Hola señoritas (y caballeros si es que alguno anda por aquí). Aquí estoy dando rienda suelta a esta nueva locura, a la cual espero que me acompañen. Son todas bienvenidas como siempre.
Mi agradecimientos especial a mi lujosa beta Gaby Madriz que mejoró este capítulo, a Ro- Ro Hale por su apoyo, y a quien sirvió de editora, consejera y un montón de cosas más Titi Gomez. A las tres mi cariño y agradecimiento.
Ya, no hablo más. Las dejo con el primer capítulo. Espero sus pareceres sobre la historia.
Besotes y nos leemos pronto!
Cata =)
PRÓLOGO
Miércoles, 16 de junio de 2010.
Estocolmo, Suecia.
En la clínica, el doctor Paul Markleía con atención los resultados del cuarto o quinto examen al que su paciente, Isabella Whitlock, se había sometido para intentar quedar embarazada. Ella y su marido Jasper, nunca perdieron las esperanzas de que Dios los premiara por fin, con lo que ellos deseado desde el primer año de matrimonio: un hijo.
– Bueno – dijo el doctor, quitándose los lentes y observando al matrimonio que frente a él esperaba tan ansiosamente los resultados – creo que la tenacidad y la fe que han tenido, ha sido premiadas hoy…
Isabella y Jasper abrieron con sorpresa los ojos ante las palabras implícitasdel doctor. Apretaron sus manos entrelazadas y esperaron las palabras concluyentes del ginecólogo:
– Aquí dice que la fecundación asistida dio resultado. Hay un bebé que viene en camino…
Bella tapó su boca de la emoción, sosteniendo un gemido de dicha, mientras sus ojos se nublaban por las lágrimas de dicha y Jasper abrió aún más sus ojos en dirección al doctor, mientras las comisuras de sus labios se elevaban hasta formar una gigantesca sonrisa. Enseguida se giró hacia su mujer y la abrazó, mientras ella soltaba su llanto, abrazada al amor de su vida.
Cinco años casados, cinco años luchando por conseguir lo que siempre han deseado, con el que soñaron tanto, pero ahora no era un sueño. Era la pura y dulce realidad.
— ¡Dios! Doctor, gracias, muchas gracias… — Dijo Jasper, hablando con dificultad, mientras Isabella no dejaba de llorar en su regazo.
— Nada de dar las gracias… he sido parte de esta lucha junto a ustedes durantetres años. Más que el doctor, me siento como el padrino de este bebé — indicó el médico, compartiendo la alegría de los padres.
Miércoles, 16 de junio de 2010.
Venecia, Italia.
— ¿Ya nos podemos ir? — preguntó Elizabeth a su padre con impaciencia, quien entró a hacerle compañía al cuarto de hospital, donde hace cuatro días estaba internada. Insoportables dolores abdominales la llevaron allí, además de una inusual dificultad para respirar y aparición de hematomas sin razón aparente — ¿Papá?
Edward miraba a su hija, acariciándole su cabello color miel con ternura, tratando de mantenerse calmado, para no asustar a su pequeña; aunque la calma estaba muy lejos de su mente y de su cuerpo. Más lejos aún de su corazón.
Hace cuatro días habían llevado a Elizabeth para tratar lo que él pensaba, sería un dolor de barriga por comer algo, pero nada más lejos de eso. El doctor acababa de decirles a él y a su esposa Lauren, que los exámenes habían arrojado como resultado leucemia.
— Creo que no tan pronto… — Respondió él, torciendo la boca e inclinando la cabeza hacia un costado a modo de disculpa.
— ¡Pero si ya me siento bien!— protestó, tratando de convencer a su papá que ella estaba excelente para irse de ahí.
— Lizzie, nena. Hay que hacerte algunos exámenes para que te mejores del todo…
— ¿Me voy a morir? — preguntó Elizabeth con un dejo de espanto en sus ojos, provocando que su padre tragara sonoramente.
— No digas eso –refutó Edward con disgusto a su hija, besando con fuerza su frente. La niña afirmó su cabeza en el pecho de su padre y suspiró creyendo en sus palabras.
— ¿Y dónde está mamá? — La pequeña paseó su vista por el cuarto de hospital y se percató de que su madre no estaba.
— ¡Oh!… Ella… Ella está afuera… Está hablándole a tu abuela, para saber cómo está tu hermana. Dice que no se quiere comer sus vegetales, ya sabes – comentó Edward, mencionando a su hija menor, Grace, que había quedado al cuidado de su madre, Esme.
La verdad es que Lauren se quedó en los asientos del pasillo, intentando calmar su llanto, el doctor les dio pocas posibilidades de cura para su hijita y eso la estaba aniquilando. Siquiera la idea de poder perder a su niñita, la mataba, al igual que a Edward, quien tuvo que sacar fuerzas de flaquezas para ir a enfrentarse a su hija.
