El universo y personajes de Shingeki no Kyojin le pertenecen a la malvada llama asesina, digo a Hajime Isayama. Yo sólo juego con ellos.
El dibujo de la portada es cortesía de Lyov -pueden buscarlo así en facebook y en mi perfil estará el enlace de su página- al darme un Zekasa tan hermosamente desgarrador.
Fic participante en el concurso de "FapFiction" de la página "Demonios del paraíso". La temática se basa en el cumpleaños número 28 del Zeke y el personaje a elección está invitado. El personaje que escogí es Mikasa. Y como bonus y toque personal, me inspiré en la canción del mismo nombre -Love You Goodbye- de One Direction para escribir el fic.
Un eterno agradecimiento a Sasha, por ser mi beta y mi Edna Moda.
Multipairing; ZekexMikasa y sutil ErenxMikasa y ZekexFrieda.
Ya me darán tomatazos al final. Son importantes sus reviews, así que no se vayan sin dejarme tan siquiera una mentada de madre xD
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Love You Goodbye
—Tch. Maldito Kenny, maldito clan, maldito Fritz. —A este punto, Levi Ackerman ya no sabía a quién más maldecir—. Maldita mocosa que insistió en volver. Si Razo siguiera vivo, no estaría buscándola por todo el maldito castillo. —O tal vez todavía tuviera la energía necesaria para buscar culpables.
—C-capitán Ackerman, disculpe —saludó uno de sus subordinados—. El Marqués Reiss busca a la princesa de Hizuru, pero no la he encontrado en su habitación para avisarle, ¿sabe dónde puedo encontrarla?
—¿Y qué te hace creer que yo sabré dónde está, eh? —Cuestionó cabreado.
—Bueno, había escuchado que es su sobrina, pensé que estaría con usted al encontrarse en un reino desconocido.
En ese momento, Levi sintió como temblaba su parpado derecho e incluso como una vena en sus sienes se hinchaba. Tragó saliva, contando regresivamente del diez al uno… y ni siquiera así fue capaz de controlarse. Tomó de la camisa del uniforme al soldado, estrellándolo contra la pared y elevándolo un par de centímetros —aquel incauto que dijera que la altura es proporcional a la fuerza, desconocía al Capitán— y acercó su rostro hasta él para soltar unas palabras entre dientes.
—No soy la jodida niñera de nadie, ¿comprendes? —Acto seguido, soltó al pobre muchacho—. Y tampoco soy su tío, en todo caso, la mocosa es mi prima y también la estoy buscando —aclaró cuando la calma cubrió su diminuto cuerpo—. Dile a lo Rod que ella no es apta para sus malditos matrimonios arreglados y que si lo llego a ver rondándola, lo mataré con mis propias manos.
—S-sí, señor —aun entre tartamudeos, el soldado se retiró.
—Sigues atemorizando a todo el castillo, enanín. —Rodó los ojos ante el irritante apodo que le dio su tío y que ella había adoptado cuando lo superó en altura.
—No deberías de estar aquí —advirtió, pasándola de largo.
—Buscaba a mi prometido, ¿no lo has visto? Es tarde para que siga en la cama, además pronto debemos de hacer público nuestro compromiso.
—Tch. ¿Tengo cara de niñera o qué?
—No, pero eres su guardián personal —respondió, molestándolo más. Él se limitó a ignorarla mientras seguía su recorrido hasta la habitación del príncipe. Todavía no había hecho acto de presencia y era requerido por la reina de forma inmediata para hablar sobre tratados de paz.
Si existía algo que enfadara a Levi, era su papel en la realeza, más que rol… era denominado el perro guardián de la corona. La mayor parte del tiempo no le molestaba, su Clan estaba destinado a servir al Rey.
Sin embargo, su deber no era tan… rígido.
Él había prometido dar la vida por el Rey, por cuidar y proteger la corona. En ningún maldito punto se mencionaba que tendría que ocultar las aventuras del príncipe ni encubrir sus escapadas con jóvenes campesinas.
Y mucho menos decía algo sobre…
¿Por qué su pequeña prima salía de la habitación del imbécil que tenía el deber de proteger?
No, esa pregunta estaba mal formulada.
¿Por qué demonios su pequeña y adorada prima salía a esas horas con el vestido mal acomodado y el maquillaje corrido de la habitación del idiota que fungía el rol de príncipe?
—Oh, vaya —saludó Mikasa, intentando acomodarse el lío que tenía por cabello—. Buenos días, Levi.
—Es media tarde, Mikasa —replicó, apresurándose hasta ella—. Hazte a un lado —demandó, esperando ingresar a la habitación.
—Verás, enano, no es lo que crees… —Y cuando se cansó de escucharla, se limitó a empujarla del acceso, abriendo la puerta de golpe, encontrando a Zeke poniéndose apenas los pantalones. Contempló a la figura desnuda de la persona que juro proteger con su vida, llena de marcas rojas y labial corrido, que no dudaba que provinieran de la misma persona que tiraba de su manga para que saliera de ahí.
