Hetalia afortunadamente no me pertenece (?)

El mundo entero vanagloriaba a Ludwing como el hombre más recto y responsable habido y por haber; seguidor fiel de las normas, fabricado por nervios de acero, inquebrantables hasta el momento. Él mismo se consideraba un amante de la planeación y el calma constantes. Nada le satisfacía más que tener el completo control de la situación, por más desesperada que ésta fuese. Porque él –desde una edad muy temprana–, había resuelto que era mejor evitar el descontrol.

El impulso de sus conclusiones, y la prueba más fidedigna y viviente de ellas, era su hermano mayor; quien recientemente trabajaba como doble de riesgo en películas especialmente peligrosas y disparatadas. Gran parte de sus familiares pensaba en voz alta que ambos eran como aceite y agua, él en parte concordaba con esa lógica.

Gilbert, por el contrario de Ludwing, se había autoproclamado rey del libertinaje y el salvajismo; siendo arrojado y atrevido las veinticuatro horas del día. Nunca dejaba pasar la oportunidad para armar una fiesta o tramar la mejor de las bromas. Muy a pesar de su edad — cerca de los veintiocho años —, aparentaba no poder pasar una sola semana sin estragos. Incluso se enorgullecía cada vez que le contaba a sus amigos cómo había sobrevivido, de manera muy dramática y con lujo de detalles, en el reformatorio de "Jóvenes sin esperanza" al que lo había intentado someter su abuelo, fracasando penosamente. A pesar de todas sus diferencias, tanto físicas como mentales, ambos hermanos mantenían una excelente y estrecha relación. ¿Cómo? Nadie lo sabía.

Finalmente, Gilbert — o el "protagonista", denominación que le asignaba Ludwing—, era una historia aparte.

Desde hacía un par de años, poco después de egresar con honores de la Universidad de Múnich, el menor de los Beilschmidt trabajaba como supervisor de empleados en una de las mejores compañías automotrices de Alemania. Los ojos ansiosos del continente esperaban contemplar el progreso del más joven y exitoso hombre de negocios, título que Ludwing no planeaba desmerecer.

Como casi todos los días, se encontraba dando un paseo entre las instalaciones de la empresa. Sus ojos azules viraban de izquierda a derecha, evaluando el desempeño de los empleados que él personalmente había seleccionado y capacitado, dando pequeñas palmaditas en la espalda a los que por poco se dormían o comenzaban a cabecear.

—Arreglen la sala de juntas ahora mismo, sebe de estar lista para antes de las doce —. Ordenó a la vez que leía velozmente un par de formularios a través de unas livianas gafas. —Todo bien, pueden enviar estos a los responsables de la sección de ventas y estadísticas, háganles saber que necesito las graficas hoy mismo.

—Señor, los datos no podrán estar en físico por el momento, la impresora se ha descompuesto y tampoco podemos escanearlos. —Argumentó una de las atraviadas secretarías que avanzaba a toda prisa.

—¿No han llamado a los de mantenimiento? Manden a uno de los internos a sacar copias, pueden enviar el resto por correo —. Respondió sin inmutarse y con su atención aun sobre el montón de archivos que cargaba.

A unos metros, un joven de apariencia tímida se acerco tembloroso a su gerente; Ludwing, de reojo, lo identificó de como uno de los recién ingresados —Señor... se han perdido los documentos de la sección D4-D5.

—Revisa el historial de solicitudes y búscalo en los departamentos enlistados. —Solucionó sencillamente el hombre al que se había dirigido, ocupado con una enorme caja de archivos en su escritorio.

—Pero contabilidad requiere que los envíe ahora, es por un asunto de demandas contra la empresa. —Recalcó el muchacho en un tono más alto, haciendo que los trabajadores se miraran unos a otros con incertidumbre. El jóven jefe, habiendo escuchado todo, cerró los ojos por un segundo y se dirigió a los demás.

—Pueden existir copias en la sección de préstamos, me parece que también solicitaron esos documentos para realizar trámites la semana pasada —. Indicó estoico y con voz firme. Los sorprendidos secretarios obedecieron de inmediato y, al poco rato, se encontraron réplicas de los papeles entre una pila destinada a la basura. Los novatos suspiraron apaciguados mientras que su superior sonreía internamente con suficiencia y modesto orgullo. —Órden y la paciencia. — Pensó.

Durante la hora del almuerzo, todo el mundo se dirigió a la cafetería entre charlas y bostezos de cansancio; algunos cargando tazas de café oscuro y de aroma penetrante, otros saboreando sándwiches en las mesas como si fueran la primera y última cena. La totalidad con el mismo rostro aburrido de una mañana de papeleo.

Aun así, Ludwing caminaba con su usual andar enérgico por los solitarios pasillos de la organización, repensando en el nuevo montón de trabajo que le habían enviado hace unos minutos; considerando buena la idea de adelantar un poco durante el descanso. Entones, a lo lejos, escuchó un débil tarareo; una de esas canciones que suenan por todos lados pero nadie recuerda el nombre. Giró su rostro arqueando las cejas, era poco común oír a alguien tan alegre en un inicio de semana.

Curioso, cambió el rumbo en busca del misterioso intérprete y, tras recorrer un par de pasillos cortos, logró verlo con claridad.

Se trataba de un joven castaño, uno de los tantos empleados de conserjería. Bailaba sujetando con suavidad y dulzura un trapeador, mientras un par de audífonos grandes cubrían completamente sus oídos. Arrastraba los bordes del enorme overol gris al ritmo de la música que solo él podía escuchar. Parecía un vagabundo chiflado danzando con una dama invisible.