"Jesús, salva a mi hija, por lo que más quieras, sálvala…" rogaba la madre en silencio, apuñando el guardapelo que llevaba colgando de su cuello, donde tenía las fotografías de sus tesoros, su hija Elizabeth de ocho años y la pequeña Grace de tan solo cinco.
Edward salió de la recamara cuando el cansancio y los medicamentos hicieron que Elizabeth cayera rendida. Se sentó junto a su esposa y tomó sus manos, apretándolas con fuerza. En todo ese tiempo, ella no había podido dejar de llorar.
— Lo superaremos, lo juro… — Le dijo con tal vehemencia, obligándose a arraigarse a la poca luz de esperanza que había para ellos.
1. El amor echa fuera el dolor.
"Esperanza, la puta esperanza, todos creen que les pertenece, pero yo ya no quiero esperar ni danzar.
Esperanza, mi amada esperanza, no me claves más hondo tu lanza, ándate antes que todo comienza otra vez."
~E.P~
Edward salió del coche y se metió al elevador, pulsando el número de piso al que iba con regularidad. Cuando esté comenzó a ascender, se sintió un desgraciado, pues en vez de estar en su casa, con sus hijas y su esposa, él estaba huyendo cobardemente de la realidad.
Y es que no podía más.
Edward Cullen, abogado de veintinueve años, casado hace nueve con Lauren Mallory y padre de dos niñas, Elizabeth y Grace. Su familia y él habían llegado hace dos años a residir a Italia pues su esposa había recibido una beca para realizar un doctorado allí, la cual no podía rechazar.
Edward Cullen, hombre de veintinueve años con una esposa, dos hijas… y una amante desde hace año y medio.
¿Por qué? Las excusas eran la atracción explosiva entre ambos cuando se conocieron, o lo descuidada que Lauren tenía la relación de pareja, decía él.
Pero desde hace cinco meses que a él eso ya no le importaba, hace cinco meses había caído en una especie de infierno, torturándole y quitándole lo más preciado que él tenía: la vida de una de sus hijas. Cinco meses desde que le diagnosticaron esa jodida enfermedad a su hija, que estaba consumiendo su vida frente a sus ojos, haciéndolo sentir impotente.
Salió del elevador cuando este llegó a su destino. Se dirigió por el pasillo hasta la puerta del apartamento y la abrió.
— Edward, caro… — al instante y solícitamente, como siempre, Giuliana lo recibió estrechándolo en sus brazos. A ella, su amante, le partía el corazón verlo así de apesadumbrado y abatido – Has venido.
— Yo sólo necesito…
— Lo que sea que necesites, Edward, lo que sea que necesites de mí para calmarte, puedes tomarlo, sin restricciones – dijo ella, con el rostro del hombre que amaba entre sus manos. Él simplemente acercó su boca a la de ella y la besó con fuerza.
Giuliana Santarelli era para él alguien más que su amante, era su vía de escape. Desde que la conoció así lo fue. Ella tenía la capacidad de hacerle olvidar todo y en ese momento necesitaba olvidar, necesitaba abstraerse, una tregua momentánea. Ahora simplemente se hundiría en el cuerpo de esa mujer y olvidaría todo por un rato, o al menos lo intentaría. Iría con ella al cuarto, se desnudarían, y follarían hasta la saciedad.
Y fue lo que hicieron.
— Más, mio caro, dame más… – jadeaba ella en su oído y gemía, sintiendo el miembro erecto de Edward salir y entrar de su cuerpo con ímpetu, mientras ella rasguñaba la piel de Edward y seguía el ritmo de sus envestidas.
— Giuliana…
— Más, Edward… ¡Dio Benedetto! —exclamó, cuando sintió que ya no podía más — Edward, Edward… ¡Dio! —gritó, cuando su cuerpo estalló, sintiendo segundos después la liberación de Edward, acompañado de un gruñido gutural.
Aun sobre y dentro de ella, recuperando un poco su respiración, busco sus labios y la besó con calidez.
– Gracias – susurró sobre sus labios, haciendo que ella sólo respondiera con una sonrisa. No era que a ella le gustara que él le agradeciera como si le estuviese haciendo sólo un favor, pero entendía el momento por el que estaba pasando y ella estaba ahí para él y por él.
Es que, tanto era su amor por ese abogado, que no le importaba que él llegara hasta ella sólo por sexo, sin ningún tipo de promesas de un futuro juntos. No le importaba ser su amante, con tal de tenerlo cerca, no le importaba.
Con cuidado, salió del cuerpo de la italiana y se recostó a su lado, sobre su espalda, dejando un brazo tras su cabeza. Ella se incorporó de costado, y lo observó un momento.
— ¿No hay buenas noticias, verdad? — preguntó, adivinando lo que ocurría.
