Disclaimer: todo lo que reconozcáis, los personajes, algunos fragmentos de diálogos y demás pertenecen a Stephenie Meyer, su editorial y otros entes como Summit. Vamos, sin ánimo de lucro.
Como ya comenté hace tiempo en mi perfil, este iba a ser otro fic "corto", concretamente son cinco capítulos con opción a uno más, pero ese lo publicaré en forma de one-shot dentro de un tiempo. Se trata de la historia de Rosalie desde que se convirtió en vampiro hasta tiempo después de que encontrase a Emmett.
Advertencias sobre Spoilers, todas las posibles. Sobre todo teniendo en cuenta que la historia de Rose es relatada en "Eclipse". Así que, todo el que no lo haya leído, que se abstenga de leer el fic. Además, esta historia ha sido actualizada para incluir pequeñas informaciones relatadas en "Breaking Dawn". No son especialmente relevantes, pero no dejan de ser spoilers.
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"Cuando matas a alguien no sólo le quitas todo lo que tiene, sino también lo que podría llegar a tener."
"Sin Perdón", Clint Eastwood.
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I. RENACER
No era capaz de entender nada de lo que había ocurrido. Mejor dicho, por qué había ocurrido. Lo recordaba todo de una manera muy vívida –más de lo que habría deseado-, pero seguía sin comprenderlo. Y tampoco sabía interpretar qué era lo que estaba pasando conmigo. Ya debería estar muerta, al menos eso era lo que deseaba; era lo único que me quedaba, lo único que esperaba en esos momentos.
El frío y la nieve crearon un helado manto sobre mí cuando aún continuaba tirada en mitad de la calle, donde esos desalmados me habían dejado.
Debería haber llamado a mi padre cuando tuve tiempo, tendría que haberle avisado para que me fuera a recoger cuando salí de la casa de Vera. Empero, fui incapaz de sospechar de él, ni tampoco de sus amigos. Después de todo, se suponía que él era mi príncipe y que en una semana yo comenzaría a ser la reina.
Ya no había nada que pudiera hacer, estaba condenada a morir en mitad de la calle.
El frío era algo insoportable, se me habían entumecido por completo las extremidades y no sentía la mayor parte de mi cuerpo. Ni siquiera sabía si conservaba todas mis prendas intactas. La sensación era agónica. Además, me sentía humillada y engañada.
A mi alrededor, la única luz que había cerca era la de las farolas. Para más señas, una de ellas estaba rota. Todo estaba sumido en la oscuridad y las sombras, a las que yo estaba a punto de sumarme.
Desmoralizada, esperaba a que la muerte me llevara y que todo aquel dolor cesara de una vez por todas.
Al principio creí que alguien me encontraría, que irían a salvarme, pero ya era imposible. Yo lo sabía. Lo iba a perder todo: mi familia, mis sueños, mi futuro, todo iba a desaparecer.
Un fuerte pinchazo me hizo retorcerme de dolor.
¿Cuándo iba a terminar aquello? No podría soportarlo mucho más, deseaba que todo acabara. Y aún así, nunca lo hacía. ¿Por qué? ¿Por qué me estaba pasando eso? ¿Había hecho yo algo malo, algo que me hubiera llevado hasta allí? Yo había sido una buena persona, una buena hija. Siempre había hecho lo que mis padres me habían pedido, fui a los sitios que ellos me dijeron, me comporté como ellos habían querido. Entonces, ¿qué podría haber hecho mal? Nunca le hice daño a nadie y, además, la gente me admiraba, todos me miraban al pasar. Todos me querían.
Otra ráfaga de dolor me inundó y sentí que mis mejillas estaban llenas de lágrimas. Las notaba a su paso, quemando mis carrillos. Llegó un momento en el que ya no me importaba lo que dejaba atrás, pues sólo quería que parase.
Y entonces escuché el sonido de pasos apremiantes cerca de mí.
Quizá alguien había salido a buscarme. Después de todo, me encontraba a tan sólo unas calles de mi casa. Mis padres estarían preocupados, seguramente habrían sacado a la gente de sus camas para emprender mi búsqueda. Era lógico.
Traté de incorporarme, pero me fue imposible. Ni siquiera había sido capaz de observar con mis propios ojos el estado en el que me encontraba y no quería ser espectadora de cómo mi belleza se había esfumado en las últimas horas.
Mi belleza, la misma que me había llevado a esa situación. Si no hubiera sido hermosa, jamás habría conocido a Royce y, seguramente, estaría felizmente casada con alguien a quien amara, igual que había hecho Vera. Bien era cierto que, de ser haber sido así, tampoco habría logrado las cosas que tanto anhelaba. Las cosas que se suponía iban a ser mías gracias a Royce y su familia.
Continuaba pensando en ello cuando alguien se acercó a mí, pero no era nadie que yo hubiera imaginado. No esperaba que él hubiera formado parte de la partida de búsqueda.
—Santo Cielo —escuché que exclamó. Sin duda mi estado era deplorable—. Pero, ¿qué te han hecho? —me preguntó con voz lastimosa. Aunque casi fue una pregunta al aire, pues yo era incapaz de responderle.
El doctor Carlisle Cullen, el apuesto doctor.
Nunca me había caído bien. Ni él, ni su mujer, ni el hermano de ésta. No me gustaba que fueran más apuestos que yo, eso me resultaba muy molesto. A pesar de no conocerles, de haberles visto en contadas ocasiones, algo me había hecho mantenerme a cierta distancia de ellos siempre. A veces pensaba que no sólo era porque poseyeran una belleza casi como la mía o quizá superior, que había algo más. Algo que emanaban, una sensación.
