relajado, con su cabello canoso y su gorra roja. Tan solo leía el periódico mientras tomaba su café, con un par de gafas de sol en la abertura del cierre de su chamarra naranja, y su complexión robusta y regordeta con la piel de un tono mas oscuro, típico de alguien que se ha bronceado bastante durante la vida. O eso pensó Evan, cuando observó que si se subía la manga de la chamarra para ver la hora en su reloj, podía notarse que realmente su piel era unos tonos mas clara. Otros hombres en una esquina, tres en total, conversaban desganadamente, dos tomando café, mientras otro simplemente bebía un vaso de agua y tomaba sus pastillas de la mañana. El sujeto de las pastillas era delgado y con arrugas, no tenia cabello y mantenía sus lentes oscuros cerca de él, y del pequeño recipiente que contenía sus pastillas. Éste era un hombre de tez clara y enrojecida por el sol, y llevaba camisa a cuadros en tonos rosas, lilas y morado. Su compañero era mucho mas grande que él, llevaba una camiseta negra como su gorra, y su chaqueta aguardaba a su lado, bajo su mano, como si estuviera listo para irse. El último de la mesa era muy parecido, excepto por qué no llevaba gorra, no tenia barba, pero si una mata de cabello negro rizado sobre su cabeza y llevaba una camisa de pana roja. Evan no podía evitar preguntarse sobre cada uno de ellos, tratando de imaginar de donde provenían, que tanto habían viajado, a donde iban y quien los esperaba al final del camino. Seguro ellos lo sabían, pero él, desconocía por completo lo que estaba buscando. Cuando dos de los hombres se marcharon, a Evan solo le quedó observar todo a su alrededor, desde las orillas de las ventanas hasta los asientos y mesas que podía ver en el establecimiento. Contaba cada una de ellas, con sus asientos, y se imaginaba el lugar lleno a horas de la tarde o la noche, cuando todos paraban a descansar y buscar algo de comer. Observó su propio rostro en la superficie metalica del dispensador de servilletas, con los bracitos apoyados en la mesa y los ojos muy abiertos, mirándose, haciendo caras y gestos, mostrando su entera línea de dientes y simulando ser algún animal devorador. Un tiburón tal vez, emergiendo de la superficie del mar que era la mesa para atacar al primer ser vivo que sus ojos centraran.

En el reflejo, había muchas cosas que despertaban la curiosidad de él mismo. Él había entendido desde mucho antes que aquella mujer que le cuidaba no era su madre, aun antes de que ésta desistiera de hacérselo creer. O tal vez él solo quería convencerse de ello. Había entendido que en él no había nada que viniera de ella, desde su cabello castaño que él rara vez peinaba, sus ojos azules y vivos que parecían dotarlo de un nivel mayor de atención en los detalles, incluso ahora que jugaba con su reflejo, entendía que incluso su manera de sonreír, mostrando casi todos sus dientes, no se parecía en nada a aquella mujer. Su baja estatura y complexión delgaducha decían algo más, que no podía venir de nadie dispuesto a tener hijos grandes, como esos niños de su salón que podían ponerse a luchar y aplastar a cualquier niño de su misma edad. Él no imaginaba que ni siquiera su voluntad podía venir de alguien más, sino de quien lo motivaba a hacer ese viaje.

Una sensación extraña lo atrajo de pronto, un pensamiento. Miró en todas direcciones y encontró a un único sujeto que no había examinado antes. Estaba en la barra, era el único. Y era el sujeto mas enorme que había visto hasta entonces, la forma de su cuerpo decía que no era grasa lo que le daba volumen. El sujeto lo había estado mirando apenas dos segundos, con aquella expresión de molestia que opinaba de él, como un ente especialmente ruidoso, aun cuando el pequeño no había dicho ni una sola palabra ni había hecho demasiado ruido. Eran sus caras lo que al parecer, lo habían molestado. O quizás, solo lo molestaba el hecho de que hubiera un niño en el lugar donde él estaba desayunando.