— La quimio no hizo el efecto que los doctores esperaban y el trasplante es prácticamente imposible, su cuerpo… Su cuerpo no lo resistiría — dijo con tal amargura, que Giuliana sintió profundo dolor en su corazón por la pequeña y empatía por el dolor de padre que Edward seguro estaba experimentando.
— Pensé que con la quimio y el trasplante de médula, todo se arreglaría — presumió Giuliana.
— Se supone ocurriría así — respondió, restregándose los ojos con los dedos — pero su organismo está rechazando todo. Tiene un montón de otras complicaciones…
— ¡Per Dio! — Se movió, acomodándose sobre el pecho de Edward, quien no dudó en abrazar — Lo siento… lo siento tanto, caro… — dijo ella, con la voz rota. Edward dejó un beso sobre su frente.
— ¿Sabes lo que me preguntó Lizzie esta mañana? — murmuró Edward, mientras acariciaba la negra cabellera de Giuliana — Me preguntó si por sus travesuras, Dios la estaba castigando… — soltó un suspiro pesado y agregó — y me dijo que estaba cansada… A mi niña se le están acabando las fuerzas para luchar… Y a mí también…
— ¡No digas eso! — Exclamó, reprobatoriamente, incorporándose para verle a los ojos — Tu hija no se merece que desfallezcas ahora, Edward. Merece que den la pelea hasta el final.
— Han sido cinco meses de pelea contra esa enfermedad, en donde nos dan y nos arrebatan las esperanzas – suspiró de frustración — Cinco meses en donde sólo he visto como la vida de mi hija se apaga y yo sin poder hacer nada.
— No digas que no has hecho nada, porque no es cierto. Tus hijas han sido niñas felices, gracias a ti, has hecho lo que ha estado a tu alcance para que así sea…
— No es suficiente. Mi hija se está muriendo, Giuliana — La amargura de la realidad de sus palabras, caló hondo en él y en Giuliana, quien sintió una fuerte opresión de tristeza en su pecho por el dolor que el hombre al que amaba estaba padeciendo, y el propio dolor que en ella causaba saber enferma a la pequeña Lizzie.
— Edward… — Susurró, no sabiendo exactamente qué más se podía decir en estos casos. Acercó sus labios a los de él y los besó con ternura, infundiéndole todo su apoyo y consuelo.
— Y Grace está asustada — agregó Edward con voz trémula — mi pequeñita ha sido testigo de las fuertes crisis que le dan a su hermana, de sus cambios…
— ¿Lizzie está en casa?
— Desde hace una semana. El doctor lo prefiere así… y Lauren también. El ambiente del hospital la deprime, la pone ansiosa, de mal humor.
— ¿Les diste el regalo que les mandé? — preguntó Giuliana, recordando los presentes que hace más de una semana, había enviado para las niñas: un rompecabezas con la imagen de una escena de la película favorita de Lizzie, y para Grace un set de dibujo, block, acuarelas y un pequeño atril.
— Por supuesto – respondió Edward, con los labios torcidos en una pequeña sonrisa –Para Lizzie ese rompecabezas de mil piezas está siendo todo un desafío y Grace no deja de dibujar, hay pinturas de ella por todos lados – agregó con algo más de ánimo.
— Me alegra… — Respondió, devolviéndole la sonrisa. Se mantuvo en silencio unos segundos, acariciando el cabello de Edward, antes de agregar con tono algo contrito — Adoraría poder ir a ver a Lizzie, pero… Sé que te incomodaría – y le incomodaría a ella. Cada vez que se topaba con Lauren, cada vez que se saludaban, ignorando Lauren lo que pasaba entre su marido y ella, la avergonzaba, pues recordaba que era la amante del padre de una de sus pequeñas alumnas de italiano.
— Puedes hacerlo, sí quieres – respondió Edward — A Lizzie le agradas y dice que le gusta oírte hablar en italiano… — agregó, tocando con su dedo índice la punta de la respingada nariz de Giuliana. Ella lo miró y decidió dar giro a la conversación, o de plano dejar de hablar.
— ¿E suo padre, ti piace sentirmi parlare italiano? – preguntó seductoramente, removiéndose sobre él.
— Le encanta… y no sólo eso… — contestó, dejándose ir una vez más por el arrastre desmedido que esa mujer despertaba en él.
Estuvo con ella por dos horas, hasta cerca de las once de la noche, cuando supo que era momento de poner sus pies en tierra y regresar a casa con sus mujeres. Antes de irse, observó a Giuliana dormida sobre la cama, con su espesa cabellera oscura enmarcando su fino y hermoso níveo rostro. Esa mujer que lo amaba con incondicionalidad y que se merecía más de lo que él le daba, pero como sea y aunque sonara egoísta, él la necesitaba. No la amaba, ella lo sabía, pero su afecto y cariño por Giuliana era necesario casi a diario por él, no sólo por sexo. Ella era capaz de entregarle mucho más que eso.
