Situado: Anterior al ataque a Kvatch.

Longitud aproximada: Novela ligera.

Disclaimer: Los personajes y/o escenarios aquí mencionados pertenecen a Beteshda, así como la portada a su respectivo artista. Los oc's son creación mía.


La sangre desciende por el filo de la cuchilla hasta formar un pequeño charco en el suelo, a los pies de Berenice, la bretona. Sus labios permanecen pálidos y su mandíbula tensa. El cadáver que se muestra ante ella mantiene los ojos abiertos, con aquel resquicio de horror que había acompañado a su último aliento. La habitación, silente, se encuentra en la penumbra, tan sólo una vela ilumina el rostro deforme del fallecido.

Berenice aprieta con fuerza una vez más la empuñadura de su arma antes de dejarla caer en el suelo con un golpe sordo, que resuena a través de los muros de piedra.

«Lo saben».

Dormir pronto dejará de ser un alivio para convertirse en una preocupación. La joven deja a toda prisa el hogar y, cuando camina por las gélidas calles de Bruma, no tarda en escuchar que alguien ha encontrado el cuerpo sin vida de Homnund, probablemente Alga, su mujer. Pero Berenice no siente pena por ella, sino que se encuentra demasiado ocupada tratando de no caerse al suelo, sujetándose la cabeza con una mano y tropezando con cada piedra que se encuentra a su paso.

—Señora —Uno de los guardias se acerca hasta ella con gesto de preocupación—. Señora, ¿se encuentra bien?

—Sí, sí, no se preocupe —responde, sin demasiado convencimiento.

Es entonces cuando la figura de Alga aparece en el umbral de su hogar, con las lágrimas cayendo a borbotones por sus curtidas mejillas y los gritos arañando su garganta.

—¡Ayuda, ayuda! ¡Asesino!

El guardia ignora entonces a la bretona desorientada y echa a correr hacia la mujer, que no tarda en señalarle el cadáver de su marido y la daga que yace junto a su tez inmóvil para siempre. Se extiende la voz. Hay un asesino en la ciudad.

«Lo saben».

La joven se encuentra entonces frente a la Gran Capilla de Talos, arrodilla frente a la puerta de entrada y golpeando con insistencia. «Aquí no podrán encontrarme, aquí no se atreverán a venir». Un guardia rojo abre ante su llamada y observa su ropa haraposa. Se inclina a su lado y habla con voz conciliadora.

—¿Ocurre algo, señora? ¿Se encuentra bien?

—Por favor, por favor —musita entre dientes—, por favor, ¿puedo pasar aquí la noche?

El hombre asiente con una sonrisa cálida.

—Siempre habrá lugar para un siervo de Talos en su hogar.

Los colores se mezclan, el frío golpea demasiado fuerte. La voz del desconocido se oye demasiado distante y las puertas de la capilla desaparecen de la vista.

Berenice se desploma en los adoquines cubiertos de nieve.