Nota de la autora

¡Hola! Esta es mi primera historia por aquí, una que llevo tiempo queriendo escribir. Tenía esbozos de los personajes, ideas para los capítulos, escenas perfectamente detalladas en mi mente, pero nunca daba el paso a publicarla en ningún lado. Hace tiempo leí varios fanfics maravillosos en esta página, y tras meditarlo seriamente, me decidí a terminar publicando aquí todo lo que correteaba por mi cabeza.

Para poneros en situación, el escenario principal de la historia se desarrolla en el quinto y sexto año de Tom Riddle en Hogwarts, es decir, entre los años 1942 y 1944, un año antes de la derrota de Gellert Grindelwald por Dumbledore. Contiene personajes originales de la saga de J. K. Rowling y OC's totalmente inventados, entre ellos, la co-protagonista de la historia, Heather Poulter. A pesar de basarme en múltiples hechos de los libros, prefiero considerarlo una mezcla entre realidad y AU, por hechos que pueda inventarme o añadir a mi gusto en el transcurso de la historia y que no se correspondan a los auténticos descritos por la autora.

Sin más que añadir, espero de corazón que disfrutéis de la lectura tanto como yo escribiéndola.

Un saludo, catarsys.


DULCE INTRODUCCIÓN AL CAOS

Prefacio.

Ambos tenían en común algo: preparaban sus equipajes sumergidos en un mismo mundo, uno no mágico.

Con presteza, Tom iba introduciendo en su ajada maleta los últimos elementos necesarios para su partida. Dos semanas atrás, el profesor Dumbledore había acudido a comunicarle la noticia, una que siempre tuvo la sensación de haber estado esperando. No le creyó en un primer momento, pero la prueba que aquel hombre le brindó para ganarse su confianza fue más que suficiente para mantener el cosquilleo nervioso que el muchacho llevaba arrastrando desde entonces en su estómago.

Siempre supe que algo grande sucedería. Ellas siempre me lo advirtieron.

No podía disimular su agitación, ni siquiera cuando la señora Cole, una de las mujeres encargadas de cuidarle, se paseó por su habitación comprobando que no quedaba nada en ella. Tom unió con brusquedad los cierres de su maleta, sellando así su futuro, e ignoró como pudo la presencia de la cuidadora hasta que esta se sentó frente a él, sobre su cama, observándole con una cauta sonrisa.

—Vaya aventura, ¿eh, Tom? Estoy segura de que allí cuidarán también bien de ti y aprenderás muchas cosas —pronunció ella, en un intento por aproximarse al niño.

Nunca había sido fácil tratar con él. Apenas conseguía relacionarse con el resto de jóvenes que se encontraban en el orfanato, y cuando lo había logrado hacer, éstos siempre terminaban mal parados. Ella siempre confió en un futuro próximo en el que Tom consiguiera cambiar entrando en razón, pero cuanto más intentaba acercarse a él para ayudarle o guiarle, el niño más se alejaba.

—Me han dicho que entrarán muchos estudiantes nuevos, de tu misma edad. ¿No es algo fantástico?

Pero Tom continuaba reuniendo los utensilios más personales en una desgastada y pequeña mochila de cuero. Estaba escuchándola, desde luego, pero llevaba toda su vida ignorando la mayor parte de palabras que le dirigían, y esa vez no quería incurrir en una excepción. Sin embargo, el parloteo incansable de la mujer fue crispándole cada vez más y más.

—El profesor no quiso mencionarme mucho sobre el temario que darías, pero estoy segura de que serán cosas muy intere…

—Sé que le has hablado mal de mí —interrumpió el niño, clavando por primera vez desde que ella había llegado la mirada en el rostro de la señora Cole. La expresión de Tom era relajada, pero el brillo que nacía en sus ojos provocó un escalofrío en la cuidadora. Apenas parpadeó; hizo todo lo posible por mantener una postura desafiante únicamente con su mirada, y lo consiguió—. Sé que le has dicho cosas que he hecho aquí. Sé que le has contado cómo trato a los demás niños.