Hasta aquella noche pensé que eran tonterías, chiquilladas que se me habían ocurrido, probablemente, por medio de la envidia. Seguramente aquellas tres personas eran tan normales como el resto y mi absurda creencia o resquemor era tan sólo parte de la inquina que les tenía. Pero no, en realidad, no era algo tan simple.
Me di cuenta de que el doctor se había arrodillado junto a mí y me observaba alguna de las heridas.
—¡No me toque! —le grité como pude. Pero mi voz era más un quejido que otra cosa. Él trataba de curarme, mas yo no atendía a razones—. ¡He dicho que me quite las manos de encima!
—Tranquila, no voy a hacerle daño —me susurró, sujetándome los brazos para que no me hiciera más daño—. Por favor, no malgaste su fuerza. ¿Recuerda cómo se llama?
Qué pregunta tan absurda, por supuesto que recordaba cómo me llamaba. Me estaba muriendo, pero no me había vuelto idiota. Rosalie Hale. Ese era mi nombre, el nombre que me acompañaría durante toda la eternidad como símbolo de lo que fui y de lo que pude haber llegado a ser.
El doctor, sin hacerme caso, continuaba con su trabajo, aunque no parecía demasiado esperanzado. Mi final estaba cerca, lo presentía, y él no parecía poder hacer nada por remediarlo.
—Rosalie… Rosalie Hale —contesté a duras penas y arrastrando las sílabas. Cada vez mi voz luchaba más a la hora de salir, el dolor era demasiado fuerte. Cada fibra de mi ser estaba muriendo. Incluso pude verlo en el rostro del doctor, quien estaba profundamente afligido.
En cuanto le dije mi nombre, algo pasó por su mente a gran velocidad. Supuse que habría escuchado lo referente a mi compromiso con el hijo de los King, ya que iba a ser una boda por todo lo alto, como yo siempre había soñado. Y al final, todo se quedó en nada, lo único que quedaba de ese compromiso era muerte y destrucción.
Atisbé a ver una mueca en su rostro, como si tratara de reprenderse a sí mismo por algo que yo desconocía. Se me quedó mirando y pude notar que no había nada que pudiera hacerse para salvar mi vida.
—Srta. Hale —me llamó, pero yo ya no escuchaba. Había entrado en una especie de trance y se me había nublado la vista. Estaba a punto de perder el conocimiento—, Srta. Hale —insistía él, zarandeándome con delicadeza tratando así de hacerme regresar.
Le escuché suspirar fuertemente, aunque no sabía cómo era capaz de darme cuenta. Al parecer, no había perdido el oído, pero mi visión continuaba sumida en la profunda oscuridad.
Lo siguiente que pude oír fueron mis propios gritos de dolor cuando el doctor Cullen me alzó del suelo en sus brazos. Mi tormento creció de manera exponencial, de nuevo me pareció que iba a morir. Mucho más que minutos atrás. Creí sentirle susurrándome algo, seguramente para tranquilizarme, pero ya no me era posible enterarme. El dolor nublaba todo lo demás.
Y, de repente, noté que empezábamos a correr. Aunque, por lo rápido que iba, era más parecido a volar. Eso no ayudaba en nada a mi estado físico, sino que lo empeoraba. Tanto que creí que se trataba de una especie de tortura.
El frío continuaba helándome de forma mucho más fuerte que antes. En los brazos del doctor, la gélida noche era mucho más intensa.
Pensé que todo aquello no iba a terminar jamás y eso me infundó de un profundo temor. Yo misma noté que mi corazón se estaba ralentizando, y fue entonces cuando quedé inconsciente.
Lo siguiente que vi fue una luminosa y apacible habitación. El frío había cesado e incluso se podría decir que me encontraba a gusto. El dolor estaba remitiendo y casi no sentía los fuertes pinchazos, ni tampoco los miembros entumecidos. Di gracias a Dios por haberme enviado al doctor, pues pensé que me había salvado y me había devuelto a la vida.
Estaba tumbada en una pequeña cama.
Inclusive por un instante fui capaz de respirar profundamente como no había podido en muchas horas. Hasta que comenzó todo. De repente fue igual que si algo me cortara en varias partes de mi cuerpo: primero en el cuello, después en mis pequeñas muñecas y por último en los tobillos. Grité con todas mis fuerzas, tanto por el dolor que suponía, como por la sorpresa. Posteriormente supe que había sido Carlisle, pero en esos momentos nada tenía lógica para mí.
Fue como si mi cuerpo comenzara a quemarse, todo el dolor que había sentido durante horas no era nada comparado con aquello.
Empecé a retorcerme por lo que sentía, me estaban torturando. El doctor me había hecho regresar a la vida para hacerme sufrir más aún. Yo no era dueña de mi cuerpo, lo único que podía hacer era sentir toda esa agonía que me estaba destrozando –en un sentido completamente literal.
Cuando fui capaz de abrir los ojos por unos instantes, vi que Carlisle Cullen continuaba a mi lado, sentado, sosteniéndome como podía. Pero no era fácil, yo no paraba de retorcerme por el dolor. Eso parecía el infierno, un eterno fuego que me estaba quemando. Destrozando cada parte de mí.
—Máteme, máteme —le rogué a gritos, cuando fui capaz de articular palabra. Mis ojos estaban húmedos, de nuevo estaba llorando de forma imparable.
—Shhhh —trató de calmarme él, acariciándome el cabello—. Tranquila, Rosalie, pronto acabará. Todo va a acabar, te lo prometo —me susurró. Pero me daba igual lo que pudiera decirme; quería morir, quería que todo ese dolor acabara de una vez por todas. A cada segundo era más intenso.
