DISCLAIMER: Codename Kids Next Door no me pertenece. Son propiedad de Mr. Warburton y Cartoon Network, este fanfic es sin fines de lucro.

Historia resubida de la antigua cuenta Seogumi and Masunny.

Antigua NA (o lo que recuerdo de ella): Como fiel seguidora de mi OTP 1/5, y amante también del Abby/Heinrich, nació esta idea, llena de aventuras y diversión XD

Nota: olvidemos los pequeños grandes detalles de que Nigel se fue al espacio y que Heinrich realmente es una chica, ya saben, esos hechos no permiten que estos galanes estén con la sexysensual Abby. ¿podrán hacerlo? ¿sí?... ¿no?... igual ya lo hice XP


¡Y donde no lleguen temprano, iré directamente a la casa del árbol y los traeré a rastres hasta acá!

—Sí, señora.

La pantalla se volvió negra, suspiró fuerte después de haber tenido aquella charla. Masajeó su sien con los ojos cerrados. No se había puesto a pensar en el tiempo que había transcurrido. Ser líder de sector era uno de los trabajos más complicados que algún miembro de la organización podía tener, sobre todo en esas ocasiones. La encargada del departamento de decomisión le estaba dando las últimas instrucciones a seguir antes de que fuera a perder a uno de los integrantes de su equipo. No podía creer que aquel día había llegado, de una manera abrupta e impredecible. Estaba a tan sólo setenta y dos horas de decir adiós a una de sus agentes, más que eso, una de sus mejores amigas. Número Uno recostó los codos sobre el teclado de la computadora. No había meditado jamás qué conllevaría la partida de cualquiera de sus amigos, de número Cinco en ese particular. Pareciera que fue ayer cuando se conocieron y lo ingresó a la misma organización que ahora le alejaría de él. De hecho, la decomisión del resto tampoco estaba tan lejana, incluyendo la suya. Las cosas no podían acabar en ese instante, quizás merecían una oportunidad para, por lo menos, expresar lo que sentían al respecto. Siempre le dolían ese tipo de desiciones, aunque en esos momentos el dolor era insoportable.

Y si él estaba dolido, ¿cómo se sentiría ella? Le daba cierto temor preguntarle, aquellos días sólo había conversado con la chica de manera formal. No se había atrevido a averiguar qué sentía, si estaba asustada, o preparada, o deseaba huir. Su amistad era una de las cosas más valiosas que tenía y quería demostrárselo. No le quedaba mucho tiempo, pronto serían adolescentes y ninguno recordaría lo acontecido. Sin esperar más, cogió valor y se levantó con la frente en alto, dispuesto a brindar su apoyo completo a aquella amiga especial que había hecho lo mismo durante todos esos años. Con rapidez se dirigió hasta su habitación. Sin necesidad de tocar, abrió la puerta con una enorme sonrisa que desapareció al percatarse de su ausencia. Sus ojos recorrieron el lugar cavilando para sus adentros en qué otro lugar la podía encontrar. Volteó hacia atrás para empezar su búsqueda, cuando notó que alguien estaba atrás suyo, queriendo entrar al cuarto también. Los dos dieron un salto del susto. Uno se hallaba más sorprendido pues quien estaba al frente no era la muchacha que esperaba.

—¿Número Tres? ¿Qué haces aquí?

—Se supone que Cinco me compraría cereal de los simios arcoíris para comerlo juntas —explicó la asiática—, pero no la veo por ningún lado.

—¿Desde hace cuándo la estás buscando?

—No sé —Encogió los hombros—. Media hora, quizá. Pero no te molestes en ayudarme, para eso está Güero—. Señaló con su pulgar hacia la derecha donde se acercaba un rubio a paso cansado y aburrido.

—¡A quién le importa ese estúpido cereal! ¡Ni siquiera sé por qué te estoy ayudando! —replicó número Cuatro.

—A ver, a ver, un segundo. Ustedes han estado buscando, en toda la casa, por media hora, a Cinco ¿y no la encuentran?

