El corazón de Zelda latía fuertemente después de todo lo sucedido en el día. Se encontraba acostada ya, pero sintiéndose inquieta. Se levantó, y observó el paisaje por la ventana: la nieve caía, cubriendo toda la tierra de blanco; el viento era fuerte, las banderas y los estandartes ondeaban con furia. La luna llena se asomaba a través de las nubes tormentosas.
Sentía un nudo en las entrañas que la hacía sentir mareada, y ponía su respiración agitada. Era el mismo sentimiento que cuando se estaba besando con su amado - o como dirían las mujeres de la corte, se estaba liando- en ese mismo dormitorio por sólo las Diosas saben cuánto, pero aumentado enormemente porque la causa -y solución- de todas esas sensaciones estaba lejos de su alcance inmediato, pero tan cerca al mismo tiempo.
Zelda miró la puerta de espejo que separaba su habitación y la de Link.
Sin pensarlo dos veces se acercó, abrió la puerta, y silenciosamente cruzó el pasaje para llegar a su dormitorio, tal como lo había hecho semanas antes.
Las cortinas entreabiertas dejaban suavemente iluminado el lugar. Todo estaba bañado de la tenue luz azulada de la luna.
Él dormía profundamente, estirado en medio de la cama, sin camisa. La colcha y sábanas estaban apiladas a los pies de la cama.
Zelda quedó con la boca abierta y la garganta seca, quedándose sin aliento por un momento.
Su cuerpo era escandalosa, obscena y pecaminosamente perfecto, claramente más atlético y muscular que lo que había visto en Ordon, producto de su riguroso entrenamiento diario, y bastante lejos de la imagen con la que había fantaseado ella las noches anteriores. Habían cicatrices borrosas y algunas pecas salpicadas en su piel perpetuamente bronceada, volviéndolo aún más tentador.
Mientras lo observaba en silencio, una oleada de pensamientos llenó su cabeza, ninguno de ellos precisamente recatados.
Quiero tocar y saborear tu piel.
Quiero respirar tu aroma.
Quiero sentir tu cuerpo junto al mío, sentir todo de tí.
Te deseo más que nada.
Sus dedos acariciaron ligeramente su brazo derecho. Su piel se sentía exquisitamente cálida, a pesar de su estado de desnudez, pero Zelda encontraba el contraste contra la punta de sus dedos muy agradable.
-¿Se sentirá igual el resto de su cuerpo? -se preguntaba.
Link entreabrió sus ojos al tacto de sus dedos, probando tener el sueño liviano.
-Zelda, ¿qué haces aquí? -murmuró él, sentándose en la cama.
-No podía dormir -susurró- ¿Me puedo acostar contigo?
A Link se le secó la garganta, despertando bruscamente ante esas palabras, y asintiendo, desplazándose a su izquierda.
-Quédate donde estás, por favor -le interrumpió, subiendo ella a la cama, recogiendo la basta de su camisola para evitar tropezarse, sentándose a horcajadas sobre sus piernas.
La joven sentía cómo se le aceleraba el pulso a él al acariciar su pecho. Él la miraba de arriba a abajo, casi creyendo que lo que estaba sucediendo era un sueño lúcido.
-No haré nada que no quieras -le aclaró, nerviosa-. Si quieres que me vaya…
-Ni se te ocurra. Quédate conmigo…-vaciló un momento-... yo también quiero lo mismo que tú…
Y, acercando su rostro al de él, la besó.
El inicio fue suave, dulce y tierno, escalando a besos más atrevidos y apasionados, húmedos y hambrientos, los que fueron más que suficientes para encender el fuego de la lujuria en ellos.
Zelda sólo quería quitarse la ropa y fundirse con él.
Un temido se escapó de la boca a ella cuando él acarició su cuello, dejándola con los pelos de punta. Zelda recogió la basta de su camisola, pausando el beso para quitársela, arrojándola a los pies de la cama. Su deseo de que él la devorara desvaneció cualquier sentimiento de pudor que pudiera haber tenido.
Link se quedó sin aliento ante la visión que tenía ante sus ojos.
-Por todas las Diosas… Zelda… eres increíblemente hermosa... Eres bellísima.
Ella sintió sus mejillas más acaloradas de lo que ya estaban.
-Tócame, te lo ruego -le susurró.