—Buen día, Levi. Es una espléndida mañana, ¿no crees?
Y esa fue la copa que derramó el vaso.
Sin dudarlo, se deshizo del agarre de Mikasa y desenfundó su espada. Empujó al príncipe y colocó el arma sobre su garganta.
—Una maldita cosa te pedí. Una. Aléjate de ella. ¿Y qué haces? ¡La metes en tu cama! Te olvidaste de quién es, de dónde proviene ¡La pueden matar si esto llega a oídos del Emperador de Hizuru!
—Haces que parezca un abuso —replicó Mikasa, lista para intervenir y evitar la muerte del futuro rey, aunque, prefirió mantenerse en su lugar, conocía perfectamente el significado de ese semblante en Levi.
—Nadie se tiene que enterar —articuló Zeke con calma—. Y te recomiendo que bajes esto —tocó la espada—. Te conozco y sé que podrías cortarme sin dudarlo, es mejor prevenir un accidente.
—Una mierda —musito, presionando más el arma, provocando que un sutil hilito rojo emergiera del cuello del príncipe—. La vuelves a tocar una vez más y te castraré sin dudarlo. Me importará poco dejar al reino sin futuros gobernantes, ¿comprendes?
—No volverá a suceder —aclaró Mikasa. Hasta ese momento, Levi prestó atención a la voz y reacción de su prima, que no parecía ella, más bien era una niña pequeña perdida y con miedo. Con el corazón roto, pensó—. Volveré a casa —El capitán Ackerman presionó sus labios con fuerza, meditando sus acciones, soltó un suspiro antes de guardar su espada.
—Vámonos —se encaminó a la puerta, cuando recordó algo importante. Volvió sobre sus pasos hasta confrontar nuevamente al príncipe—. Para que no lo olvides. —Acto seguido, le dio una fuerte patada en la entre pierna que provocó que el futuro gobernante se doblara de dolor—. Recuerda que soy tu guardia personal, te puedo matar incluso cuando duermes. —Se giró sin mirarlo, para luego agregar a su prima—. Tía Yuu estará muy enfadada cuando se entere.
—¿Quién dijo que se tenía que enterar?
—La futura Emperatriz debe de saber todo lo concerniente al imperio, incluyendo la rebeldía de su hija, que podría poner dos reinos en guerra, solo porque quiso liarse con un hombre diez años mayor.
Las historias inician antes de un nacimiento, incluso de la concepción.
Por ello, aunque esta historia de trata de como la futura princesa heredera del Imperio Hizuru, terminó saliendo a hurtadillas de la habitación del príncipe Zeke, hay que conocer varios hechos que desencadenaron este momento.
Iniciando con una princesa que se enamoró de un plebeyo extranjero.
Las constantes expansiones del Imperio Hizuru ponían a diversas naciones en su ojo de mira para evitar posibles conflictos bélicos.
En una de las diversas reuniones festejadas, con la intención de establecer tratados de paz donde la soberanía de Paradise se mantuviese intacta frente a las fuerzas imperiales, el Emperador recibió a los representantes de la isla para renovar lazos, donde su única hija desempeñó el rol de anfitriona, debido al inesperado fallecimiento de la Emperatriz.
Lo que nadie esperaba y pocos creían, es que la joven princesa quedó prendada de uno de los guardianes de la familia real. Con el tiempo, y contra todo pronóstico, terminó forjando una relación con el joven plebeyo luego de las constantes visitas entre ambas naciones, casi desencadenando una guerra.
Pese a las protestas iniciales del Emperador respecto a las decisiones de su hija, se vio forzado en aceptar que contrajera nupcias con alguien que además de carecer de sangre real, era un extranjero. Aunque claro, cada decisión tiene sus consecuencias y esta unión despojó a Yuu Azumabito de su título real, dejando a su hermano mayor como único heredero del trono.
Aunque esta destitución, no pareció afectar demasiado a la joven pareja, pues rápidamente se acoplaron a la vida cotidiana. Por cuestiones prácticas, decidieron quedarse en Hizuru, donde no tardaron en ampliar la familia con el nacimiento de una pequeña niña, a quien llamaron Mikasa, en honor de la abuela de Yuu.
Con el tiempo, y porque el joven extranjero añoraba que su hija conociera su patria, pidieron un permiso especial para residir en Paradise.
—¿Es Paradise? —Cuestionó una Mikasa de ocho años, aferrada a la barandilla del barco, contemplando la orilla de una maravillosa isla. Su padre acarició el cabello largo de su hija antes de responder.
—Así es. Estaremos aquí por un tiempo, ¿te gusta la idea? —La niña asintió con emoción. La madre no tardó en acercarse para abrazar a su esposo.
—Han pasado años —murmuró la mujer, disfrutando de la brisa marina.