El trabajador no se había percatado de la segunda presencia que le observaba y seguía dando su pequeño concierto como todo un profesional. Ludwing sonrío levemente al ver a un muchacho tan animado en la mañana, pero su buen humor se esfumó cuando notó el exceso de agua en el suelo.

—Los cambios de turno serán dentro de un par de horas— Comprobó mirando su reloj de muñeca. — Si deja el suelo así alguien podría caerse. — Pensó, decidido a mostrarle al otro su error y, además, sugerirle colocar un aviso de "peligro" por pura precaución.

Lo llamó y no recibió respuesta, el moreno seguía sumido en su música. Después de insistir un par de ocasiones más, el alemán suspiró y dio un unos pasos en dirección al dependiente. Bastaron cinco repeticiones de esto para que el rubio resbalara y callera ruidosamente al suelo, ganándose por fin la atención del aludido.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?!— Inquirió el enojado obrero. —¡Maldición, acababa de limpiar ahí!

—No has limpiado bien, el suelo lo has dejado muy resbaloso.— Gruñó Ludwing sobando su espalda adolorida mientras desviaba la mirada con vergüenza. El de menor rango ni siquiera le había extendido la mano para ayudarlo, en su lugar, le dirigió una mirada despectiva y malhumorada.

—Claro que está resbaloso, ¿no te lo estoy diciendo? Acabo. De. Limpiar.— Contestó en un marcado acento italiano, espaciando ampliamente sus palabras, como si Ludwing no fuera capaz de entenderlas.

—Entonces deberías informar a las personas con un cartel de advertencia. —Le imitó el mayor, observándolo desde arriba al estar ya erguido; le aventajaba por al menos diez centímetros. El italiano bufó impetuoso y señaló un aviso fosforescente y amarillento tirado en una esquina.

—Lo iba a poner cuando terminara de limpiar, no se me pasó por la cabeza que un imbécil iba a andar por ahí, y que además el muy inútil fuera a tropezar por estos pasillos a la hora del almuerzo, cuando se supone que "todos" están comiendo...

—Algunos prefieren seguir con su trabajo en lugar de desperdiciar tiempo valioso tomando café.— Le cortó Beilschmidt ligeramente acalorado.

—Ya me di cuenta. — Espetó con sarcasmo el sureño. —¿Cómo se me pudo ocurrir no tomar en cuenta a los millones de personas que adoran mandar al diablo su receso para dedicarse a firmar pilas de documentos como un montón de hormiguitas tildadas?

A Ludwing esa persona lo estaba haciendo perder poco a poco la paciencia. Además de ser mal hablado, aquel joven no mostraba ningún respeto hacia su autoridad directa. No es que a él le importara mucho la jerarquía, unicamente se trataba de la lógica regular que se debía mostrar dentro de una organización tan grande. Pero, al parecer, a ese castaño éste hecho le era totalmente indiferente, o tal vez lo ignoraba; incluso le había llamado imbécil, hablándole como si fueran viejos conicidos.

Por un momento el supervisor consideró la idea de no portar su insignia con la tarjeta de identificación, tal vez solo había sido un pequeño error por parte de un novato. Sin embargo, miró su pecho y ahí estaba el visible gafete colgante con su nombre y datos extra.

—¿Cuánto tiempo lleva trabajando aquí? —Preguntó algo escéptico el germano.

—No te importa. —Dijo el otro como si nada, alcanzando su carrito de limpieza y bien dispuesto a retirarse.

—¿No vas a limpiar y secar? —El chico sonrió socarronamente y señaló un viejo reloj desgastado que colgaba de su muñeca.

—Es mi hora del descanso, si quieres puedes ocuparte tú de eso.

Y, sin escuchar otro reclamo, se retiró, continuando con su tarareo, como si nada de lo anterior hubiera ocurrido.

Ludwing observó perplejo como se alejaba el desconocido. Lo recorrió de pies a cabeza un calor que producía irritación en su cara y manos. Se sentía humillado y tenía ganas de golpear algo hasta romperlo. Esa sensación de frustración no le había invadido desde la vez en la que su hermano abandonó sin previo aviso sus estudios para entrar en los terrenos de la actuación. Aún recordaba todo lo que le había gritado y protestado al enterarse de la noticia que, por supuesto, también enfureció a su abuelo.

Intentó contar hasta diez. Inhaló y exhaló aire. Incluso soltó pequeños gruñidos de cólera pero nada ayudaba a que su enojo disminuyera.

Seguía dando vueltas por el pasillo, pensando en los altivos ojos olivo del castaño, cuando pisó un objeto duro y pequeño. Era una magullada y sucia placa de identificación. La levantlevantó y leyó el nombre impreso, soltando un bufido de incredulidad por lo cliché y absurdo de la situación.

Lovino Vargas.Encargado de limpieza (Sección C)

—Bueno, por lo menos ahora sé su nombre. —Pronunció con algo de malicia infantil en su voz, dejando de lado, sin notarlo, su habitual tono marcial. —Lovino Vargas, lo mejor será no acercarme a ese chico.

Y, en ese entonces, Ludwing no sabía cuánta razón tenía.

Gracias por leer hasta aquí, ¡es mi primer GerMano! Espero que les haya gustado tanto como a mi me fascinó escribirlo (y corregirlo, porque esto ya es un intento de borrar mis muchos errores (?))Hasta el próximo cap.