Un pequeño silencio incómodo ocurrió entre los tres.

—Sí… ¿y eso por qué te importa? —añadió el otro muchacho.

El líder colocó su mano en la nuca.

—Ah… bueno… es que… yo…

—¡Oigan!

Todos voltearon hacia el llamado alarmante de número Dos, quien corría lo más rápido que podía, o al menos hasta lo que su cuerpo le permitía. Cuando por fin llegó, dedicó unos minutos en recuperar el aire.

—Tienen… tienen que ver esto —dijo su voz cansada.

Uno alzó una ceja, algo pasó, y por cierta razón, no tenía un buen presentimiento.

X-X-X-X-X

Llegaron de inmediato a la pista de aterrizaje de la casa del árbol. En la esquina izquierda de una de las paredes de la habitación descansaba un enorme agujero.

—¡¿Osea, pero qué diablos pasó aquí?! —exclamó el líder.

—No tengo idea —intervino Dos—, solo llegué y vi ese hoyo. Además, falta una nave.

Las marcas de polvo de donde solía estar la COOLBUS era lo único que se apreciaba en ese espacio.

—¿Acaso no escuchaste el ruido que pudo haber causado la explosión? —recalcó Cuatro.

—¡No me echen todo el muerto a mí! No soy el único que debe estar vigilando. Además, el sistema de seguridad debió haber detectado cualquier problema, a menos que no esté activado.

—¡Claro que lo está! —respondió Uno, el encargado de activar el sistema—, y lo único que no detectaría ¡sería algo que pase aquí dentro! —Cruzó los brazos y asintió con la cabeza. Al segundo abrió los ojos por percatarse bien en lo que dijo.

—Acaso, ¿Cinco hizo esto? —expuso Dos.

—Su decomisión esta cerca, quizá… enloqueció —añadió Cuatro.

—No, aguarden. Eso no puede ser —Uno caminaba de un lugar a otro—. Ella nunca haría eso, ¡osea hellow, mi público nunca haría una locura como esa!

—¿Chicos? —Interrumpió Tres.

Con rapidez se acercaron a la japonesa, debido a su rostro triste, no tenía buenas noticias. Cuando ella volteó, todos perdieron el aliento al ver que en sus manos estaba la gorra roja de número Cinco. Uno formó sus manos como puños, bajando la mirada. No sabía qué pasó, ni cómo lo logró, pero sí, era verdad. Cinco escapó.

X-X-X-X-X

El potente sonido de los cañones llameantes hizo su entrada y elevó al S.C.A.M.P.E.R hacia lo más alto del cielo, un rastro de humo dejaba atrás por su máxima velocidad. Dentro nadie emitía palabra, cada quien mantenía un rostro rígido porque trataban de entender aquella difícil situación. Él hubiera podido ayudarla si, quizás, ella le hubiera contado lo abrumada que se sentía en vez de huir así nada más. Uno lanzó un suspiro, estaba consciente que jamás su amiga actuaría de ese modo. Pocas veces sacaba a relucir sus sentimientos. Disfrutaba ayudar, no que la ayudaran. Además, tampoco él se había puesto a pensar en las circunstancias que estaban atravesando en ese momento. No tenía ni idea sobre cómo reaccionar.

—¡La veo! ¡Está a dos calles de nosotros! —exclamó Tres con su vista al radar.

—¡Dos, a toda máquina! —ordenó Uno.

—No necesitas decirlo —bufó Dos.

El S.C.A.M.P.E.R. se acercó con velocidad a la nave extraviada.

—¡Cuatro, la red!

—Casi lista… —habló el güero, concentrado en la pantalla, intentando marcar el objetivo de manera precisa, aunque era difícil puesto que el vehículo zigzagueaba mucho—. Vamos… un poco más… ¡La tengo!—. En el segundo que exclamó aquello, la nave dio una media vuelta por encima del S.C.A.M.P.E.R. y se fue por el lado contrario—. ¡Diablos! No se vale—. Se quejó.

