BETH
Les podría llamar incongruentes. Un engaño creado por mi inquieta imaginación que buscaba salir de una monotonía diaria. Esas invenciones que se llevan a cabo cuando te sientes vulnerable camino a casa. ¿A quién no le ha pasado? Imaginar una barbaridad de supersticiones cuando caminas en una calle solitaria con el temor que alguien te apunte amenazante con un cuchillo y obligue a que le des todo tu dinero. Creí que era una fantasía de mal gusto. Hasta que los mensajes en el buzón de voz dijeron lo contrario.
Pensé, por un momento decírselo a alguien, un policía o alguna autoridad, pero sólo crearía problemas... Borré los mensajes que me enviaron y dejé el tema sólo para mí.
Hace dos semanas, camino a la pensión donde me quedo mientras curso mi primer semestre en la universidad, fui testigo de un asesinato. Los gritos aún me espantan en la noche. Desgarradores y en busca de ayuda. Aún así, lo que más me aterró, fue como aquellos gritos se fueron apagando hasta que todo quedo en un silencio fatídico que le daba la bienvenida a lo que todo ser, que tiene los pies sobre la tierra, teme: La Muerte. Las respiraciones de los asesinos oscurecidos por las sombras del callejón rompieron toda conexión con el silencio. Y cuando creyeron que su trabajo concluyó en la penumbra de la calleja, notaron mi presencia. Yo estaba muda, atónita. Las lágrimas surgieron de mí humedeciendo mis mejillas... y por unos segundos, permanecimos quietos.
Fui la primera en correr.
-¿Qué haces?
El viento agita mi cabello en una danza suave. Oigo su susurro como si fuesen música. Una melodía que me intenta relajar y busca la tranquilidad en mis pensamientos. Desde el borde del edificio donde me encuentro, estoy a centímetros de una caída fatal. Claro, esa no es mi intención, por eso me aferro a la baranda de fierro tras de mí.
Medito mi respuesta y giro leve mi cabeza hacia un lado.
-Observo la ciudad.
-Creo que estas del lado equivocado, niña. -Suspiro hondo y vuelvo a echar una miradita hacia abajo. A metros de donde estoy, una fila de autos se encuentra tratando de salir del tráfico espeluznante que hay a las siete de la tarde. Sin soltar mi mano izquierda, giro y quedo frente a la baranda. Subo un pie y luego el otro hasta quedar del lado correcto y seguro. Sacudo mi ropa y dirijo una sonrisa despreocupada a mi hablante. -¿Pensaste en el primer nombre?
Debido a la oscuridad de la noche apenas puedo ver su rostro, pero sé quién es. Daryl Dixon. Su nombre al presentarse quedo registrado en mi cabeza como si me lo hubiesen tatuado. No por su rostro o su aspecto. Su semblante de "tipo malo" o la aspereza de su voz. Sino porque veo en él una salida a mis problemas.
-Joe. Era un tipo de barba blanca, cabello gris, unos 60 años y llevaba puesta una chaqueta de mezclilla con el logo de un caballo en la espalda.
Permanece en silencio. Saca de su chaqueta sin mangas un cigarrillo y lo enciende.
-Te quedan dos nombres... -Advierte con el cigarrillo en la boca, piensa con cuidado. -Exhala el humo, da media vuelta y le veo alejarse hasta desaparecer tras la puerta del edificio. Si lo dicho el día en que nos conocimos era verdad, entonces seré perseguida por un hombre menos.
Un peso menos...
Quedan dos más.
