UNA COMPAÑERA INESPERADA.

Capítulo 1: La tertulia.

Billa Bolsón era una decente y tranquila hobbit de la Comarca. Vivía sola en Bolsón Cerrado, el agujero hobbit más grande y lujoso de todo Hobbitón, desde que sus padres, Bungo Bolsón y Belladona Tuk, fallecieran hace ya años.

Era bajita y con los pies grandes, como todo hobbit que se precie. Tenía un revoltoso pelo entre castaño y anaranjado, rizado y rebelde como ningún otro habitante de la Comarca. Su rostro era dulce y aniñado, con una naricita chata, una boca graciosa, y unos pequeños ojos rasgados y marrones. Billa siempre solía vestir con vestidos que le llegaban a la altura de las rodillas; y normalmente se ponía una fina camisa debajo y un bonito y elegante chaleco encima. Su figura era menuda, y su carácter muy templado por lo general (a no ser que alguien la cabreara en serio).

Como se ha dicho antes, ella era medio Bolsón, medio Tuk; es decir, una mezcla un tanto explosiva y no muy buena. Billa era una mediana sosegada y apacible, que disfrutaba de una buena vida, de sus libros, su casa… y su soledad. No tenía hermanos, y tampoco muchos amigos. Lo malo de vivir en la Comarca era que allí todo el mundo era familia de alguien, y todos se conocían; esto podría parecer bueno, pero la realidad era que el chismorreo y la superficialidad eran la forma de vivir de esos tranquilos seres de la Comarca. Billa sabía perfectamente que allí era muy difícil conseguir un amigo de verdad, ya que todo el mundo vivía su vida por separado. La empatía hacia los demás no era exactamente una de las cualidades de los hobbits.

Ella simplemente callaba y se encerraba en casa, o salía a pasear por los verdes prados. Sin embargo, todos los vecinos conocían la verdadera naturaleza Tuk de esa señorita Bolsón: no convenía cabrearla mucho, o inmiscuirse demasiado en sus asuntos, porque ese alguien podría ganarse una enemiga de por vida.

Bueno, volviendo a la historia inicial, Billa se encontraba una tranquila mañana sentada en el porche de su casa, disfrutando del aire fresco y lozano, con un libro entre las manos. Acababa de volver del mercado, y se había comprado una espectacular trucha para cenar esa noche; pero tenía la sensación de que alguien la estaba espiando. Tan inmersa estaba en sus pensamientos, que no oyó que alguien se había parado a su lado.

Lo primero que advirtió fue un desagradable olor a humo de pipa llegando hasta su nariz, y levantó la vista del libro, de mala gana. Allí, de repente, había un anciano muy extraño: estaba vestido (o disfrazado, podría decirse) con una túnica gris, y un sombrero del mismo color. Estaba apoyado en una larga vara de madera. No sabía de qué, pero a Billa le sonaba mucho ese peculiar hombre.

-Buenos días – dijo ella, tras un incómodo silencio.

-¿Qué quieres decir? – preguntó el otro, con una voz más alta y grave de la que cabía esperar de una persona de su edad. - ¿Me deseas un buen día, o estás afirmando que hoy es un buen día, lo quiera o no? ¿O que hoy te sientes bien? ¿O estás diciendo que hoy es un día en el que simplemente hay que sentirse bien?

Billa se quedó estupefacta. – Todo eso a la vez, supongo. –Volvió la vista al libro, esperando que el misterioso anciano decidiera irse y ¨saludar¨ a otro; pero no fue así.

-¿Os puedo ayudar en algo?

-Tal vez sí, aunque no estoy seguro. Verás… busco a alguien con quien compartir una aventura.

-¿Qué? – definitivamente, ese pobre hombre no estaba bien de la cabeza.-Disculpad, pero creo que estáis en el sitio equivocado. Por aquí nadie quiere aventuras –dijo Billa, levantándose y cerrando el libro. – Buenos días – se despidió cortésmente.

-¿Quién iba a pensar –gruñó el anciano, cuando ya tenía un pie dentro de su casa- que una hija de Belladona Tuk me despacharía con un ¨buenos días¨, como si fuera vendiendo puerta por puerta?

-¿Disculpad? ¿Nos conocemos?

-Tú recuerdas mi nombre, Billa, aunque no recuerdes que me pertenece. ¡Soy Gandalf! ¡Y Gandalf equivale a…! A mí.