—¡Se esta alejando de nosotros! —dijo Kuki

—¡Gira esta lata de sardinas! —gritó el inglés.

Dos realizó un giro de 180 grados, haciendo que el resto tambaleara al punto de caer al suelo. El regordete abrió una escotilla secreta donde había una palanca que marcaba la palabra "turbo" en letras brillantes, el muchacho miró al objeto con ojos seductores.

—Nos encontramos de nuevo, nena —coqueteó con el aparato. Jaló de esta y giró la manija hacia un lado. Los propulsores comenzaron a lanzar un fuego color azul— ¡Todos, sujétense!—, advirtió, y sin esperar más, empujó la palanca hacia adentro. El vehículo jamás había utilizado aquella velocidad, era como si se tratara de un cohete que viajaba dentro del planeta. A pesar de que la nave de adelante aceleraba bastante, el S.C.A.M.P E.R. se le aproximaba con rapidez. Dos gritaba, con timón en mano, al estilo de William Wallace. El resto contenía el aire debido a la máxima potencia, agarrándose de sus asientos lo más que podían. Estaban cada vez más cerca de la nave. Al segundo que alcanzaron a ver hacia frente, el otro transbordador se elevó muy alto dejando al S.C.A.M.P.E.R. sin otro objetivo, que la casa del árbol que se hallaba adelante. En los milisegundos que Dos lo notó, mostró resignación.

—Válgame…

La nave se impactó contra la casa, rompiendo casi la mitad de esta. La furgoneta frenó a raya, chocándose con la pared que aun estaba en pie, y finalmente se desmoronó. El otro vehículo descendió despacio hacia ellos. Una mano salió de los pedazos de metal que estaban en el suelo. Cuatro apareció con los pelos parados y todo chamuscado, seguido del resto.

—Sabes que te respeto y todo eso, Cinco, pero ¡¿te volviste loca?! —gritó el güero.

Cuando dejó de agitar sus manos, se unió a la sorpresa de los demás por ver a quién tenían al frente. La escotilla de la compuerta revelaba un humo denso y cegador que sólo reflejaba una extraña, aunque familiar, silueta. Dio unos pasos al frente para dejarse ver por completo.

Überraschung! ¿adivinen qué? Abigail no está aquí.

Su risa maquiavélica, su acento alemán, su inigualable vestimenta. Heinrich Von Marzipán se hallaba ante sus ojos, con la frente en alto, porte seguro y una risa macabra cual psicópata asemejaba. Cumplió su objetivo, los tomó desapercibidos, aunque no por mucho tiempo. El rubio reía y reía sin cesar, hasta que sus alaridos de alegría cambiaron a unos gritos de horror. Los cuatros agentes le cayeron encima, brindándole una paliza que en su vida olvidaría. Los estruendos se escuchaban hasta fuera de la casa del árbol, o por lo menos lo que quedaba de esa.

X-X-X-X-X

—¿Hola? ¿Dónde me tienen? ¿Por qué esta todo oscuro? ¡Tengo un bufete completo de abogados que no dudarán en juzgarlos como adultos para meterlos presos!

Un reflector potente se encendió en medio de la habitación, cegando los ojos del alemán. Por inercia, quiso levantar la mano para cubrirse, sin embargo, no pudo puesto que se hallaba amarrado a una silla, inmóvil por completo.

Verdammt! Sáquenme de aquí. Hablo en serio, ¡los meteré en una cueva para que nadie escuche sus gritos!

—No, si yo lo hago primero.

Poco a poco, número Uno se aproximó a la luz, seguido de los otros.

—Pero antes de hacerlo, tengo una pregunta, ¿dónde tienes a número Cinco? —Recibió una risa seca como respuesta.

—Yo no tengo a Abigail. Incluso si la tuviera, no tengo la obligación de decírtelo.

Nigel se acercó al alemán de forma amenazante.

—O lo dices a las buenas, o sino… —Chasqueó los dedos.