—A-cabe con… esto —tartamudeé, implorándole que olvidara lo que había estado haciendo y me matara—. Por… favor —después, un nuevo grito de dolor salió de mis labios.
—Lo siento, lo siento muchísimo —me dijo, apenado por todo lo que estaba sufriendo—. Pero no podía hacer otra cosa… no podía salvarte de otra forma. Espero que puedas perdonarme.
No sabía a qué se refería, ¿salvarme? ¿Cómo podía hablar de salvarme, cuando mi interior se estaba quemando y me llevaba a mí con él? En esos momentos no lo entendía, pero tampoco podía pensar en ello. Era incapaz de concentrarme en nada que no fuera el agonizante dolor que estaba sintiendo.
El doctor me tomó la mano y se colocó a mi lado para no hacerme más daño. Mi otra mano estaba ocupada recorriendo todo mi cuerpo, en los lugares en los que el punzante dolor me acechaba, como si de alguna manera pudiera llegar a hacer algo por detenerlo. Sin embargo, no había nada que pudiera arreglarlo, ya no.
En un sentido estrictamente humano, yo estaba muriendo. Y de manera totalmente irrevocable.
Deseaba que el tormento de cuando me encontraba en la calle regresara a mí y se llevara ese. Ya ni me preocupaba el frío que desprendía Carlisle Cullen, en realidad, deseaba que me llenara con él y desapareciera así el ardor que me estaba quemando. Por eso apreté con todas mis fuerzas su mano, tratando de aferrarme a ese frío.
Él lo notó y colocó su otra mano sobre una de mis mejillas. Y aún así, la cosa no mejoraba, la quemazón seguía torturándome. Yo ya no podía preocuparme por nada más, hasta que el doctor comenzó a hablarme.
—Ojalá no tuvieras que pasar por esto —dijo él con la voz tomada—. Sé lo que estás sintiendo, de veras, yo pasé por lo mismo. Y también mi esposa y su… y Edward —por primera vez escuché el nombre del que pronto sería uno de mis hermanos—. Por favor, créeme, esto pasará. Pronto estarás bien de nuevo y ya no sentirás dolor. Serás una persona nueva —el tono de su voz era cada vez más indeciso, fui consciente de ello en los momentos en los que mi dolor me daba una mínima tregua, inferior a lo que para cualquier persona normal sería un segundo.
No estaba segura de lo que me estaba hablando, ¿ellos habían pasado por lo mismo? ¿Por qué? Y ¿cómo había sucedido?
Grité de nuevo y Carlisle me recostó de mejor manera en la cama, ya que si continuaba así, acabaría cayéndome al suelo. Un fuego intenso se concentró en los lugares por los que había comenzado todo aquel calvario, no podría soportarlo mucho más.
—Rosalie, lo siento —decía él, sin dejar de disculparse en todo momento—. Te he convertido en uno de nosotros… Todo pasará, pero no serás exactamente igual a como eras hasta hace unas horas. Nosotros somos distintos, no somos personas normales —no sonaba demasiado convencido en su discurso. Pero yo lo único que podía hacer era tratar de escucharle, para ver si así lograba aclarar lo que me estaba sucediendo—. Ni tampoco nos comportamos como ellos, como la gente que conocías.
Hizo especial hincapié en el tiempo pretérito, aquello no me gustó lo más mínimo. La gente que conocías, no dejaba de repetirse una y otra vez como un desagradable eco en mi cabeza. No iba a ser como los demás, ¿por qué?
De pronto me pareció notar que algo iba desplazándose en mi interior, a mucha velocidad. Después supe que era el veneno, la ponzoña, pero todavía quedaba por saber la peor parte. La parte más dura.
—Nosotros somos vampiros —me dijo. Y se quedó callado, quizá esperando mi respuesta; que llegó en forma de grito desgarrado pero no por lo que dijo, sino por el intenso dolor que cada vez era más fuerte—. Y en unos días… tú también lo serás.
Estaba claro, el siguiente paso en mi tormento eran las alucinaciones. No sabía lo que me había dicho realmente el doctor, si bien estaba segura de que eso no había salido de sus labios. No le creí. Era todo mentira, seguramente producto de mi mente.
Continué retorciéndome de dolor.
No obstante, la voz de Carlisle seguía insistiendo en lo mismo y una palabra se repetía de manera incesante: vampiros. Me negaba a aceptarlo, nada de lo que decía tenía sentido, ni tampoco era algo lógico. Los vampiros eran una leyenda, formaban parte de los mitos populares, de los monstruos imaginarios que te acechaban en los cuentos para no dormir; eran seres infernales, con grandes colmillos y una enorme sed de sangre humana. La familia del doctor Cullen no tenía ese aspecto. Aunque la sombra de la duda se cernió sobre mí un instante: los cortes, esos que había sentido justo antes de empezar a vivir la tortura. Quizá habían sido producto de sus colmillos… No, era imposible.
Era absurdo, una estupidez.
De nuevo creí que el dolor me estaba haciendo escuchar y pensar cosas que no eran, para nada, propias de mí ni de ninguna señorita como yo. Ya ni le escuchaba.
No era consciente de los días que habían pasado, ni de la hora. Nada referente al tiempo ni al espacio formaba ya parte de mis conocimientos. Tampoco me interesaba. Lo único que sabía era que quería morir de una vez, que quería terminar con todo ese dolor que me estaba destruyendo. La garganta me hacía daño; no me beneficiaba gritar tanto, mas no podía evitarlo.