—No dudes que Kenny va a malcriarla y Levi se enfadara por irme —contó con una sonrisa nostálgica. Porque a veces amar a una persona, implica separarte del deber, aunque también podía ser al revés, creando una enorme infelicidad.
—¿Levi? —No era la primera vez que Mikasa escuchaba ese nombre y tampoco sería la última.
El tiempo en la isla fue un momento de transición para la niña. Iniciando con el enorme hombre que los recibió en el puerto; usaba un sombrero y su expresión, honestamente la aterrorizo apenas lo vio, ocultándose tras su padre.
—Hasta que te dignas a aparecer —reclamó Kenny, todavía apoyado en un poste—. Por un tiempo pensé que lo último que sabría de ti es esa maldita carta donde me invitaste a tu boda —hizo un ademán pensativo lleno de burla e ironía—. Espera, esa carta nunca existió.
Y es que lamentablemente, una de las desventajas de contraer matrimonio con alguien de la familia real -aunque ya no pertenezca a ella- fue la limitada comunicación con el exterior. Apenas consiguió el permiso para volver a su tierra natal, envió una carta avisando a su escasa familia de su regreso.
—Hola, Kenny —saludó incómodo, rascándose la nuca. De cierta forma, su hermano todavía podía causar bastante miedo en él, aunque no el suficiente para hacerlo desistir de sus decisiones—. Ha pasado un tiempo.
—¿Un tiempo? —musito cabreado—. ¡Diez años, Razo Ackerman! ¡Diez malditos años en los que solo tuvimos dos malditas cartas! —El aludido tragó en seco. Tenía cierta razón.
—Ahora nos tendrás por mucho tiempo —respondió Yuu, con una sonrisa—. Cuando te conocí eras un hombre en plena juventud, Kenny, ¿los años ya no te sientan tan bien? —El viejo prestó atención a la mujer junto a su hermano. Le proporcionó una sonrisa socarrona.
—Lo tuviste que elegir a él, ¿no? —cuestionó jocosamente—. Fue por ser rubio, seguramente —agregó, ganándose una risa por parte de su cuñada.
—No es personal, Ken, lo sabes —se acercó para abrazarlo—. Además, Uri me habría asesinado mientras dormía si osaba en poner un ojo sobre ti —susurró en oído del otro, que se echó atrás para reír a carcajadas.
—¿Quién es ese señor? —cuestionó una vocecita que no tardó en atraer la atención del viejo Ackerman.
—Ah, ella es Mikasa, Mikasa Ackerman —presentó Razo, orgulloso, haciéndose a un lado para que conocieran a su hija. Kenny soltó un silbido.
—¿Seguro que es tu hija? Es idéntica a Yuu.
—Hay que agradecer que heredó el atractivo materno, porque nosotros no tenemos nada bueno que aportar. —Intervino Levi, haciéndose notar. Caminó hasta donde estaba la niña, que seguía aferrada con fuerza al pantalón de su padre—. Para ser una mocosa, habrá que espantar a mucho idiota cuando seas mayor. No te metas en tantos problemas como tus padres.
—Que enano más gruñón —inquirió la pequeña, sacándole la lengua. Una carcajada volvió a resonar en el puerto, atrayendo más de una mirada.
—Esta niña ya me agrada —Kenny caminó hasta ella, para después ponerse a su altura—. Oi, rata, ¿quieres aprender a patearle el trasero a ese enano? —La niña ladeo la cabeza, entre confundida y curiosa, pues una nueva aventura acaba de iniciar.
El tiempo en Paradise fue un retroceso en la educación tradicional de Mikasa, mientras que en Hizuru y dentro de su hogar en Paradise, era instruida para ser una señorita de sociedad, tras los muros del castillo, donde se alojaban los Ackerman, aprendía de espadas, defensa personal y como escabullirse sin ser detectada, adquiriendo los malos hábitos de su tío y primo, quienes solían enseñarle en sus tiempos libres.
Al final del día, era una Ackerman y su deber era servir al rey.
Durante los días en que acompañaba a Levi al castillo, fue inevitable que conociera a la reina Dina y al príncipe Zeke. Según su tío, su deber era cuidar y velar por la reina, los de Levi, procurar que el príncipe se mantenga a salvo y fuera de problemas.
Aunque era una tarea titánica, según su primo, pues el príncipe solía meterse en más problemas de los que debería, sobre todo con las aldeanas y la servidumbre del castillo.
—Maldito mocoso de mierda —lo escuchó decir un día, para luego ser reprendido por su tío.
—Sirves a "ese mocoso de mierda" así que tenle respeto.
—Lo haré el día que deje usarme como mensaje y como cuartada de sus aventuras. Es un imbécil hormonado que no sabe que su descendencia debe de ser legítima y que no puede estar dejando hijos regados.
Mikasa ladeo la cabeza. Zeke era un dolor de culo, según Levi, más nunca lo había visto en persona y para tal suceso, pasaron dos años.
Justo después de su cumpleaños número diez, Mikasa encontró a un joven rubio ingresando a hurtadillas al castillo. Siguió los consejos de sus familiares, dispuesta confrontarlo para prevenir un mal mayor.