Dos y Cuarto arrastraron un barril lleno de pepinillos. Con tan sólo percibir el olor y observar la cantidad, el rubio sintió mareos.

Nicht! bitte! ¡Todo menos pepinillos! ¡Odio los pepinillos!

—¡Entonces dinos donde está Cinco!

¡Jemals!

El inglés miró a sus compañeros, e inclinó la cabeza, dando permiso a la moción. La asiática sacó un cucharón y lo sumergió en el barril, con lentitud, lo colocó cerca de la boca de su víctima.

—Aquí viene el avioncito... —habló de manera dulce para de inmediato cambiar su rostro a unos ojos de fuego y dientes afilados.

Nicht! ¡Esa cosa verde no! —suplicó el afectado entre lágrimas.

Kuki presionó el cucharón en la boca del rubio, obligándolo a tragarse todo, ni una sola gota del agua curtida se permitía escapar. Cuando expulsó la cuchara, el capturado tomó una enorme bocanada de aire, tosía sin cesar y su cara se tornó más pálida de lo que ya era.

—¿Dónde… está? —ordenó Uno.

El alemán trataba de recuperar el aire. Miró al inglés y, simplemente, negó fuerte. Nigel volvió a mirar a Kuki y asintió con la cabeza. La pelinegra volvió a su cara endemoniada, llena de satisfacción por hacerlo sufrir de nuevo. Lo que más le aterraba al regordete era esa horrorosa cuchara llena de vegetales verdes, húmedos, viscosos, aproximándosele. Quiso alejar su rostro, no obstante, se dio cuenta que no tenía escape alguno.

—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Lo diré! Pero, alejen esos pepinillos de mí —imploró.

Nigel le hizo señas a su compañera para que soltara el cucharón, quien con un puchero, detuvo su acción.

—Ahora, habla… ¡¿dónde está?!

—Yo no la tengo, pero sé a dónde se dirige. Pero esto es confidencial, absolutamente nadie debe saberlo. Sin embargo, como ahora estoy obligado a hacerlo, estas palabras que voy a pronunciar, Du solo las puedes escuchar, Nigel Uno.

El inglés ocultó tras sus anteojos oscuros la mirada sorpresiva que provocaron dichas palabras.

—¡Oye! Somos un equipo. Si sabes dónde está Cinco todos debemos escucharlo —exclamó Dos, apoyado por la pareja restante. Los tres miraron a su líder esperando su resolución. Después de unos segundos, se acercó otra vez a Heinrich, quien aún seguía quitándose el mal sabor de los pepinillos.

—¿Y por qué debería hacerte caso?

El villano lo miró directo a los ojos. Con el ceño fruncido y un tono de voz más grave.

—Porque ella me lo pidió.

Nadie esperaba respuesta como esa. Se escuchó un suspiro en conjunto de parte de los presentes. Mantuvieron un corto silencio en espera de alguna reacción del líder. Él no receptaba mucho lo que le habían dicho, casi no entendía nada... Le intrigaba averiguar cómo contactó a Abby si aseguraba no tenerla. El detalle era que el único que tenía resolución a esas interrogantes era el joven villano, sentía que en esos instantes estaba bajo su tutela.

—Equipo, retírense —indicó mientras se incorporaba.

—¿Qué? —Dos caminó hacia su persona—. Uno, nosotros también queremos saber el paradero de Cinco.

—Y lo sabrán… se los diré inmediatamente lo sepa.

El castaño frunció el ceño y se quedó estático. Ambos no quitaron los ojos de encima del otro. Le parecía injusta aquella orden. No podían confiar de buenas a primeras en un desconocido que varias veces les había demostrado que era alguien malicioso. Además, estaba en todo su derecho de saber la verdad. Era su amiga de quien estaban hablando, la persona con la que tenía la confianza suficiente para contarle la mayoría de detalles que acarreaban su vida. No sólo era valiosa para Nigel. Y ambos lo sabían. Sin embargo, estaba consciente de igual manera, que tampoco podía hacer mucho. No debía concentrarse en sus intereses, sino pensar en Abby. Por eso, sin nada más que agregar, decidió marcharse.