-Un momento – Billa ya comenzaba a recordar.- Gandalf… no seréis ese Gandalf que preparaba aquellos excelentes fuegos artificiales. ¡El viejo Tuk los lanzaba todos los solsticios de verano! ¡Ja, ja! – paró al instante, ya que no quería ganarse muchas confianzas del mago. – No sabía que… bueno, que siguierais en activo.

-¿¡Dónde si no iba a estar!?

-Dónde si no – rió Billa por lo bajini, pero el mago la escuchó.

-Ya veo – dijo, mirándola muy detenidamente. – Sí, creo que valdrás para esto. Te vendrá bien. Será muy conveniente para ti… y muy divertido para mí – esta vez fue el mago el que rió.

-Esperad, ¿de qué estáis hablando?

-De ir a una aventura.

-¿¡Qué!? - ¿en serio? No podía estar hablando de verdad. ¿Ella? ¿De aventura? ¿Qué se había creído?

-Está decidido. Vendrás con nosotros.

-¡No! No – ya comenzaba a cabrearse. – No quiero ir de aventura. No queremos magos ni aventuras por aquí… ni en ningún lugar cercano. ¿Por qué no probáis al otro lado del agua? En, en… - no se le ocurrió qué decir, por lo que accedió a la opción desesperada.-Buenos días – y cerró tras de sí.

Ya dentro, soltó un gran suspiro de alivio. Miró por la ventana para comprobar si el mago se había ido ya, pero un ojo azul apareció ante ella. Billa se alejó al momento, cerrando los ojos. - ¨Bien, Billa. Ya has hecho el ridículo¨. Sólo esperaba que ese mago no volviera a aparecer más por su casa, y todo quedaría en una anécdota pasajera.

Para esa noche, ya casi se había olvidado de lo sucedido. Como todas las tardes, cuando el sol se ocultó por el horizonte, encendió un fuego en su hoguera, colocó una sartén al lado de las ascuas, y esperó a que la trucha y las patatas que había cortado y pelado estuvieran completamente hechas. Preparó su pequeña mesa, colocó bien los cubiertos, y se sentó en el sillón a esperar que la cena estuviera acabada.

Media hora más tarde, el pescado ya humeaba encima de su mesa. Se colocó una servilleta sobre el camisón para no manchárselo, olió con gusto el aroma de la cena, y… sonó la puerta.

-Se habrán equivocado – se dijo, ignorando los toques. Sin embargo, volvió a sonar. – Oh, ¿quién será a estas horas? – se dijo, cansada. Se puso la bata, y cuando fue a abrir la puerta…

-Dwalin, a su servicio – el enano más alto que jamás podría haber imaginado estaba ante su puerta. Estaba medio calvo, pero aun así se dejaba caer el pelo por los hombros. Tenía un aspecto temible, con varias partes de su cuerpo tatuadas; y, aunque se hubiera puesto a su servicio, no parecía muy consecuente con su promesa.

Antes de que pudiera decir nada, el enano ya había entrado en su casa, echándole la capa encima a la pobre Billa. - ¿Dónde está?

-¿Dónde está… qué?

- La cena. Nos dijo que habría comida… y mucha.

-¿Os lo dijo? ¿Quién os lo dijo?

Cinco minutos más tarde, Billa miraba con un cabreo impresionante cómo ese enano se zampaba su trucha; hasta la mismísima cabeza.

-¿Dónde hay más?

-¿Disculpad?

-Más comida.

-Las cosas se piden por favor.

El enano la miró con una cara de ira que a Billa le dio bastante miedo, por lo que, de mala gana, le aproximó una cesta de panecillos, lo más simple que tenía. Además, se guardó dos o tres para ella. De repente, se oyeron nuevos golpes.

-Llaman a la puerta – gruñó Dwalin, mirándola con reproche.

-Ya lo he oído. Pensaba que comíais. Es de mala educación comer con la boca abierta.

Se dirigió al pasillo, intentando mantener la calma. Sin embargo, el alma se le vino a los pies cuando vio a otro enano ante su puerta.

-Balin, a su servicio – dijo este, simpáticamente. Por suerte, este enano no tenía nada que ver con el otro. Era bastante más bajo, regordete, y viejo; aparte de cortés.

-Y yo al vuestro – dijo Billa, sin poder creerse lo que pasaba.

-Veo que soy de los primeros – habló Balin, entregándole la capa a la huésped. – O no… ¿Dwalin?