"Niños…". No lo dijo, lo escuchó en su mente, como un murmullo. Evan abrió mucho los ojos, mirando al imponente sujeto, con su chaqueta de cuero y su camisa color azul, abundante cabello oscuro peinado hacia atrás, y patillas tan pobladas que le daba la sensación de estar viendo a un león convertido en humano. Su mirada era fuerte, tenía el seño fruncido y tan solo estaba ahí sentado, tomando una cerveza con total calma, apoyado desganadamente contra la barra. Usaba jeans y un cinturón de cuero café con una gran hebilla, y botas negras.

El pequeño niño se apoyó sobre la mesa que ocupaba, tan solo mirándolo. Ese si era un personaje, se pensó. En un lejano rincón de su memoria lo asociaba con la imagen del sujeto rudo y solitario que suele laborar en nombre de lo justo y lo decente, pero después de aquella mirada, lejos estaba Evan de creer que era un super héroe de verdad. Otra parte de su mente, simplemente creía que era un patán. Hubo un punto en su observación y cavilación, en que su mente pudo dar un paso mas allá de lo que estaba acostumbrado. Pudo ver ante sus ojos imagenes borrosas y confusas. Veía tramos de carretera, personas hablándole, el camino de noche, un descanso a la orilla de la autopista bajo los arboles, una parada a la estación de gasolina, y a medida que podía abstraerse todavía mas en aquellas imágenes, en aquella sensación de fundirse con una imaginación volando a mil por hora, podía ver mucho mas allá de cosas cotidianas. Lograba observar y sentir la rabia contenida mientras golpeaba personas, sujetos enormes y barbaros atacándole, podía sentir dolor en sus brazos y nudillos, en su pecho, en sus costados, cada vez que el recuerdo rememoraba los impactos sufridos, podía verse reparando algo, heridas cerrándose, espadas saliendo de sus puños, momentos de entero cansancio a mitad de la noche, pesadillas de recuerdos pasados, la imagen de un hombre salvaje de gran tamaño, con colmillos y garras, sus travesías por campos de guerra, los disparos y las bombas, miles de personas muriendo y ese hombre que había visto antes, siempre a su lado. Podía ver un recuerdo lejano y distante. "Somos hermanos Jimmy. ¿Te das cuenta? Y los hermanos se cuidan entre si"

Sufrió un dolor tan intenso que lo obligó a romper el contacto, cerrar los ojos fuertemente y encogerse sobre si mismo, cubriendose los oídos con ambas manos y subiendo las piernitas al asiento, apoyado en la orilla de la mesa para no caerse al suelo y sin embargo, terminó resbalándose en él hasta caer bajo la mesa y ocultarse bajo el silencio de ese minúsculo lugar que ocupaba. Temblaba, tanto que era como tener fiebre y sentir que su cuerpo entero dolia, y el dolor desaparecía a medida que volvia a la viva realidad, recordándose que solo estaba imaginando. ¿Estaba imaginando? Había sido tan real que lo había sentido en su propio cuerpo. Recordaba sus momentos de relativa consciencia en la mesa de exploración, y un golpe de terror lo llevó a despertar definitivamente. Se limpió los ojos y la nariz con la manga de la chamarra, respiró muy hondo, y volvió a su asiento poco a poco. Cuando levantó la mirada, se encontró con que aquel extraño sujeto había estado mirándole. Ahora se había girado hacia él, y le observaba con tanta fijeza que se sintió como si hubiera cometido un delito. Evan avanzó lento, sin despegarle la mirada, hasta volver a sentarse, y el silencio pudo establecerse entre ambos mientras mantenían la mirada fija en constante sospecha por parte de ambos. Éste solo se rompió cuando la camarera regresó, con un paquete entre las manos y un vaso desechable con tapa, dejándolo frente al menor junto con un par de billetes y unas cuantas monedas.

