Disclaimer: Los personajes presentados a continuación no me pertenecen, son propiedad de JK Rowling. La historia tampoco es mía, es propiedad de Opal Carew.

A mi solo agradezcanme por cambiar los nombres y traerla para ustedes.

Bueno, vamos con mi segundo intento de adaptación, esta vez con un drama que involucra a los encantadores Gemelos Weasley. Espero lo disfruten.


Hermione observó cómo el novio, vestido de esmoquin, entregaba una copa de champán a Hannah, su esposa, y luego se inclinaba hacia ella y la besaba en el cuello, bajo el lóbulo de la oreja, y le acariciaba el hombro desnudo con la mano. Hannah llevaba un exquisito vestido de novia palabra de honor, confeccionado en tejido de encaje de color marfil y decorado con cuentas. Lo miró sonriente, con los ojos relucientes de felicidad.

Saltaba a la vista que Hannah y Neville estaban profundamente enamorados. A Hermione se le encogió el estómago al pensar en su novio, a quien añoraba terriblemente.

La orquesta empezó a tocar una de sus canciones preferidas y Hermione sintió unas ganas terribles de lanzarse a dar vueltas por la pista con George, el hombre a quien amaba. Por desgracia, él había preferido no estar allí.

Seguía enfadada, porque en el último momento hubiera decidido no acompañarla. Había tenido que viajar a para solucionar unos problemas que sus clientes, Hogwarts Associates, estaban teniendo con la instalación del nuevo software que su empresa había programado para ellos. No es que ella no entendiera que dirigir un negocio propio tenía sus complicaciones. Lo que ocurría era que aquel era solo el último de una ristra de planes rotos.

Llevaba mucho tiempo esperando aquella boda y la oportunidad de pasar toda una noche en brazos de George, mientras bailaban al son de la orquesta... antes de vivir horas y horas de sexo tórrido. Apenas lo había visto en los últimos dos meses, y no habían hecho el amor desde hacía más de tres. ¡Anhelaba desesperadamente una noche en la cama juntos!

Luna, la mejor amiga de Hermione, le dio un ligero codazo.

—Mira, por ahí viene ese monumento de abogado, Theo.

Hermione alzo la vista y vio aproximarse a aquel abogado rubio y de ojos azules que se había sentado a su lado durante la cena. Llevaba un vaso de whisky y dos copas de vino blanco entre los dedos.

—Hola, señoritas —dijo, dejando las copas en la mesa y luego entregando una a Hermione y otra a Luna—. He pensado que tal vez os apetecería beber algo.

—Gracias —contesto Hermione, agradeciéndole sus atenciones, pero deseando secretamente que vinieran de George. Empezó a dar sorbitos nerviosos a su vino por temor a que le pidiera...

—Hermione, ¿me concedes este baile? —pregunto Theo.

Luna, que llevaba intentando animarla toda la noche, le dio otro codazo disimulado y la alentó insistentemente con sus ojos color verde esmeralda. Pero

Hermione la ignoró y negó con la cabeza. —Gracias, Theo, pero no me apetece.

Él la tomó de la mano y, levantándola, la hizo girar lentamente sobre sí misma. —Vamos, Hermione, soy un bailarín magnífico —intento persuadirla.

—Lo siento, pero estoy con alguien, y no me sentiría cómoda.

—Pero si bailar no tiene nada de malo... —intervino Luna.

Hermione no estaba tan segura de ello. Deseaba estar en brazos de George, dejarse querer, pero también estaba enfadada con él y ofuscada por una miríada de pensamientos y sentimientos. De hecho, hacía tiempo que albergaba serias dudas acerca de su relación con George.

Theo se llevo su mano a los labios y le rozo los nudillos al estampar un beso persistente en sus dedos. Hermione sintió un escalofrió. Theo era un hombre extremadamente apuesto. Y además era inteligente, ingenioso y atento. Una combinación letal. Si bailaba con él, tal vez sentiría la tentación de olvidar que estaba enamorada de George. Con varias copas de vino nublándole el pensamiento y notando como aquel hombre tan atractivo la envolvía con su calidez mientras la guiaba por la pista de baile, quizá decidiera que el hecho de ser amada era más importante que por quien. Nunca se había acostado con un hombre al que acabara de conocer.