—Quieto —ordenó, luego de tomar una de las espadas que Levi escondía por el castillo y que ella buscaba cuando estaba aburrida—. Da la vuelta despacio y explica tus intenciones.
El muchacho hizo lo pedido, dándose cuenta que su captora, era en realidad una niña y no un guardia. Soltó el aire, aliviado.
—¿Te perdiste? —Preguntó, contemplando con ternura al infante—. No deberías jugar con espadas, son demasiado filosas y pesadas para ti —agregó, haciendo ademán de querer tomar el arma, ganándose una estocada, que de no ser por sus reflejos, tendría una herida de gravedad en el abdomen.
—Te he ordenado que expliques porque ingresaste al castillo por una ventana —insistió—. De no responder, tendrás que vértelas conmigo.
Existía algo en esa mirada ónix de esa niña que le recordaba a otra persona…
—Mikasa, ¿qué se supone que haces?
—Él entró por la ventana —acusó, sin bajar la guardia.
—Te he dicho que no uses mis armas —regañó, arrebatándole la espada cuando llegó a su lado—. Y este idiota es el príncipe, no puedes matarlo.
La niña ladeó la cabeza, procesando las palabras.
Oh.
Dos años más pasaron y la relación con el príncipe Zeke mejoró muchísimo, aunque en su medida, también dolía. Dolía ayudarlo a ingresar al castillo cuando Levi le advertía que no saliera. Dolía verlo en algún rincón del pueblo, charlando animadamente con alguna campesina. Y joder que dolió cuando lo encontró en una situación demasiado comprometedora con una mucama.
Eren pasó todo el día con ella, intentado averiguar que afligía a su mejor amiga. Si tan solo supiera que la pequeña se había enamorado y que no sería correspondida…
Un día, mientras Mikasa acompañaba a su padre al pueblo por provisiones, fueron asaltados luego de salir el bosque colindante al camino. Aun con la pericia de dos Ackerman, esto no fue suficiente para que ambos sobrevivieran. Y justo cuando lograron vencer a la niña, los ladrones consideraron mejores opciones que matarla, más al notar su apariencia tan exótica.
Ver a su padre muerto rompió algo dentro de ella.
¿Por qué tendría que luchar?
El alboroto atrajo la atención de un par de amantes que gozaban de la privacidad que otorgaban los árboles. Pese a las protestas de su amante, el muchacho rubio decidió revisar que sucedía, podría tener sus aventuras, pero eso jamás le quitaba la responsabilidad de ser un príncipe digno para su pueblo.
La sorpresa e ira lo cegaron al descubrir a un par de hombres tratando de abusar de una niña. Aunque el enojo creció al reconocer el vestido rosa y verlo manchado de sangre.
Las palabras para describir el suceso, sobran, porque nada englobará de forma correcta la brutalidad que demostró Zeke para salvar y proteger a la pequeña niña que muchas veces fue su cómplice y que era mejor amiga de su medio hermano menor.
—Te cuidaré —prometió cuando por fin el caos terminó. Mikasa se refugió en sus brazos, llorando por la pérdida de un ser que jamás volvería—. Te protegeré toda la vida, de ser necesario.
La niña se sorbió la nariz, en un vago intentó de reír.
—Esa promesa debería de hacértela yo a ti —respondió—. Es mi deber.
—Y lo mío es de corazón —musito el rubio, limpiando las lágrimas del rostro de la menor. En un arranque, una Mikasa de doce años, unió sus labios con los de Zeke. El beso fue apenas un roce que el mayor se encargó de terminar lo antes posible—. Cuando seas más grande —agregó, tomando sus manos para besarlas— podrás intentarlo otra vez y verás que no volverás a estar sola.
La pérdida de un ser querido es dolorosa, ser alejada de todo lo que conoces y amas, es peor.
Después de la muerte de Razo Ackerman y pese a las protestas de Kenny y Levi, Yuu decidió volver a su tierra natal, pues el dolor era apabullante.
Tres años después de la vuelta a Hiruzu, una fuerte enfermedad golpeó a la Familia Imperial, llevándose la vida del príncipe heredero, Reiko y dejando al Emperador en el peor estado de salud, forzando la restitución de Yuu como parte del linaje real.
—Tienes que renunciar al apellido de casada —Fue la primera condición impuesta para que Yuu fuese restituida—. Tú y tu hija dejarán el apellido Ackerman atrás para ser Azumabito y preservar el linaje. Cualquiera que despose a Mikasa tendrá que hacerlo con la conciencia de que su apellido será dejado de lado para mantener el trono.
Estúpidas leyes imperiales.
Porque eso implicaba, para Mikasa, que cualquier promesa sería borrada.
El fugaz enamoramiento adolescente por Zeke Fritz, no hizo más que crecer. Y ella, ilusamente esperaba el día de volver a la isla para reencontrarse con su amor, para ser desposada y restaurar la gloria de su madre, volviendo a ser parte de la realeza.
