Disclaimer: Los Juegos del Hambre, sus personajes y locaciones, pertenecen a Suzanne Collins. Este fanfiction es una adaptación del libro "Más que un amigo" de la autora Elizabeth Winfrey.
Más que un amigo
Capítulo 1
Katniss PVO
Nunca sabré qué fue lo que cambió en mí ese día. Pudo haber sido la combinación de aquel increíble cielo azul y de la embriagadora fragancia de las madreselvas que predominaban en el ambiente. Pudo haber sido el hecho de que había vivido toda la secundaria observando a los demás creando historias fantasiosas, aunque yo nunca había sido autora de ninguna. O tal vez fue que hacía casi tres meses que no veía a Peeta y comenzaba a sentirme ansiosa. Quizá sólo quería enamorarme.
-¿Sabes cuál es tu problema, Katniss Everdeen?
-Sí, que te lo pasas preguntándome si sé cuál es mi problema- le respondí a Peeta Mellark, mi mejor amigo y, por desgracia, uno de mis más despiadados críticos.
-Vuelves a equivocarte.
Peeta meneó la cabeza y rodó sobre el césped. Estábamos en un picnic en el bosque del Distrito 12, nuestro hogar desde que habíamos nacido diecisiete años atrás, y yo me daba cuenta de que Peeta se estaba aburriendo de nuestra gentil conversación sobre qué había hecho cada uno en el verano.
Pasar el día del Trabajador en la laguna era una especie de tradición entre nosotros. Cuando eres íntima amiga de alguien durante más de tres años ciertos rituales se cumplen de un modo predeterminado, y si el procedimiento se omite o modifica, ambos participantes tienen la sensación de que algo ha salido mal. Por lo tanto, en lugar de ir a pasar unos días a Sherwood Forest Camp, en el Distrito 11, para divertirnos con los demás asesores, me marché del Distrito 11 y volvía a casa un par de días antes.
Para que no creas que soy la única mártir en cuestión, debo agregar que Peeta también un viaje en canoa con Finnick Odair para pasar el día conmigo. Sin embargo, eso no implicaba una aceptación por mi parte de ser objeto de análisis como si hubiera sido el caso más raro de la psiquiatría. Para que le quedara en claro ese punto, suspiré con gran dramatismo.
-Muy bien, doctor Mellark. Por favor, le suplico que me levante el ánimo.
Peeta se sentó y se quitó de la boca el tallo de césped que había estado masticando.
-Para explicártelo con terminología sencilla, mi diagnóstico es que, como chica, te pareces a un té helado dietético. Peor todavía: té helado al limón, invariablemente; ni soñar con sabor a durazno o a frambuesas.-Sonrió (con egoísmo, en mi opinión) y se tendió sobre el pasto. Actuaba como si acabara de resolver el tema del hambre en el mundo, en lugar de haber declarado una rotunda estupidez sobre el té helado.
Y si yo hubiera tenido dos dedos de frente, me habría puesto los auriculares de mi Ipod y lo habría ignorado por completo. Pero Peeta tenía un arte especial e irritante para envolverme en sus ridículas teorías.
-¿Hay más?-le pregunté-¿O simplemente, lo que tengo que hacer es dejar de tomar té helado para que este último año en la escuela secundaria me traiga fama, fortuna, belleza y amor verdadero?
-¡Ajá! De modo que la señorita quiere saber más, ¿eh?- Peeta fijo la vista en el campo verde y habló con tono dramático, como si hubiera miles de espectadores observando la estimulante conversación.
-En realidad, si hay más-continuó-Verás, mi querida Katniss. Cuando entramos en el negocio, tenías varias opciones de bebidas. Incluso dentro del reino de los tés había un amplio surtido; por lo menos doce sabores diferentes.
-¿Y?- lo urgí
Si yo no presionaba a Peeta cada vez que se ponía a hablar, podía pasar horas y horas sentada escuchando como divagaba.
-¿Por qué no elegiste entonces un helado de mango?¿O el multifrutal?¿O algún licuado?
-Creo que el multifrutal no es ningún sabor en especial- me defendí.
-Tienes razón. Pero eso es al margen. La cuestión en este tema es tú nunca actúas en forma impulsiva. Jamás se te ocurre decir: "Mmh, qué tentador sería probar el sabor de mango". No. En lugar de eso, te alejas con pasos pesados, con la única compañía de un té helado dietético.
-El té helado no es mi único compañero, tú eres el otro.
Peeta me arrebató de la mano la botella de té helado, que estaba por la mitad, y bebió un largo sorbo.
-Ah, estoy hablando con metáforas. Parece que no me sigues. Vamos, esfuérzate. Colabora con mi trabajo.