—¿Estás segura? —pregunto Theo.

Antes de tener tiempo de contestarle, Mona, la madre de la novia, se les acercó y tomó a Theo por el brazo.

—Theo, me habías prometido un baile —le dijo, sonriendo a Hermione y a Luna—. Chicas, no os importa que os lo robe un momentito, ¿verdad?

Luna y Hermione conocían a Hannah y a su madre desde la época del instituto. A Hermione siempre le había gustado aquella mujer exuberante y llena de vida.

—Por supuesto que no —respondió Luna.

—Volveré —prometió Theo, mientras Mona lo alejaba de allí.

—Cuando vuelva, baila con el —le dijo Luna a Hermione, mientras los despedía con la mano.

—No debería. De hecho, no debería haber venido sin George.

Aunque la verdad es que él no le había dejado otra alternativa.

—Claro que deberías —le dijo Luna, dándole unas palmaditas en el brazo—. Solo porque el Sr. Aburrido no quiera divertirse no significa que tú tampoco debas hacerlo. Ese vestido nuevo te sienta fenomenal. Sería una pena que no lo lucieras. —Luna sonrió en dirección a los tres padrinos del novio, que las observaban desde el bar—. Si no quieres bailar con Theo, escoge a cualquier otro. Eres el centro de todas las miradas.

Hermione se encogió de hombros. Se había dado cuenta de que los hombres la miraban, pero sus miradas aprobadoras solo conseguían incomodarla. Se había comprado aquel vestido para seducir a George y lograr que no apartara la vista de ella y que pensara en lo que harían tras la ceremonia.

—Le estaría bien empleado que conocieras a otro hombre para sustituirlo aquí y ahora, esta noche.

—Luna, yo no voy a...

Luna le apretó el brazo.

—Ya lo sé, pero es que me molesta. Te mereces que te traten mejor.

—Simplemente ha estado muy ocupado, eso es todo.

—¿Un sábado por la noche?

—Ya te he explicado que está trabajando bajo presión. El nuevo software tiene que estar en funcionamiento el lunes a primera hora. Lleva dos días solventando los últimos problemas y esta noche va a verificar que todo funciona como es debido. Mañana vuela a Gales...

—¡En domingo!

—Si, en domingo, para instalar el software y comprobar que todo funciona bien.

George pensaba quedarse en Gales aproximadamente una semana para formar a los usuarios del sistema y estar disponible por si surgía algún imprevisto. Hermione no tenía ni idea de cuando volvería a verlo.

—¿Y qué me dices del mes pasado? ¿Y del anterior?

Hermione suspiro.

—Tiene una empresa que dirigir.

—Sí, y tu una vida que vivir. Y con suerte, acompañada. Si él no saca tiempo para estar contigo, ¿qué sentido tiene seguir juntos?

Luna expresó en palabras lo que Hermione llevaba pensando las últimas semanas. ¿Qué sentido tenía aquello? Quizá solo intentaba retener a George. Si él no se sintiera obligado a tener que pasar tiempo con ella, quizá podría dedicarse a su trabajo en cuerpo y alma.

Hermione vio que Theo se acercaba de nuevo.

—Ahí viene —dijo Luna—. ¿Seguro que no quieres...?

—Segurísimo.

—¿Te importa si bailo yo con él?

Hermione sonrió.

—En absoluto.

Abrió el bolso y empezó a hurgar en el, fingiendo que buscaba algo para evitar tropezar con la mirada de Theo, cuya sonrisa empezó a desdibujarse, hasta que Luna le sonrió abiertamente, alentándolo a invitarla.

—Luna, ¿me concedes este baile?

—Encantada.

Hermione los observo atravesar la estancia en dirección a la pista de baile. Cuando Theo tomó a Luna en sus brazos, Hermione deseó sentir los brazos de George rodeándola, notar cómo le besaba los labios y como el hombre a quien amaba se deslizaba sobre ella. Anheló sentir como la penetraba. Pero eso no era todo: anhelaba sentirse deseada por él de nuevo.