Escuché vagamente que el doctor persistía en su idea de los vampiros. Me lo explicó todo, cómo vivían, cómo se alimentaban y cómo me sentiría yo cuando todo regresara a la normalidad. Continuaba sin creerle, pues no podía. Empecé a pensar que él creía lo que estaba diciéndome, que no eran alucinaciones mías, pero eso no lo hacía más verdadero.
No podía ser. Yo no podía convertirme en un vampiro, yo no podía ser un monstruo.
Me encontraba sumida en un mundo de oscuridad, parte de mí imaginaba que era el paso previo a la muerte. Pero la otra parte, la que no podía dejar de escuchar a Carlisle con sus historias, estaba segura de que había algo más aparte de aquello.
No podía abrir los ojos, hacía horas que era incapaz. O quizá no quería. No deseaba aceptar los cuentos del doctor porque no eran ciertos. No lo eran. Lo único que sabía a ciencia cierta era que un enorme fuego me estaba consumiendo de manera muy rápida. De pronto noté que la helada mano de Carlisle me soltó, ya no estaba a mi lado. Al menos eso creía yo.
Me pareció escuchar el sonido de una puerta y multitud de pasos. Eso, cuando no me desgarraban los oídos mis propios gritos de dolor. Poco después noté de nuevo unas manos frías sobre mí, pero la voz no era la del doctor.
—Tranquila, preciosa, no estás sola —me dijo una mujer, con voz dulce. ¿Sería la mujer del doctor? Seguramente, pero yo no podía verla—. Todo va a pasar, ya queda menos, cariño.
Su voz sonaba muy reconfortante, al menos en un sentido anímico. Sin embargo, en el sentido estrictamente físico, eso no ayudaba en nada. Yo continuaba sintiendo la tortura, que ya se estaba alargando por más de un día. Sentía que aquello no iba a acabar nunca. Incluso llegué a pensar que el Infierno existía y que yo me encontraba allí, a pesar de no ser capaz de encontrar una razón para mi estancia en ese lugar.
Le rogué a aquella dulce voz que me matara y acabara con mi tormento del mismo modo que hice muchas veces con el doctor, mas todo continuaba igual.
Mientras tanto, a ratos podía escuchar las voces altas de dos hombres. Parecía que estaban discutiendo, aunque no fui capaz de concentrarme en lo que decían; el dolor me lo impedía.
Yo seguía en el mar de oscuridad en el que llevaba tanto tiempo, únicamente notaba la presencia de alguien a mi lado porque me tomaba de las manos. Algunas veces incluso me acariciaba el rostro, como había hecho el doctor. Pero ya no ayudaba demasiado.
Poco después, se abrió la puerta y alguien entró.
—¿Cómo está? —preguntó alguien a quien yo nunca había escuchado con anterioridad. Su voz sonaba enfadada, muy enfadada.
—Creo que ya falta poco —le contestó la mujer.
—Sí, no queda mucho —aseguró él. Eso me resultó muy desconcertante, pero me alivió saber que todo iba a terminar en cuestión de tiempo.
—Edward, quédate con ella. Iré a hablar con Carlisle.
Me pareció escuchar mi nombre como una especie de murmullo molesto cerca de mí, proveniente de la voz de aquel hombre al que la mujer había llamado Edward. ¿No era así como se llamaba el hermano de la esposa del doctor? No estaba segura, únicamente era consciente de mí misma –al menos, de mi dolor- y, por tanto, no podía ponerme a investigar en los asuntos de los demás. Lo que sí pude sentir fue la reticencia de aquella persona con respecto a mí, sobre todo viendo lo fácil que resultó para el doctor y la mujer acercarse para intentar consolarme.
Noté que una nueva lágrima recorría una de mis mejillas y posteriormente cómo una fría mano me la intentó secar.
Entreabrí los ojos todo lo que me fue posible y vi junto a mí a Edward. Su rostro estaba crispado y fruncía el ceño, fue entonces cuando traté de pedirle lo mismo que al resto de los Cullen, pero las palabras no querían salir. Así que, simplemente lo pensé, una y otra vez, como si así pudiera llegar a lograr que mi voz articulara las palabras.
—No —atisbé a escuchar que me decía el muchacho. ¿Me había oído? ¿Había hablado yo? Si fue así, yo no me di cuenta. Y traté de intentarlo de nuevo, pero no lo conseguí—. No será necesario.
Permaneció un rato junto a mí. O al menos eso me pareció, ya que mis ojos volvieron a cerrarse. Regresé a mi oscuridad, esa en la que no era consciente de lo que me rodeaba. Únicamente existía el dolor.
De vez en cuando me parecía escuchar la voz del doctor, sentía su presencia cerca de mí, si bien el sonido se notaba lejano. Era mi percepción, que había vuelto a sumirse en la lejanía, pues él estaba a mi lado. En los momentos en los que era capaz de detener mis gritos, escuchaba alguna de sus explicaciones. Las cuales persistían en la teoría de los vampiros.
Empecé a creerle. A duras penas comencé a darle crédito a lo que me estaba contando, era la única esperanza que me quedaba. A pesar de que seguía pareciéndome algo completamente impensable. Mi vida, tal y como la conocía, se había terminado.
Hubo un momento en el que fui capaz de moverme por mí misma en la cama. Incluso pude abrir los ojos y comprobé que no había nadie en la habitación. Ni el doctor, ni su mujer, ni el otro muchacho. De repente creí escuchar voces en el pasillo. No me di cuenta de que ya había dejado de chillar.
—¿En qué estabas pensando, Carlisle? —espetó bastante irritado el muchacho—. ¿Rosalie Hale? —aquello me molestó, no me gustaba nada el tono de su voz. No había nada de malo en mi nombre, yo no tenía nada de malo. Sin embargo, por su tono parecía todo lo contrario. Eso me ofendió.