-Estoy colaborando. Trabajo contigo- respondí, otra vez entre suspiros
-En toda situación, siempre eliges el camino seguro. Temes tomar nuevas rutas. Has vivido toda tu vida como una monja que hizo la promesa de seguir siempre por un único camino. Acéptalo: debes incluir variantes.
-¿Por qué?
-¿Por qué? ¿Por qué? Porque si condimentas tu vida con nuevos ingredientes, podrías experimentar cosas maravillosas.
-¿Cómo por ejemplo?-Tal como lo he aclarado antes, Peeta tiene un arte especial para envolverme en sus teorías.
-Podrías ser inventora, o crear la coreografía de la comedia más sensacional del Capitolio. Algo mucho más interesante todavía: podrías enamorarte. O encontrar novio. O por lo menos, un chico con quien salir.
Protesté. Mi vida amorosa (mejor dicho, la falta de amor en mi vida) era uno de los temas preferidos de Peeta. En los momentos más inoportunos o inesperados- por ejemplo, mientras estudiábamos matemática- se las ingeniaba de alguna manera para sacar el tema de mi existencia sin salidas románticas.
"Esta ecuación es casi como tu vida amorosa-solía factores aburridos que dan como resultado cero".
De mi descripción de Peeta podría deducirse que se trata de un desalmado testigo de lo obvio, pero no es así. En absoluto. Simplemente, no entendía como hacía la gente normal como yo para terminar el día. Y cuando digo "normal" me refiero a las personas que, como en mi caso particular, no medían un metro ochenta ni tenían ojos azules ni, mucho menos, cuerpos envidiables. Por si no lo han adivinado, esta descripción corresponde a la figura de Peeta. Además, tenía un encanto supremo, una infinidad de salidas ocurrentes y aquel exasperante hábito de hacer sentir a todo el mundo a la misma altura que él, casi en un instante.
Sin embargo, lo que me decía respecto del miedo tenía cierto sentido. Yo temo a muchas cosas. Sobre todo siento terror al rechazo. Me refiero a que he visto cientos de chicas llorando desesperadamente en los baños, con el corazón destrozado porque algún idiota las ha dejado plantadas en el medio del comedor. Y después, cuando las observo retocar con valentía el maquillaje de sus labios y dirigirse de regreso al pasillo, para seguir exponiéndose a la tortura, siento pena por ellas. De verdad. Pero, por otra parte, me pregunto por qué se prestan a ese juego. ¿Es tan estupendo tener novio? ¿Vale la pena experimentar náuseas y dolor cada vez que ves al tipo abrazar a otra chica? En mi opinión, de ninguna manera.
Soy lo que mi madre llama un "higo de tuna". Con esa especie de psicología de estrecasa se refiere a que no dejo que nadie se me acerque demasiado. Pero, tal como se lo repito una y otra vez, detesto la psicología de entrecasa. Rotular a cada individuo, como si fueran frascos, me resulta inhumano. ¿Por qué reducirnos, entonces, a una mera definición del Diccionario de la Real Academia?
Tal como Peeta estaba diciendo, el miedo me paraliza. Pero… ¿a quién no?
-¿Miedo, eh?-Entrecerré los ojos y estudié a mi amigo. Acababa de terminar un contrato de trabajo por tres meses, en una chacra cercana dedicada al cultivo de árboles navideños. No pude evitar reparar en las maravillas que había logrado en sus bíceps y pectorales gracias al intenso trabajo de siembra. ¡Ojalá las horas de enseñanza de jazz a un grupo de niñas de diez años hubiera logrado el mismo efecto con mis cuádriceps!
Peeta asintió con aire solemne.
-Mírate. Tienes diecisiete años y jamás has estado enamorada. ¿De verdad quieres pasar quinto año sola?
Sin duda, había llegado el momento de cambiar posiciones.
-¿Y qué me dices de ti, Peeta? Tienes una larga hilera de chicas a las que parecer haber escogido al azar. ¿Pretendes hacerme creer que cuando estás con alguna de ellas en el asiento de atrás de tu auto no te sientes solo?
-Por lo menos, lo intento.
-Yo también-insistí-. Pero sin éxito.
Peeta se echó a reír.
-Te ilusionas mucho con esto. Espera al príncipe azul, con caballo blanco y todo, para que te tome en sus brazos y te lleve con él.
-Es una mentira grande como una casa-retruqué.
Cuanto más nos sumergíamos en la conversación, mayor era mi sensación de que Peeta quería llegar a un punto especial con tantos argumentos. Ojalá hubiera ido al grano de una vez y me hubiese dejado comer mi sándwich en paz.
-Demuéstramelo- me desafió.