—Pero, Tom…

—Has intentado que el profesor me odie sin conocerme. Lo sé, lo haces con todo el mundo —recriminó el muchacho, continuando, aún así, con un tono de voz pausado y neutro, dando a sus acusaciones un tinte aún más estremecedor—. No importa, por fin dejaré de veros a todos, por fin me marcho al lugar al que pertenezco. Pero volveré más poderoso, y entonces ni tú ni nadie podréis impedirme hacer nada —sentenció.

Agarró el asa de su maleta tras colgarse la mochila sobre el hombro derecho, y sin volver a mirarla, abandonó la habitación dejando a una mujer pálida y sin habla que apenas tuvo tiempo para seguir a Tom con la mirada hasta verle desaparecer de la estancia.

Aunque, debía reconocerlo. Era un alivio librarse de él, aunque sólo fuera por un tiempo.


La abuela Marnie arregló los últimos detalles del pelo trenzado de la pequeña. Frente al espejo, dos generaciones completamente opuestas contemplaban su reflejo, y Marnie no pudo contener las lágrimas.

—No te preocupes, abuelita. Volveré en Navidades, ¡y ya casi no queda nada para Navidades! —exclamó la niña, arrancando una carcajada en la mujer que, por unos instantes, consiguió olvidarse de que ella se marchaba.

Heather tenía padre y madre, que eran el señor y la señora Poulter, pero por sus viajes de trabajo y ocio apenas estaban en casa, por lo que fue su abuela materna, Marnie Asther, quien se encargó de criarla y cuidar de ella desde la infancia. Pese a su edad, era una mujer dinámica y jovial, incapaz de estarse quieta desde que se levantaba hasta que se acostaba. Adoraba jugar con Heather y narrarle historias de su pasado aderezadas con un toque mágico o fantástico; quién iba a saber que, once años después del nacimiento de la pequeña, un señor enviado por un tal Ministro de Magia le contaría a ella una historia aún más fantástica.

No dudó de la palabra del hombre, así como Heather, al ver la confianza que su abuela depositaba en él, siguió su postura, aunque sin comprender demasiado a qué se había referido él con eso de que era una bruja, ¿es que estaba insultándola?

Fue Marnie la encargada de calmar a la pequeña los días posteriores, explicándole la situación y aclarando cualquier duda —muchas veces con respuestas inventadas, dado que ella sólo sabía del mundo mágico lo que aquel buen hombre pudo decirla— que ella tuviera con la intención de apaciguar sus inquietudes. Heather era una niña muy lista, así que comprendía cada solución que su abuela le daba. El problema es que la respuesta a una daba paso a otra pregunta, y luego a otra, y otra… Y al final Heather se convertía en un saco de curiosidad repleta de ansias por conocer aquello que de ahora en adelante sería parte de su vida, para siempre.

Los padres fueron avisados por teléfono, pero no hicieron demasiado caso a la mujer, limitándose a preguntar cómo estaba su hija y a repetir trece veces lo fantástica que estaba China en esa época del año, así que Marnie no puso mayor esfuerzo en explicarles la situación, pues ya tendrían tiempo para ello cuando regresasen.

El mismo hombre encargado de explicar la situación a la familia Poulter fue el asignado para guiar a Heather hasta el andén nueve y tres cuartos. Así que la tarea de Marnie finalizaba aquella mañana, tras haberse encargado de que el peinado de su nieta luciera perfecto, y de que todos sus enseres personales se encontrasen bien acomodados en su equipaje. No le tenía mucha estima a la pequeña rana que su hija había escogido como mascota, así que prefirió no mirarla demasiado cuando ayudó a la pequeña a bajarlo todo a la entrada principal de la casa.

Volvieron a toparse con un espejo, el del recibidor, que esta vez acogía el cuerpo entero de ambas. Heather siempre había sido algo más bajita que el resto de compañeras de clase, pero su abuela tampoco se elevaba demasiado sobre el suelo, así que guardaban la proporción exacta entre ellas acorde a las edades que cargaban sobre sus espaldas.

