Bakugou Katsuki, abre los ojos como cada mañana, ya preparado para fruncir el ceño de buenas a primeras, maldiciéndo los veinte años que tiene de vida y ya que esta, hasta la vida de sus antepasados. Quita con la mano derecha las sábanas de encima, justo para descubrir eso que le ha hecho fruncir el ceño; bufa dejando de ver sus calzoncillos para pararse perezosamente y caminar incómodo al baño a darse ducha fría. Se viste, comprueba la hora fijándose que faltan diez minutos para su primera clase, pégando una patada a lo que esté a su alcance sale de casa, sin correr, claro, le haría mal a su imagen. Aún si el tren se tardaba quince minutos en llegar a su destino.

Llega y el catedrático lo manda a la estratosfera, por decirlo de buena manera.

Maldice unas veinte veces antes de encontrarse con su amigo teñido de menstruación, con las mangas de la camisa enrolladas mientras finge afinar el bajo que tiene en su regazo. Kirishima Eijirou mantiene los ojos cerrados a conciencia, sabe que todas las chicas al pasar lo miran de reojo.

Sin dudar, Katsuki tira su mochila a la cara del pelirrojo y se sienta a su lado sin decir nada.

-Si te estoy viendo a esta hora significa que no puedes resistir estar lejos de mi –un bufido se escuchó– o que de nuevo llegaste tarde.

El rubio no dijo nada, buscando entre las cosas del otro algo que no fuesen pequeñas bolsas plásticas vacías o bolsas plásticas llenas, hasta que dio con un empaque medio abierto de frituras que devoró ante el puchero de Kirishima.

–Acerca de lo del otro día –sonrió– Kaminari traéra las cosas.

–No me interesa –y antes de que el otro protestara dijo– además tengo que ir a esa mierda de la ira.

Y con ese comentario lo único que logró en Kirishima fue lo opuesto a lo que deseaba, le miraba con una sonrisa que solo la física sabía cómo no se desbordaba de su cara, provocándole náuseas.

–Se me olvidaba que ya tienes una cola que perseguir y por eso abandonas a este pobre hombre, ¡Que el señor se apiade de nuestras almas, mi mejor amigo se casará pronto!

Después del puñetazo debidamente dado, Bakugou le escupió –Como si fuera culpa mía, puto juez de mierda, solo sacudí un poco al desgraciado ese.

–Sí, sí, hazte el malo mientras rescatas abuelas de ser robadas, con razón ese chico está prendido de ti.

–y una mierda.

Hablando de tontería en tontería se fue acercando la hora en la que debían despedirse, Kirishima fue insistente en llevarlo al centro recreativo, donde las abuelitas tejían recostadas en sus mecedoras y los abuelitos apostaban sus dientes de oro jugando al póker. Ahí se llevaba a cabo cada lunes, miércoles y viernes una reunión del grupo de apoyo para el control de la ira, reunión a la que tenía que asistir por orden judicial, que muy a su pesar, por más que quisiera no podía evadir si quería mantener su historial limpio. Dudó un poco antes de abrir la puerta del carro, a sabiendas de la mirada burlona que tenía a sus espaldas. Odiaba un poco que el pelirrojo lo conociera lo suficiente para saber lo que pasaba sin palabras.

–Nos vemos luego, Romeo –y esa fue la gota que derramó el vaso, salió del vehículo mostrando el dedo medio, pero sin azotar la puerta, claro signo de que su nerviosismo rebalsaba un poco su estado habitual de odio.


Se sentía terriblemente idiota al estar sentado en esa incómoda silla, frente a unas siete personas que lo miraban con pena tanto si hablase como si no. Llevaba mes y medio haciendo esto y lo único que menguaba sus ganas de salir corriendo era ver como el coordinador del grupo a veces era tan desastroso que no quedaba de otra que reírse de él.

Odiaba todas las preguntas que eran siempre lo mismo, ¿estás enojado? ¿qué te hace enojar? ¿desde hace cuánto tienes esta ira? No estaba enojado, él era así. Le gustaba destrozar, hacer temblar a las personas con su presencia, le gustaba el poder de su mirada, le gustaba... la manía que le tomaba el organizador de querer entenderle, de querer cambiarlo y de terminar frustrado cada vez que llegaba a la conclusión de que realmente no estaba escondiendo un trauma o algo parecido que le hiciera actuar de cierta manera.