—No podía dejarla morir —escuché que le contestaba el doctor, apenado—. Era demasiado… horrible, un desperdicio enorme…
—Lo sé —contestó el otro secamente. De nuevo me molestó muchísimo su actitud. Era como si le quitara importancia a lo que me había pasado, a lo que había vivido. Él no sabía todo lo que yo había tenido que soportar.
—Era una pérdida enorme, no podía dejarla allí —escuché que decía de nuevo el doctor.
—Por supuesto que no —corroboró la mujer, totalmente convencida. Me alegró por unos instantes saber que ambos no querían verme muerta, que querían salvarme.
—Todos los días muere gente, y ¿no crees que es demasiado fácil reconocerla? —preguntó el muchacho. Él, por el contrario, no parecía demasiado entusiasmado con la idea de que yo sobreviviera—. La familia King va a organizar una gran búsqueda para que nadie sospeche de ese desalmado —explicó él, molesto.
Volví a alegrarme. Sabían de la culpabilidad de Royce y eso me complacía enormemente. Ni me paré a pensar en cómo era posible que lo supieran. Ese mal nacido y sus amigos lo pagarían caro, desde luego que sí. Aunque el muchacho tenía razón, pues si la familia King hacía las veces de sufridores, nadie sospecharía de ellos. Habría que hacer algo.
En esos momentos no me di cuenta de que ya podía pensar en otra cosa que no fuera el dolor. A decir verdad, no me percaté de que estaba desvaneciéndose. Yo ya no chillaba. Incluso el fuego había desaparecido, aunque todavía me sentía algo incómoda. Continué escuchándoles hablar.
—¿Qué vamos a hacer con ella? —preguntó el irritante muchacho, incluso percibí un toque de repulsión. ¿Sentía asco hacia mí? Eso era imposible, ¿de dónde había salido ese joven? Cada vez me caía peor.
Logré escuchar incluso el suspiró del doctor Cullen.
—Eso depende de ella, por supuesto. Quizá prefiera escoger su propio camino.
¿Mi propio camino? Si mi memoria no fallaba, de sus explicaciones sacaba en limpio varias cosas, pero la más importante era que mi vida no volvería a ser como la conocía. Que todo iba a cambiar y que yo ya no podría regresar jamás junto a mi familia, no al menos sin producirles daño. Mi vida como Rosalie Hale había terminado, y yo no quería quedarme sola. La soledad me aterraba y más en un mundo como aquel, en el que acababa de enterarme de que los monstruos existían en verdad.
Una sensación de angustia me recorrió todo el cuerpo, como un escalofrío. No pensaba quedarme sola.
En el tiempo que transcurrió desde que les escuché hablar, volví a sentir varios momentos de intenso dolor. Pero pronto se detuvo, todo se quedó en calma. Incluso mi corazón, que ya no latía. Eso me asustó, pero me di cuenta de que a pesar de eso yo continuaba viva. En un sentido estrictamente humano, Rosalie Hale había muerto aquella tarde de 1933, si bien la nueva Rosalie continuaba con vida.
Pude ver que la puerta se estaba entreabriendo, el doctor Cullen me observaba desde allí. Yo continuaba recostada, pero ya no me retorcía, ni me quejaba. Me mantenía inmóvil en mi posición, mirándole fijamente bajo las dos capas de mantas que me había puesto encima hacía horas.
Él me sonrió y eso me tranquilizó, en parte. Uno de mis primeros impulsos fue tocarme el pelo, lo tenía completamente enmarañado, así que traté de peinarme como pude con mis propias manos.
—¿Cómo te encuentras? —me preguntó, acercándose a mí. Yo seguía sin contestar, observaba todo a mi alrededor como si no lo hubiera visto con anterioridad. En realidad, nunca lo había visto así. Escuché que la puerta volvía a abrirse y, con un movimiento que jamás habría podido hacer siendo humana, giré la cabeza en esa dirección, donde se encontraban la mujer del doctor y el otro—. ¿Rosalie?
—¿Sí? —contesté, fue en ese momento cuando reaccioné. Por primera vez desde hacía horas, quizá días, mi voz sonaba igual que siempre. Puede que algo más aguda de lo habitual.
—Te presento a Esme, mi esposa —me dijo, señalando a la mujer que tenía el pelo color caramelo. En seguida se colocó a su lado—. Y este es Edward —el joven continuaba en el quicio de la puerta, como si no quisiera entrar—. Vamos, Edward, ven aquí —le pidió Carlisle.
Aunque a regañadientes, el chico se acercó hasta donde se habían colocado los Cullen. Yo seguía allí, sin decir nada. Pude ver cómo Edward fruncía el ceño y cómo Carlisle era profundamente insistente con él. Incluso resopló.
Esperé a que me hablaran. Mientras tanto, percaté de que los tres tenían los ojos completamente dorados, contrastando con los míos, de color violáceo. Al menos, así habían sido hasta hacía algún tiempo. Lo que no sabía, todavía, era que ya no poseían ese color.
Empecé a sentir una extraña sensación en mi garganta, algo que no me había pasado antes. Y multitud de aromas que jamás había podido captar, llegaron hasta mí al tiempo que mi vista trataba de aclimatarse a lo que me rodeaba.
Carlisle y Esme comenzaron a hablar, diciéndome lo alegres que se sentían de que me encontraba bien por fin. También me ofrecieron que me quedara con ellos. Yo escuchaba atenta, sin saber qué decir por primera vez en mi vida.