-Servido, pequeñin. Será mejor que lleves esto a donde está tu madre y comas ahí mismo.-La mujer no reparó en que aquel hombre había estado mirando al menor como si hubiera deseado matarlo en un segundo. Simplemente se agachó a la altura de Evan y añadió.- Éste no es lugar donde deba almorzar un niño solo. Y tu madre se preocupara por ti si despierta y no te ve. Pero, si de verdad necesitas algo más, no dudes en decirlo.-La mujer tocó su hombro, con sincera comprensión, dándole la seguridad que necesitaba el menor en ese preciso instante. El niño asintió, tomó uno de los billetes y lo ofreció a la mujer con una pequeña sonrisa.

-La propina. Insisto.-tomó el resto de las monedas para meterlas a su pantaloncito una vez que se bajó del asiento, y cuando comenzó a ponerse su mochila y su bolsa de viaje, la camarera le ayudó a ponersela y colgarse la bolsa de viaje en una correa, para que tuviera las manitas libres y pudiera cargar su pedido.- Muchas gracias señorita. Por cierto, me llamo Evan. Un placer.-le sonrió tanto como pudo, mientras su cuerpo seguía azorado por las sensaciones de miedo y dolor.

La mujer rió levemente y le miró enternecida.- Yo me llamo Joyce, encantada. Fue un placer atenderte Evan, que tengas lindo día.

La marcha del pequeño fue un poco apurada tras la despedida, porque sabía que le quedaba poco tiempo para conseguir una forma para desplazarse. Y más aun, porque cuando miró sobre su hombro para despedir a la camarera, aquel sujeto seguía mirándolo aun cuando se alejaba del restaurante. Perdió concentración, y solo pensó en esconderse de la vista, metiéndose entre un par de camiones estacionados en el amplio aparcamiento cercano y observando desde la protección visual que le daban desde la parte frontal del camión. No pasó mucho tiempo cuando vio a aquel sujeto salir del restaurante, apurado, y caminar hacia el aparcamiento a paso raudo buscando entre cada vehículo estacionado, siguiendo sus pasos. Él se escabullo, rodeó el camión, y con pasitos apurados trató de buscar otro vehículo que lo ocultara, mientras el mayor registraba el mismo lugar donde antes él había estado. Tuvo que sacrificar su comida en un punto, creyéndose demasiado lento para seguir huyendo y así poder pasar por debajo de la caja de carga del siguiente camión, mientras el adulto revisaba ahora la parte trasera de la caja de carga. Escuchó sus botas detenerse, y se preguntó si el sujeto habría encontrado su comida dejada atrás, en el suelo. Escuchó que levantaba el paquete, y sus botas pronto anunciaron su marcha hacia algún lugar lejos de él. Evan asomó la carita por un lado de la enorme llanta, y observó el camino vacio. Afianzó su mochila en su hombro y suspiró, había perdido su desayuno después de todo.

Con pasitos lentos fue regresando por el camino original, su objetivo estaba del otro lado, allá donde parecían estar los automóviles llenando sus tanques con combustible. Sin ver a nadie más, sus pasos regresaron a la normalidad, y solo por si las dudas, echó a correr hacia la estación de gasolina. El tramo le duró poco, porque pronto sintió el tirón de su mochila cuando pasó por la minivan. Sus pies abandonaron el suelo y se sintió flotando incómodamente en el aire, suspendido mas bien, con los bracitos atorados con todo y chamarra de los tirantes de la mochila. Su primer impulso había sido forcejear, pero esto tampoco fue de ayuda, porque ya estaba de nuevo en el suelo y ahora estaba sujeto desde atrás por aquella mano que aprisionaba su camisa y su chaqueta. Ni siquiera gritó. Un segundo de pánico había bastado para que su mente volviera a explotar en aquel torrente de información, y pudo ver en la cabeza ajena que su intención no era lastimarlo. Más bien, parecía más preocupada por encontrar la manera menos traumática de conseguir respuestas.

-Sal de mi cabeza de una vez.-Exigió el hombre mientras lo mantenía colgado, con una voz áspera y fuerte, exigente sin duda.- Tu enano, tienes que aprender a respetar la privacidad de las personas. No importa si eres un mutante.

