Ahora, cada vez que miro el cielo azul, solo se me ocurre pensar en mi vida pasada. Puede que sea algo difícil, pero tener tantos años solo hace que mi memoria sea mejor, clara y nítida. Me gustaría mentirme a mí misma, pero el cielo azul solo me recuerda a ti y a tus ojos. ¿Qué por qué lo observo, entonces? Aún no tengo idea… a lo mejor, significaste para mí más de lo que yo podía entender. Es por eso que, al recordar mi decisión, aparto fuertemente mi mirada. Entonces viene la tristeza. Jamás, jamás podré verte de nuevo…ni tocarte…ni besarte. Parecerá una tontería, pero después de todos estos años, no he podido olvidar tu tacto. Y, como son solo recuerdos del pasado, permito que mi mirada se deslice nuevamente al espacio celeste que reside sobre nuestras cabezas… esperando que este círculo se repita una y otra vez. Aunque, para que negarte, es algo bastante infrecuente. En Hungría cada vez llueve más…
Siglo XVI:
Chapter 1: La propuesta.
Mientras iba sentada en el carruaje, mi corazón palpitaba. Quizás con demasiada intensidad, y eso me preocupaba. Me alejaba poco a poco de mis queridas tierras húngaras, donde había pasado casi toda mi vida, al reino austriaco. Allí me esperaba algo importante, aunque no sabía el qué. Al parecer, era un secreto, pero no era eso lo que me ponía nerviosa. Roderich… ¿cómo estaría después de tanto tiempo? Lo recordaba como un niño debilucho y quejica, que siempre perdía en nuestras luchas de espada. Una sonrisa asomó a mi rostro. Mi infancia junto a él fue muy feliz. Nunca quise admitir lo mucho que lloré cuando tuve que trasladarme a Hungría, debía de ser fuerte, o eso me dijeron siempre. No perdimos del todo el contacto, ya que siempre nos solíamos cartear una vez al mes. Pude ver en el trasfondo de aquellas conversaciones banales que cada vez era más elegante, más seguro de si mismo, más…poderoso. También yo estaba pendiente de la política austriaca. Era un gran imperio. Tuve que admitir a mi pesar que, mientras yo era la fuerte, el era el inteligente, y había llegado mucho más lejos que yo… seguro que él solo me veía como una vulgar campesina. Ojala no fuera así… quería ser la dama más refinada que él pudiera encontrar, aunque yo no significase nada para él. Después de todo, siempre te preocupas de cualquier nimio detalle si vas a ver a tu persona amada, ¿no?
- ¿Elizabeth? ¿De verdad eres tú? – fue la primera pregunta que me hicieron en territorio austriaco, y nada más bajar del carruaje. Con una mezcla de alegría y sorpresa, Roderich me abrió la puerta y me tendió galantemente una mano para ayudarme a bajar. Mi primer impulso fue saltar y abrazarle fuertemente, pero en lugar de eso me contuve, debía de parecer una gran dama. Acepté su mano con una sonrisa y bajé de la carroza.
- Más bien sería yo quien debería de preguntarte eso. ¿Eres tú el mismo muchacho de 12 años de hace tanto tiempo atrás?
Y es que aquel hombre alto y con buen aspecto, tan bien parecido y con aquellos ojos azules resplandeciendo de ilusión tras sus gafas no era el Roderich que yo recordaba. Aunque así me gustó mucho más de lo que ya me gustaba.
- Sí, soy yo. Eres demasiado exagerada, no he cambiado tanto, ya deberías saber que soy de costumbres fijas. Pero tú, madre mía… -dio una vuelta a mí alrededor y me miró complacido- ¡Lo tuyo si que es un cambio! ¿Dónde quedó esa Elizabeth que era más fuerte que cualquier niño? Te has convertido en una señorita encantadora.
Tantos piropos de sopetón hicieron que los colores asomaran a mi cara. Aunque creo que no hay que disculparse por ello. Con la gente a la que amas pasan esas cosas.
