Un repentino silencio súbito. Entonces, una risita que buscaba hacer lo imposible por contenerse. Pero ni aunque Phoenix Wright hubiese tenido todo el esfuerzo del mundo en su poder, domar la carcajada no le fue una tarea realizable. Muy por el contrario: ésta lo había dominado a él.
– Lo sabía – la voz de Miles Edgewoth sonó con enojo para ocultar su dañado orgullo mientras se cruzaba de brazos y desviaba su mirada a lo que sea mientras no fuere el hombre que lo acompañaba –, no debí habértelo dicho nunca, Wright – éste, a quien la risa le había quitado el control sobre su cuerpo y la capacidad de respirar, tuvo que posarse sobre la pared para no caer al piso.
– L-lo siento, Miles – dijo tratando de componerse, mas otra risa se le había vuelto a escapar de los labios –. N-no quise reírme así, es que…
– Está bien, Wright, ríete de mí mientras puedas, – pero antes de que el fiscal hubiese podido terminar su amenaza, el abogado de traje azul lo interrumpió:
– No, Miles, no es así – dijo, una vez que había recuperado su compostura, Phoenix. Aunque una sonrisa de oreja a oreja seguía dibujada en su rostro –. ¡Es que me tomaste por sorpresa! Jamás en la vida se me hubiese imaginado que tú, sobre todas las personas, usarías la servilleta con volados – automáticamente se escuchó una corrección, "pañuelo de cuello, Wright, gracias" que fue ignorada –, ¡sólo porque no sabes atarte una corbata!
– Esa no es la razón – le contestó fríamente.
– ¿Y entonces? – un dejo de curiosidad e inocencia allí.
– ¿Y entonces qué, Wright? – Miles levantó una ceja –. Creo que a los veintiséis años ya tienes la capacidad de formular una pregunta.
– ¿Y entonces por qué usas un pañuelo de cuello? – la misma curiosidad e inocencia, más una sonrisa brillante. Y una vez más el silencio súbito.
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