—Si esto es una especie de trampa, te patearé el trasero —advirtió Cuatro al alemán, también dirigiéndose a la salida junto con Tres.

Ja!, ¡Váyanse! ¡Pedazos de inservibles! —gritó el aludido con el propósito de provocarlos. En ese instante, un pepinillo se alejó al fondo de su garganta porque tenía la boca abierta. Tosió de forma asfixiante, ya que se estaba atragantando. Nigel se volteo hacia su persona

—Muy bien, engendro de pacotilla ¡Habla!

—Primero… desátame.

Nigel formó sus manos como puños, haciéndolas temblar un poco.

—Estoy haciendo todo lo que me estás pidiendo ¡Te quedarás ahí!

—Pero se me durmieron las manos; y las necesito para hacer mis ademanes —alardeó el rubio. Después lanzó un suspiro—. Ay, cómo estará Abigail, espero se encuentre a salvo pero, ¿cómo saberlo?

—¡Agh! Qué le digo, le dice… —refunfuñaba el inglés mientras lo desataba. Heinrich estiró sus brazos en son de libertad. Volteó hacia el inglés.

Splendid! Ahora, ponte cómodo, esto se pondrá bueno. —Cogió aire para continuar—. Cuenta la leyenda que hace diez mil años, una reina envejecida de la antigua Suiza hizo un pacto con los dioses del Oriente…

—Osea, y eso qué tiene que ver.

—Calláos, arruinas la historia —retó el alemán—, ella tenía una enfermedad terminal, el azúcar la llevaba más elevada que cualquier otro diabético. Odiaba ser vieja, quería regresar a sus días mozos, donde dedicaba su vida a recolectar los mejores dulces del mundo. Recorrió todo el planeta hasta llegar al Medio Oriente, a la isla Calavera, en el centro de esta, era un lugar que se denominaba, "El corazón de caramelo". Junto a ritos y bailes tribales, pronunció las siguientes palabras: "Oh, luna resplandeciente, te ofrezco mi cuerpo a cambio de la eternidad, que en mi sangre fluya la prosperidad". Al final, los dioses aceptaron su ofrenda. La transformaron en un enorme, brillante, llamativo caramelo de cereza, perfecto, sin grietas, sin aberturas, sin un error. De ese modo pudo recuperar su juventud, una dulce y eterna juventud. Le llamaron: ¡El rubí de cereza!

—Qué original… —bufó el inglés.

—¡Chitón! Era majestuoso. Pero, había un problema: todo aquel que veía su hermosura se convertía en una pila de dura cereza. Esas palabras se cumplieron al pie de la letra. Servidores, exploradores, incluso reyes, quedaban paralizados con solo verla. Los dioses se dieron cuenta que este dulce, más que una bendición, era una maldición. Así que uno de ellos, el imponente dios del azúcar, Kouji-sama, lanzó el siguiente hechizo: "La persona que encuentre el rubí de cereza, en medio del Corazón de Caramelo, justo el día que la luna torne a un color rojo carmesí, sólo si consigue el favor de los dioses, se convertirá en su legítimo dueño. De lo contrario, será una pila de caramelo de cereza." Muchos lo intentaron, en los distintos eclipses lunares, pero el rubí es muy exigente, y hasta ahora… ninguno le parece el indicado. —Heinrich cerró los ojos y puso su mano en el corazón.

Nigel aplaudió fuerte y con lentitud.

—¡Bravo! ¡Bravísimo! Definitivamente te ganas el Oscar. ¡Ahora dime dónde rayos está Cinco!

—¿Es que no lo entiendes? —El alemán sacó un mapa y lo desenrolló en el suelo—. Mira, Norteamérica está aquí. Debemos llegar al Corazón de Caramelo, que llevará un viaje de dos semanas. El único eclipse que hará que la luna se torne a rojo carmesí, es en dos semanas. Si dices conocer bien a Abigail, ¿No crees que, teniendo la oportunidad de hacerlo, iría por el rubí?