- ¡N-no digas eso! Tú si que exageras… y-yo… -miré hacia otro lado y le dije, con un tono bastante más bajo de lo que quería- Tú si que estas hermoso ahora…
Ahora fue él el que se puso colorado. Me arrancó una sonrisa. Era tan tierno…
- Umm…emmm…b-bueno, seguro que estas cansada, el viaje es muy largo. Ven conmigo, te enseñaré tu habitación.
Le seguí por aquel gran palacio. Miraba a mí alrededor mientras iba por los largos pasillos. Sin duda, se notaba que era su casa, estaba decorado con ese gusto tan suyo. Nada más llegar a la habitación, hizo que dejaran allí las maletas y me tendió la mano para acompañarme al gran salón donde se serviría la cena. En realidad no tenía mucho apetito, pero intenté comer un poco. Por suerte no hubo ningún baile (gracias a Dios, pues yo odio ese tipo de cosas) y, con el pretexto de estar cansada, me retiré a mi habitación. No lo estaba en absoluto, pero quería asimilar tantas novedades. Esa noche, solo la imagen de Roderich llenó mis sueños.
A la mañana siguiente, tras desayunar, Roderich me ofreció ir a pasear a caballo con él. Acepté encantada: él sabía lo mucho que me gustaba. Fue un paseo tranquilo. En otros tiempos le habría desafiado a una carrera, la cual habría ganado sin mayor complicación.
Tras la ilusión del primer encuentro, íbamos algo callados. Eran tantos años sin volvernos a ver que no sabíamos de qué poder hablar. Decidí romper el hielo.
- Bueno… pues… ¡vaya! ¡Quién iba a decir que de mayor serías el líder de un gran imperio, ¿verdad?
Rod se quedó callado. Parecía bastante absorto en sus propios pensamientos. De repente agitó la cabeza y me asintió.
- En efecto. Sin embargo, aún pienso extender un poco más mis fronteras. Deseo llevar nuestra cultura a toda Europa.
Mientras hablaba, no pude dejar de observarle. Era tan hermoso… no existía otra definición. Tan serio, tan educado. Puse una triste sonrisa. Sabía que jamás estaría a su altura, por desgracia. Rod se dio cuenta de que le miraba y bajó la cabeza avergonzado. Eso me sorprendió un poco. Volvió a hablar pasados unos instantes.
- ¿Y qué hay de ti? Oí que fuiste invadida unas pocas de veces…aunque creo que no te costaría mucho vencerlos, sabiendo como eres –se echó a reír.
Esbocé una incómoda sonrisa. Como pensaba, jamás sería para él…
- Bueno, ya sabes… fue algo duro, pero conseguimos resistir. Mi pueblo es fuerte –miré hacia el cielo azul y el sol de mediodía- Roderich… ¿recuerdas cuando éramos pequeños?
Me miró con una cálida sonrisa.
- ¿Cómo olvidarlo? Fue una etapa preciosa… quizás la mejor de mi vida –se iba poniendo rojo poco a poco- ¿Sabes? Conseguí mi imperio no solo por mis tropas, si no…por tu carácter. Hice lo que creí que tú habrías hecho en mi lugar. Estoy convencido de que tú podrías haber conquistado más de lo que yo tengo ahora…
Mi corazón empezó a palpitar fuertemente. ¿Me estaba dando las gracias por eso? ¿En serio? Me entraron ganas de gritarle que no dijera tonterías, que ese imperio se lo merecía después de todas las veces que le había ganado en la infancia… pero me controlé de nuevo. Reí suavemente y negué con la cabeza.
- Exageras. De todas maneras acepto tu agradecimiento.
Me asusté tras haber dicho estas palabras. Rod me estaba mirando triste y preocupado. Quizás hasta sorprendido. Parpadeé un par de veces, pero su expresión no cambió. Dio la vuelta con el caballo y caminó de vuelta hacia el palacio.
- Vamos, Elizabeth. Debemos volver ya, dentro de poco servirán la comida.
Le observé mientras se alejaba. Luego le seguí, pensando en qué había dicho mal y conteniendo a duras penas las lágrimas.
Tras la comida, Rod se excusó diciendo que tenía que atender una importante reunión de Estado y que intentaría estar pronto de vuelta. Me alegré por ello, pues me apetecía estar sola. Me tumbé sobre la cama de mi habitación y me dormí. Sin embargo, mis sueños fueron horribles y agobiantes. Me desperté temblando y bañada en sudor.
