París, Francia. 1593.


Isabella ya había contado con tener que mancharse las manos ese día, pero, aparte de eso, nada estaba saliendo según lo planeado.

Arañaba la tierra por encima de ella como un perro escarbando en la playa, apartándola con manos ágiles pero haciendo también que le cayera en la cara. La sensación de asfixia era casi peor que la de la tierra húmeda metiéndose entre sus uñas. Su enfado fue creciendo exponencialmente según se iba acordando de la tarde anterior.

¡La habían enterrado viva!

Bueno, técnicamente, no había durado mucho tiempo con vida con todo ese montón de tierra sobre ella. Y dentro de ella, en sus pulmones. En cuanto había vuelto a revivir se acordó del círculo de hombres que les habían rodeado a ella y a otras dos chicas demasiado jóvenes, de cómo les habían acusado de brujería y de cómo las habían empujado a sus propias tumbas antes de ser sepultadas.

Isabella continuó arañando y empujando la tierra.

Aquello era un asco. ¡Ser enterrada viva era un asco! Y.., ¿eso que había tocado era un gusano? Maldito fuera el día en el que se dejó convencer para viajar hasta París. Por supuesto que allí no se realizaban quemas de brujas, allí se las hacía desaparecer en el fango.

Fue sintiendo un descenso en la presión sobre el pecho y la tierra se humedeció aún más entre sus dedos. Ya casi estaba fuera. Con esfuerzo, apartó la tierra restante y, haciendo alarde de una entrada - o más bien regreso - triunfal, sacó medio brazo por fuera del suelo.

Lo primero que sintió fue la lluvia en su palma sucia y pastosa.

Se imaginó a los hombres que le habían sepultado allí de pie, al rededor de su medio brazo saliente, señalándolo con el dedo y gritando: ¡Está viva! ¡Está viva! Y sonrió de placer. Claro que, cuando por fin pudo desenterrar medio cuerpo, pudo ver era muy de noche y que no había nadie. Nadie que Isabella quisiera ver en ese momento.

Un par de botas negras le dieron un toque en la mano derecha mientras apartaba la tierra para sacar las piernas. Ella les dio un manotazo esperando embarronarlas tanto como fuera posible y abrió la boca para gritar su enfado.

Pero, en vez de palabras, lo que salió fue un torrente negro de tierra y suciedad. Totalmente desagradable al sentirlo subir por la garganta y soltarlo a borbotones por entre los dientes. Aquello era una primera vez para ella, había escuchado que era lo más normal después de haber tragado y respirado tanta tierra durante horas, pero no lo hizo más llevadero. Una palma delicada se posó en su espalda y le dio suaves toques.

Isabella lo ignoró y continuó vaciando su estómago tanto como pudo. Cuando al fin las arcadas cedieron y los ojos dejaron de lagrimear, se giró y fijó la vista en su hermana, que, al menos, había tenido la decencia de presentarse esa vez.

Cuando al fin habló, su voz sonó aspera y su lengua se sintió pastosa.

– Esta es la última vez que me dejo convencer para ayudarte, Allie.

Su hermana le agarró fuerte del brazo y comenzó a tirar de ella hasta que, por fin, Isabella pudo descansar tumbada en el suelo. Completamente fuera de él.

Alice se encogió de hombros y se sacudió el vestido de barro.

– Eso mismo dijiste la última vez – le recordó.

Isabella no se dignó a abrir los ojos mientras dejaba que la lluvia le aclarase la cara del resto de tierra y raíces.

Chère sœur, esta vez va muy en serio.


Hocus Pocus and chill.