Los personajes de Candy Candy pertenecen a sus autoras Mizuki e Igarashi. Esta historia es de mi autoría como todas las que he escrito y lo hago sin fines de lucro, solo por entretención.
Nota: El titulo de este capitulo es creacion de mi amiga Stormaw. Muchas gracias por tu ayuda y apoyarme nuevamente con este nuevo fic.
La Dama y el Ranchero
CAPITULO I
Casados por engaños
1880
—¡Me niego a comprometerme con este hombre! –exclamó Candice White frente a todos los invitados que estaban presente en su lujosa mansión. Una mansión que estaba ubicada en el centro de la ciudad de Londres, donde vive con su padre el barón de White, su hermano Michael y la esposa de él, Flammy.
Para la gran cantidad de invitados que habían asistido al compromiso de la hija del barón de White y del hijo del conde de Sheffield no fue ninguna sorpresa, que la joven de diecinueve años reaccionara de esa manera. No era la primera vez que se veía involucrada en un escándalo así, era una rebelde sin causa que ni su autoritario padre la podía controlar.
—Candy tú no puedes hacerme esto –le pidió Alexander, su prometido tomándola del brazo.
Ella bruscamente se soltó de él.
—¡Claro que puedo! ¡Yo nunca estuve de acuerdo con este compromiso!
—Por favor recapacita, no te das cuenta la humillación por la que me estás haciendo pasar…-le suplicó él viendo entre la gente la cara de furia de su padre, un prestigioso conde de Londres.
—Ese no es mi problema –expresó Candy apartándose de el –Lo siento señores, pero hoy no va haber compromiso.
—¡Candice White claro que va haber compromiso! –le gritó su padre que llegó ante ella.
Un elegante hombre de estatura regular, con un corto bigote y con una cara de pocos amigos.
—Lo siento papá…no me comprometeré con Alexander.
—¡Tendrás que hacerlo! -le volvió a gritar su padre con ganas de darle una abofeteada frente de todos, pero para no aumentar más el escandalo se contuvo.
—No lo are…no pienso hacerlo papá ¡Nunca me comprometeré ni con Alexander ni con nadie! –protestó Candy saliendo corriendo del salón, luciendo un hermoso vestido en tono verde de seda, que le combinaba muy bien con su cabello rubio y ojos esmeralda.
No se podía negar que Candice White era una de las jóvenes más bellas de Londres, por lo que pretendiente no le faltaba que soñaban con convertirla en su esposa. Sin embargo ella a todos los despreciaba, no porque se creyera superior a ellos, sino porque no le interesaba el matrimonio. Sus planes no era casarse, ella no había nacido para ser una mujer que tuviera que estar al lado de un hombre y criar hijos. Su gran anhelo era viajar cuando cumpliera la mayoría de edad, quería conocer otros países, otras culturas, y sobre todo disfrutar de esa libertad que nunca ha tenido por ser una señorita de sociedad e hija de un barón muy conocido en Londres.
—¡Candice vuelve aquí! –le gritó el barón tomándose la cabeza –¡Esta muchacha me va a matar!
En eso se acercó Michael el hijo mayor del barón y su esposa Flammy con la que llevaba cuatro años de casado y con un hijo de dos años.
—Ya papá cálmate…-le pidió el joven tomándole un hombro.
—Cómo quieres que me calme, tu hermana no tiene remedio, Candice es una vergüenza para esta familia, la voy a desheredar –expresó el barón con rabia y pensando en hacerlo. Él quería mucho a su hija, pero ya estaba cansado de su actitud, que de alguna manera tenía que hacerle pagar todos los malos ratos que le ha hecho pasar.
—Suegro lo que pasa que es una niña todavía, no sabe bien lo que hace –le dijo Flammy para intervenir por su cuñada a la que le tenía mucho cariño.
—No la justifique Flammy. Claro que sabe lo que hace. Una vez más nos ha hecho pasar una vergüenza.
En eso llegó el Conde de Sheffield furioso con todo lo que estaba pasando.
—Henry mi hijo y yo nos vamos. Lo que ha hecho tu hija no tiene nombre.
—Conde por favor, esperen, les prometo que mi hija se va comprometer con Alexandre.