-¿Qué te demuestre qué?-Fijé la vista en el suelo, deseando poder rebobinar la charla. Empecé a recordar las anécdotas graciosas que tenía con mi grupo de alumnas, a las que les había enseñado jazz durante todo el verano. Habría dado cualquier cosa para llevar a Peeta otra vez al terreno de lo impersonal.
-Demuéstrame que de verdad quieres enamorarte.
-¿Cómo?
-¿Cómo crees? Enamorándote, por supuesto.
-Peeta, no es tan sencillo como sacarse un diez en Historia. No puedo salir a la calle y enamorarme del primero que se me cruce.
-¿Y cómo lo sabes, si jamás lo intentas?
Todo aquello orillaba ya la ridiculez. Peeta no se daba por vencido y yo sentía que mis mejillas parecían dos tomates. Le encantaba hacerme sentir avergonzada. Por alguna razón, amaba esa situación. Para mí, era humillante.
-Olvídalo- dije con firmeza. Mordí un bocado de mi sándwich y encendí mi Ipod. Si no le prestaba atención, se aburriría y se daría por vencido.
Extendió el brazo y me quitó los auriculares. Seguí escuchando la voz de Lady Gaga, apagada y distante, que salía de ellos.
-Lo digo en serio, Katniss. Te desafío a enamorarte.
Un rato antes no había obtenido buenos resultados con el contraataque. ¿Pero qué otra alternativa me quedaba? Hice un intento más, desesperado.
-De acuerdo. Soy yo la que te desafía a que te enamores. Y no me refiero a ningún romance de dos semanas con la chica de turno.
Comencé a entusiasmarme al pensar en todas las condiciones que podía imponerle par que se enamorara.
-También quedan excluidas las salidas con Glimmer Fain, la porrista exuberante. Estoy hablando de un compromiso. Un acuerdo de voluntades.
Peeta se encogió de hombros.
-De acuerdo. Trato hecho.
-¿Qué?-No creí que en realidad estuviera dispuesto a aceptar el desafío. Esperaba que en cualquier momento me saliera con una de sus ingeniosas ocurrencias para declarar de nulidad absoluta todo el trato.
-Yo te desafío a ti y tú a mí. El que alcanza el objetivo gana.-Su expresión era indescifrable; yo todavía conservaba la esperanza de que toda aquella idea fuera broma.
-¿De verdad aceptas este desafío mutuo de enamorarnos?
-¿Por qué no?- se cruzó de brazos, ¡Qué altivo se veía!
Sin embargo, a pesar de mí misma, toda esa cuestión comenzaba a interesarme. Tal vez Peeta tenía razón. Tal vez había llegado el momento de que Katniss Everdeen mostrara a los hombres- o, al menos, a un hombre- de Plutarch High cuánto valía. Por otro lado, ya estábamos en quinto. Si me ponía en ridículo, lo máximo que podía sucederme era tener que soportar las burlas durante el resto del año y no asomar la nariz en ninguna de las reuniones posteriores. D e todas maneras, dudaba que algún día quisiera asistir a una de ellas.
No obstante, si iba a aceptar la loca idea de Peeta, quería que la apuesta fuera por algo grande. No iba arriesgar mi corazón sólo porque al señor se le antojaba.
Asentí con la cabeza.
-Tienes razón
-¿Sí?- Por primera vez pareció desconcertado.
-Sí. Pero hagamos una apuesta.
Los ojos de Peeta se iluminaron. Adoraba las apuestas.
-Veo que estás entrando en el juego, Kat. Que sea algo fuerte
Me senté un poco más erguida.
-¿Alguna sugerencia?
-¿Qué tal si el perdedor tiene que preparar los almuerzos del ganador durante un mes?
Negué con un gesto. Ya que íbamos a emprender tamaña empresa, teníamos que hacerlo bien. Si la victoria no era lo bastante tentadora, sin duda olvidaríamos el trato y cada uno se dedicaría a lo suyo.
Volvía a intentarlo.
-¿Qué tal si el perdedor tiene que limpiar el cuarto del ganador una vez por semana, durante un año?
-Eso es injusto-protesté- Yo soy una fanática del orden y tú vives en el caos total
-¿Y si el perdedor tiene que llevar un cartel que diga: "patéame" durante una semana?
-No. No es nada original
-¿Cincuenta dólares?
-Vamos, Mellark. Sé que puedes lograr más si te esmeras.
Peeta volvió a rodar por el césped, hasta que quedó tendido de espaldas, con los brazos y piernas bien extendidos, de cara al sol, con los ojos cerrados.
-Permíteme meditar un momento-dijo-Ya se me ocurrirá algo que te erizará los pelos.
