Datos anexos: El fic está basado en la película animada con animalitos xDDD mis primos la están viendo ahorita y me ha inspirado xD así que veamos que resulta xD
El bandido de Inglaterra.
Summary: Robin Hood era rápido, audaz, inteligente, valiente y sincero a su corazón. No como ese estúpido rey Juan que solo le estaba causando dolores de cabeza…
Lord Arthur Kirkland rolo los ojos por enésima vez aquella tarde, mientras escuchaba sandez tras sandez salir de la boca de aquel inepto monarca que hacía ya poco tiempo había ascendido a su trono. Estaba harto de escucharlo balbucear sobre la poca elegancia que había tenido Ricardo al decorar el castillo de Nottingham en el cual se estaba hospedando, o lo insolente que podía ser su sobrina, Marian.
Prefería mil veces escuchar al Rey Ricardo roncar sentado sobre su trono, que escuchar a ese enclenque hablar por horas y horas tratando de llamar su atención sobre cosas que a él no le importaban en lo mas mínimo. Como ansiaba que Ricardo volviese de las cruzadas de una buena vez, y que patease lejos a su pelele hermano, una celda como primera opción.
- ¿Qué piensa usted de lo dicho, Lord Kirkland? – aquellas palabras lo sacaron de su ensoñación. Juan I lo miraba atentamente desde su trono, con Sir Hiss mirándolo con desaprobación. Al parecer el astuto consejero aun no parecía creerse que aquel chiquillo de no más de 13 años fuese la real personificación del reinado de Inglaterra.
- pienso que los cambios que usted desea hacer en la decoración, su alteza… - respondió con insolencia camuflada con protocolo – no me conciernen, dado que mi opinión en estos asuntos no es pertinente.
Por mi… pensó Arthur que ponga tapices rosas, o corte todas las flores del prado… no me interesa. Cuando Ricardo vuelva podre pasarle la cuenta a este pelele inútil y llorica.
Juan, ajeno al verdadero sentimiento que guardaba su hermoso reinado, pareció encantado con el visto bueno y mando a llamar a sus otros consejeros, para que le ayudasen a escoger las nuevas decoraciones para el castillo.
Arthur se levanto de su asiento y salió de la estancia con rapidez alarmante, no queriendo quedarse allí un segundo más. Debía encontrar a Lady Kluck o a Miss Marian. A pesar de ser mujeres, ambas tenían más cerebro que aquel estúpido principito insolente. La corona le quedaba enorme, no merecía usarla… ¡hasta el chiquillo de Arthur I de Bretaña tenia mas cabeza! ¡¡Y solo tenía 12 años!!
Los jardines de palacio eran bastante rústicos, pero a Arthur le recordaban cuando el aun no vivía en palacio… cuando aún era un simple niño corriendo por los pastizales, rodeado de animales y aguantando a Francis… Si. Inclusive compartir pastizal con aquel sapo afeminado era menor martirio que escuchar a ese insípido príncipe. Al menos Francis y el eran de la misma clase y tenían una percepción del mundo un tanto similar, dada su condición de inmortales.
- ¡Lord Kirkland! ¡No esperábamos verle por aquí! – exclamo Lady Kluck acercándose a paso rápido hasta el muchachito rubio de cabello rebelde. La mujer era rechoncha y de mejillas sonrosadas, pero emanaba tal vitalidad y dulzura que Arthur siempre parecía sentirse cómodo en su presencia.
- lamento interrumpir, sea lo que sea que estuviesen haciendo, mis estimadas señoritas – respondió con simpleza – pero la verdad es que necesitaba tener algo de inteligencia rodeándome, la sencillez – pronuncio con sarcasmo – del Rey Juan I suele darme dolores de cabeza.
Lady Kluck rio burlona ante aquella afirmación.
- ¡¡a quien no!! Aquí entrenos, Lord Kirkland, no conozco a nadie con cerebro que soporte al príncipe Juan.