Dejó un beso sobre su frente, la arropó con las colchas, apagó la luz y salió de ahí rumbo a casa, en donde al llegar, encontró a su abatida mujer llorando en la penumbra de la sala.
— Oye… — susurró Edward, sentándose junto a ella y arropándola en sus brazos.
— Grace me pidió que le cortara su cabello – gimió de pena, secándose el rostro con la manga de su suéter — ella no quiere tener cabello, quiere verse igual a su hermana… — le contó, rompiendo en un llanto profundo.
Hace casi dos meses decidieron rapar la cabellerade Lizzie, pues se caía producto de las quimioterapias. Su pequeña hermana Grace se sorprendió por tan radical cambio en Lizzie, aunque le gustaba acariciar su calva cabeza, inclusive sugirió ese día que ella podía llevar su cabeza igual a su hermanita. Ese detalle de la pequeña Grace hizo que en el corazón de Lauren se contrajera del dolor.
Edward la apretó aún más contra su pecho y cerró los ojos con fuerza, sintiendo exactamente el mismo dolor que su mujer.
— ¡Dios!
Lloraron juntos en la penumbra de la noche. Era el único momento donde podían hacerlo con tranquilidad, lejos de los ojos de sus hijas. Ante ellas, ambos se mantenían firmes, incluso sonreían y hasta bromeaban. Pero en la noche, ahí era el momento donde se desahogaban, y ese era un trato que ambos habían hecho, por el bien de sus niñas. Después iban hasta su recamara e intentaban descansar, para volverse a levantar al día siguiente. Claro, cuando Lizzie pasaba buena noche, porque de lo contrario velaban su sueño.
A la mañana siguiente de aquel frio día de noviembre, el matrimonio de abogados fue hasta la clínica a reunirse con el doctor, como solía ser casi a diario
— Seguiremos con tratamientos paliativos, pero como ya les dije, detendremos la quimioterapia – informó el médico con voz seria y profesional, sentado frente a su escritorio.
— ¿Y los… los tratamientos esos…? – preguntó Lauren, retorciéndose los dedos por los nervios.
— Son para mantener algo de estabilidad y evitar más infecciones y enfermedades adjuntas, Lauren. Ya sabe, sus defensas son mínimas por los tratamientos.
— Doctor, ¿no hay otra opción por intentar para salvar a Elizabeth? ¿Llevarla a otra parte, estudios nuevos, más tratamientos? — preguntó Edward, intentando encontrar alguna otra opción alternativa.
— Todas las opciones para la leucemia de tu hija, han sido cubiertas, Edward. Seguir con el tratamiento de la quimio seria cruel para la pequeña, no ha habido retrocesos ni mejoras, la enfermedad ha seguido avanzando, y someterla a más operaciones sería un riesgo innecesario.
— Pero no entiendo… — con voz dura la madre interrumpió al doctor — hay otros casos donde los niños se han mejorado. — dijo, intentado buscar una explicación.
— Hay varios tipos de leucemia, se los expliqué. Y los organismos no son todos iguales, por lo tanto, la enfermedad de desarrolla de forma diferente en cada caso.
— No… no lo concibo… no… mi niñita se me muere… no, no… — negaba ella, otra vez, sin poder detener el llanto. El médico oncólogo lamentó no poder hacer más por la pequeña Lizzie y por su familia.
— Lo siento, pero ahora dedíquense a disfrutar de su pequeña y esperar.
— ¡¿Esperar a que muera?! – Gritó la desesperada madre — ¡¿Se supone que ahora nos dirá cuantos meses, semanas, o días le quedan a mi hija de vida?! ¡¿Por eso nos dice que la disfrutemos?! ¡Dígame qué debo esperar! — rebatió ella al doctor, levantándose de su asiento, indignada, sin dejar de llorar. Edward se acercó y la atrajo a él por los hombros, buscando que se calmara.
— Lo siento, Lauren, pero debo hablarles con claridad. No puedo darles falsas esperanzas, sólo les estoy hablando con la verdad — explicó el doctor en tono conciliador.
— Perdónenos doctor, esto nos tiene con los nervios destruidos, entendemos que usted y su equipo han hecho todo lo que han podido — se disculpó Edward, con su mujer aun aferrada en sus brazos. Ella sólo bajó la cabeza apenada por su arrebato.
— Ni que lo digas, Edward —concedió el doctor.
De regreso a casa, el silencio se hizo espeso en el coche. Ambos, Lauren y Edward, repasaban masoquistamente una y otra vez las palabras del médico, desahuciando la vida de su hija.
— ¿Crees que hemos hecho las cosas mal? – Lauren hizo la pregunta en voz alta, cuando en realidad era un cuestionamiento que ella se estaba haciendo, pues estaba escarbado tentativas opcionespara encontrar una razón a todo esto — ¿Que Dios nos está arrebatando a nuestra hija por no hacer una buena labor de padres, Edward?
