Historia escrita por mi hermana. Personajes, ideas, argumentos etc. es todo suyo.
Yo solo me ocupo de editar la narrativa.
—El mundo digital está en peligro de desaparecer para siempre.
—¿Tan grave es?
—Habrá que…
—¡No lo digas! Además, ellos no querrán ayudarnos, no somos de su mundo. Dirán que no les concierne.
—Pero dentro de poco sí, y hay que recordar a esa niña.
—Esa niña… ¿No tenía un hermano?
—Sí, él será tu compañero.
Mientras en un mundo al margen de todo esto. Un chico de quince años de pelo rubio y ojos marrones jugaba, o mejor dicho, ganaba a todos los chicos de aquel parque a un juego de cartas.
—¡No! ¡No puede ser! ¡Otra vez! —dijo el chico derrotado llevándose las manos a la cabeza.
—Diego ¿cómo lo haces?
El chico sonrió mientras recogía sus cartas. Aquellos chicos eran compañeros de clase, y les caía en más o menos gracia. El chico que había vencido, un joven de aspecto orondo y piel oscura, se sentaba tres pupitres delante de él.
—Es solamente estrategia —argumentó con un tono burlesco en su voz anodina—, algo que visto lo visto desconocéis. No deberíais sacar el digimon más fuerte que tenéis y empezar a dar golpes sin conocimiento ninguno.
Aquello, viendo los ojos de los chicos, no les sentó nada bien. Los jóvenes, por lo que podía ver el muchacho en sus miradas, se preguntaban porqué le habían pedido jugar si iba a ser tan arrogante después. Diego recogió sus cartas con el estómago encogido, se mordió el labio inferior y de sus labios salieron unas palabras de las que se arrepintió más tarde:
—igual fue divertido, repitámoslo otro día.
Sí, les había animado pero él no se sentía bien consigo mismo. Su casa estaba cerca del parque, sacudiéndose el polvo del banco de madera en donde estuvo sentado en el viaje.
—Hola, Diego —saludó una pequeña niña de pelo castaño y ojos de una tonalidad similar a la suya. Aquella niña, su hermana, tenía ocho años—. Ven a ver esto —decía mientras señalaba la televisión.
—¿Qué pasa ahora, Rosaura? —preguntó molesto al ser necesitado nada más llegar, pero al ver la televisión sus ojos se abrieron—. Súbele el volumen.
La niña acató su petición. Ambos se erizaron al saber que aquella madrugada todo dejó de funcionar: corriente eléctrica e internet, y todo lo que aquello implicaba; ordenadores de todo el mundo detenidos, cajas bancarias bloqueadas, la bolsa cayendo en picado… todo durante tres horas seguidas. Había sido global, se barajaban ideas de algún grupo de hacker e incluso de un fallo en el sistema desconocido similar al efecto Dos mil.
—No pensé que fuese tan grave —escuchó Diego en apenas un susurro.
—¿Grave el qué?
—No sé de qué me hablas. Me voy a mi cuarto —nada más decirlo, saltó del sillón cruzando el pasillo. Diego no pudo evitar pensar en lo pálida que estaba cuando se fue, casi parecía un fantasma.
Sacarle sus pensamientos a la fuerza solo haría que las cosas empeorasen, pensó Diego, seguramente se habría asustado por todo lo que podría implicar y ya está y de querer algo ya hablará más adelante.
Cerró la puerta de su habitación dejando atrás una nota pegada sobre la puerta que no necesitó leer. Lo buscó ansioso con la mirada, encontrándolo en breve: un reloj. Pero no era un reloj normal, era "su" reloj. Un reloj de color gris plateado con surcos en relieve y el alfabeto Digimon alrededor de la pantalla, dos botones uno a cada costado y otros dos botones bajo la pantalla siendo éstos de color morado. Encima de la pantalla una pequeña lucecita. Y en el dorso del mismo una D tallada a mano con una perfección inigualable a modo de marca de agua que autentificaba su procedencia.
Tras tomarlo recordó el día en que obtuvo aquel reloj. Estaba enfadado, ya ni recordaba el porqué, y pasó por una calle que no solía transitar. Con algo de nerviosismo miró a todas direcciones tratando de ubicarse, hasta que decidió mirar en una relojería, para preguntar al dependiente cómo volver a la calle. La ansiedad se fue al instante al ver que regalaban relojes de Digimon de edición limitada según un cartel puesto a un lateral de la puerta, e incrédulo y olvidadizo se acercó al mostrador. Ni siquiera había reparado en la campanilla de entrada hasta que ésta no dio sus últimos tañidos aunque sí fue escuchada por una mujer de veintiséis años de aspecto asiático, pelo negro y ojos oscuros.
—¡Hola! ¿Has venido por un reloj? —Diego asintió—. Míralos cuanto quieras, mientras yo recoloco algunas cosas.
—Gracias.
Mientras les echaba un vistazo se fijó en uno al momento justo de sentir como un clavo penetraba en su sien saliendo por el otro lado. No era común para él tener dolores fortuitos de cabeza, pero no era algo que le fuese ajeno. En medio de su dolor le pareció percibir la silueta de alguien por el rabillo del ojo, mirando hacia atrás por mero instinto pero estaba solo en aquel lugar.
—Habría jurado que… —susurró.
—¿Dijiste algo? —preguntó la encargada que no parecía haberse dado cuenta de nada.
—Pensé que alguien habría entrado… aunque quizás fue solo alguien pasando —racionalizó rascándose el mentón—. Me he decidido —dijo señalando lo que sería su futuro reloj.
La chica sacó el reloj de la vitrina del mostrador y lo colocó encima pidiéndole amablemente al muchacho que pasara su mano por encima, algo que aunque descolocó un poco a Diego no tardó en hacer. La luz que el reloj desprendió en aquel momento fue lo suficientemente fuerte como para bañar el lugar y cegar a los dos presentes, mientras una voz se clavó en su cabeza como una estaca, parecido al dolor de antes.
"Por fin."
Diego no podía parar de pensar en todo comienzo de temporada de Digimon así como algunos mangas; el brillo intenso. La dependienta insistió en regalárselo con tanta alegría que hizo pensar que se trataba de un artilugio defectuoso, pero… quizás eso aumentaba su valor. Fuera de la tienda se dio cuenta del digihuevo que había en el y entendió que quizás se debería a una campaña de marketing para hacer ver ese VPet más realista. Miró con nostalgia el digihuevo morado que se tambaleaba.
Había pasado ya un par de semanas de aquello, el digihuevo se había abierto en un Dodomon a los pocos días, y tardó poco más de una semana en convertirse en un Dorimon. Lo tocaba poco, eso sí. Y lo reconocía. Tardó bastante en ajustarse a los controles. Una vez tomó el reloj se percató de que su Digimon estaba comenzando a moverse, similar como había pasado con las otras dos etapas antes de transformarse. Se sentó en su cama y esperó pacientemente la llegada del nivel principiante casi como agua de Mayo.
Una repentina luz incandescente bañó la habitación en plena secuencia de evolución, similar a cuando había obtenido aquel extraño reloj vpet. Cegado, tardó en ajustar su vista.
—¡Ya iba siendo hora! ¿No crees? —suspiró molesto una voz desconocida—. Que decepción.
Sin parar de frotarse los ojos Diego por fin pudo ver al propietario de aquella voz. Con forma encorvada, similar a un dinosaurio, y un rostro de aspecto perruno. Su pelaje violeta relucía a la luz de la lámpara del techo y su cola peluda chocaba incesantemente contra el suelo demostrando lo nervioso y ansioso que estaba. ¡Un maldito Dorumon!