—Al principio te sentirás extraña —me explicaba Carlisle—, pero es normal. No te preocupes, no durará siempre. Será sólo hasta que te acostumbres a sobrellevar la sed. Mañana te llevaré a cazar, si quieres —me ofreció. Aquello me sorprendió, yo todavía trataba de asimilarlo todo. Parecía verdad, todo lo que me habían contado empezaba a cobrar sentido. La sensación que me embargaba parecía ser lo que ellos llamaban sed.
—¿Sed? —pregunté. Necesitaba saber. Necesitaba comprender lo que me pasaba.
—Sí, es lo que sentimos cuando hace tiempo que no nos alimentamos —me contestó Esme, aquella vez. Su voz sonaba dulce, como la primera vez que la oí en mitad de mi tormento. Incluso atisbé un deje maternal—. Por eso cada cierto tiempo salimos a cazar animales, nos alimentamos de ellos y así no tenemos que matar personas. Nosotros no hacemos eso.
Entonces sí que era verdad, todo lo era. Éramos ¿vampiros? Una sensación extraña me llegó, y no era agradable. No me gustaba la idea de ser un monstruo eternamente. Pero al menos estaba viva, todo lo viva que alguien como nosotros podía estar. No había muerto en la calle.
Pero había muchos más detalles que me interesaba saber, necesitaba conocer cómo iba a ser mi vida en adelante.
—Rosalie, ¿me escuchas? —me preguntó Carlisle, había estado hablándome pero yo estaba ensimismada en otras cosas. Le miré y asentí con la cabeza—. Hay algo que debes tener claro: no vas a poder volver a ver a las personas que conocías. Tendrás que dejarlo todo atrás, tu familia, tus amigos… Sería extremadamente peligroso para todos.
—¿No… no volveré a verles? —pregunté en voz muy baja. ¿Jamás iba a volver a ver a mis padres? ¿Ni a mis hermanos?
—Me temo que no. No es recomendable que, durante un tiempo, permanezcas cerca de humanos —me explicaba él—. Además, lo mejor es que todos crean que has muerto —me dijo un poco apesadumbrado.
—¿Muerta? —pregunté sorprendida. Todos iban a pensar que había muerto, nadie sabría que no era así. Ni mis padres, ni tampoco ese mal nacido de Royce. Las cosas no podían quedar así, consiguiendo que se saliera con la suya—. Me gustaría que algunos supieran que no lo estoy… —dije, enfadada.
—Te comprendo, pero no es posible —dijo Carlisle, mirando a Edward. Yo no sabía que Edward estaba al tanto de todo—. Creo que hay una cosa que deberías saber.
¿Qué más podía haber que no me hubieran contado ya? No podía haber nada todavía peor. O quizá sí, ya me esperaba cualquier cosa.
Carlisle le hizo un gesto a Edward, para que fuera él quien continuara hablando. No me gustaba la forma en la que me miraba, tan indiferente.
Suspiró. No parecía agradarle la idea de contarme lo que fuera.
—¿Qué importa? —preguntó él, molesto. Yo me encontraba un poco perdida. Esme le lanzó una mirada de reprobación—. Está bien —cedió, no demasiado entusiasmado—. Algunos de nosotros tenemos dones, capacidades especiales. Según parece, cuando éramos humanos ya poseíamos algo parecido, que al… transformarnos se incrementó —me comentó, mientras yo escuchaba atenta. Eso sonaba interesante. Hubo un pequeño silencio—. Soy capaz de escuchar el pensamiento de los demás, de todos los demás —matizó él. Abrí mucho los ojos, totalmente sorprendida. Lo que faltaba. Un momento. ¿Me estaba escuchando?—. Sí —contestó él, a la pregunta que me había planteado mentalmente.
Estaba segura de que el aspecto de mi rostro sería de profunda indignación, pues era así como me sentía. El irritante chico –no era hermano de Esme y, de hecho, era mucho mayor que yo- podía escuchar cada uno de los pensamientos de todos nosotros. Eso tenía sentido después de ver cómo había reaccionado ante algunas cosas. Aún así, resultaba demasiado molesto no poder pensar en nada que él no fuera a escuchar. Sería incómodo.
De repente me angustió que hubiera sido capaz de ver lo que ocurrió aquella noche y la manera en que quedé, allí en la calle. Apreté la mandíbula, enfadada.
—Y ¿todos tenéis ese tipo de dones? —pregunté, todavía molesta.
—No, no todos —me contestó Carlisle—. Nosotros no tenemos, pero conozco a otros que sí, y son verdaderamente poderosos. En sentido estricto, hay cosas que sí se incrementan con respecto a la vida humana. Tengo la teoría de que los aspectos de nosotros mismos que más nos caracterizaban son, precisamente, los que se amplían —explicó.
—¿Yo tengo alguno? —pregunté ansiosa. Me hacía ilusión poder haber mejorado más aún de cuando era humana. Aunque sonaba muy extraño que pensara tan pronto en pretérito, como si todo estuviera tan lejos de mí.
—No lo sabemos todavía —contestó Carlisle, sonriéndome—. Lo que sí es seguro es que, a partir de ahora, podrás hacer cosas que antes no podías —le escuché, cada vez más atenta—. Por eso, es mejor que permanezcas cautelosa. Incluso si prefieres tomar tu propio camino.
—¿Mi propio camino? —pregunté, alzando una ceja.
—Sí, bueno, no estás obligada a permanecer junto a nosotros. No tienes que formar parte de nuestra familia, si no lo quieres así —me explicó Esme.
—No quiero quedarme sola —dije, sonando casi como una niña. A mi modo, esa era una respuesta afirmativa a su propuesta de quedarme con ellos.