-Hermano – dijo el otro enano, que por suerte había parado de comer. Ambos señores, que al parecer sí que tenían algo que ver el uno con el otro, se abrazaron levemente, antes de pegarse un fuerte cabezazo el uno con el otro. – Estás más bajo y más ancho que la última vez.

-Más ancho, no más bajo. Y espabilado por ti y por mí.

-Ven – le dijo el alto, del cual Billa ya había olvidado el nombre. – Hay comida en la alacena. Y cerveza.

Billa estaba boquiabierta. Pero… ¿cómo se atrevían esos enanos a entrar en su casa y cogerle de su comida así como así?

-Disculpadme – dijo ella, intentando sonar cortés. – No quisiera importunaros, pero me molesta un poco el hecho de que hayáis entrado en mi casa sin dar ninguna explicación y empecéis a coger de mi comida y mi bebida sin pedir permiso. Y también quisiera que supierais que no os conozco – un panecillo acabó volando en el suelo, justo a su lado. – No os conozco de nada. Y siento si soy ruda, pero tenía que decir lo que pensaba. Lo siento.

Ambos enanos callaron, y se quedaron mirándola fijamente. –Disculpas aceptadas – dijo el enano más viejo, haciendo que el estómago de Billa se comprimiera de ira.

Justo en ese instante, sonaron otros golpes a la puerta. – No puede ser.

Cogió aire, cerró los ojos, y abrió la puerta. Esta vez no era un enano, sino DOS: uno rubio y otro castaño oscuro (bastante apuesto, por cierto).

-Fíli – dijo el primero, - y Kíli – dijo el segundo; - ¡a vuestro servicio! –ambos hicieron una profunda reverencia. Al menos, estos parecían más educados.

-Vos debéis ser la señorita Bolsón – dijo el castaño, sonriendo.

-Sí, soy yo – dijo la otra, quedándose muda.

-¿Nos dejáis entrar? – preguntó el rubio, extrañado por lo pasmada que estaba la otra.

-¿Disculpad? No sé quiénes sois.

-Ya nos hemos presentado: Fíli y Kíli – dijo de nuevo el de la derecha, Kíli. - ¿Podemos entrar ahora? – preguntó, entrando antes de que pudiera responderle. Ambos le soltaron las armas encima como si nada, mientras miraban la casa con curiosidad.

-Bonita casa – dijo Kíli. - ¿La habéis hecho vos?

-No, tiene muchos años. ¿Podéis no hacer eso, por favor? Es el ajuar de mi madre – definitivamente, esos dos no eran tan educados como le habían parecido.

-Fíli y Kíli – dijo el enano calvo, cogiendo de los hombros al menor.

-Señor Dwalin. ¿Y los demás? ¿Han llegado ya?

-No, tenemos que juntar las mesas para cuando lleguen.

-¿Qué? ¿Para cuando lleguen quiénes? - la pobre Billa no obtuvo respuesta. En su lugar, la puerta volvió a sonar.

-¡No, no, no! – soltó las armas al suelo sin ningún cuidado. - ¡No hay nadie en casa! ¡Marchaos por ahí y molestad a otro! ¡Ya hay suficientes enanos en esta casa! No sé qué tipo de broma es esta, pero no tiene ninguna gracia – por ironías del destino, esta vez no fueron uno, ni dos, sino ocho enanos los que aparecieron rodando por el sulo de su casa. Y, al fondo, un mago que recordaba muy bien.

-Gandalf – se lamentó ella, desesperada ya.

A partir de ese momento, las fuerzas no le dieron a Billa para controlar a todos esos enanos. Juntaron mesas, sacaron toda su comida, su bebida, y toquetearon sus cosas como les dio la gana, sin importarles nada más. Ella no paraba de darles indicaciones - ¡dejad eso donde estaba! ¿queréis un cuchillo? ¡eso no es un posavasos! – pero nadie le hacía caso.

-Oye, no os limpiéis con eso – le dijo a un enano con grandes bigotes y un gracioso sombrero.

-Menuda servilleta. ¡Está agujereada!

-Porque no es una servilleta. Es croché – dijo Billa en voz baja.

-Y un excelente juego también. ¡Si se tienen pelotas! – todos los demás enanos rieron, pero a ella no le hacía ni la más mínima gracia.

-Condenados enanos. ¡Malditos y condenados enanos!