—Ya no deseo que se realice ese compromiso. Tu hija está completamente loca y no deseo una loca en mi familia –dijo el Conde marchándose.
—¡Que voy hacer con Candy, ya no puedo más con ella! –expresó el barón sintiéndose derrotado por su propia hija.
—Tal vez yo lo puedo ayudar en eso barón –le dijo una mujer mayor llamada Elroy Andrew, una anciana perteneciente a una prestigiosa familia de Escocia.
—¿Usted Elroy? –le preguntó el barón a la mujer, que conocía desde hace varios años atrás, ya que siempre se encontraba con ella en las reuniones sociales donde ambos asistían.
—Si Barón. Por qué no conversamos a sola sobre el tema.
—Por supuesto, vamos a la biblioteca. Michael despide a los invitados.
—Si papá…
El barón llevó a la mujer a la biblioteca, donde se sentó en su amplio escritorio de estilo inglés y Elroy frente de él, en un sillón de tono caoba.
—¿Dígame Elroy como me puede ayudar con mi hija?–le preguntó el barón interesado –La verdad ya no sé qué hacer con ella.
—Lo entiendo barón, es algo que yo también he pasado con mi sobrino.
—¿Con su sobrino?
—Sí, William, el hijo de mi hermano. Él ya es un hombre y también no desea casarse. Yo hecho todos los intentos por que lo haga, pero no hay manera de convencerlo.
—¿Y el donde vive?
—En América, en un rancho, a él le gusta esa vida de campo.
—¿Usted me quiere decir que tal vez su sobrino y mi hija…?
—Se pueden llegar a casar –le terminó la frase Elroy mostrándole una leve sonrisa –¿No le parece una buena idea?
—Pero si ninguno de los dos se quiere casar.
—Podríamos hacerlo por mandato, no es algo muy común, pero es válido. Yo tengo un abogado que se encargue de eso.
—¿Y cómo le aremos para que ellos firmen el mandato?
—Yo me encargaría de que lo firme mi sobrino y usted tendría que hacer lo mismo con su hija, eso sí ellos no se deben enterar de que se trata.
—Sabe Elroy me gusta mucho su idea –comentó el barón tomándose la barbilla.
—¿Entonces lo hacemos?
—Si lo hacemos…y ahora sí que va saber mi hija quién soy yo –dijo el barón con una sonrisa triunfante.
...
Dos meses después Candice White y William Albert Andrew estaban casado por mandato y sin que ellos tuvieran la menor idea. El barón tenía todo preparado para que su hija se marchara a América y se reuniera con su esposo. Era lo que siempre quiso, ver a su hija casada con un buen hombre, aunque nunca imaginó que fuera de esa manera. Habría preferido que las cosas hubieran sido diferente, pero ella misma se lo había buscado por su comportamiento. Sabía que cuando Candy se enterara pondría el grito en el cielo, pero ya nada podría hacer, tendría que aceptar su destino y marcharse América donde comenzaría una nueva vida, que esperaba que la hiciera madurar y cambiar ese carácter tan rebelde de cual ahora su marido tendría que doblegar.
Esa tarde Elroy llegó a buscar a Candy para que tomaran el barco que las llevaría América, el viaje era largo así que cuando más pronto partieran sería mejor.
Cuando a Candy se lo comunicaron se quería morir, no podía creer que su padre hubiera sido tan cruel en casarla sin su consentimiento y con un completo desconocido. Sentía que su padre quería deshacerse de ella, su relación nunca había sido de las mejores, pero hacerle eso le dolía profundamente.
—¡Yo no pienso irme con esta señora! –gritó Candy descontrolada.
—Tendrás que hacerlo, ya eres una mujer casada y tu deber es estar con tu esposo –le ordenó el barón con autoridad.
—¡Nunca te voy a perdonar lo que me hiciste papá!
—Tú me llevaste a esto por tu rebeldía.
Candy se acercó a su hermano.
—Michael por favor no dejes que me lleven –le pidió llorando y aferrándose a él.
—Hermanita lo siento, no puedo hacer nada. Además no es tan terrible que estés casada con un ranchero, ahora vivirás en América en un hermoso rancho rodeada de vacas y cerdos jajajaja.
—¡Te estas burlando de mí!
—¡Michael no te burles de tu hermana! –lo regañó Flammy –Candy te prometo que te voy a escribir muy seguido.