Esme me sonrió, aquello la hacía feliz. Bien, alguien merecía serlo, supuse.
Carlisle también parecía verdaderamente feliz de escuchar aquello. El que continuaba estoico era Edward, a quien parecía importarle bastante poco el que yo me quedara o me marchara. Seguramente lo que él no quería era que yo me quedara, no parecía caerle bien. Eso me irritaba, ya que no le había hecho nada para que me tratara así, únicamente había estado al borde de la muerte y había pasado algo más de dos días de agónico dolor. Y eso, no había tenido ningún tipo de influencia sobre él. La que había sufrido era yo, no era justo que además de eso él se dedicara a ignorarme. Merecía un poco de atención, al menos. Aunque sólo fuera para explicarme cómo funcionaba ese don suyo. O para demostrarme así, que yo no me había vuelto invisible después de transformarme.
Todavía resultaba extraño. Era complicado enterarse de repente que todos los cuentos que pretendían asustarte cuando eras niña, existían de verdad, y más aún cuando tú te habías convertido en uno de ellos.
Respiré hondo. Ni siquiera me sentía igual al respirar, no sentía nada. Carlisle me había dicho que no lo necesitábamos para sobrevivir. No obstante, lo hacíamos por costumbre y más cuando estaban entre humanos, para disimular.
Me paré a pensar en el hecho de no poder acercarme a los humanos, ¿por qué no podría?
—No serías capaz de soportarlo —contestó, como no, Edward—. Durante el primer año uno no controla su poder y la sed es demasiado intensa como para forzar las cosas de ese modo.
—¿Te importa? Hay algo que se llama intimidad —le dije muy molesta. Supuse que todo sería cuestión de acostumbrarse, y más si tenía que convivir con él. Pero seguía incomodándome que pudiera escuchar cada uno de mis pensamientos.
—Lo siento —se disculpó él, incluso parecía avergonzado. Me dio igual, empezaba a exasperarme que hiciera eso.
Regresó su mirada a las profundidades del suelo, pues seguramente aquella horrible baldosa le parecería más interesante que yo. Bien, podía hacer lo que le apeteciera.
Carlisle se levantó de la pequeña banqueta en la que se había acomodado minutos atrás.
—Tendrás que perdonar a Edward, no lo hace con mala intención —me dijo. Con los labios apretados, sin tan siquiera fingir una sonrisa, asentí con la cabeza—. Será mejor que te dejemos descansar un rato. Después tendremos tiempo de hablar y solucionaremos todas las cuestiones que te plazca conocer.
—Si no os importa, me gustaría cambiarme de ropa —sugerí, no quería continuar con aquel vestido. Ni tampoco con lo que él implicaba.
Esme, que se encontraba ya cerca de la puerta, se giró hacia mí.
—Por supuesto, cariño. Qué tonta he sido. Ahora mismo te traigo ropa nueva —me ofreció, y rápidamente salió de la habitación. Y detrás de ella, el resto de los Cullen.
Yo permanecí allí recostada, a la espera de asimilar por completo todo lo que estaba ocurriendo. No iba a volver a ser la misma, eso me habían dicho. Llegaría a tal punto que ni siquiera podría permanecer cerca de personas humanas. ¿En qué me había convertido? ¿Era un monstruo? ¿Eso era yo, a partir de entonces?
No me dio tiempo a indagar más sobre mis propios sentimientos, pues Esme ya se encontraba pidiéndome permiso para entrar de nuevo en la habitación. Traía consigo varias prendas de vestir y se fue acercando, poco a poco, a la cama.
—No sabía qué preferirías ponerte, así que te traigo unas cuantas para que escojas —me dijo, con una pequeña sonrisa. Yo también esbocé una, aunque tampoco me encontraba con demasiadas ganas de sonreír—. Seguro que te quedarán bien, eres preciosa.
Eso sí me gustó. Al menos había alguien que me admiraba, como habían hecho siempre los demás. Una gran sonrisa pobló mi rostro, ya que esa fue mi intención.
Y de pronto noté algo, mi piel no era como antes, al menos no su tacto. Me llevé rápidamente las manos a las mejillas y la nariz, parecía igual que siempre, pero resultaba dura y tersa; como el mármol. Como las paredes del banco en el que trabajaba mi padre, propiedad de los King.
Los ojos se me abrieron de par en par, me encontraba visiblemente sorprendida.
Esme se percató de ello.
—No te preocupes, es parte del proceso. Nuestra piel es… distinta —me explicó, eso no ayudaba nada. Empecé a asustarme, cada segundo más. Seguramente, mi expresión era de terror. Estaba completamente segura. ¿Me había cambiado el rostro? No, no podía ser—. No, por favor, no te inquietes. No era mi intención —se disculpó ella—. Con eso no quiero decir que hayas perdido la belleza, cielo. Al contrario —me aseguró—. Tú misma puedes comprobarlo, en el cuarto de baño hay un gran espejo, si quieres. Pero quizá si haya una cosa que deberías saber, hasta que haya pasado cierto tiempo, tus ojos no serán como los nuestros —hizo una pausa, como si quisiera escudriñar mi respuesta antes de continuar. Yo ya no sabía qué pensar.
—Por lo que más quiera, continúe —le pedí.
—Bueno, al principio es un poco sorprendente, pero pronto te acostumbrarás —fruncí el ceño—. Tus ojos son de un color rojo muy intenso y brillante. Sólo dura un tiempo, hasta que la sangre que tu cuerpo poseía como humana, desaparezca.