-Querida Billa, ¿por qué te pones así?

-¿Qué por qué? Hay doce enanos en mi casa de repente, y un mago al que, por cierto, no he visto en años. ¿Y me preguntas qué me pasa?

-¡Pero si son muy alegres! En cuanto te acostumbras.

-¡Pero es que yo no quiero acostumbrarme! Mira la cocina. Está echa un desastre. Me han dejado el suelo lleno de barro, por no hablar de las tuberías. ¡No entiendo qué están haciendo en mi casa!

-Disculpad – la sobresaltó un enano, que era de la misma altura que ella y tenía una voz muy aguda y tímida. – Lamento interrumpir, pero ¿qué hago con mi plato?

Billa iba a responder, pero el maldito enano rubio se le adelantó. – Déjamelo, Ori.

Le lanzó el plato como si nada a su hermano menor, y así con toda la demás vajilla.

-¡No! ¡Esa vajilla tiene más de cien años!

En vez de escucharla, se pusieron a cantar una canción sobre ¨Billa Bolsón va a rabiar¨ o algo así, y siguieron lanzando y dando patadas a los platos y los cubiertos como quisieron. Cuando al fin consiguió llegar a la cocina, allí estaba toda la vajilla perfectamente fregada y recogida. Todos los enanos se pusieron a burlarse de ella, mientras que Gandalf la miraba con una cara de ¨te lo dije¨. Pero unos nuevos golpes a la puerta hicieron que todos callaran de repente.

-Ya está aquí – dijo Gandalf, seriamente.

Todos fueron a la puerta, y Billa se preguntó cuál podría ser la razón de tanta expectación. Pero, al abrir la puerta, sus dudas quedaron resueltas. Allí estaba el enano más apuesto que jamás había visto. Tenía el pelo largo y moreno, y unos profundos ojos azules claros. Desprendía majestuosidad y seriedad por los cuatro costados, y Billa supo al instante que este enano no era como los demás presentes.

-Gandalf – dijo, con una voz grave. – Dijiste que este sitio era fácil de encontrar. Me he perdido, y dos veces – el enano pasó de ella y le tendió la capa al joven castaño. – Me he vuelto loco para encontrar esa marca en la puerta.

-¿Marca? ¿Qué marca? – preguntó Billa. – La pinté la semana pasada.

-La hice yo mismo esta mañana – Billa ya no se sorprendía de nada. – Billa, déjame presentarte al jefe de nuestra compañía: Thorin Escudo de Roble.

-Así que – el enano la miró muy fijamente, haciéndola enrojecer, - esta es la hobbit. Dígame, señora Bolsón, ¿preferís hacha o espada?

-¿Cómo? No es que se me dé mal el juego de las castañas, pero no sé qué importancia tiene eso.

-Lo que imaginaba – dijo Thorin, sonriendo. – Más parece una tendera que una saqueadora.

Todos rieron ante el comentario, pero Billa se quedó pasmada. ¿A qué se refería?

Siguió a los demás adentro, y Thorin se sentó a la cabeza de la mesa.

-Billa – le pidió el mago, cortésmente; - ¿te importaría hacerle una sopita a Thorin? Está muy cansado del viaje.

-¿Disculpa? – esa vez había llegado al límite. Muy al límite. - ¿Que está cansado? De repente, me he encontrado esta noche con trece enanos que se han dedicado a vaciarme la despensa, los barriles, y hacer lo que les dé la gana en mi casa, sin pedirme permiso, perdón o darme una sola explicación. Y encima se han burlado de mí. Lo único que han hecho ha sido recoger la mesa, con el riesgo de romperme más de un plato. Puedo tener la pinta de una tendera, pero no hace falta ser una tendera para hacerse una sopa. Que se la haga él.

Todos los enanos miraron con odio y seriedad a Billa, incluido Thorin.

-Billa… – le dijo Gandalf por lo bajini.

-¿Qué? Que se la haga él, si tan señor enano es. O alguno de sus compañeros que no han parado de darme la lata esta noche. O tú, Gandalf; tuya ha sido la idea de juntarlos aquí. ¿Por qué no se la haces tú?

Gandalf se la quedó mirando boquiabierto, pero otros golpes, otros más, sonaron a la puerta. – Parece que es nuestro último invitado.

-Mi último invitado – se quejó la hobbit, yendo hacia la puerta. Cuando se hubo ido, Gandalf miró a todos los enanos con una sonrisa.