—Gracias Flammy. Tú eres la única que me entiende en esta familia.
—Es hora de irnos –dijo Elroy mirando el reloj del salón –O vamos a perder el barco.
—Ya vayan pronto antes que se vaya el barco –dijo el barón.
—Está bien me voy, pero nunca más voy a volver –expresó Candy saliendo llorando de su casa, sintiendo un gran temor por lo que le iba tocar vivir.
El viaje hacia América duro un mes, donde llegaron a Chicago y cuatro horas después en tren a la localidad de Lakewood, ahí se encontraba el rancho de los Andrew. Un lugar muy grande, con muchos establos, graneros, animales, árboles frutales y flores que estaban alrededor de una gran casa. Candy reconoció que era un lugar bello, pero muy alejado y con un olor a estierco de animal que la hiso sentir nauseas. Realmente su vida iba ser una tortura en aquel rancho, sin su familia, si las cosas que le gustaba y lo peor casada con un hombre que solo conocía de nombre.
—Señora Elroy bienvenida –dijo una joven sirvienta que salió a recibirlas.
—¿Cómo estas Dorothy?–le preguntó la anciana.
—Bien, señora…
—¿Y mi sobrino William?
—El salió a recorrer las tierras.
—Te presento a Candice White, la esposa de William.
—¡Su esposa!–exclamó Dorothy sin entender.
—Sí. Quiero que le preparen una habitación.
—Enseguida señora Elroy. Gusto en conocerla señora Andrew –la saludó Dorothy con amabilidad.
—Yo me llamo señorita Candy, no señora Andrew –la corrigió la rubia con molestia.
Dorothy la miró, realmente no entendía nada.
—Mejor entremos a la casa, venimos cansada por el viaje.
—Acompáñeme señora Elroy.
Las tres mujeres entraron al interior de la casa, que tenía una decoración rustica y campestre. Candy la miró pensando que la sala no era fea, pero le faltaba de un toque femenino, se notaba que en ese lugar necesitaba la mano de una mujer, pero claro ella no pretendía serlo.
—¿Señora Elroy desea algo de beber? –le preguntó Dorothy.
—Una taza de té –respondió la anciana.
—¿Y usted señora Andrew?
—Ya le dije que me llamo señorita Candy….
—Disculpe señorita Candy…¿desea algo de beber?
—No gracias. Lo que quisiera es darme un baño, vengo muerta de calor.
—Dorothy por que no llevas a Candice a mi cuarto para que se bañe mientras le arreglan el suyo –le dijo Elroy.
—Si señora. Señorita sígame por aquí –le indicó la sirvienta.
La rubia la siguió por un largo pasillo, donde entraron a una de las recamara.
—Espéreme aquí para prepararle su baño.
—Gracias Dorothy –le dijo Candy con una sonrisa –Eres muy amable. Disculpa por ser tan pesada, es que me trajeron aquí sin mi consentimiento.
—Comprendo señorita, no se preocupe. Vuelvo enseguida.
Dorothy le sirvió él te a Elroy y después se fue a prepararle el baño a Candy que la estaba esperando sentada en el borde de la cama, muerta de miedo. Ella no era una joven miedosa es más tenía mucho carácter para enfrentar las cosas, sin embargo esto la superaba. De un momento a otro se encontraba en un lugar desconocido y casada con un hombre llamado William Albert Andrew. No dejaba de preguntarse, ¿cómo sería? guapo, feo, joven o viejo, ¿qué carácter tendría y como la iba tratar?, ¿estaría de acuerdo con aquel matrimonio tan extraño? ¿Le exigiría que cumpliera con sus labores de esposa? No, eso la horrorizaba ella no estaba preparada para eso y menos con un hombre que no quería. Su cuñada Flammy una vez le había explicado de las labores de una esposa en el lecho, le había contado su experiencia, donde le dejo en claro que era algo un poco difícil al principio, pero que después se acostumbraba sobre todo si había amor en la pareja. Pero su caso no lo era, como iba a entregarse a un desconocido y que no amaba. No, algo tenía que hacer para librarse de aquello, ¿pero qué…? ¿Que…?
...