El calvo abrió la boca del asombro, quería decir algo pero sus sentidos se desconectaron en ese instante, ¿acaso escuchó bien?

—¡¿Abby se va sola hasta Asia?!

Neich, como va a ser. Eso sería una locura —Se tranquilizó al escuchar sus palabras—. Se va con Barba Pegajosa y su tripulación hasta Asia.

—¡¿Qué?!

Comenzó a caminar en círculos, en estado de shock, con sus manos puestas en la cabeza—. P-p-pero no… no entiendo. Cómo… ¿cómo no pudo decírmelo?

Bitte, tú no entiendes este tipo de cosas.

—¡Ah! ¿Y tú sí?

—Obvio, por eso fue a buscarme.

Un disco imaginario de la mente del agente se rayó.

—¿Te buscó a ti primero? ¿Antes que a mí?

—Me pidió que me uniera a su travesía, pero no lo haré. Porque mir iré a buscar el dulce, sin ayuda de nadie… excepto la tuya.

El inglés agitó la cabeza.

—¿Mi… mi ayuda?

—Necesito eliminar a Abigail de mi camino. Y la única manera es llevándote allá como mi "prisionero", intentará salvarte, y cuando caiga en mi trampa, la atraparé. ¡Y así tendré dos prisioneros! En cuanto a Barba Pegajosa, sin ella es un caramelo fácil de masticar —explicó mientras frotaba sus manos. El otro chico parpadeó varias veces, tratando de receptar todo lo que le dijo.

—A ver, a ver, bájale la espuma a tu chocolate. Primero destruyes mi casa del árbol, dudas de mi basto conocimiento en los dulces, insinúas que número Cinco tiene más confianza en ti que en mí, ¿y ahora quieres que pretenda ser tu prisionero?

Heinrich chasqueó los dedos y le apuntó

—Entiendes rápido. —Felicitó.

Al segundo, Nigel le dio un golpe en la cara y lo tomó del cuello de la camisa. El afectado hizo señas de calma.

—Yo no soy pelele de nadie, las cosas no serán a tu manera ¿me escuchaste? —le gritó al final. El alemán temblaba todo su cuerpo.

—¿Esto… te hará cambiar de opinión? —dijo con algo de temor, sacando lentamente una carta de su bolsillo. Nigel lo lanzó al suelo y tomó la carta, para darse cuenta de que, efectivamente, era de Cinco, y decía "Para número Uno" en la parte de atrás. Con cierta desesperación, abrió el sobrecito y leyó la carta.

Número Uno, quizá tengas muchas preguntas en mente ¿qué pasó? ¿adónde fue?, ¿qué debo hacer? Pero tranquilo, número Cinco está bien. Ella emprendió un viaje que tenía planeado desde los 9 años, y siempre esperó el eclipse indicado. Lamentablemente, llegará unos días después de su decomisión, y sinceramente, no quiere perdérselo. Esto no es una traición, aunque esté con Barba Pegajosa, hicimos el pacto de solo dedicarnos a esta búsqueda, no molestará a los niños mientras número Cinco esté con él. Volveré, y me decomisionarán, es un hecho, pero número Cinco quiere dejar su marca como agente de los chicos del barrio, así como tu padre, así como Mauricio. Y esta será su oportunidad. Nos vemos en dos semanas, a menos que nos convirtamos en pilas de cereza. Número Cinco, fuera.

Sus ojos releían ciertas secciones, despacio descendió la hoja y miró el infinito. Era como si todo el tiempo que pasaron se reducía al hecho de que no la conocía tanto como creía. Ella sabía todos sus secretos, puntos débiles, virtudes, defectos, pero él no tenía ni idea de alguna de estas cosas. Sentía como si no fuera un buen amigo. Lo peor del asunto era que a su regreso tendría que ser decomisionada. Parecía como si la vida no le diera una oportunidad para demostrarle que él también podía ser su apoyo, su soporte y consuelo. Razonó para sus adentros que sí podía, es más, lo haría en ese momento.