-¿Os lo dije o no? Tiene agallas.

Billa abrió la puerta por última vez esa noche, esperando encontrarse a otro desagradable y maleducado enano, pero no fue eso lo que encontró.

Una mujer, no muy alta, con el pelo castaño oscuro recogido en una coleta alta, un largo flequillo hacia al lado que se recogía por detrás de la oreja, labios gruesos, y ojos grandes y color miel.

-Disculpad – dijo la mujer. –Mi nombre es Méreda. Vos debéis ser la señora Bolsón. ¿Llego tarde?

-¿Qué? No, supongo que no. Vamos, en verdad no sé, sólo sé que hay trece enanos en mi casa que hacen lo que quieren. Pregúntales a ellos.

-Ya – rió la otra, entrando agachada a la casa. –No ha de ser muy acogedor. ¿Están todos?

-Sí, creo que sí - ¨espero que sí¨.

-¿Dónde…?

-En el comedor.

-No, no. Me refería a dónde puedo dejar la capa y las armas.

-Ah – Billa se sorprendió ante los modales de la nueva inquilina. – En el sillón mismo podéis dejarlas.

-Gracias – sonrió la otra, haciendo lo indicado. – En fin, vamos adentro, ¿no?

Cuando llegaron, todos los enanos estaban sentados a la mesa, y Thorin tenía un cuenco de sopa ante él. Billa no sabía quién se lo había preparado, pero le daba igual. En cuanto vieron aparecer a la hobbit y a la mujer, todos se levantaron, alarmados y con cara de malas pulgas.

-Oh, no – se quejó Dwalin. – Esto sí que no. Una hobbit es pasable… ¡pero una humana! ¡Y mujer! Ni hablar.

Billa miró a Méreda, pero ella no parecía molesta por el comentario.

-Creo que Thorin ya habló por vosotros – dijo Gandalf. Todos miraron a su líder con fuego en los ojos, pero él simplemente bajó la cabeza, como desentendiéndose del asunto. – Méreda no es una simple mujer: es una montaraz hábil y nata desde joven. A viajado por prácticamente toda la Tierra Media, excepto por Mordor y la Comarca (hasta ahora). Incluso ha sido una de las pocas personas que ha atravesado las Montañas Nubladas, el Bosque Negro, Esgaroth, Valle, y ha llegado a las faldas de Erebor, y ha vuelto de nuevo.

Incluso Dwalin calló ante este comentario del mago.

-Oye, una cosa – se quejó un enano de largas barbas naranjas. ¿Cómo ha podido hacer todo eso en tan poco tiempo? Parece muy joven.

Méreda se lo quedó mirando fijamente. – Como ha dicho Mithrandir, no soy una simple mujer. – Sin dar más explicaciones, se sentó en una silla que quedaba suelta.- Mirad, sólo hago esto porque Mithrandir me lo ha pedido. Os voy a ser clara: estoy aquí por la misma razón que la mitad de vosotros; oro. Llevo una vida errante, pero no me vendría mal un poco de calderilla, y más aventuras. Últimamente la Tierra Media anda muy aburrida. Sólo hay algún que otro fácil orco por ahí. No es por ser presumida, pero soy una buena guerrera, inteligente, y os puedo resultar de gran ayuda. Pero no estoy dispuesta a que me tratéis como a una inferior. Esas son mis únicas condiciones. ¿Entendido? No me cuesta nada irme.

Todos quedaron en silencio, y Thorin habló. –Por mucho que me cueste admitirlo, Gandalf lleva razón. Esta humana nos puede servir de gran ayuda. Pero… no comparto lo mismo de la señora Bolsón – se quejó él, sin tan siquiera mirarla.

-Vamos a ver. Primero, me llamo Billa, aunque aprecio vuestro respeto hacia mí. Segundo, podéis mirarme al hablar. Tercero, ¿alguien me puede explicar de qué estáis hablando todos?

Gandalf se sacó un mapa de la manga, y lo puso sobre la mesa. – Verás, Billa. La razón por la que nos hemos reunido aquí es más seria de lo que pueda parecer. Allí, lejos, al este, se eleva una sobrecogedora cima: la Montaña Solitaria. Allí dentro los enanos construyeron hace ya su propio reino, Erebor.

-Lo sé. Smaug el Terrible llegó allí y les arrebató su reino. Y… - se calló de inmediato, dándose cuenta de algo. –Vos sois… - dijo, mirando a Thorin.