Arthur asintió, dándole la razón a la mujer. Marian los miraba de lejos, sonriente como siempre, esperando que él se acercase a saludarle. A diferencia de Lady Kluck, Marian aun guardaba su inocencia infantil y era muy recatada. Ambas cosas llenaban a la personificación de Inglaterra con satisfacción, que disfrutaba de la compañía de caballeros y damas, y no de adefesios como podía bien serlo el rey Juan.
- Señorita Marian, un placer saludarle esta mañana – le saludo haciendo un movimiento de cabeza. Marian hizo una reverencia.
- el placer es mío Lord Kirkland, me llena de alegría verle pasearse por los jardines.
Arthur sonrió.
- Si, estos jardines son realmente hermosos, aunque estén tan mal cuidados. Tal vez necesiten de una mano femenina elegante como la suya, Marian.
- me halaga, mi Lord – respondió la chica azorada.
Lady Kluck rio afable.
- ¡mire que chiquillo tan galante es, Arthur! Con dos frases ya has logrado ganarse a la recatada señorita Marian
- ¡Lady Kluck! ¡Por favor! – exclamo la otra, escandalizada.
Arthur se trago una carcajada y miro hacia el bosque, esperando ver petirrojos o ardillas. No le gustaron las figuras que se movieron entre las ramas, pues eran demasiado grandes para ser los lindos animalillos que estaba buscando. Desenvaino su espada con rapidez.
- ¿Lord Kirkland?
- a mis espaldas, ambas – ordeno con seriedad. Podría tener el cuerpo de un mocoso, pero tenía la edad y la experiencia suficiente como para mandar a tres soldados al otro barrio sin sufrir daño alguno. Ser una nación tenía sus ventajas, las heridas mortales humanas para ellos eran meros rasguños, y resistían tres o cuatro veces más en combate. Podía parecer un niño, pero ya hacía mucho que Arthur Kirkland era un adulto.
Los intrusos se alejaron por la derecha, y Arthur comenzó a correr tras ellos, luego de obligar a las damas a entrar al castillo a algún lugar seguro y alertar a los guardias. Todo le tardo el tiempo suficiente como para dejarles a los bandidos tiempo de entrar, pensó.
En la sala del trono, Juan estaba histérico, abrazando un saco de oro con firmeza y chupándose el dedo pulgar cuan niño pequeño. Sir Hiss miraba en todas direcciones en busca de algún sospechoso, pero el único que entro a la estancia fue un alborotado Lord Kirkland envuelto en su armadura dorada y con su espada en mano, vigilante a cualquier movimiento sospechoso.
- ¿se encuentra bien, su alteza? – pregunto el pequeño, aun esperando atento.
- ¡¡¡e-e-ese maldito!!! ¡¡traiganmelooo!! ¡¡Alguien atrape a Robin Hood!!!
¿Robin Hood? Se pregunto Arthur, preguntándose qué clase de nombre era aquel.
- ¡no necesita que nadie me traiga, rey pelele! – exclamo una voz desde el techo.
Arthur alzo la vista y le vio. Envuelto en un traje verde (con sombrero y pluma y todo) y con una sonrisa de suficiencia, un hombre de cabello oscuro y piel tostada por el sol y sucia por la tierra blandía un arco y flecha en dirección al rey Juan I. Era un personaje pintoresco y de voz firme, pero suave.
Inglaterra se abalanzo al momento que la flecha fue disparada, pero en vez de apuntar a algún sector vital del rey, aquella flecha se incrusto en el saco de oro que el rey abrazaba con tan ferviente pasión, pero que por el miedo soltó profiriendo un grito de mujer histérica.
La flecha tenía una cuerda atada. Arthur supo de inmediato que aquel ladrón querría llevarse el oro, cosa que no podía permitirle, a pesar de que le entretenía a sobre manera ver a Juan lloriquear como una niña.