La palabra se le reveló curiosa, casi como un cuento. Levantó la mirada hacia el mayor con los ojos muy abiertos, pero éste pareció no caer en la cuenta de esto porque estaba más ocupado llevándolo a la parte lateral del restaurante, a un pedazo de acerca donde había dejado el paquete del menor. Lo tomó con una mano y lo entregó en las manos. Pero el niño seguía mirándolo, como esperando que revelara alguna otra cosa que pudiera enclarecer su joven mente.

-Que estabas haciendo en mi cabeza.-exigió saber le hombre, soltando finalmente al niño para llevarse ambas manos a la cintura, como un padre que espera una buena explicación a una travesura.- ¿Crees que esto es un juego? ¿Qué puedes andar por ahí reviviendo lo que la gente ha vivido? ¿Qué es divertido extraer los secretos de las personas?-Evan negó rápidamente, realmente convencido de que nada de lo que el adulto decía tenia algo de bueno. El hombre de la chaqueta frunció aun más el seño.- ¿Entonces que estabas haciendo exactamente?

-No sabia lo que estaba haciendo.-Aseguró el menor, sintiendo que sus ojos comenzaban a llenarse de lagrimas. No era grato sentirse presionado por una persona a la que apenas conocía, y reconocía su parte de la culpa al haberse dejado llevar por aquella sensación de mirar más allá de sus ojos. Era algo que no sabía que estaba mal, y que resultaba extraordinariamente vergonzoso para él mientras un completo extraño recalcaba la maldad de sus acciones.

-No sabias…-Repitió el hombre, casi con desesperación, pero en un tono menos duro, menos áspero. Desvió la mirada y suspiró levemente, calmándose un poco.- Realmente no tienes control sobre eso ¿verdad? Eso puede salirte muy caro, niño. No cualquier persona tolera esa clase de invasiones, no cualquiera tolera a alguien como tu o como yo.-Se movió, retrocediendo en su sitio y suspirando una vez mas, mirando alrededor, corroborando que nadie le miraba hablándole al niño que solitariamente había entrado al restaurante. Cualquiera podía pensar que lo estaba acosando.- Bien, ya aprendiste.-Alegó, mirándolo de nuevo. No se dejó vencer, aún cuando observó que el niño bajaba la mirada, y sollozaba en silencio.- Mejor ve con tu madre de una vez, antes de que ocurra otra cosa, regresa a tu casa.

-No puedo…-Fue mas un alarido que una respuesta digna.

-¿Cómo que no puedes?.-Cuestionó exasperado, como si fuese una respuesta estúpida la que le estaba dando.

-No puedo regresar a mi casa…-Esta vez, su voz sonó un poco mas clara. Y se escuchó el escurrimiento de su nariz. El adulto miró al cielo, se movió impaciente, y volvió a mirar al minúsculo niño.

-¿Por qué no puedes regresar a tu casa?... ¿te perdiste?...-El niño negó con la cabeza.- ¿Estás demasiado lejos?-El niño dudó un poco, y después, asintió.- Bien. Yo puedo llevarte.-El niño negó con la cabeza enérgicamente, y retrocedió un par de pasos, exasperando al hombre.- Por favor, niño, no puedes quedarte aquí a ésta hora, no es lugar para ti.

-Su vuelvo…-Se interrumpió, aspirando por la nariz y tratando de levantar la mirada entonces, con los ojos rojos de cuanto se había contenido por llorar.- Si vuelvo, sabrán que soy diferente. Y van a llevarme de nuevo, a ese lugar donde me estudian. Y yo tengo que ir a Nueva York.

-¿Para que quiere un niño ir a Nueva York? Escaparte no te servirá de nada. Porque solo eres un niño, no podrías sobrevivir ahí afuera y mucho menos llegar a Nueva York tu solo. Y si lo único que tratas de evitar es que puedan llevarte de vuelta a una consulta con el doctor, te informo que eso es para hacerte sentir mejor.-Explicó de nuevo con dureza, hablándole con fuerza como quien no entiende algo lógico y sensato en la vida. Evan le miró impotente, al borde de las lagrimas sin soltar ni una sola, conteniéndose para no apretar el paquete en sus manitas y luchando para que sus piernas se mantuvieran rectas y no temblaran como lo hacían ahora. Dejó el paquete en el suelo, y luchó torpemente por bajarse el zipper de la chamarra, dejando ver su camisita negra, debajo de la cual el niño metió su mano y jaló la cadena que mantenía oculta siempre, hasta que dos pequeñas placas de metal emergieron y quedaron colgando de sus deditos, mostrándolas al adulto. Un extenso número estaba grabado en la reluciente superficie, y justo sobre el número, las únicas letras que revelaban el nombre del niño: EVAN.