Pero no de esta forma.
No cuando le arrebataban cualquier esperanza de volver a Paradise, no cuando restringían su futuro y la ataban a una corona que ella jamás pidió.
Podía ver en la mirada cansada de su madre, que su progenitora tampoco lo deseaba, sin embargo…
Es tu deber: con tu pueblo, con tus antepasados y contigo misma.
Debido a su restaurado estándar como princesa, Eren podía visitarla tranquilamente, pues extrañaba a su mejor amiga.
—¿Y qué se siente ser futura Emperatriz? —Cuestionó en una de sus visitas, el muchacho de ahora, diecisiete años. Ambos jóvenes habían perdido cualquier rastro de niñez de su rostro, dándole paso a una juventud muy prometedora. Mikasa siguió balanceándose en la silla, aprovechando la privacidad de su reunión, estaba harta de todas las reglas y protocolos.
—Lo dices como si el día de mañana subiera al trono —bufó. Ella era más de bosque, aire fresco y tierra húmeda en los pies.
Maldito fuera el momento en que los Ackerman le enseñaron a ser libre e independiente. Ya no sabía cómo ser un ave cautiva luego de desplegar las alas por las montañas.
—Al menos tú ascenderás —respondió con un deje de molestia—. Zeke es el único con derecho al trono. Ya sabes, cuando Dina y Grisha se separaron, fue con la condición de que él mantendría el apellido de ella, cosas de linaje.
—Sí, cosas de linaje —musito, comprendiendo perfectamente la situación.
—Papá se volvió un simple Marqués otra vez, y por mucho que Zeke sea mi medio hermano, no soy considerado príncipe o siquiera puesto en la línea de sucesión —dejó salir toda la amargura en un suspiro para volver a sonreír—. Salgamos de aquí, me da claustrofobia estar tanto tiempo jugando al té.
—No puedo, Eren. Esto no es Paradise. Aquí no hay un Levi o Kenny que me cubra. Si me encuentran merodeando fuera del castillo habrá severas consecuencias.
—Si te "encuentran", esa es la palabra clave. —De un salto, se puso de pie y le ofreció la mano a su mejor amiga—. Vamos, que yo sé que extrañas correr otra vez. La adrenalina de romper las reglas es lo que necesitas en esta monótona casa de muñecas.
—No es una casa de —Eren rodó los ojos, interrumpiéndola nuevamente.
—Sólo por hoy, ¿sí? —pidió. Más que simplemente fugarse, el hecho de hacerlo juntos era lo que de verdad impulsaba al muchacho de ojos esmeraldas. Añoraba la complicidad que solía tener con ella…
Y si era honesto, la extrañaba a ella.
Porque Eren Jeager estaba enamorado de su mejor amiga desde el momento que la vio toda sucia y llena de lodo en los jardines del castillo, por estar entrenando. Ni siquiera le importó tener que lidiar con la mirada hostigadora e intimidante del Capitán Ackerman cada vez que se anunciaba que iría a visitarla, aun cuando este lo amenazaba constantemente con romperle las piernas si se atrevía a tocarle un solo cabello a su prima.
Mikasa todavía se encontraba dudosa. Su madre solía ser bastante estricta respecto a las reglas dentro de la casa. Constantemente le advertía que no hiciese cosas buenas que parecieran malas y por otro lado… tenía años que la sonrisa en sus labios no alcanzaba sus ojos.
—Sólo por esta vez —cedió. Mandó a llamar a una de las mujeres que estaba a su servicio—. Escoltaré al joven Jeager por los jardines —informó estoicamente.
—Pero, princesa, usted no puede…
—¿Qué autoridad tienes para decirme que puedo o no hacer? —Cuestionó con voz fría y autoritaria. Odiaba comportarse de esa forma, sin embargo, era la única manera para conseguir salir de ahí.
—Le informaré a la princesa heredera —avisó, retirándose. Mikasa soltó el aire, apresurándose a quitarse los molestos zapatos tradicionales, el kimono y el extravagante tocado del cabello.
—Vamos antes de que vuelva —musito, tirando de la mano de Eren, quien ya se aproximaba a la puerta—. No, por ahí no. Me reconocerán antes de siquiera poder llegar a la entrada.
—No pienso saltar dos pisos por la ventana —advirtió asustado el castaño. Por primera vez desde su visita, escuchó la tintineante risa de Mikasa.
—¿Qué habías dicho de la adrenalina? —Cuestionó para molestarlo.
—Una cosa es burlar a las guardias, otra completamente diferente que quieras que me suicide lanzándome desde esta altura.
—Le diré a Zeke que tiene una gallina por hermano —se burló. Le dio la espalda, mientras buscaba en la pared un pequeño interruptor que abriría…
—Ni lo menciones —inquirió entre dientes, enfadado—. Dina le está buscando prometida y me tiene de mensajero.