A la hora de la cena, me informaron de que Rod seguiría en la reunión hasta muy tarde. Cuando terminé de cenar, me acerqué corriendo hacia la sala donde estaban reunidos. Le vi en la puerta, probablemente querría descansar un poco.
- ¡Elizabeth! ¿Qué haces aquí? –me miró sorprendido.
En ese momento decidí que no iba a contenerme. No tenía muy buen aspecto. Tenía que animarle.
- ¡Vine a verte! ¡Te deseo mucho ánimo con esta reunión! ¡Ya verás que todo sale bien!
Rod me observó durante un instante y…sonrió. Estaba relajado, feliz. ¿Y yo lo había conseguido? Era increíble. Acarició mi cabeza suavemente.
- Muchas gracias. Me has animado mucho. De verdad.
Al terminar de decir eso, hizo un gesto de despedida con la mano y volvió dentro de la sala. Volví sobre mis pasos con una sonrisa en el rostro. Si él estaba bien,
yo también lo estaría.
En toda la noche, no vi a Rod. No quise subir a mi habitación y me senté en uno de los muchos salones del palacio a esperarle. A la hora, cuando estaba dando cabezadas, le vi pasar. Parecía nervioso.
- ¿Roderich? ¿Ocurre algo?
Me miró. En ese momento pareció relajarse. Sonrió.
- Menos mal que te encuentro. Iba para tu habitación, tenía miedo de que ya te hubieras acostado…no quería despertarte.
- No pasa nada. De cualquier forma, no tenía mucho sueño.
- Me alegro de oírte decir eso. Verás, es que…tengo que hablar contigo.
Me temblaron las piernas. ¿Era eso por lo que estaba allí? ¿Sería algo bueno o algo malo? Me entró miedo, mucho miedo. Un sudor frío recorrió mi espalda.
Rod me señaló una silla. Me senté rápidamente, no sabía si era capaz de seguir de pie durante mucho tiempo.
Pensé que se sentaría también, pero en lugar de eso se arrodilló delante de mí. Le miré extrañada. ¿Qué estaba haciendo?
- E-esto…mira, puede que sea todo demasiado repentino…ya sabes, no es mi manera de hacer las cosas… pero te mandé llamar para algo muy importante –tras tanto tartamudeo inicial, se puso serio, pero no lograba esconder los colores de su cara- Desde que nos separaron, hace ya tanto tiempo… bueno, quizás desde mucho antes…había imaginado este momento con claridad infinidad de veces. Sin embargo, tuve que esperar mucho tiempo, debíamos ser personas adultas y pensar bien en esta decisión. Así que ahí voy… -suspiró profundamente y sacó una pequeña cajita de su bolsillo. Aun seguía totalmente rojo- Elizabeth Héderváry, representante de Hungría… Mi pequeña Eliza –esto último (dicho con una tierna sonrisa por su parte) hizo que mi corazón latiera aún más furiosamente. Así me llamaba cuando éramos pequeños- ¿Querrías convertirte en mi esposa?
En ese momento, el mundo se paró para mí. ¿Qué había dicho? ¿Lo había oído mal? ¿Yo? ¿Su esposa? Rod abrió la cajita. En su interior se encontraba una pequeña y sencilla alianza. Entonces fue como reaccioné. Ya no tenía necesidad de fingir lo que no era. Me eché encima de él dándole un gran abrazo. Lo hice con demasiado entusiasmo, ya que Rod perdió el equilibro y cayó al suelo conmigo encima. Aún así, yo permanecí aferrada a su cuello y él se echó a reír.
- ¿Debería tomarme eso como un "quizás", Eliza?
- Como un "sí quiero", Rod. Esa ha sido siempre mi respuesta para ti.
Rod sonrió tiernamente y deslizó con cuidado la alianza en mi dedo índice. Le dejé levantarse y nos quedamos de rodillas en el suelo. Mirándonos el uno al otro. Ambos cada vez más cerca. Nuestros labios se unieron por primera vez. Sus labios eran un poco ásperos, pero para mí eran los más dulces del mundo. Entonces decidí que este era el mejor día de mi vida.