El menor pudo ver la impresión en la cara de aquel sujeto, que si bien parecía escéptico al inició, poco a poco su rostro perdió los rasgos de frustración y molestia para ser reemplazador por el doloroso reconocimiento, la confusión, y la perplejidad. Poco a poco, aquel hombre acercó su mano hacia las pequeñas placas de acero que grababan los datos únicos de Evan, comprobando que fuesen reales finalmente. Los soltó poco después, pero el mayor seguía mirando al niño como si se tratara de un pequeño impostor. Evan guardó su cadena de nuevo y bajó la mirada, jugando con su pie en el mismo sitio, apenado quizás porque aquella cadena siempre le recordaba aquello a lo que temía, aquello por lo que estaba en ese lugar lejos de casa en ese momento, y porque a pesar de todo, ese huraño sujeto no terminaba de creer en su historia. Entonces, añadió.

-No puedo quitármela. Es más angosta que mi cabeza… La señora que me cuida tampoco me deja intentarlo… Y los sujetos que llegan para verme, siempre ven si lo tengo puesto, anotan el numero que tengo en su cuaderno, me hacen preguntas, le hacen preguntas a la señora, se van. Si saben que ahora puedo hacer lo que le hice a usted, no me harán preguntas, solo me van a llevar de nuevo.-Aferró sus manitas al borde su chamarra, nervioso de contarle eso a alguien por primera vez. Aliviado de poder compartir su pena, sin embargo. Elevó sus ojos hacia el mayor una vez más, y notó que ya no lo miraba del todo molesto.- Por favor, lléveme a Nueva York… O dígame como llegar…

Hubo un momento de silencio denso entre ambos cuando el menor terminó de pedir aquello, lo único que quería, lo único que esperaba de aquel hombre. A lo lejos, los camiones comenzaban a encenderse y reanimar su marcha, los automóviles urbanos comenzaban a aparecer cada vez más en el paisaje, las voces eran algo cada vez más normal en los alrededores. La ciudad y sus caminos comenzaban a tomar nueva vida, y Evan sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que su cuidadora se diera cuenta de que él no estaba en su cama, ni siquiera en su casa. Les tomaría menos de un par de horas llegar hasta él en ese lugar, quizás incluso les tomaría menos de 60 minutos informar a las autoridades, y para entonces, cualquier policía dando una ronda lo reconocería. Si miraba en retrospectiva, no importaba cuanto se hubiera tardado en encontrar un autobús o un chofer de camiones, cualquiera sucumbiría ante un llamado de la autoridad a entregar a un niño perdido. Y su mejor suerte al entrar a aquel restaurante había sido encontrarse con aquel único sujeto que parecía comprender que él no podía ser como el resto, que eso lo ponía en peligro. Lo había llamado mutante, como llamaba su cuidadora a esas personas peligrosas que hacían estragos desde las amenazas de la guerra nuclear. Ahí estaba su revelación, en personas diferentes, en "mutantes". Él era un mutante.

Observó al adulto expectante, y éste, después de largos segundos de evadir su mirada mientras pensaba que era lo que iba a hacer, volvió a mirarlo de soslayo con aparente recelo, y entonces tuvo la respuesta que esperaba.

-Toma tu comida y sígueme. Y no hagas preguntas hasta que estemos de camino.-Fue todo, fue su única declaración antes de comenzar a andar rápidamente sin esperarlo.