Aquello le supo amargo a Mikasa, justo cuando presionó el botón que abrió el pasadizo secreto. Sabía que en algún punto sería inevitable.
Para ella, era demasiado pronto, ni siquiera permitieron que se despidieran y ese amor que nutrió por años, no hacía más que desgarrarla cada vez que veía el barco de Paradise, añorando verlo descender de él, aun cuando sabía que era imposible.
Para él, debe de ser demasiado tarde, ya con veintisiete años y sin esposa, sería un trabajo duro la sucesión al trono. Lo peor de todo, Zeke jamás la amaría de la forma en que ella lo hacía, ahora lo comprendía.
Guío a Eren entre laberintos hasta llegar a su destino. Definitivamente cualquier ánimo de querer escapar, desapareció. Con suerte, su madre permitiría que ella eligiera a quien desposar y tendría una vida medianamente aceptable, gobernando el imperio cuando fuese su turno, renovando tratados de vez en cuando con Zeke para evitar otra guerra.
—Mamá hará lo mismo —confesó cuando la puerta se abrió frente a ellos, mostrando un precioso jardín.
—Espera, tía Yuu no haría ese tipo de…
—La princesa heredera Yuu, Eren —corrigió mientras caminaba. La frialdad de la tierra compensaba el incendio en su interior—. Nunca olvides eso. Mamá dejó de ser la viuda de Ackerman, mantiene su apellido de soltera. Incluso yo perdí ese vínculo con mi padre —contó, luego de sentarse a la sombra de un árbol.
—Aun así, Mika —intentó de otra forma—. Kenny y Levi no lo permitirían.
—Ellos no tienen jurisdicción aquí, Eren, pensé que lo entendías. Eres privilegiado, a diferencia de tu hermano y de mí, tu puedes elegir casarte con la persona que ames, sin importar que. Nosotros por otro lado…—Jamás podremos estar juntos.
—Por cierto —comentó, buscando entre los bolsillos de su ropa, sacando una carta hecha a mano. No tardó en reconocer el remitente—. Pronto será su cumpleaños. Dina hará una gran fiesta y pensó que tal vez, podrías ir. Quiere que estés ahí.
Mikasa tomó el sobre entre sus dedos. Sabía que dentro, además de la invitación, había una carta con promesas rotas y sueños destrozados.
—Hablaré con mamá —prometió. Porque al menos, quería decir adiós.
Nunca dudó de la respuesta positiva de su madre. Dudaba de sí misma, de ser capaz de cruzar el océano por verlo otra vez. De estar tan cerca de él y ser incapaz de tocarlo.
Así que cuando subió al barco, miles de recuerdos revolotearon a su alrededor. Su padre y la razón de ir al pueblo el día que los atacaron, que él la salvo y que perdió a su progenitor.
—¿Un vestido? —Cuestionó Razo—. ¿No te gustan los que hace tu madre?
La niña lo observó con vergüenza.
—Son kimonos y yukatas —corrigió—. ¡Y me encantan! Pero nadie más los usas, además pronto será el cumpleaños de Zeke y Levi dijo que podía asistir. —El padre sonrió, al entender el hilo de pensamiento de su hija. Un amor infantil.
—Pues buscaremos el vestido más bonito de todo el reino para la fiesta, ¿te parece la idea?
Todo había empezado por una maldita celebración y un trozo de tela.
Y promesas vacías.
Y sueños rotos.
Y… ¿por qué sentía húmedas las mejillas y la vista borrosa?
Nadie podía ver a la princesa de Hizuru llorando, no, su madre se lo repitió. Las excepciones se terminaron y tenía que acatar cada una de las reglas, de lo contrario, las consecuencias serían graves.
El barco arribó a Paradise poco antes del atardecer.
No tardó en reconocer a las personas que la esperaban en el puerto. La efusividad de Eren, el estoicismo de Levi y la postura burlona de Kenny.
Luego de la calurosa bienvenida, donde Kenny la hizo girar en el aire al abrazarla, para que Levi lo regañara por dar mala imagen.
—No olvides que ahora es un princesa, mierda.
—Calma, enano. Sé que estás enfadado porque la pequeña Mikasa se saca más de una cabeza.
—Tch.
Mikasa disfrutó del tiempo con su familia.
Eren se mantuvo silencioso a su lado, limitándose a acompañarla. Sabía que en algún punto tendría que hablar del significado de ese beso… de esos besos bajo el manzano, de los toques indiscretos y de los momentos que pasaron juntos en Hizuru.
El castillo resplandecía de miles de formas diferentes. Apenas puso un pie dentro, se encontró con la propia reina Dina organizando el evento.
—¡Oh, Mikasa! ¡Qué bueno que pudiste acompañarnos! —La alegría y efusividad de la monarca contagiaba a cualquiera. Incluso a una Mikasa resignada.
—Princesa Mikasa —recordó Eren, para evitar malos entendidos—. Ahora es parte de la realeza, reina Dina, trátela de esa forma —pidió con frialdad.