De repente, el calor de aquella estancia se le hizo insoportable. Se bebió el resto del vino de un trago, dejo la copa en la mesa y se dirigió apresuradamente hacia la puerta.


George tecleó la orden de compilar datos. Mientras que el resultado iba apareciendo en la pantalla del ordenador, se acordó de Hermione. Había logrado no pensar en ella durante varias horas. Todo un record.

¿Qué estaría haciendo en aquel instante? Probablemente estaría dando vueltas en la pista de baile en brazos de algún semental apuesto y deseoso de pasar una noche de pasión con ella en la cama. Sintió un ataque de celos, pero, en lo más profundo de su ser, sabía que podía confiar en ella.

Maldita sea, le habría gustado estar allí, a su lado, tenerla entre sus brazos. La imaginaba enfundada en el fantástico vestido de seda roja que se había comprado para la boda y que le marcaba las curvas y le realzaba su generoso busto. Al girar en la pista, la falda se le levantaría y revelaría por un instante sus largas y bien torneadas piernas. Se excitó al imaginar el cuerpo de Hermione contoneándose contra el suyo, con los senos apretados contra su torso y sus manos acariciándole los hombros.

Tras unos cuantos bailes, le sugeriría que fueran a su casa, donde le quitaría aquel increíble vestido para deleitarse contemplando su cuerpo desnudo. Una descarga de adrenalina le recorrió el cuerpo al pensar en tocarle los pechos desnudos y en notar sus pezones endureciéndose con sus caricias, apretándose contra las palmas de las manos como si desearan huir de allí. Imaginó que se los metía en la boca y Hermione empezaba a gemir en voz baja. Su verga, apretada contra sus tejanos por la excitación, le exigía un alivio inmediato.

Se acarició con la mano el bulto de los pantalones. Maldita sea, cada vez que pensaba en Hermione, su cuerpo reaccionaba como el de un adolescente calenturiento. La deseaba a todas horas. Estaba obsesionado con ella. El amor podía ser un fastidio.

Gimió al recordar sus manos acariciándole el vientre, los dedos rodeándole su verga erecta y sus delicados labios deslizándose sobre su polla. No dejaría a Hermione por nada del mundo, pero tenía que encontrar un equilibrio. No podía pasar con ella todos y cada uno de los momentos de su existencia, por mucho que lo deseara. Tenía que lograr que la empresa funcionara. Tenía que alcanzar el éxito... como lo había hecho su hermano, Fred.

George se ajustó los pantalones, intentando aliviar la presión. La polla bajó un poco al pensar en la vergüenza que habría sentido si su hermano hubiera estado allí y hubiera notado que se excitaba. Por suerte, le había dicho a Fred que se marchara hacia una hora. Solo había que ultimar unos detalles y ya no le hacía falta su ayuda.

Fred y George eran programadores informáticos, y cada uno había montado su propia empresa. George le había pedido ayuda a Fred porque tenía más experiencia con el sistema operativo del cliente, que le había estado dando errores extraños con la interfaz.

Eran las diez y media. Si lo solucionaba todo en media hora, podría ir al Westerly Inn y encontrarse con Hermione en la boda.


Hermione salió de la sala de baile, dejando tras ella todo aquel oropel y glamour. Bajo la iluminación más interna del vestíbulo, suspiro profundamente. Miró a su alrededor, confusa.

George ya no encontraba tiempo para ella. No entendía por que la había apartado de aquella manera, pero lo cierto es que lo había hecho, y Hermione tenía que afrontar la realidad. La cálida pasión que habían compartido hacia un año, había ido menguando en los últimos meses.

El corazón se le encogió al darse cuenta de que estaba a punto de tomar la decisión que llevaba sopesando durante varias semanas. No quería estar sola, y se había sentido más sola saliendo con George en los últimos meses, que cuando estaba soltera.