— No, no lo creo — negó Edward, rotundamente, mientras conducía el coche –Creo simplemente que es un hecho del que nadie está libre.
— ¿Crees que haya un milagro para Lizzie? –— preguntó ella, aferrándose a esa última opción. Un milagro, algo tan etéreo e irreal, cualquier cosa.
— Ruego cada día por ello, Lauren; y sí tuviera la posibilidad de cambiar roles, de poner mi vida en sacrificio por la de mi hija, lo haría sin protestar.
— Has sido un padre maravilloso, Edward – aseveró, llevando una mano hacia el rostro de su marido, acariciándolo con ternura, él inclinó su cabeza hacia la caricia, disfrutando de esta.
— Y tú una madre increíble, así que no pienses que esto es un castigo, por favor – susurró aquella suplica hacia su esposa, quien asintió, sin apartar su mano del rostro de Edward.
Al llegar a casa, sintieron fuertes carcajadas provenientes de la habitación de Lizzie. Cuando Lauren y Edward entraron allí, vieron a Lizzie doblada de la risa sobre su cama, junto a sus abuelas Esme y Greta, carcajeándose igual que ella, mientras observaban a Emmett, hermano mayor de Edward y a la pequeña Grace montando un show de payasos, vestidos con pelucas coloridas, trajes anchos, narices rojas y unos grandes y brillantes zapatos.
— ¡Oh! ¡Pero si han llegado nuestros dos más importantes espectadores! – anunció Emmett, impostando una muy cómica voz de payaso. Los dos asistentes recién llegados, se ubicaron en un par de sillas a disfrutar del espectáculo, aunque en realidad, lo que ellos disfrutaban ahora era del sonido de las risas de sus hijas. De los ojos oscuros de Lizzie iluminarse con alegría cuando su hermanita pequeña hacía alguna gracia con el loco de su tío Emmett.
Escucharla, verla y sentirla tan alegre, les daba un aliciente de seguir peleando esta tan ardua batalla, de la que no se rendiría, pues podrían sentir sus fuerzas decaer, pero por su hija valía la pena dejarlo todo. Durante el tiempo que fuera necesario.
Después de casi media hora del hilarante show, donde los protagonistas se llevaron un rotundo aplauso, las abuelas se retiraron a la cocina a preparar el almuerzo, que ya estaba atrasado. Lauren llevó a su pequeña Grace a tomar un baño, mientras Lizzie se acomodaba para dormir un rato, después de tal ajetreo, había quedado exhausta.
Edward y Emmett se fueron hasta el jardín a fumar un cigarrillo. Emmett había llegado el día anterior desde Chicago a acompañar a su hermano, no había visto a su sobrina tan desmejorada, causándole una tremenda impresión verla pálida, hinchada y calva.
— ¿Hay algo más que pueda hacer, Edward?
— Sigue haciendo lo que acababas de hacer, Emmett, eso es de mucha ayuda.
— Seré un payaso de por vida con tal de verla recuperada y sana otra vez.
— Estable, no recuperada… — corrigió Edward con un dejo de dolor en su voz, haciendo en crispar a Emmett.
— ¡Mierda, Edward! Llevémosla a otro país, con estudios y medicina más avanzada, dónde sea… — propuso Emmett al filo de la desesperación.
— Emmett – Edward detuvo las frenéticas palabras de su hermano –asumir esto ha sido doloroso y difícil para nosotros, pero no queremos ilusionarnos ni ilusionar a nadie. Esta es la realidad, llevarla a otro país empeoraría su estado y no hay otro lugar ni otro tratamiento que haga mejorar su salud, lo hemos investigado, así que no arriesgaremos a la niña a moverse de aquí. Ni siquiera hemos querido plantear la idea de regresar a Chicago, por miedo a que su salud decaiga más rápido.
— No puedo creerlo — negó vehementemente con la cabeza, aspirando nicotina — ¿Y el trasplante?
— La enfermedad avanzó con rapidez y en el estado de Lizzie es imposible, probablemente ella no resistiría la operación — comentó, sintiendo amargura destilar en sus palabras.
— No es justo, Edward. No es justo – Emmett, se negaba a asumir el inminente desenlace de la historia de su sobrina.
— No, no lo es – coincidió Edward, suspirando y fumando su cigarro, contemplando el horizonte a lo lejos.
~En Paralelo~
Isabella se instaló en la pequeña salita de estar a reposar sobre su cómodo sillón de descanso, después de un muy contundente almuerzo. Su suegra no paraba de alimentarla, atribuyendo al hecho de que mientras ella más comiera, la criaturita nacería más fuerte y sana. Ella sabía que la cantidad no tenía mucho que ver con la salud de su pequeña, pero su suegra cocinaba tan bien, que no podía negarse ante semejante tentación.