Marnie posó una de sus manos sobre el hombro de la pequeña, mirándola fijamente a los ojos a través del reflejo, y no quiso contener de nuevo las lágrimas que sacudieron sus ojos. Sin ella, la casa se le haría demasiado grande; ya no escucharía sus risueñas carcajadas a diario, ni el incansable correteo de sus piernas por el piso de arriba cada vez que se dedicaba a inventar nuevos juegos para ambas. Ella daba color y alegría a la casa, y sin ella, Marnie sabía que le aguardarían días sumidos en una gris y triste soledad.

—Aún puedo quedarme. Podemos decirles que estoy enferma, o que se han equivocado y no soy la bruja que buscaban… —murmuró Heather, comprobando que su abuela no se sentía del todo cómoda con su partida.

—¿Y perderte la oportunidad de ser la bruja más grande de todos los tiempos? No, no, pequeña. Además, tenemos un trato, ¿recuerdas? Para Navidades debes saber convertir una copa de vino en una rata; si no, no podremos gastarle esa broma a tus padres —concilió Marnie, guiñándole un ojo a su nieta para fijar su promesa como un secreto entre ellas dos.

—¡Es cierto! Pero si no sé hacerlo no te enfades, ¿vale? Igual no soy buena en esto…

Marnie soltó entonces otra sonora carcajada, arrodillándose a la altura que su nieta.

—Claro que no me enfadaré. Escucha, sé que lo harás genial, ¿cuándo no has podido tú con algo, eh? Y si no, no pasa nada. Seguro que allí habrá muchos niños como tú dispuestos a ayudarte.

Heather asintió, encontrando desahogo en las palabras de su abuela.

El timbre resonó en el interior de la vivienda segundos después, haciendo que Heather se girara en la dirección de la puerta para recibir al auror. Marnie contuvo un suspiro, y a sabiendas de que era la hora, acurrucó a la pequeña entre sus brazos con un sabor agridulce en los labios. Sabía que le tocaría permanecer sola durante un tiempo, pero la experiencia que Heather iba a vivir era algo formidable, una aventura que consiguió hacer regresar a su mente una historia pasada que ya creía olvidada.


—Silencio —pidió el profesor Dumbledore, a las puertas del Gran Comedor, elevando el tono de su voz para que todos los estudiantes de primero, que andaban inquietos hablando los unos con los otros, se percatasen bien de su llegada—. Os pido un poco de atención. Sé bien que estaréis nerviosos por vuestra entrada, pero no hay nada que debáis temer. En Hogwarts sois bien recibidos, y es nuestra intención hacer de la escuela vuestro hogar el tiempo que permanezcáis en ella. —Su voz era poderosa a la par que cautivadora; los estudiantes escuchaban sus palabras mientras observaban su vestimenta o dejaban fija su mirada en el par de ojos azules de trataban de hacerles sentir como en casa. Sólo uno de los estudiantes paseaba la mirada por los rincones del pasillo y por los rostros del resto de estudiantes. Uno que ya había conocido a Dumbledore antes, y que, por ello, no conseguía sentirse atrapado por su bienvenida.

Cuando el hombre hubo terminado de darles las indicaciones más necesarias para aquella ceremonia inaugural, así como una breve introducción sobre la escuela, el gran portón del comedor se abrió de par en par, inundando los corazones de los primerizos de un calor hogareño que en raras ocasiones habían sentido.

Las sonrisas surgieron en los rostros de los pequeños a medida que avanzaban por el lugar, algunos con timidez por las miradas curiosas de los estudiantes de cursos más avanzados, otros con intriga por todo lo que les rodeaba en esos momentos; Tom, con dejadez, caminaba con la vista clavada en el horizonte, donde se situaba la mesa principal, que acogía a los profesores de la escuela.

Dumbledore les detuvo a los pies de unas pequeñas escaleras que conducían a la zona del profesorado. Él les abandonó entonces y subió para situarse al lado de un taburete que sostenía un sombrero algo deteriorado por el uso. Desenrolló un pergamino y paseó unos segundos la mirada por el listado de nombres que componían el nuevo grupo que se unía a Hogwarts aquel año. Era una de las partes del curso que más conseguían emocionarle, pese a contenerse a sonreír en un primer momento a los estudiantes para que no se confiaran.