-Así es, Billa. Thorin, el que antaño fue príncipe de Erebor – una sombra cruzó por los ojos del enano al escuchar eso.

-Vale, eso explica mucho. Supongo que querréis recuperar la montaña. Pero… ¿el dragón sigue vivo?

-De eso se trata – dijo el enano de largas barbas naranjas. –Óin ha observado los presagios, y dice que son bienaventurados. ¨Cuando las aves de la hiedra a Erebor quieran volver, el reino de la bestia llegará a su fin¨ - recitó el enano.

-Es nuestra oportunidad – dijo Thorin. – Nadie ha visto a Smaug en años, ni ha tenido noticias de él. ¡Es nuestra oportunidad de recuperar Erebor! – todos los enanos gritaron de júbilo, pero la voz de Balin resonó por encima de todos ellos.

-Se os olvida que la puerta está cerrada. No podemos entrar.

-No es sólo eso – habló la mujer, Méreda. – Antes de llegar allí hay que pasar por los páramos desolados, atravesar las Montañas Nubladas, y el territorio de los cambiapieles. Pero lo peor es el Bosque Negro. Está maldito, enfermo. Lleno de arañas y otros seres malignos. Y eso sin contar que nos atrapen los elfos.

-¿¡Pero tú para qué estás aquí!? ¿Para ayudarnos o para desanimarnos?

Todos se pusieron a gritar de nuevo; pero Thorin se levantó, y con un estruendoso ¨¡Silencio!¨, todos callaron de golpe.

-A ver, vayamos por partes – dijo Gandalf. – La puerta principal está cerrada, pero tenemos… esto- dijo, enseñando una llave.

Thorin parecía haber visto a un fantasma. - ¿Quién te dio eso?

-Tu padre, Thráin me entregó este mapa y esta llave hace ya tiempo. Ahora, te pertenecen.

– Si hay una llave, habrá una puerta – dijo Kíli. ¨Muy perspicaz¨- pensó Billa con ironía.

-Sí, pero ignoro su ubicación. Están escondidas a los ojos de los demás. Las indicaciones para conocer su situación están en este mapa, pero no sé leer el resto de las runas. Aunque hay otra gente en la Tierra Media que sí puede hacerlo.

-Elrond – dijo Méreda en voz alta.

-Esa es la otra cuestión. Méreda tiene grandes amistades con gente de alto renombre en la Tierra Media – dijo el mago.

-En verdad, sólo con lord Elrond.

-Voy a decir una cosa, y que quede muy clara. No trataremos con elfos si no es indispensable, ¿de acuerdo? – Thorin miró muy seriamente a la mujer, pero ella sólo asintió levemente, encogiéndose de hombros.

-Bueno, pero es que aparte de eso, esta muchacha es nuestra guía. Sabe el camino hacia la Montaña Solitaria.

-¿De veras llegasteis allí? – preguntó el enano bajito y tímido.

-Sí, pero fue hace ya tiempo – le respondió la otra, sonriendo. – Era muy joven, y ahora hay muchos más peligros por el camino.

-¿Y cómo es Erebor? – preguntó Kíli.

-Sólo lo vi desde afuera. Era inmenso, espectacular. En mi vida he visto nada parecido; sólo Minas Tirith, tal vez. Pero… me llevé un buen susto. Se oían ruidos ahí adentro, y no muy reconfortantes que digamos. Mirad, sólo estoy siendo realista. Aunque lleguemos allí, aunque atravesemos la Tierra Media de mitad a mitad, allí hay un dragón; y no estamos seguros de que esté muerto, o dormido.

-Y por eso necesitamos un saqueador.

Todos los ojos se posaron en Billa. Ella miró hacia atrás, confundida, hasta que entendió lo que querían decir. Ella era la saqueadora. Pues andaban listos.

-No, no, no. No pienso ir con vosotros. Lo siento, pero no.

-No hace falta que lo sientas – dijo Dwalin. – Las tierras salvajes no son para los de buena familia que no saben defenderse solos.

-Pues eso, así mejor para todos. Yo no os molestaré, y tampoco os tendré que volver a ver.

-Oye, ten un poco de respeto – le espetó Thorin, ya enfadado.

-¿Respeto? Yo soy una persona respetuosa y gentil, pero también tengo un límite. Si me hubierais respetado vosotros a mí, recibiríais lo mismo.