Mientras Elroy y Candy esperaban a William Albert Andrew, él se encontraba en una cabaña con su amante Sandra Steven, una hermosa joven sobrina de un conocido ranchero de la región. Thomas Steven, es un hombre rudo y ambicioso que siempre ha odiado a los Andrew por rencillas que tuvo en el pasado con el padre de Albert. Él vive con su esposa Mery, su hijo Tom y sobrina Sandra de la cual se hiso cargo cuando el padre de la joven que era capitán de un barco murió en un naufragio.
Albert hace algún tiempo que tiene una relación secreta con Sandra, una relación pasajera, ya que él no es de los hombres que se compromete. A él no le interesa el matrimonio, es una persona de espíritu libre que le gusta disfrutar de su independencia, por eso nunca ha pensado en casarse a pesar que ya tiene la edad suficiente para hacerlo. Sin embargo Sandra está muy enamorada de él y no pierde las esperanzas de poder llevarlo al altar, sabe que no será una tarea fácil ella conoce muy bien a Albert, pero no se dará por vencida hasta que él se convierta en su esposo.
Ese dia se habían encontrado en la cabaña que está en las mismas tierras de los Andrew, donde como siempre dejaban desatar su pasión.
—Ya tengo que irme –dijo Albert levantándose de la cama.
—Tan pronto cariño…-se quejó Sandra haciendo una mueca –Es temprano todavía.
—Tengo cosas que hacer –contestó él buscando su ropa para vestirse.
—Nos vemos mañana.
—Mañana no puedo, se viene la cosecha y voy a estar muy ocupado –respondió colocándose la camisa -Además no es bueno que nos veamos tan seguido, tu tio puede enterarse de lo nuestro.
Ella se levantó de la cama envuelta en una manta y se acercó a él.
—William tal vez sería bueno que mi tio lo supiera.
—Por favor Sandra, el me odia jamás aceptaría que tengamos una relación –protestó Albert con molestia.
—Es que…tendría que aceptarla.
—¿No te entiendo…?
—William creo que estoy esperando un hijo tuyo –le dijo tocándole el cuello de la camisa.
Él frunció el ceño apartándose de ella.
—¿Que estás diciendo…?
—Que tengo las sospechas que estoy embarazada.
—¿Estas segura…?
—Bueno no, pero hay una posibilidad, estos días no me sentido muy bien.
Albert dio unos pasos tomándose la cabeza.
—No puede ser…tú esperando un hijo mío.
—A lo mejor estoy equivocada, pero si lo fuera lo encuentro maravilloso mi amor, esto no uniría a un más y tendrías que casarte conmigo –comentó Sandra que soñaba con casarse con él.
Albert la miró tragando seco, ya que lo que menos quería era contraer matrimonio y si Sandra estaba en cinta tendría que hacerlo.
—Es mejor que te vea un médico para que te lo confirmé.
—No he querido ver al doctor del pueblo, es amigo de mi tio…
—Entonces ve a otro pueblo y busca otro doctor que te revise, quiero que me confirmé en se embarazo antes de hacer algo –dijo Albert terminándose de colocar su chaqueta y sombrero –Ya me voy, si tienes noticias me avisar.
—Si cariño…-le contestó con una sonrisa.
…
Una hora después William Andrew llegaba a su rancho, muy preocupado por lo que le había contado Sandra, no sabía que decisión iba tomar si ella si estaba embarazada de él, por ahora era mejor que se tranquilizará, así que una botella de licor le vendría bien. Se bajó de su caballo y entró a la sala de su casa cuando vio a su tía Elroy que lo estaba esperando, eso le causo mucha sorpresa, ya que ella no acostumbraba ir muy seguido al rancho y cuando lo hacía le mandaba un telegrama contándoselo para que la fueran a esperar a Chicago.
—¡Tía Elroy! –la nombró sacándose el sombrero.
—William que alegría de verte –contestó ella parándose y acercándose a él donde le dio un beso en la mejilla.
—¿Por qué no me avisaste que vendrías?
—Fue un viaje de improvisto.
—¿Y a qué se debe? Tú no eres de venir mucho por estos lados.
—Bueno William, he venido porque te traje a tu esposa.
—¿Que esposa? –preguntó él desconcertado con lo que le estaba diciendo su tía.
—Te lo voy a decir de una vez. Te he casado por mandato con una joven de Londres.