Acarició con ternura su prominente barriga de cinco meses, sin poder evitar mirar hacia atrás con sus recuerdos y evocar lo que habían sido años de lucha por conseguir aquel milagro. Sí, porque la pequeña que crecía en su vientre era un milagro.
Su esposo Jasper y ella se habían sometido a cuanto tratamiento estuvo en sus manos, sin resultados favorables, no entendían muy bien a qué se debía aquella complicación para concebir un bebé, pues médicamente, ambos estaban perfectamente aptos para hacerlo.
Incluso en un momento, aquella situación llevó a poner en peligro su matrimonio, pues eso los estresaba y en arranques de ira, ambos se culpaban el uno al otro por la imposibilidad de concebir.
Vivieron separados un tiempo, hasta que hace un año, migraron hasta Suecia, porque él había sido transferido por trabajo a ese país. Él era ejecutivo de una compañía multinacional y ella era maestra de primaria.
Decidieron darse una nueva oportunidad junto a este viaje y la idea de cambiar de aire, probablemente serviría para que ambos se relajaran y quizás volver a intentarlo. Eran jóvenes y tenían tiempo y sí no era posible, simplemente adoptarían, seguro había un niño esperando en algún lugar por ellos.
— ¿No estarías más cómoda en la cama? – la voz dulce de Jasper la hizo sonreír. Él acarició con su barbilla, raspando suavemente su rostro, haciéndole cosquillas.
— Quizás… — se removió ella, coquetamente, sin abrir los ojos y disfrutando de las sensaciones que dejaban en su cuerpo, las caricias de su marido.
— En la cama, descansando, digo… no te imagines cosas… — aclaró, sabiendo lo que ella se estaba imaginando.
— Anoche no me imaginé nada, así que no vengas con el tonito ese de inocente — lo reprendió con dulzura, recordando la muy buena noche que había vivido con él.
Y es que las hormonas de Bella, desde que estaba embarazada, se habían revolucionado y habían tenido que incluso, inventar posturas a la hora de tener sexo para no dañarla. El doctor les había dicho que podían seguir haciendo su vida normal, "con todo lo que eso implica".
— ¿Pero lo pasaste bien anoche, ¿no? Señora Whitlock? – preguntó, coquetamente, dejando besos brujos en su cuello.
— Mucho, señor Whitlock. Usted realmente sabe hacer feliz a una mujer embarazada.
— El eco de sus orgasmos, señora, aun retumban en mi oído… y no es una queja… — susurró con sensualidad en el oído de su mujer. Ella soltó risas coquetas, retorciéndose y pensando en que quizás sería buena idea ir a tomar una larga siesta en su cama, junto a su esposo. Iba a proponérselo, cuando las enormes pisadas los sacaron de su coqueteo marital.
— ¡Deja descansar a Bellita, hijo! – la adorable madre de Jasper, Hilda, en cuanto supo que su primer nieto venia en camino, no demoró en preparar las maletas e irse a instalar junto a ellos, para ayudarles en todo lo que fuese necesario.
Y en lo que no, porque ella, muy buena disposición podía tener, muy bien podía cocinar, pero sinceramente, Hilda era el típico caso de Madre Metiche, peor sabiendo que Jasper, o Jaspercito, era su único hijo.
— Sí, déjame descansar, hazle caso a tu madre – dijo ella, empujándolo hacia atrás para apartarlo. Él estrechó sus ojos hacia ella, mientras ella le sonreirá con burla y alzaba sus cejas.
— ¿A qué hora llega tu hermana, Bellita? – preguntó la suegra, sacando a su hijo de en medio y sentándose junto a su nuera.
— Su vuelo llega a las siete. Jasper y yo iremos…
— ¡No señora! Tú te quedas en casa, descansando — dictaminó la suegra — Jasper puede ir por Alice al aeropuerto…
— No estoy enferma y me siento perfectamente… — rebatió ella, pero esta vez, Jasper la interrumpió.
— Creo que mamá tiene razón— dijo Jasper, de acuerdo con su madre — Yo ahora debo irme al trabajo y después puedo ir hasta el aeropuerto por tu hermana. Tú y mamá se pueden quedar preparando alguna cena especial, ¿no?
— ¡Oh, sí! ¡Tengo tantas recetas deliciosas que podemos preparar! — exclamaba Hilda, mientras Bella rodaba mentalmente los ojos, calculando todos los kilos de sobre peso que debía tener con tanta comida que su suegra le hacía ingerir, pero no podía negarlo, esos platillos eran cruelmente deliciosos.
Cuando Jasper se fue, Bella se encargó de que todo en el cuarto de invitados estuviese listo para recibir a su hermana en unas horas más. Después se instaló frente al ordenador y charló con Renée, su madre, vía Skype. Ella prometió visitarla al final de su embarazo, evitando encontrarse con la odiosa de su consuegra.
