Amor púrpura.
Sentados en una mesa, en el patio interior de mi casa, nos encontrábamos mi amigo, mi padre y yo en una avanzada tarde de verano. Con el primero estábamos enfrentados lanzándonos miradas de reojo, jugando a las cartas, mientras que mi padre contaba alguna anécdota más que conocida.
Mordí mis labios inconcientemente mientras sentía una agradable sensación en mis partes intimas al imaginarme sobre mi adversario. El pelinegro notaba mi excitación y me daba a entender, con sus penetrantes ojos púrpuras, que él se encontraba en el mismo estado.
Me removía inquieta rogando a todos los dioses que mi padre tuviera que irse por alguna razón. Luego de unos minutos de lenta tortura, el teléfono sonó llamándolo. Era uno de sus amigos del trabajo, según le pude oír a la mucama.
Esperamos pacientes mientras la senil figura de mi progenitor se alejaba entretanto pretendíamos seguir con el juego de cartas. Nos acercamos juntos a la puerta que se había cerrado, comprobando la lejanía de nuestro custodio y, sin vacilación, mi amigo tomó de mi rostro y saboreo, sin inhibición alguna, mis labios sedientos de él. Era nuestro primer beso empero ambos lo habíamos anhelado por tanto tiempo que no lo parecía. La sensación que nos envolvía era tal que sobrepasaba cualquier expectación que hubiésemos tenido del momento.
Tomó mi mano y me llevó, lo más veloz que pudo, a la pequeña habitación reservada para los huéspedes, la cual se ubica cerca del patio interno sin tener que ingresar a la casa.
No perdió tiempo. Comenzó a desabrochar su camisa mientras sacaba, entre besos feroces, mi remera. Me tumbó sobre una de las camas para luego morder y besar mi cuello. Yo, por mi parte, me di la libertad de acariciar salvajemente su espalda indicándole que quería más. Lo entendió a la perfección ya que como respuesta se sacó el cinto de su blue jean provocando que lanzara un leve gemido por la expectación, lo que provocó que mordiera con sus blanquísimos dientes mis labios mientras me jalaba los pantalones.
Sus besos fogosos y ardientes continuaron inundando mi boca, mi cuello y mis pechos sacándome suspiros de placer.
Todo pasaba tan rápido y a la vez en cámara lenta, era extraño y sumamente divertido el pensamiento de que hacíamos algo incorrecto y, demás esta decir, arriesgado.
Cuando por fin iba a poder ver su masculinidad, su celular comenzó a sonar. Al observar, en un vistazo rápido, que la llamada provenía del teléfono de su madre, no tuvo más opción que atender mientras que yo, perversamente, le besaba la espalda, intercalando entre mordidas y chupones que le sacaban leves suspiro que no podía retener.
Colgó el celular observándome abatido mientras que de sus labios las odiosas palabras: "mi mamá ya viene a buscarme" cortaron el ambiente. Nos vestimos rápido pero con bastante pesadumbres mientras le daba pequeños besos en los labios sin ganas de dejarlo ir.
No había nada que pudiéramos hacer. Esas palabras se cumplen siempre en cinco minutos y ambos sabíamos que nuestro primer encuentro merecía de por lo menos siete.
Volvimos a los lugares que ocupábamos en la mesa, tomando las cartas luego de verificar que estuviéramos medianamente peinados y con la ropa en su respectivo lugar. El segundo en que iba a comentar algo a mi amigo, mi padre salió diciendo algo de una reunión que le surgió para mañana. Con el pelinegro son sonreímos leyendo la mente del otro para luego bajar nuestros parpados procesando la información sin dejar de sonreír.
Mañana será otro día…