—Cuanta formalidad —murmuró Dina, para luego renovar su energía—. El baile será mañana por la noche, tendrás tiempo de descansar y si quieres, visitar los alrededores.
—Gracias por su invitación, reina Dina. Es un honor para mí, ser la representante de Hizuru en este evento tan importante —agradeció, haciendo una reverencia.
—Zeke te espera en los jardines traseros, debes de saber dónde —susurró en el oído de Mikasa cuando pasó junto a ella para poner orden en el salón y continuar dando indicaciones.
—Quiero descansar —avisó a su primo—. ¿Dónde me quedaré?
—En el ala este. Por el estatus, no permitieron que te quedaras en la casa de tus padres, así que estarás junto a la nobleza dentro del castillo. Te acompañaré hasta ahí, si quieres salir, tienes que llamar al mocoso Jeager, al viejo o a mí.
—No necesito una maldita niñera —respondió—. Puedo cuidarme perfectamente. Que reciba una educación de princesa no quiere decir que sea frágil como una flor. —La mueca de Levi la molestó más.
—Ni siquiera me preocupó por ti, son los malditos protocolos. Además, casi matas al príncipe cuando tenías diez años, eres más letal que cualquiera de los imbéciles que tengo de subordinados. Aun así, no te metas en problemas —advirtió, para luego guiarla por el castillo.
—¡Capitán Ackerman! —Se detuvieron a varios metros de la habitación de Mikasa cuando un soldado llamó a gritos a Levi—. Hay un carruaje de dudosa procedencia y un supuesto Duque insistiendo que ingresar.
—Tch. Tu habitación es aquella —señaló una puerta a la distancia—. Enviaré a alguien a dejar tus maletas y por ninguna jodida razón vayas a salir, ¿de acuerdo? —Mikasa parecía no prestarle atención—. ¡Mikasa!
—Sí, maldición, no me tienes que gritar, enano prepotente. Puedes largarte a seguir con tus labores. —Apenas lo vio perderse por el pasillo, tomó el camino contrario, para dar a los jardines traseros. Las costumbres de antaño aún no se perdían, pues nadie la había visto, mucho menos seguido.
—Bienvenida, princesa —se sobresaltó al escuchar su voz detrás de ella—. Ha pasado un tiempo.
—Seis años, para ser exactos —corrigió, girándose para poder verlo.
Las descripciones de Eren jamás le hicieron justicia, lo sabían. Porque al verse, el uno frente al otro, podían ver más que los años separados, los anhelos reprimidos y deseos frustrados; eran capaces de ver el alma del otro.
Sus cuerpos se atrajeron, como si la tierra los moviera y el viento los empujara, sus manos encajaron de la manera correcta, adecuada en la que acomodas dos piezas para que la cajita musical emita la melodía más hermosa.
La gravedad desapareció, junto al espacio y tiempo, porque ellos existían en otra dimensión, donde el hijo rojo permanecía intacto y pulcramente unido a sus meñiques; sin bifurcaciones, remendadas o parches.
Sus frentes apenas se tocaron un instante, suficiente para darse cuenta que aquel no era un amor infantil, porque sus pieles ardían, quemando el interior y abrasando el corazón endurecido por la ausencia.
Zeke colocó una mano sobre la mejilla de Mikasa, con temor de verla desvanecer, de perderla y que el sueño terminara, pero ella seguía ahí, con sus brillantes ojos ónix.
Y de golpe, volvieron a la realidad, cuando llamaron a Zeke desde el castillo, forzando la separación y rompiendo su conexión.
No había una fantasía más hermosa, que tocar al ser amado.
El momento de la fiesta llegó. Por la mañana, no había tenido tiempo de hablar con Zeke para aclarar las cosas, para decir ese adiós, para cerrar y avanzar. La noche la alcanzó y usó el vestido que tanto añoro.
Luego de las presentaciones, el baile dio inició. Mikasa carecía de acompañante por obvias razones, aunque Eren permanecía fiel a su lado.
De lejos, veía a Zeke ser felicitado por embajadores y nobles, mientras ella lo admiraba de lejos. El príncipe tendría que comprometerse y ella volvería a su casa de muñecas a ser la princesa que se esperaba que fuera.
Era cerca de media noche, cuando lo vio partir del salón. Solo. Lo siguió por los pasillos hasta que lo vio ingresar a su habitación. Se detuvo frente a la puerta. Contó mentalmente hasta diez. Apenas tocó el picaporte y la puerta se abrió. La iluminación era escaza, pero suficiente para saber que él estaba ahí.
—Princesa —musito, demasiado cerca. Lo buscó con la mirada, encontrándolo a un lado de la puerta—. Tenemos que hablar.
Y así, es como se rompe más de un corazón.
Ya lo había perdido… no, nunca se pierde no lo que no tiene. Ingresó a la habitación sin dudas.
—Prometiste que no volvería a estar sola… y Eren me dice que vas a comprometerte —soltó, cuando él la quiso tocar.