¿Rojos? Aquello era demasiado para mí. Me llevé la mano derecha a la frente, de manera inconsciente, y cerré los ojos. Había demasiadas cosas nuevas a las que acostumbrarme y no estaba segura de si esa era una de las que sería capaz de soportar.
Cuando elevé los párpados, vi que Esme continuaba allí de pie observándome. Le hice un gesto con la mano, tomé las ropas que me había traído y salí de la habitación.
Ni siquiera miré el aspecto que tenía, con la misma ropa desde hacía días, tapada con una enorme bata vieja. Únicamente quería darme un baño caliente para volver a recuperarme del todo. Además, necesitaba pensar. Era probable que, después de todo, no fuera tan malo el cambio en el color de mis ojos. Aunque no me entusiasmaba lo más mínimo que el elegido fuera el color rojo, quizá un bonito color dorado como el del resto de los Cullen. Ese no me habría molestado en exceso.
Entré al pequeño cuarto de baño y cerré bien fuerte la puerta detrás de mí. Tomé la ropa de Esme y la dejé bien colocada.
Minutos después, me encontraba tomando el que, probablemente, sería el baño más largo de toda mi vida. Había muchas cosas que quería olvidar con ese agua. Aunque me sorprendió no sentir dolor cuando, en un descuido, el agua caliente superó por mucho a la fría. Bien visto, quizá eso no fuera tan malo.
Cuando terminé de bañarme, me vestí rápidamente y todavía había algo que quería hacer. En realidad, no estaba segura de hacerlo después de todo lo que me habían dicho. Me había infundido gran temor el hecho de los cambios físicos, sobre todo si se tenía en cuenta que normalmente la gente no solía caminar por las calles con los ojos en tonos rojizos brillantes.
Respiré hondo y cerré los ojos un instante.
En el momento en el que creí encontrarme más tranquila, me acerqué a donde se suponía se encontraba el espejo. Esa era mi prueba de fuego. Una mueca recorrió mi rostro, no quería volver a saber nada del fuego. Me recordaba a la agonía que había vivido.
Mirando al suelo, me coloqué frente al espejo. Fui alzando la mirada de manera insegura. Poco a poco, observando mi cuerpo, hasta que llegué a mi rostro. Yo misma pude ver cómo mis propios ojos, de un intenso color rojo, se abrían de manera muy visible. Era lo más hermoso que había visto jamás. No sólo no había perdido mi belleza, sino que era incluso mayor.
Eso me hizo sentirme mucho mejor. Ya no me importaban tan siquiera mis pupilas enfebrecidas. La palidez de mi rostro había adquirido una magnitud mayor, incluso, de la que ya de por sí poseía, pero eso no me resultaba desagradable. De manera incontrolable, una pequeña risa se me escapó. Era hermosa.
Ensanché mi sonrisa casi de manera involuntaria. Era probable que eso no estuviera tan mal, después de todo.
Alcé un poco el mentón, para observarme mejor. Me gustaba lo que veía, me sentía orgullosa.
Giré un poco la cabeza, en busca de algo que no tardé en encontrar: un cepillo.
Mi largo cabello dorado estaba completamente despeinado y mojado, así que comencé a cepillarlo como solía hacer desde que era niña. Y al mismo tiempo pensaba en que no era capaz de comprender, una vez visto mi aspecto, cómo Edward no me prestaba atención. Cómo le era indiferente. Por unos instantes dejé de acordarme de ello, eso no importaba. Al menos, no era de vital importancia.
Continué cepillándome los pequeños bucles mojados de mi cabello, contemplando mi futuro. El futuro que me aguardaba de ese momento en adelante. La eternidad. Una eternidad como una mujer hermosa. Quizá la antigua Rosalie habría desaparecido, pero la nueva acababa de comenzar a vivir.
De repente, escuché que Carlisle me llamaba desde el piso inferior de la casa.
-.-.-.-
N/A: En primer lugar, quiero comentar que, como habréis podido comprobar, he ido siguiendo paso por paso todo lo que Rosalie le cuenta a Bella en el capítulo de "Eclipse" dedicado a su historia. Pero, evidentemente, rellenando el resto de momentos con más cosillas.
El comienzo del fic me costó escribirlo, quería que el dolor físico que Rose sentía pareciera real; no me apetecía escribir cualquier cosa por el simple hecho de que resultara duro, quería que pudiera ser real. Espero poder haberlo logrado (cruzo los dedos).
Evidentemente la parte del diálogo entre Carlisle, Edward y Esme está sacado de "Eclipse". Esa era una de las cosas que estaba obligada a poner tal cual a como estaba en el libro, porque no podía obviarla para mi capítulo. Eso sí, aquí lo que hago es trasladar la visión que tenía Rose en esos momentos, cuando todavía no sabía nada del poder de Edward.
Se perciben muchos cambios en Rosalie a lo largo de los años, tanto en actitudes como en pensamientos. Eso es algo que la propia Rose le dice a Bella, cuando la transformaron al principio veía las cosas de una manera pero, a medida que fue pasando el tiempo, ella y su visión de las cosas cambiaron.
Con esto me refiero también en parte al tema de la belleza. Para Rosalie siempre fue algo muy importante y más en un momento como aquel en el que había perdido su humanidad y estaba destinada a la vida eterna como vampiro; en esos primeros instantes es lo único que la hace feliz de todo aquello, es hermosa, más aún que cuando era humana, y se siente orgullosa.
Y hasta aquí el primer capi. Espero que os haya gustado. No tengo una fecha concreta para subir el siguiente capítulo, depende de varios factores pero lo importante es que está escrito (como el resto), así que no será a mucho tardar.
Si tenéis un minutito... dadle al "Go" ;)