—Azalea Colwort —pronunció el profesor, siendo el primer nombre que resonaba por las paredes del Gran Comedor.

El resto de estudiantes contuvieron el aliento, incluidos los más veteranos, a la espera de ver la casa para la que la joven sería seleccionada. El sombrero lo meditó unos instantes, y tras crear una ligera expectación, fue Gryffindor el hogar seleccionado para ella. El silencio fue roto por los aplausos tanto de los estudiantes de dicha casa como de algún que otro estudiante de primero incapaz de contener la emoción.

—Abraxas Malfoy. —Un joven de cabellera casi plateada ascendió los escalones para sentarse en el taburete que la señorita Colwort había abandonado, siendo seleccionado de inmediato para Slytherin.

Algo se movió en el interior de Tom cuando ese nombre fue pronunciado, una sensación que le dejó dubitativo y ensimismado hasta que el profesor pronunció su nombre, y todo el mundo pareció contener sus palabras. Las conversaciones cesaron, así como los aplausos al que había sido seleccionado antes que él. Tom se abrió paso con seriedad entre sus compañeros y se limitó a seguir la ruta que el resto habían hecho, con la salvedad de que él se detuvo para mirar a los ojos al hombre que le había dado la noticia, un hombre al que, sabía, no agradaba.

—Hmmm… —gruñó el Sombrero al posarse sobre su cabeza—. Qué tenemos por aquí… Veo grandeza, veo poder, veo insumisión. La mismísima esencia de Salazar Slytherin corre por sus venas —se detuvo, dejando a un Tom impaciente y aturdido ante sus últimas palabras. ¿Salazar Slytherin? —. Pero también veo sabiduría, veo ansias de conocimiento, algo que Rowena valoraría con determinación… —Tom ya comenzaba a exasperarse, creyendo que aquella evaluación no finalizaría nunca. Llegó el momento en el que dejó de prestar atención a las palabras del Sombrero, hasta que este, decidido, exclamó—: ¡Slytherin!

El Comedor se colmó de aplausos, y una sombra de sonrisa pudo atisbarse en el rostro del pequeño, satisfecho con la elección e inquieto por acudir al llamado de los integrantes de la que ahora sería su casa. Se sentó junto a ellos entre apretones de mano y palmadas a la espalda, y observó sin interés al resto de estudiantes que iban siendo seleccionados para sus casas. Si escuchaba Slytherin, aplaudía; si, por el contrario, pertenecía a alguna de las otras tres casas, guardaba silencio y sonreía a algunas de las burlas que se susurraban en su mesa.

Era divertido, y por primera vez en su vida se sintió integrado en un grupo. Los demás estudiantes le dirigían la palabra sin miedo, e incluso le hacían partícipe de sus confidencias y mofas.

Todo parecía ser entretenimiento hasta que la casa Slytherin fue pronunciada una vez más, la última. Los estudiantes, que habían seguido los pasos de la niña hasta el estrado, enmudecieron entre la situación de desconcierto que se había creado en tan pocos segundos. Una muchacha, cuyo apellido nadie conocía, descendió entonces las escaleras para dirigirse a la mesa de las serpientes, que no aplaudió su llegada sino que, perplejos, los estudiantes trataban de comprender qué era lo que acababa de suceder.

—Es una hija de muggles, una sangre sucia. —Los susurros que de pronto nacieron en la mesa llegaron a oídos de Tom, que había seguido, como el resto, los pasos de la chica hasta la mesa. Los demás estudiantes, al ver el silencio que se había formado, y comprendiendo los más veteranos el motivo, aplaudieron para celebrar no sólo la selección de la joven, también el fin de la Ceremonia y el inicio de la cena.

Pero nadie en Slytherin aplaudió a Heather Poulter.

Ella sólo se encontró con los impasibles ojos castaños del joven que se sentaba frente a ella, y que parecía no querer probar bocado pese a que el resto de sus compañeros ya hubiesen comenzado con el festín.

Tom Riddle aún no sabía lo que significaba ser un sangre sucia, pero sí que Heather había roto la tranquilidad que había gobernado en la mesa Slytherin hasta su llegada.

Y eso no podía ser bueno.