—Te contaré la historia de un muchacho que descubrió una belleza abrumadora de la forma incorrecta —musita, acariciándole los hombros descubiertos—. Un pobre diablo que cayó rendido ante la prohibición de los ojos negros y que buscaba desesperadamente apagar el mar de sensaciones que lo ahogaba. Un idiota deseo alegrarse al verse separado del pecado, pero aun lo añoraba como el aire.
—Detente —suplicó Mikasa—. Tú nunca me quisiste, ¿cómo amar a una niña? Eras un hombre en aquel entonces, uno que se revolcaba con cualquiera que tuviera falda y cayera bajo tus encantos —respiró profundamente—. Y yo caí.
—Vi tu transformación, Mikasa. La pequeña niña me encandilo, pero tienes razón, era una niña. Fue la mujer de piel de luna y ojos de noche que me cautivó y recordó porque admiraba esa belleza salvaje que había sido domesticada. Porque me enamoré de ti. Y antes de que me cuestiones, he ido regularmente a Hizuru, acompañando a Eren. Mientras él podía disfrutar de tu compañía, yo te admiraba de lejos.
Las palabras de la carta cobraron sentido. Y algo se rompió en su interior.
Lo amaba, quiso mentirle, mentirse, pero no pudo. Jamás salió de su corazón.
—Zeke, yo…
—Te prometí que te desposaría cuando tuvieras la edad adecuada. Serás una estupenda Emperatriz, Mikasa. Perdóname por romper mi promesa.
Y un segundo beso dijo más que mil palabras.
Porque así como le perteneció el primero, ella se entregó a él sin saberlo.
—Por favor, quédate y ámame por una vez —suplicó el rubio, sosteniendo sus mejillas—. Permite que te acompañe esta noche.
—Te casarás. Yo lo haré. —repitió, intentando convencerse si misma. Era incorrecto, independientemente si amaba o no al desconocido que sería su marido, no podía deshonrar a su madre así. Zeke desvió la mirada.
—Mañana anunciaré mi compromiso, Mikasa. Si tu tío no hubiera muerto, te habría desposado. Mi corazón te ha pertenecido desde el día en que dejaste esta isla y ha vuelto a latir al verte. Permite que te ame hasta el final.
Una cálida lágrima rodó por la mejilla de la chica. Ásperas manos recorrieron los tirantes de su vestido, dejándolo caer a sus pies, mostrando la figura cuidada de la princesa, quien temblaba de frío y vergüenza.
—Siempre has sido hermosa —musito Zeke, antes de besarla nuevamente para cargarla en brazos y depositarla con un cuidado abrumador en la cama. Decenas de besos fueron repartidos por todo su cuerpo, ante cada toque, un estremecimiento recorría su sistema nervioso.
Mientras los vestigios de la ostentosa fiesta llegaban a su fin, en otra parte del castillo, una menos concurrida y que ocultaba más secretos que una noche estrellada, dos cuerpos se unían para latir al mismo ritmo.
Miles de promesas fueron calladas con besos, cientos de sueños fueron lavados por lágrimas de dolor y la alegría que debería de envolver un acto tan puro fue sustituida por la melancolía del único encuentro.
Porque cuando Zeke descubrió que Mikasa se mantenía pura, una culpa abrumadora lo invadió. Besó con devoción cada lágrima que ella soltó, encargándose de sustituir el dolor con placer. Aunque sabía, que la melancolía jamás la abandonaría.
Y cuando quiso alejarse, separase de sus brazos, la atrajo hacia él, susurrando palabras cariñosas, pues se abstuvo de mentir con promesas incumplidas.
Que Levi la viera salir a hurtadillas, no mejoró en absoluto su estado de ánimo. Se cansó de escuchar sus reproches y se encerró en su habitación. Apoyó la cabeza en la puerta, cuestionándose porque mierda había cedido a su más bajo instinto de necesidad y añoranza.
Esa mañana se anunció el compromiso entre el príncipe Zeke y la hija del Marqués Reiss, Frieda. Se tragó en nudo en su garganta, colocando una sonrisa ensayada y felicitó a la nueva pareja, aun cuando sentía el corazón detenerse.
Jugó con el anillo que él le entregó la noche anterior; al menos el águila descansaba tranquila, envuelta en sus propias alas.
Él la veía con tristeza, culpa y agonía. Su diminuto hilo rojo se tensaba, enredaba y bifurcaba. Ella le sonrió, pero ahora entendía a su madre, porque esa mueca en los labios jamás volvería a iluminar sus ojos.
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Si, espero hacer una segunda parte, aunque más llena de angst que de drama.
Me disculpo por mi pequeño monstruo. Esto debió de estar mucho más desarrollado y detallado, pero hubo una serie de inconvenientes que pues... ni para que les cuento. En fin, les recuerdo que este fic participa en un reto, donde cada review cuenta como voto, excepto los guest/anónimos.
Ojala les haya gustado.