Inconscientemente se llevó la mano a la cara para darse un golpe, era esta forma de pensar la que hacía que Kirishima pensara que estaba enamorado del organizador, cada vez que pensaba en sí mismo terminaba pensando en él.

–¿Kacchan?

Ese jodido mote, la primera vez en ese lugar hicieron una especie de rifa, querían formar lazos como grupo así que todos anotaban en un papelito su nombre y quien lo eligiera tenía derecho de poner un apodo a su gusto. También fue la primera vez que notó la inutilidad del coordinador, quien derramó un vaso de café encima de su ayudante sin querer, y ésta, en cadena, botó todas las galletas de la pequeña mesa. Casi sonrió cuando vio el papelito que sacó y pudo llamarle "inútil" deliberadamente, rabiando cuando la asistente cambio el sentido de la palabra.

–¿Tienes algo que compartir? ¿Cómo te fue en clase?

–De la… –aclaró su garganta antes de continuar– llegué tarde y me dejaron afuera.

–Qué perdedor –Dijo una chica rubia riéndose.

Por un momento olvidó con la clase de especímenes que tenía que luchar tres días a la semana, la más irritante era esa chica rubia, Himiko Toga; tenía una sonrisa que daba repelús y Bakugou escuchó sin querer que estaba ahí por voluntad propia pues ya había cumplido su tiempo, pensando que era un poco obvio que iba a ver al coordinador. Era la primera en la lista de las personas que odiaba –en el edificio, claro–. A su derecha estaba el loco de los piercings, no era de los que solía juzgar, pero joder, había escuchado de partos de sextillizos menos dolorosos que lo que ese hombre tenía en la piel. El siguiente era un hombre cuya voz rasposa le dejaba un mal sabor inconsciente al fondo de la garganta; siempre usaba una bufanda roja que había visto mejores épocas y nadie sabía mucho de él. Por último, el rarito que estaba en una situación similar a la de Bakugou, lo confundieron con otra persona y él tuvo que pagar las consecuencias por tener ese aspecto de punk drogadicto, con tinte morado en el cabello de puntas y esas ojeras que casi tocaban el suelo –era una persona calmada; con tendencias suicidas pero calmada a fin de cuentas–

También estaba un chico rubio que con suerte veía una vez al mes, y cada vez no podía reprimir sus impulsos de pegarle un puñetazo, era el tipo de persona que menos soportaba: boca floja y gatillo fácil.

Bakugou pensaba que todas esas personas deberían estar en un psiquiátrico y no con un intento de psicólogo.

Durante un poco más de una hora se dedicó a ver las galletas al fondo del salón mientras todos desahogaban sus penas, es decir, peleaban entre si mientras el coordinador trataba de mantenerlos a raya. A lo lejos escuchó el sonido de un libro al cerrarse y volteó, desde arriba lo miraba el hombre que, aunque fuese cuatro años mayor no dejaba el olor a talco, papilla y leche tibia. El coordinador, o como Katsuki prefería llamarlo tanto afuera como adentro del centro.

–Deku.

–Hace un rato terminamos la sesión, ¿estás bien?

En efecto, ya no quedaba ni un alma, rápidamente volteó a ver la mesa de los aperitivos, pero solo estaba la ayudante recogiendo los platos. Chasqueó la lengua en desagrado. Por la mujer y por las galletas perdidas.

–¡Ah! Si es por las galletas, me quedan unas pocas en la oficina.

–A la mierda las galletas –rodó los ojos– como si viniese aquí por eso.

Supo sin ver que Midoriya tenía esa expresión de siempre, ráscandose la mejilla con un dedo mientras su sonrisa parecía más una mueca torcida y las cejas levantadas hacia arriba con pena. Se levantó sin agregar más, recogiendo su mochila y saliendo del lugar con las manos adentro de los bolsillos.

Otra cosa que odiaba con toda su alma de ese lugar era irse sin tener una plática apropiada con ese maldito inútil cara de culo de bebé.