—Lo haré.

—¡Sí! ¡El rubí de cereza será todo mío! —Celebró el alemán—. Ahora, ponte esta cadena en el cuello, Der sklave.

Uno le dio un manotón haciendo que soltara las cadenas.

—Iré contigo, pero lo haremos a mí manera. No iré encadenado, no te dirigirás a mí como "prisionero", y más importante, si le tocas un solo pelo a Cinco, cumpliré con mi promesa de enviarte a una cueva —advirtió mostrando sus puños.

—Está bien, está bien, calvito. Será "a tu manera". —Enfatizó la última frase de modo sarcástico—. Muy bien, no hay tiempo que perder, el viaje comenzará… ¡Ahora!

El alemán presionó un botón y del suelo unos fierros enormes salieron. Una superficie dorada reemplazó la madera de la casa del árbol, tambaleando todo el lugar, Nigel perdía el equilibrio, trataba de no caer. Cuando el inglés se dio cuenta, notó que estaba trepado en una gran nave dorada, acompañado de una tripulación de piratas elegantes.

Mit volldampf! —exclamó Heinrich.

—¡Espera! ¿Ahora?

—Es más, tenemos unas horas de retraso —añadió.

Los tres agentes sintieron el estruendo, y corrieron hacia la habitación, para ver que ya no quedaba nada de ella.

—¡Uno! ¿A dónde vas? —exclamó Dos.

—Estaré en contacto con ustedes ¡Lo juro!

No pudo decir más puesto que la nave despegó como un rayo, tan rápido que desapareció como una estrella fugaz. Su equipo lo vio partir sin poder intervenir, sin detenerle, sólo se quedaron desconcertados. El vehículo caía en picada hacia el mar. El agente se agarró de lo primero que vio, lo más fuerte a su parecer. Se mantuvo a flote en la superficie para poder transformarse en un velero, elegante, que comenzó a navegar tranquilamente por el vasto océano. Como todo barco pirata.

—Osea, ¿no llegaríamos más rápido si usaras la nave? —interrogó el agente con hastío.

—Tengo que seguir un protocolo, Nigel Uno, debo ser la persona indicada... a como dé lugar —Esto último lo dijo con malicia. Se acercó a la borda con el fin de observar el lejano e incierto horizonte. Decidido a hacer lo que fuera por obtener el rubí. Anhelaba poseerlo en sus manos, y nada ni nadie, ni siquiera Abigail Lincoln, podría detenerlo.

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Hermoso paisaje encantaba su vista, la brisa marina le llenaba de un frío relajante, el olor a agua salada le parecía refrescante. Todo el entorno le hacía sentirse libre. Con la oportunidad de hacer lo que sea. Oportunidad que no pensaba desaprovechar. Con un fuerte suspiro, una actitud decidida caminó al interior de la embarcación, hasta el centro. Aquel era uno de los buques más grandes que alguna vez hubiera visto. No se podía esperar menos de Barba Pegajosa. Pirata que era temido y respetado en todos los siete mares.

—Muy bien, campesinos, no estamos aquí para un crucero, sino para ser dueños del rubí de cereza. Así que, ¡muévanse!

Todos respondieron a su mandado con un grueso y estruendoso "Arrrg". La pupilo del capitán había hablado y, como fieles servidores, debían hacer caso a la única persona que, en tan temprana edad, había robado el corazón de un pirata de casi toda una vida. Fijó su mirada hacia el sol, dejando que los rayos del ocaso iluminaran su rostro. Un semblante duro, confiado. Ajustó la pañoleta roja que ahora cubría su cabeza, su vestimenta lucía como cualquier otro pirata. Su mirada era profunda, unos ojos con vista a un solo objetivo: el rubí. Y nada ni nadie la detendrían.

—Trata de encontrarme, Heinrich —expresó para sus adentros.


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