Lo amaba, de eso no le cabía la menor duda, pero cada vez tenía más claro que su amor no era correspondido. O, al menos, no en la medida en la que ella lo necesitaba. El corazón le dio un vuelco al empezar a enfrentarse a la verdad.

Ambos parecían necesitarse, pero ¿qué sentido tenía seguir juntos? La relación estaba muerta. Parecía que George estaba esperando que ella le pusiera fin. La decisión estaba en sus manos.

Luna abandono la sala de baile, seguida por Theo.

—Hermione, ¿te encuentras bien?

A Hermione se le salto una lágrima y se la enjugo. Abrió la boca para decir algo, pero no fue capaz de articular palabra. Luna le susurro algo a Theo y él desapareció entre la multitud de invitados.

—Cielo —la consoló Luna, tomándola de la mano y llevándola a un rincón apartado junto a unas plantas altas—, ¿qué ocurre?


Fred avanzó a grandes zancadas por el vestíbulo del hotel, atraído por la animada música que salía de la sala de baile. Acababa de cenar en el restaurante y no le apetecía quedarse solo, sentado en el salón y oyendo el piano. Su mirada se posó en la figura de una joven espectacular con un vestido de satén rojo, salpicado de purpurina que estaba hablando con una amiga. Parecía infeliz, y pensó que le habría encantado tomarla entre sus brazos y llevarla a la pista de baile, para iluminar con una sonrisa aquel bello rostro. Pero él no era de los que se colaban en fiestas ajenas, de modo que decidió aguardar y observarla un rato más.

Al día siguiente tenía que acompañar a su hermano gemelo a Gales para ayudarlo a instalar un nuevo software en la empresa Bryer Associates. Fred se encargaría de verificar que George instalaba todos los parches y lo ayudaría con los problemas de última hora que pudieran surgir durante la instalación on—line.

Fred había volado desde Surrey, donde vivía, hasta Londres en su jet privado, un Cessna. Él y George habían comido juntos y habían dedicado la tarde a depurar el código del nuevo programa informático. A aquellas alturas, todo estaba probado y comprobado, pero George, tan obsesivo como siempre, había decidido dedicar el resto de la tarde a reexaminar pormenorizadamente el sistema.

Al día siguiente, ambos volarían a Gales en el avión de Fred, para asistir a la reunión. Fred regresaría a casa una vez concluida la instalación, el domingo, y George permanecería allí unos días más para asegurarse de que todo funcionara correctamente.

En aquellos instantes, lo que a Fred le apetecía era relajarse y divertirse.


—Yo... —dijo Hermione tragando saliva— Mi historia con George no va a salir bien, ¿verdad?

Miró a Luna a la cara y la línea tensa de los labios de su amiga le dijo todo lo que tenía que saber. Se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Voy a tener que... —se le hizo un nudo en la garganta al reprimir un sollozo. Intentó coger un poco de aire y continuó—... romper con él.

Detestó el sonido de aquellas palabras al salir de su boca. Luna la abrazó con fuerza.

—Cariño, lo siento mucho.

La soltó y abrió su bolso de mano, de satén, de donde sacó un pañuelo limpio. Se lo tendió a Hermione paraa que se enjugara las lágrimas.

—Parece haber perdido el interés por mí.

—Le hablaste de tus fantasías sexuales, ¿verdad?

—Sí, el fin de semana pasado.

—¿Mencionaste la de la doncella secuestrada por un pirata?

Hermione asintió.

—¿Y la de acostarte con un desconocido?

—Ajá.

Luna sacudió la cabeza.

—No puedo creer que no te devorara allí mismo.

Hermione recordó como George se había encerrado en sí mismo cuando le había revelado sus fantasías, marcando una distancia aún mayor entre ellos. En lugar de sentirse excitado y darse un revolcón espontáneo, había puesto fin a la velada y se había marchado apresuradamente.

—¿Cuando tienes pensado hacerlo? —le pregunto Luna.

—En cuanto regrese le...

—¡Madre mía, Hermione, no puedo creérmelo! —exclamo Luna, alzando la vista por encima del hombro izquierdo de su amiga.

Hermione sintió como un escalofrió le recorrió la columna.