Con una mano tomo de la cuerda y hizo gala de la fuerza de una nación completa para hacer caer al bandido desde la viga en donde estaba parado, sorprendiéndolo. Claro, nadie se esperaba que un niño tuviese semejante fuerza y tamaña capacidad de reacción. Arthur se sintió orgulloso a sus adentros.
El hombre sabía cómo caer, eso era seguro, pues cuando impactó, lo hizo rodando y evito así cualquier daño grave. Arthur se abalanzo contra él, atacándole sin piedad alguna, ignorando los gritos de chiquilla de su rey rogando por ayuda.
El bandido logro sacar una pequeña daga de su cinturón y detuvo el ataque. Estaba sonriendo.
- ¡¡vaya!! ¡¡Que niño más fuerte!! – exclamo divertido el moreno, al parecer llamado Robin Hood, bloqueando cada estocada y sablazo de parte de Arthur.
Arthur no respondió aquella frase, sino que siguió con su ataque. Pero estaba en clara desventaja, dado que el hombre era mucho más rápido que él y además tenía esa pesada armadura puesta, negándole una movilidad suficiente.
El hombre seguía mirándolo divertido, como si acabase de encontrar algo muy interesante, mientras esquivaba cada ataque que el pequeño Arthur le dedicaba, este último ya comenzaba a enojarse.
- ¡¡esquiva esto!! – ladro molesto, y blandió su espada con fuerza, logrando cortar parte de la mejilla del bandido.
Robin Hood sonrió.
- vaya, vaya… - comento mientras seguía sonriente. Afuera, el sonido de los soldados aproximándose llamo su atención y frunció el seño – lastima, me estaba entreteniendo contigo, cejotas… - murmuro molesto. Acto seguido tiro de la cuerda, y la flecha salió disparada a su mano, esparciendo todo el oro por la estancia y apunto al tejado. La flecha se incrusto en el techo y el la uso para subir. Arthur considero que seguir le iba a ser imposible, con todo el peso que traía encima, en cambio, lanzo su espada lejos y corrió hasta las puertas, para poder salir al jardín, por donde el deducía que el bandolero iba a abandonar el castillo.
Y dicho y hecho, mientras los soldados entraban, el salía disparado hacia los mal cuidados jardines del castillo y le vio a lo lejos en el alfeizar de una de las ventanas de ventilación. El hombre estaba mirando hacia el interior del castillo y pronuncio, con voz potente.
- ¡mi nombre es Robin Hood! ¡Quien roba a los ricos para dar a los pobres! ¡¡Viva el rey Ricardo, muerte al rey pelele!! – y se lanzo al agua del estanque que rodeaba el castillo a modo de seguridad. En la otra orilla, un hombre corpulento, vestido de igual manera que el bandolero lo recibía riendo divertido.
- ¡venga Robin! ¡Hay que irnos antes de que nos entierren una flecha en el trasero! – rio tomando a Robin Hood por el cuello de la camisa.
- ¡¡ALTO AHÍ!! – grito Arthur jadeante.
Robin le miro sorprendido, pero sonrió divertido.
- ¡¡hasta otro día cejotas!! ¡¡Me divertí mucho contigo!!
Y desapareció en el bosque camuflándose casi perfectamente entre las ramas. Solo el ruido de una carreta que se alejaba le ayudaba a Arthur a saber que el otro seguía moviéndose por el bosque.
El más pequeño apoyo una rodilla en el piso y jadeo agotado. Pocas veces había corrido tanto desde que vivía como Lord, envuelto en armaduras caras y pesadas.
Robin Hood. Robin Hood quien roba a los ricos para dar a los pobres. Arthur sonrió divertido, mientras seguía jadeante mirando al bosque. Esa clase de hombres intrépidos valían la pena, pensó, esa clase de hombres con principios.
Sonrió y grito al bosque, esperando que el bandolero lo escuchase.
- ¡¡yo también espero un próximo encuentro contigo, Robin Hood!!