— ¿Te has sentido bien, cielo? – Preguntó su madre a través de la cámara del PC — Tu padre se ha vuelto loco comprando regalos para su primera nieta — agregó.
— Oh, mamá, los extraño tanto…
— Y nosotros a ti, Bella ¡Tenemos tantas ganas de verte! — Contestó Renée muy emocionada –—Te ves tan feliz, hija. ¿Va todo bien con Jasper?
— Sí mamá, todo está muy bien ahora… Definitivamente venirnos aquí nos hizo muy bien.
— Se merecen ser felices. Tú y Jasper se merecen esta hermosa bendición, nena, pero dime, ¿ya tienen el nombre? — preguntó la futura abuela con entusiasmo.
— Oh, bueno, desde que el doctor nos dijo que era niña, él se ha vuelto loco… y bueno, hemos barajado varios nombres y nos hemos decidido por Mary Elizabeth, ¿te gusta?
— ¡Suena hermoso! — Exclamó con ansias — ¿Sabes? Mandé con tu hermana algunos regalos para ti. ¡Ah! Y le advertí que te dejara descansar. Ya sabes cómo es, loca por las compras y todo eso.
— Será fantástico que ella esté aquí. Me aburro sin hacer nada, extraño a mis niños de la escuela, así que ella será una fantástica compañía, además la extraño mucho también.
— Será bueno para ella también – sonrió frente a la cámara, pero luego su rostro se tornó un poco preocupado y serio — Ha estado algo decaída, ella dice que no es nada. Seguro es porque le haces falta, ya sabes cómo es dependiente de ti….
— Aquí me encargaré de mimarla, hablar con ella y me hará compañía. — Asintió —Bueno, ahora debo dejarte. Prepararé la cena y debo ponerme en marcha.
— ¡¿Cuándo tienes control con el médico?!
— Mañana, mamá. Le pediré a Alice que me acompañe y seguro Hilda querrá venir también.
— ¡Vieja bruja esa…!
— ¡Mamá! – inquirió Bella a su madre, mirando a todos lados, esperando que su suegrita no la oyera –Mira, mejor me voy, más tarde hablamos y aprovecho de saludar a papá también, ¿sí?
— ¡Te quiero Bella!
— Y yo a ti, ma'.
La tarde para Bella e Hilda en la cocina pasó rápidamente, no se percataron cuando Jasper entró cargando las maletas de Alice, quien entró como torbellino detrás de él, derecho a abrazar a su hermana.
— ¡Bella, Bella, Bella! – exclamaba con alegría mientras la abrazaba. Momentos después la soltó y puso sus manos sobre la barriga de su hermana — ¡Dios, te ves hermosa con esa barriga! Pensé que no te vería nunca como futura madre – asumió, llorando.
— Oh, nena… — Bella acarició la cabellera oscura de su hermanita, como consolándola — ¿Recuerdas lo que me decía Charlie? "Todo a su tiempo", y finalmente papá tuvo razón, este era el momento preciso. Soy tan feliz, que nada puede opacar este momento tan luminoso en mi vida.
— Me alegro, me alegro de verdad, hermana – dijo Alice, volviéndose a abrazar a su hermana.
La cena transcurrió muy rápida y divertidamente, entre miles de cosas que la pequeña e inquieta Alice tenia planeada para Bella, ante la reprobatoria mirada de la suegra, quien intentó frenar a Alice, que no hizo caso de las protestas de Hilda. Jasper observaba en silencio alternadamente a su mujer, su cuñada y su madre y sólo alzaba los hombros cuando alguna le preguntaba algo.
A la mañana siguiente, y aunque Hilda protestó enérgicamente, las dos hermanas salieron primero rumbo a la clínica para su ecografía mensual, donde Alice sintió una profunda emoción cuando vio en la pantalla al bultito que el doctor indicó era su sobrinita.
— ¡Hola Elizabeth! — saludaba Alice a la pantalla, aferrando la mano de su hermana, quien no paraba de sentirse emocionada con cada acto que constataba su existencia.
Salieron más tarde de la consulta hasta un centro comercial en el centro de la ciudad y compraron un montón de cosas para la madre y la pequeña. Cuando Bella se sintió cansada, fueron hasta un restaurante para almorzar.
— ¿Sabes? Creo que Dios hizo justicia contigo. Tanto esperar, tanto luchar… — dijo Alice, mientras esperaban que les llevaran sus pedidos.
— El doctor nos dijo que había sido un premio al esfuerzo — recordó, soltando una risa —Pero más bien creo que ella es mi hermoso milagro, ¿no crees? — agregó, acariciando su barriga.
— ¿Eres feliz, verdad? Digo… tú y Jasper antes de mudarse aquí no estaban muy bien… — no quería que su pregunta sonara como una intromisión, pero le importaba saber.
