Hasta el momento él había sido invisible a los ojos grises del rubio.

Es decir, por supuesto que lo había visto. Era imposible no hacerlo: era alto, guapo y francamente se decía que se trataba de un estudiante brillante. Pero era de la casa de Hufflepuff, un tejón que no destacaba en lo más mínimo; y encima era mayor. Un filántropo viejo, buen resumen.

Así que si, no había abierto los ojos hasta ese momento, percatándose que no solo era alto y guapo (que si era, por supuesto; se tenía por evidencia el montón de chicas –y chicos, todo hay que decirlo– que babeaban tras su grande y fortificada espalda) y un estudiante de brillante trayectoria; sino que también poseía unos cálidos ojos, una arrebatadora sonrisa, una encantadora personalidad y otro montón de cualidades que pasaron por su mente en el momento en que un papel que decía «Cedric Diggory» en letra cursiva era expulsado por el cáliz de fuego.

Evidentemente, San Potter tuvo que cagarle la nebulosa de triunfo en la que el tejón se hallaba, pero Draco se dio cuenta de la reacción del público estudiantil que tuvo su presencia entre los campeones del Torneo: todos sabían que el Cara-rajada había hecho trampa y todo el éxito como campeón del colegio lo obtuvo Cedric, al ser honesto.

El Niño que Vivió se fue con él, Viktor y Fleur, y el silencio inundó el Gran Comedor. La tensión se podría haber cortado con un cuchillo sin filo, pero Dumbledore prosiguió como si nada, ignorando el hecho de que Potter trataba de llamar la atención al igual que el resto de los años... No obstante, ahora eso a Draco no le interesó, sino que se encontró pensando en qué había sido esa sensación, cual pinchazo en sus entrañas.

No se animaba a ponerle nombre, ni tampoco a relacionarla con cierto Hufflepuff... Pero a partir de ese momento se vio a si mismo observando a Diggory con mayor atención: con quien pasaba el tiempo, qué hacía además de jugar Quidditch en los ratos libres, etc.

Averiguó antes que nadie –puede que incluso él mismo– la existencia de cierto interés hacia una muchacha de rasgos asiáticos de 5to curso (que luego se entero respondía al nombre de Cho Chang), lo que generó que ese innombrable pinchazo se intensificara en el interior del Slytherin. También se enteró que planeaba llevarla al baile de Navidad, y en este –pese a que casi todos estuvieron pendientes de la pareja del energúmeno de Krum, la sangre sucia Granger– se mantuvo pendiente de ambos, repartiendo su atención entre el inminente noviazgo entre la Ravenclaw y el chico que la acompañaba y Pansy (que le había acompañado a él, y le exigía cada tanto un baile).

En la segunda prueba se vio confirmado: Diggory y Chang estaban juntos. Y aunque se burló exteriormente por los ojos de borrego que se le ponían a Potter cuando veía a ese par, él también experimentó como ese pinchazo se convertía en algo más grande, algo más molesto, como si una criatura le estuviese clavando el aguijón con saña desmedida en una zona que no lograba identificar (¿el estómago? ¿el corazón?), al parecer divirtiéndose a costa de las sacudidas que el dolor provocaba en el interior del muchacho.

Claro que nadie notó nada, porque él se encargó de eso, poniendo especial empeño en parecer indiferente... Y lo logró por un par de meses, hasta que llegó la última prueba, que fue recibida con una sensación de malestar.

Él, por supuesto, no se acercó a desearle suerte; aunque un rato más tarde, cuando el Cara-Rajada apareció con el cadáver del otro tejón, sollozante y aterrado, Draco Malfoy no pudo más que arrepentirse de no haber hecho más... Y es que el aguijonazo molesto no solo había empeorado, sino que ahora era acompañado por una sensación de angustia y culpa de la que no podría deshacerse en los alos posteriores.