Ningún personaje de la Patrulla X me pertenece, obviamente (aunque me gustaría)
Espero que les guste, es mi primer fic de los X-Men, así que no sean muy críticos. ¡Dejen reviews!
Lo único que podía escuchar era el sonido de sus propios pasos. El pasillo, estrecho y largo, estaba tenuemente iluminado por el suave resplandor que provenía de una puerta entreabierta, al fondo . Aunque no quería, tenía que avanzar, estaba segura de que lo que ocultaba esa puerta, para bien o para mal, se debía a ella. Cuanto más se acercaba, mejor podía escuchar el crepitar del fuego, los sonidos de la lucha, los gritos de los dos combatientes. Finalmente, atravesaba la puerta. Se encontraba en una habitación a la que le faltaba el muro exterior, de modo que se podía ver el cielo estrellado. Unos cuantos muebles estaban ardiendo, otros parecían cubiertos por una capa de hielo. En el centro, dos muchachos combatían. De las manos de uno manaba una fuego; de las del otro, hielo. Finalmente, justo cuando ella entraba, el chico de fuego se volvía para mirarla, para advertirla. El de hielo se abalanzaba sobre el otro y ambos caían al vacío. Ella sabía que era culpa suya... que no debía estar ahí, que ambos habían caído por su culpa...
-¡NO!
El grito resonó en toda la casa. Segundos después, se encendió la luz del pasillo y el Señor y la Señora Stevens entraron en la habitación de su única hija.
-¿Carol? ¿Estás bien?
Carol estaba sentada en la cama, abrazada a sus rodillas. Su mirada aterrorizaba estaba fija en la ventana de su habitación.
-Cariño... ¿otra pesadilla?
Su madre se sentó en la cama y la abrazó, tratando de tranquilizarla.
-Mamá... no puedo... ¡es terrible! ¡Va a pasar algo terrible!
El padre frunció el ceño. Estaba acostumbrado a que su hija hiciera comentarios de este tipo, y no le gustaba.
-Hija... no va a pasar nada. Nadie sabe lo que va a pasar en el futuro, ¿de acuerdo? Ahora, duérmete.
Carol asintió, aunque sólo para complacer a su padre. Cuando volvió a quedarse sola, se tapó con las sábanas hasta la cabeza y permaneció con los ojos abiertos hasta que amaneció un nuevo día.
En la otra punta del país, el profesor Charles Xavier salía de la máquina llamada cerebro. Había vuelto a utilizarla con la esperanza de encontrar al mutante que había detectado hacía un par de semanas. Un mutante poderoso y descontrolado. No entendía por qué le resultaba tan difícil de localizar. El mutante aparecía y desaparecía como si pudiera teletransportarse, aunque el profesor estaba seguro de que no se debía a eso. Por fin, aquella noche había encontrado las coordenadas perfectas de su situación. Tenía que actuar deprisa, si no quería que se le volviera a escapar. Se dirigió a su despacho, sabiendo que Scott, Logan y Ororo lo estaban esperando allí.
-Buenos días a los tres – saludó nada más entrar.
-Buenos días, profesor – respondió Ororo.
Logan y Scott se limitaron a hacer un ademán con la cabeza. Ambos estaban más lacónicos que de costumbre desde la muerte de Jean. Logan había dejado los sarcasmos, los comentarios ofensivos contra Cíclope y la búsqueda de su pasado. Scott, por su parte, ya no sonreía, ya no se mostraba entusiasmado en las clases, ni entrenaba. Sólo se limitaba a ir a dónde lo llamaban. El resto del tiempo se lo pasaba en su habitación, y si salía de ésta para comer o ir al baño, parecía un fantasma, una sombra de lo que era. También los alumnos habían notado la ausencia de su profesora. Todos echaban de menos la sonrisa fácil de Jean, y su amabilidad. Ya no se la podía ver en el laboratorio, ni en las clases, ni en los jardines. Era una ausencia que dejaba a todos tristes y frustrados, sin ganas de trabajar, ni de divertirse.
También para Ororo había sido complicada la pérdida de su mejor amiga. Cada vez le costaba más sonreír a sus alumnos sin acabar manteniendo una sonrisa falsa y pegada con chinchetas. Tampoco podía hablar con una buena amiga. Prácticamente se había quedado sola rodeada de hombres.
Para el profesor fue difícil también superar la ida de una de sus primeras alumnas. Prácticamente había visto crecer a Jean desde su infancia, siempre perseverante y esforzada. Siempre con una palabra de ánimo o amabilidad para todos menos para ella misma. Sabía que se había perdido una gran mutante, pero también una gran persona.
Aquella era la primera reunión que los X-Men realizaban desde la desastrosa misión en el lago Alkali. Y quedó patente en el instante en que el profesor había entrado en la habitación. Tras un suspiro, procedió a explicar el motivo de la reunión:
-He conseguido localizar al mutante que detecté hace días. Está en algún lugar del sur de California, os mandaré las coordenadas cuando estéis en el Jet. Traedlo aquí como sea, aunque espero que no oponga resistencia.
-Iré a prepararlo todo – dijo Tormenta mientras se levantaba.
-No, Ororo. Irán sólo Logan y Scott. – el profesor se volvió para mirarles. – Tened cuidado, es un mutante poderoso. Procurad volver sanos y salvos.
Los dos X-Men asintieron y se prepararon para irse. También Ororo salió de la habitación. Cuando se quedó solo, Charles Xavier se acercó a la ventana y contempló el paisaje hasta que llamaron a la puerta sus alumnos de la primera clase de la mañana.