Evan apenas reaccionó para poder tomar su pedido, casi derramando la malteada en el proceso, y con pasos rápidos y tan largos como pudo, siguió al mayor por el estacionamiento a todo lo que daban sus piernas. Aquel adulto caminaba exageradamente rápido una vez que tomaba camino. El mayor le guió hasta un camper, de color azul con una línea ancha que lo dividía de forma horizontal en color blanco, el mismo tono que la parte superior de todo el vehículo. La puerta del copiloto fue abierta para el niño, y el mayor tomó el paquete que traía en las manos para dejarlo a la mitad del asiento, esperó a que el niño se quitara la mochila para tomarla y colocarla en el piso del auto, y lo cargó debajo de los brazos para subirlo al asiento donde Evan rápidamente tomó su lugar y la puerta se cerró detrás de él. El hombre de las abundantes patillas apareció del otro lado del automóvil y subió al asiento del piloto, encendió rápidamente el motor, y en pocos segundos ya se encontraban saliendo del aparcamiento.

Hubo un segundo, cuando el hombre detuvo el auto en la salida, en que Evan se permitió dudar sobre si aquel sujeto realmente lo iba a llevar hacia Nueva York o lo iba a regresar hacia el poblado más cercano, donde encontrara una central de policía donde dejar al menor. Y en esos segundos que al hombre le tomó avanzar por la calle esperando que el tráfico le diera la oportunidad, el giro hacia la derecha o hacia la izquierda tuvo al niño al borde del desmayo. Todo lo que había planeado, lo que había pensado, lo que imaginaba y deseaba para los próximos días se hizo realidad, una vez que la maquina comenzó a andar hacia la carretera, en dirección al norte, el camino que el mismo Evan había considerado tomar incluso si tenía que hacerlo a pie. Miró por el retrovisor, observó todo lo que estaba dejando atrás, toda la seguridad que había tenido hasta entonces para tomar un rumbo incierto. Para seguir tan solo a una voz. Pero también estaba absoluta y completamente aliviado de dejar atrás todos sus temores, y de pronto, se sintió libre. Libre para ser lo que era, libre para explorar lo que podía hacer, lo que podía sentir, lo que podía aprender. Era libre para ser lo que había sido desde que era un bebé y que había ocultado tan celosamente. Y comenzó a reír, con ganas, sintiendo que era la sensación más gloriosa del mundo el simple hecho de reírse de su buena suerte. Que el alivio era tan grande que podía respirar profundamente y exhalar una risa que le hiciera vibrar completamente.

-Que es tan gracioso.-Cuestionó el hombre, ciertamente extrañado de la conducta tan inquieta del niño tan pronto comenzaran el viaje. Era posible que estuviera burlándose de algo que el mayor estuviera pasando por alto, que hubiera caído en una trampa, pero no. Evan se tomó su tiempo para contestar.

-Me siento bien.-Respondió simplemente, y le miró nuevamente, muy atento. No tenía palabras para explicar lo mucho que significaba su gesto para él, pero la educación le había enseñado una única palabra que podía expresar enteramente lo que pensaba, tanto como podía ser insuficiente. Pero era mejor eso, que no decir nada.- Gracias, señor.-El hombre le miró, solo unos segundos, y volvió su vista al camino. No dijo nada mas por unos minutos, mientras el camino seguía y el menor se regocijaba simplemente con la vista del cielo azul que tanto amaba. Minutos en los que las sensaciones se asentaron, y cada uno pudo revalorar lo que había pasado tan solo un momento atrás. El silencio bastaba para entibiar la situación y dar paso a algo que era sumamente importante, una regla de etiqueta que se veía imposible de olvidar.

-No me digas "señor"… Solo llámame James.

Notas: Este capitulo y los que siguen acaban de tener una edición completa de ultima hora (por que soy medio idiota :) haha) el día 15/Sep/13. Por cuestiones de concordancia con la historia, debí alterar todo el asunto y los nombres incluso para apegarme a lo original. En mi cabeza tenía que tener sentido, lo siento xD. Para quienes no saben o lo han olvidado, James era el nombre de Logan antes de perder la memoria. Aun estamos dentro de los años de la guerra fría, y no fue hasta que Logan fue a Vietnam que consiguió sus poderes.