—¿Qué ocurre? —pregunto, volviendo la vista para tropezarse con un par de ojos azules que la miraban atentamente.

El corazon le dio un vuelco y sus labios dibujaron una gran sonrisa.

¡Era George!


La mujer de rojo volvió la vista súbitamente hacia él y su rostro quedó enmarcado por unos mechones de cabello oscuro. Clavó su mirada en la de Fred. A él, se le corto la respiración por un instante, al ver que a ella se le agrandaban los ojos y le sonreía. Su bello rostro se tornó entonces de una belleza absolutamente pura y etérea. Durante unos instantes, simplemente se miraron el uno al otro. Al final, él se libro de aquel sensual encandilamiento y se acercó a ella a grandes pasos. La sonrisa de ella se ensanchó.

—Hola, me llamo Fred.

Ella se lo quedó mirando incrédula, con el ceño fruncido. Su amiga soltó una risita, le dio un codazo y le susurró algo al oído. A Fred le pareció oír algo acerca de un desconocido y una fantasía. Los labios de la mujer de rojo dibujaron una sonrisa aún mayor y él deseó que, fuera cual fuese esa fantasía, él fuera el extraño venido a satisfacerla.

—Yo me llamo... Juliet.

—Encantado de conocerte —le dijo.

Le tendió la mano y ella se la estrechó con fuerza. Fred se llevó la mano de Juliet a los labios y le besó los nudillos. El contacto de la suave piel de aquella mujer lo hizo estremecerse. La amiga volvió a soltar una risita.

—Y yo soy Luna —se presentóo, dándole otro codazo a Juliet—. Ahora tengo que irme. Que os divirtáis —añadió, dándose la vuelta y dirigiéndose hacia la puerta de la sala de baile—. Encantada de conocerle..., Fred.

El la despidió educadamente con la cabeza, mientras se alejaba y luego miró de nuevo a Juliet.

—¿Has venido con alguien?

Ella le sonrió seductoramente.

—Tenía una cita, pero la canceló en el último minuto.

Fred arqueó una ceja.

—Ningún hombre en su sano juicio cancelaría una cita con una mujer tan espectacular.

Juliet soltó una carcajada. A Fred le encantó percibir el sonido de una alegría sincera con tintes de deleite en su voz. Anotó mentalmente hacerla reír a menudo. Oyó las primeras notas de una balada.

—¿Te apetece bailar?

—Me encantaría.

Fred cogió su mano y pensó que el tacto de sus dedos largos y finos le gustaba. La condujo hasta la sala de baile, tenuemente iluminada, y luego hasta la pista. Se volvió y quedaron cara a cara. Aquel vestido rojo tan sexy que llevaba, una invitación al pecado, marcaba las curvas de su sensacional figura. El corpiño sin tirantes se ajustaba a sus pechos generosos y redondos, para luego estrecharse en su esbelta cintura. La falda se acampanaba ligeramente a la altura de las caderas y caía hasta el suelo. Juliet dio un paso al frente y él la rodeo con sus brazos, con el corazón palpitándole a un ritmo acelerado. Ella deslizó sus manos por encima de los hombros de él y le sonrió con aquellos ojos azules tiernos y húmedos. Cuando los dedos de Juliet se enzarzaron en su cabello, un escalofrió le recorrió la columna. Juliet apoyó la cabeza en su hombro, y su dulce y delicado perfume a hierbas lo ensimismó. Los labios de ella le rozaron el cuello, y todo empezó a dar vueltas.

Mientras se movían al ritmo de la música, ella se apretó más contra él... mucho más de lo que Fred habría podido soñar. Se excitó al notar el contacto de sus pechos y de sus pezones endurecidos contra su torso. Deslizo las manos por sus hombros desnudos.

Aquella mujer lo estaba hechizando... Rogó que la música no acabara pronto, porque le habría dado vergüenza abandonar la pista de baile en aquel preciso instante.


Entonces aquí está el primer cap. Es una prueba, porque no estoy segura de hacerlo. Si llega a 10 reviews entonces me arriesgo a continuar. Depende de ustedes.

Besos.