-¡Dejad ya las discusiones! – gritó Gandalf, haciendo que toda la habitación se tornara oscura de repente. - ¡Si yo digo que Billa Bolsón es una saqueadora, es una saqueadora! Y se acabó.

Todos, incluso Thorin, callaron de inmediato.

-Bien – dijo el mago, - pasadle el contrato.

Billa leyó con rapidez la larga hoja que le pasaron. –Una catorceava parte del tesoro… No está nada mal. La compañía no corre a cargo de preparativos del sepelio… ¿Preparativos del sepelio? Evisceración,… ¿incineración?

-Oh, sí. Te reduce a cenizas en un santiamén.

Billa se sintió muy mareada, y tuvo la necesidad de coger aire. - ¿Estáis bien señorita?

-Sí, sí, es que necesito aire.

-Imaginad un horno con alas. Un resoplido, mucho dolor y… ¡puf! Te conviertes en pura ceniza.

Billa intentó reponerse, pero… - No. – Y se desmayó en el suelo.

-Estoy bien, estoy bien – se quejó, en cuanto estuvo sentada en el sillón de nuevo. – Sólo necesito sentarme un rato.

-Llevas sentada demasiado tiempo, Billa. Te recuerdo cuando eras pequeña. Una hobbit que se acostaba tarde, que volvía a casa llenándolo todo de barro, y que soñaba con vivir aventuras. Dime, Billa – le preguntó Gandalf, - ¿desde cuándo la vajilla de tu madre te importa tanto?

-Desde que crecí y dejé de ser una niña. Soy una Bolsón, de Bolsón Cerrado.

-Y también una Tuk. ¿Sabes que tu archi-tatarabuelo Toro Bramador Tuk era tan alto que hasta podía montar a caballo? En la batalla de los Campos Verdes, le arrancó la cabeza a uno de los trasgos y la lanzó lejísimos. Así se ganó la batalla… y así se inventó el golf.

-Eso último os lo habéis inventado – rió Billa.

-Toda gran historia merece ser adornada. Y tú también tendrás historias cuando vuelvas. El mundo no está en tus libros y mapas, Billa. Está ahí fuera.

-Dime, Gandalf. ¿Me aseguras que volveré?

-No – respondió, con sinceridad. – Y si lo haces, no volverás a ser la misma.

-Lo suponía – dijo la otra, levantándose. – No puedo, Gandalf. Lo siento, pero es algo demasiado grande para mí. Hasta para mi lado Tuk. Me voy a dormir. Buenas noches.

Gandalf, cansado, se levantó también y se dirigió hacia fuera. En el porche, una figura estaba sentada sobre el banco, mirando las estrellas. Gandalf se le unió en silencio.

-¿Ha habido suerte? – preguntó la muchacha.

-No, pero seguro que se arrepiente. Le dejaremos el contrato para que lo vea al despertarse. Seguro que vuelve.

-Si tú lo dices… Es una pena. Me cae bien. Estaría bien tener algo de compañía femenina durante el viaje. Aunque, por otro lado, entiendo su reacción. ¿Cómo se te ocurre no decirle nada?

-Créeme, habría sido peor.

-No creo que le fuera bien con nosotros. No está acostumbrada a una vida de aventura. Duraría poco.

-No digas eso, Méreda. Esa hobbit tiene más en su interior de lo que todos creemos… incluida ella.

-Sí, eso no te lo discuto. Suele pasar – la mujer se recostó aún más contra el banco.

-¿Por qué accediste a venir, Méreda?

-Ya te lo he dicho. No tengo otras cosas que hacer. Voy de aquí para allá, sin rumbo fijo. No tengo amigos, no tengo familia,… es lo mejor que puedo hacer con mi vida. Ir a recuperar un reino custodiado por un dragón.

-Méreda – dijo Gandalf, mirándola fijamente. – Ahora en serio; ¿por qué vienes?

-No hay más que decir, Gandalf – dijo la otra, apartando la vista.

-Creo que quieres revivir tu pasado.

-Mi pasado lo dejé ya atrás. No tengo pasado, ni futuro. Soy una persona nueva, libre.

-Y solitaria.

-Y solitaria. Lo reconozco. Pero es mejor estar sola – dijo la otra, levantándose. – Nadie puede herirte.

Gandalf se volvió a quedar solo, mirando al horizonte. – Menudo viaje nos espera…