—¿Que…?
—Que hace dos meces que eres un hombre casado.
—¡Tía Elroy como se te ocurrió hacer algo así! –gritó Albert completamente alterado ¡Esta vez su tía se había pasado de la raya!
—Era la única manera que te casaras, William.
—Ese matrimonio no es válido, que yo recuerde no he firmado ningún mandato.
—Lo hiciste sin darte cuenta…-le contestó Elroy pasándole el documento.
Albert los miró dándose cuenta que estaba casado con una joven llamada Candice White.
—¿Cómo ocurrió esto?
—Te acuerdas cuando te mandé uno documentos de la propiedad de Londres que vendimos.
—Si…
—Bueno en uno de esos documentos que firmaste iba el mandato.
Albert negó con la cabeza.
—¡Tía me engañaste! -protestó.
—Lo siento, pero esto tú te lo buscaste. Comprende que ya eres un hombre grande, que es hora de que tengas una esposa e hijos.
—¡Tía entiende que a mí no me interesa el matrimonio, yo estoy muy bien así solo! No quiero ni una esposa ni hijos. Así que es mejor que le digas a esa señorita que se vaya de aquí, porque no la voy aceptar como mi esposa.
—¡Yo tampoco lo aceptó a usted como esposo! –le aclaró Candy que había estado escuchando toda la conversación.
Albert desvió sus ojos hacia ella, viendo que su esposa era una joven realmente hermosa, pero una chiquilla. Ella también lo miró, viendo la alta silueta de aquel hombre vestido como un ranchero y con una barba larga que lo hacía parecerse un viejo.
—Así que usted es la joven con la que me casó mi tía –le dijo como si le reprochara aquello.
—Lamentablemente si señor…A mí también me casaron sin mi consentimiento.
—¡Genial tía! –sonrió Albert irónico –Mas encima me traes a una joven que tampoco está de acuerdo con el matrimonio.
—William, Candice no es para que se pongan así. Quieran o no están casados, ahora lo que tienen que hacer es conocerse, yo sé que ambos se van a terminar acostumbrando a su nueva vida –dijo Elroy con tranquilidad –Bueno los dejo solos, yo me voy a bañar.
Albert se dirigió a un bar donde se preparó una copa de ron.
—Esto no puede estar pasando –dijo bebiendo bruscamente el licor.
Candy se dio cuenta que era un hombre con un carácter bastante insoportable. Su vida al lado de ese hombre iba ser un martirio.
—Lo mismo digo –le dijo para que notara que ella también estaba furiosa con aquel matrimonio.
—¿Entonces a que vino?
—Me trajeron obligada…
—¿Y no se pudo escapar? Yo en su lugar lo habría hecho.
—Mire señor Andrew…no me venga a echar la culpa de algo que me impusieron como a usted…Para mí esto no es fácil o usted cree que me siento feliz estando casada con un ranchero y viviendo en un rancho donde sale un olor animal insoportable.
Albert frunció el ceño, pensando en que se creía esa chiquilla presumida y altanera que quería que todo el mundo estuviera a sus pies, y que a él lo estaba despreciando por ser un hombre de campo.
—Entonces váyase de aquí si tanto le molesta este lugar…
—Ojala pudiera, pero no puedo, dije que nunca más volvería a mi casa –dijo Candy sintiéndose acorralada.
—Bueno va tener que aguantar este lugar con olor a vaca y a mí. No le queda de otra señorita –le dijo Albert marchándose, pensando en cómo iba salir de ese lio, estaba casado con una chiquilla insoportable y con la posibilidad de tener un hijo de su amante. Si no resolvía pronto esos problemas su tranquila vida de hombre de rancho no volveria hacer la misma.
Continuará…
Hola lindas chicas.
Espero que todas se encuentren muy bien. Gracias a Dios nos vamos a leer nuevamente, aquí les dejo un nuevo fic. Espero que les guste, va estar muy entretenido con romance e intrigas, también escenas de un humor, así que voy a estar esperando sus reviews.
Este capítulo se lo dedico a cada una de las chicas que leyó el final de mi fic anterior, me alegra mucho que les haya gustado la historia y el final. Gracias por todo su apoyo, lo valoro de verdad.
Besitos y muchas bendiciones.
