I
Un nuevo comienzo
El grupo con el que Ren y su tío Hinoki, líder del clan Miuhai, viajaban, se había establecido hacía unas horas en un hotel de a las afueras de la otrora bella ciudad de Kirigakure. El grupo, mayormente compuesto de comerciantes especieros y de artesanías, esperaban ser recibidos con presteza ante los altos consejeros del Mizukage. Aprovechando la inquietud general, Ren Miuhai logró escabullirse un rato para destensar los músculos con su espada después de un largo viaje, primero en barco, luego a caballo. Después de lanzar un puñado de estocadas y hacer varias fintas con su preciada espada de cuerno, la Jurojin, de la cual se decía que tenía el poder de Isobu, o el Sanbi, el bijuu de tres colas. Si era así, Ren nunca había logrado despertarlo, aunque entre los alumnos de su promoción siempre se habían contado cosas increíbles de esa espada, y de otras a las que aún no había tenido acceso y que ansiaba dominar.
Hinoki Miuhai, un hombre portentoso, de barba espesa, alto, musculoso y afable, se situó ante Ren y, en un movimiento súbito, detuvo la siguiente estocada con tan sólo situar sus palmas entre la hoja. Ren intentó moverse, pero no pudo. Finalmente, Hinoki soltó la espada y cedió su control a su sobrina.
–Pensaba que el entrenamiento que habías recibido durante estos últimos años había sido suficiente, aún para considerarte una digna aspirante a los nuevos shinobigatana.
–No te equivoques, ojisan –dijo Ren entre risillas–. No dejaré que ningún otro aspirante me gane. Además, ahora somos el doble de espadachines que antiguamente. Y, por supuesto, nunca he olvidado luchar con mi cuerpo, aparte de usar la espada. Soy una chic… ¡una mujer de recursos!
Hinoki despertó un huracán con su risa.
–Así me gusta, chica… digo, ¡mujer! No desesperes, porque aunque te quede un camino largo, sé y sabes que tienes recursos de sobra. No abandones nunca tus ideales, Ren-chan. Pero…
El líder del clan Miuhai se puso en posición de pelear.
–¡Que tengas suerte, Ren-chan! –dijo, mientras intentaba provocar a la chica–. ¡Porque la necesitarás!
Ren recibió un golpe con su pierna, tan fuerte que casi cayó de bruces al suelo. Por suerte (la necesitaba, eso era cierto), pudo protegerse con los antebrazos antes de que pasara nada. Ahora estaba desarmada, pues la Jurojin había salido volando y se había clavado en la tierra húmeda, a unos cuantos metros de distancia.
–Tus progresos son buenos... –apuntó Hinoki–, ¡pero no te relajes! Alguien como tú debe saber que los ninjas de Mizugakure no son mercenarios de tres al cuarto como los que se llevaron a mi hermano Miutarō, sino que entre ellos hay gente digna, noble y con un gran poder... ¡Apréndelo!
–Si, por supuesto -le contestó Ren–. ¡Descuida!
El combate no se prolongó por más tiempo. Ambos se despidieron y Ren se quedó sola. Ahora empezaba una nueva etapa de su vida, alejada del bosque, las llanuras y el mar, de los largos entrenamientos en mitad de la naturaleza... ¡empezaba su aventura como aspirante a shinobigatana de Kirigakure! Pero antes tenía que pasar la prueba de graduación y convertirse en genin, etc. Ren iba a cuidar con sumo celo de la espada Jurojin que forjaron tus antepasados, y aprendería a manejarla como hizo tu padre...
Un asomo de duda vino a cubrir sus pensamientos.
–¿Cuando tengáis noticias del secuestrador alguien vendrá a comunicármelas? Quiero saber cómo es ese tipo...
–No te preocupes, Ren-chan. Creo que en la aldea puede que sepan algo sobre él. Además, ¡puedes preguntar a los miembros del clan que trabajan como ninjas para la aldea! Pero no creo que te digan nada, porque hay poca información. Aparte, tienes que centrarte en tu formación, ya buscaré yo a mi hermano. No cargues con un peso que sabes no vas a poder manejar.
Ren pareció resignarse, al menos en lo físico. En lo psíquico quizás fuera de otra forma.
–¡Perfecto, ojisan!
«El clan Miuhai estará orgulloso de mí... , Hinoki... ¡Papá, mamá! ¡No os defraudaré!», pensó Ren mientras se dirigía, feliz como un león tras haber atrapado su cena, rumbo hacia la oficina de reclutamiento.
Allí le dijeron que todo estaba correcto, que tan sólo esperara un aviso del instructor. No tardarían en avisarle, le aseguró la secretaria con aire despreocupado, intentando sobrevivir entre una marabunta de tinta y papel. En fin, no le quedaba más que entrenar y entrenar, hasta ver llegar el día en que, por fin, se cumpliera su sueño.