— Las cosas son perfectas ahora, Alice – aseguró Bella, con una luminosa sonrisa, la que Alice intentó devolver. Estos meses, para ella, habían sido difíciles. Estaba lejos de su hermana y lejos de…
— ¿Tú estás bien? Mamá dice que has estado cabizbaja…
— Te extrañaba, eso es todo. Además, las cosas con Riley no funcionaron… — dijo la pequeña hermana de Alice, refiriéndose a su ex novio.
No había podido involucrarse sentimentalmente con él, ella sólo era fiel con sus sentimientos a… Él, su amor imposible, su inalcanzable, pero como lo sabía, probablemente moriría amándole, a escondidas. Aunque a veces, él la mirara con algo más que ojos de cariño, por el lazo familiar que los unía… "¿En qué momento me fui a enamorar del esposo de mi hermana…?"
— ¡Ey, Alice! ¿Dónde andas, eh? – preguntó Bella, viendo como su hermanita pequeña volaba con su imaginación hacia algún lado. Alice la miró, y sonrió.
— Estoy bien, estoy aquí… — dijo Alice, saliendo de su ensueño — ¿Y cuándo darás a luz?
— Entre la primera y segunda semana de abril — comentó, antes que la mesera llegara con sus bebidas que habían pedido, mientras traían su orden.
— ¿Lo tendrán aquí? pensé que existía la opción de regresar a Phoenix – comentó Alice, revolviendo su copa de jugo de arándano con la pajilla, despreocupadamente.
— No por ahora, Jasper tiene un buen cargo aquí y yo conseguí un buen empleo en una escuela.
— ¿Radicarán aquí? – preguntó, mientras sentía que por dentro le quemaba la idea de tener tan lejos a su hermana, su sobrina y a él…
— Tal vez. Depende de muchas cosas, principalmente el trabajo de Jasper – indicó Bella, tomando su jugo – Ya sabes que a él lo están moviendo de un lado a otro.
Alice se removió en su silla, mientras succionaba el jugo por la pajilla, recordando el día anterior, cuando en las puertas del aeropuerto se encontró con Jasper.
Él la buscaba entre el gentío y en cuanto la vio, sus ojos toparon con los intensos ojos chocolate de ella. Una sonrisa apareció en el rostro del hombre, sonrisa que ella no correspondió, caminó hacia él con la cabeza gacha, sintiéndose avergonzada. Avergonzada por sentir a su corazón galopar sin control y su sangre recorrer frenéticamente por sus venas cuando lo vio allí; avergonzada de sentir los no correctos sentimientos por el marido de su hermana.
— Alice… — susurró Jasper, levantando una mano hacia el rostro de ella, toque que ella rechazó, echándose hacia atrás. Apenas levantó su rostro para mirarlo, pero solo esas fracciones de segundos bastaron para ver sus enigmáticos ojos turquesa, y deducir que él quería decir mucho más de lo que en verdad expresaba.
— Pensé que Bella…
— Ella se quedó en casa con mi madre, preparando la cena.
— Vamos entonces – dijo, reacomodando su mochila en el hombro, mientras Jasper tomaba la maleta —no la hagamos esperar — sin más, comenzó a salir hacia la puerta de salida, en donde el coche de su cuñado estaba aparcado.
El agónico camino a casa fue silencioso. Cruzaron apenas unas palabras, o más bien, Alice contestaba con monosílabos a las preguntas que Jasper le hacía, hasta que cansado de aquello al parecer, decidió guardar silencio.
— ¡Ey, Alice! – Bella estiró su mano sobre la mesa para agarrar la mano de su hermana — ¿Estás bien? Parece que estabas recordando algo doloroso, te ves…
— No pasa nada, estoy bien – sacudió la cabeza alejando los recuerdos e invocó a su dotes de actriz, esbozando una convincente sonrisa — ¡Ahora concentrémonos en ti y en mi sobrina, y veamos que hace falta para recibirla…!
— ¿Estás segura? Nena, si te pasa algo, podemos hablarlo, lo sabes. Soy tu hermana y me preocupa si algo no va bien contigo
— Bella, no pasa nada. De verdad – aseguró, apretando la mano de su hermana — Ahora lo que importa eres tú y la pequeña que viene en camino, ¿sí?
— Está bien…
— Ok, bien. He estado pensando en algunas cosas que podríamos comprar…
En ese momento, quedaron desterrados en la caja negra del alma de Alice, los tormentosos recuerdos y los insanos sentimientos por Jasper, su hermana era la prioridad en ese momento.
Ahí quedaron las dos hermanas, tomando nota de las tiendas que enseguida recorrerían, para terminar de decorar el dormitorio de la pequeña Elizabeth, que llegaría a llenar sus vidas de alegría.
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