Yo también me tendí sobre el pasto, pero boca abajo, con la cabeza apoyada en el brazo. Cerré los ojos, para pensar algo por mi parte, pero me resultaba muy difícil concentrarme. Por lo tanto, mientras Peeta se devanaba los sesos cavilando en silencio, yo dejé volar mi imaginación.
Mentalmente, me ubiqué en el primer partido importante de fútbol americano del año, llevando un cartel de Plutarch High en la mano. Observaba a mi príncipe azul, todavía anónimo, ingresar al trote en el campo de juego. Él se volvía y miraba con detenimiento las gradas, hasta que su mirada se cruzaba con la mía. Luego hacía una señal con los pulgares hacia arriba y convocaba al equipo a una reunión.
La idea me dio risa. Los jugadores de fútbol no eran mi tipo. En mi opinión, los muchachos que forcejeaban y se golpeaban con toallas mojadas en los vestuarios a modo de juego eran puro músculo y poco cerebro. No, no era lo mío.
Luego me imagine en un escenario, bailando "El lago de los cisnes". Al finalizar el acto, tres docenas de rosas caían a mis pies. En mi sueño, sonreía embelesada y arrojaba un beso a mi apuesto novio. La escena fue bellísima, salgo un detalle: creo que el "El lago de los cisnes" ya pasó a la historia.
Peeta se sentó de repente y se puso a aplaudir.
-¡Lo tengo! Si querías un desafío, aquí va.
Me volví y me incorporé sobre los codos.
-A ver…
-Bien. Si pierdes, debes cortarte el cabello bien cortito, tipo militar y teñírtelo de rubio- Me miró arqueando las cejas.
-¿Qué?- bramé.
Imaginé que Peeta había perdido la razón. Sabía perfectamente que mi cabello era el único atributo loable que poseía, por ser abundante, largo y oscuro. Cada vez que iba a los baños de Plutarch High, siempre había alguna chica de cabello ralo que suspiraba y miraba el mío con envidia. Era el único rasgo que alimentaba mi vanidad… ¿y Peeta pretendía despojarme de él?
Supongo que advirtió mi expresión de pavor.
-¿Qué pasa, Katniss? ¿Tan segura estás de que vas a perder?
Odio el orgullo. Te hace hacer y decir cosas que otros calificarían de locura. En este caso en particular, mi tonto orgullo me obligó a aceptar los términos y condiciones de mi amigo.
-De acuerdo. ¿Qué pasará si soy yo la que gana?
-Simple. Me haré un tatuaje.
-¡De ninguna manera! Siempre dices que te harás un tatuaje. No vale.
-Bueno. Entonces piensa algo tú.
Rara vez experimento momento de brillantez, pero cuando los tengo, las consecuencias suelen ser una auténtica fuente de inspiración. Ése fue uno de esos momentos.
-Si yo gano la apuesta, tú, Peeta Mellark tendrás que rasurarte en la cabeza la palabra "Perdí". Y para hacer más dulce el trato todavía, seré yo quien te haga el favor de afeitarte.-Le sonreí mostrándole todos los dientes.
Peeta chifló. Me di cuenta al instante de que no le había gustado para nada la idea de que su corte de cabello proclamara a los cuatro vientos que, por una vez en la vida, había perdido. Pero tampoco podía echarse atrás. No era su estilo.
-Estrechemos las manos para cerrar el trato- propuso.
Sellamos el acuerdo con toda solemnidad; luego advertí que habíamos fijado un plazo. Si bien debíamos darnos el tiempo suficiente como para enamorarnos de verdad, tampoco tenía ningún sentido esperar a ser abuelos para contemplar nuestros logros.
Peeta debió haber leído mi mente.
-La fecha de vencimiento será el Baile de Invierno- anunció- El que se presente con su novio o novia ganará la apuesta.
Se ocurrió otra idea.
-¿Qué pasa si nos enamoramos los dos?-pregunté
Extendió el brazo y palmeó mi cabeza.
-Entonces los dos habremos ganado y será un empate.
Mientras recogíamos la comida, la manta y nuestro variado material de lectura, comencé a experimentar un vacío en la boca del estómago. Los meses siguientes tendrían que requerir mucho más que un arduo trabajo y buena suerte: necesitaba un auténtico milagro.
Hola! ¿Qué les pareció? Bueno la historia no es mía, es una adaptación de un libro que leí en la adolescencia y lo encontre el otro día mientras limpiaba, me pareció divertido adaptarlo a THG. Además de adptar locaciones y personajes, tuve que aggionarlo a nuestra época, dado que un libro de los 90' (La protagonista usa un walkman en lugar un Ipod... me pareció demasiado retro ajajaj).
Espero que les guste la historia!
Saludos
Ekishka