Él obedeció, sus manos recorriendo lentamente toda su piel, partiendo desde sus muslos, los que apretó suavemente, para moverlas hacia sus caderas y cintura, ascendiendo luego hacia sus pechos, no sin antes parar en el pequeño lunar entre ellos, y deteniéndose nuevamente en su cuello. Las tiernas y suaves caricias de sus ásperas manos le sacaban una cadena de gemidos y suspiros de su boca. Zelda se aferró a su cuerpo, acariciando su espalda, besando su cuello, y llenándose de su aroma a tierra húmeda que adoraba.
Ella sintió la pulsión de su virilidad en contra de ella; la delicada tela de su ropa interior empezando a sentirse húmeda por el calor que sentía entre sus piernas al sentirlo a él. Ella rozó sus caderas contra él, para probar otra vez, cada movimiento siendo menos suficiente para satisfacerla, ella quería más y más de ese exquisito calor, una resolución escapando de sus labios:
-Te quiero dentro de mí -gimió.
Link sintió que su corazón se detuvo por un segundo. Nunca pensó que pudiera escuchar tales palabras salir de su boca.
-¿E-estás segura? -tartamudeó un poco-. Si seguimos, no habrá vuelta atrás… -suspiró- ¿quieres que esta sea nuestra primera vez?
Zelda sonrió.
-Sí no lo quisiera no estaría aquí - aclaró, y lo besó.
Ella soltó las cintas laterales de sus bragas para quitárselas, dejándose admirar por un momento, antes de que él se desvistiera también.
Zelda recordó en esos instantes todas esas historias que escuchaba de las señoras y señoritas de la corte -todas con distintos grados de vulgaridad- las que ciertamente fueron increíblemente ilustrativas con respecto al sexo y la intimidad, pero se dio cuenta de un gran detalle que había pasado por alto: nadie está absolutamente preparado para enfrentar su primera vez.
-No hay manera que eso vaya entrar en mí - pensó, observando la desnudez de su amado en detalle.
Se encontraba en un extraño lugar entre la excitación y el nerviosismo, pero, tras respirar profundamente, dejó que el instinto y el deseo la guiaran.
Aprovechando de que Link todavía estaba sentado frente a ella, se puso nuevamente de horcajadas frente a él, acomodándose y abriendo su cuerpo para dejarlo entrar en ella.
El mero roce con ella lo estremeció, sacándole un gemido grave, casi como un gruñido. Para Zelda fue el sonido más exquisito y sensual que jamás hubiera escuchado, quedando fascinada con las cosas que ella le podía hacía sentir.
Poco a poco, él la fue penetrando, ella sintiendo pequeñas oleadas de tensión mezclada con placer, el que predominó una vez que sus cuerpos estaban unidos.
-¿Estás bien? -Link le preguntó preocupado, acariciándole el cabello tiernamente.
-Sí, lo estoy - asintió, con la respiración no tan agitada.
Él la besó, y ella lentamente comenzó a moverse encima de él. Con cada roce y contoneo de sus caderas, Zelda sentía cada pulsión y movimiento de él dentro de ella.
-Se siente tan bien. Nuestros cuerpos se completan perfectamente - pensaban.
Gemidos, gruñidos, suspiros y jadeos reemplazaron las palabras entre ellos, sus instintos tomando las riendas por completo. Sus nombres se desvanecieron y sus cuerpos se dejaron llevar por la marea de placenteras y nuevas sensaciones.
Las manos de Link se paseaban por la espalda de Zelda, su boca devorando la piel de su delicado cuello. Ella con cada una de sus acciones se sentía más húmeda, y un nudo de placer acumulándose en su centro.
A pesar de su falta de experiencia, conocían el uno el cuerpo del otro, como si hubieran hecho eso desde siempre, ambos disfrutando de esa familiaridad, deseándose más y más, con un ansia imperiosa.
En un arrebato, Zelda movió sus caderas hasta caer en un frenesí, su cuerpo temblando mientras un placer incontrolable recorría todo su cuerpo, gimiendo y sus uñas clavadas en la espalda de Link, que acariciaba su piel, cada toque sintiéndose como una pequeña descarga eléctrica en su piel.
Sus gemidos se volvieron suaves suspiros al volver en sí, y la gloriosa sensación que dejó su orgasmo se desvaneció lentamente de su cuerpo.
-¿Todo bien? - susurró Link, besando sus mejillas.
Una sonrisa amplia y satisfecha fue su respuesta.
-Tomaré eso como un sí - contestó con una risita.
Con cuidado, él la abrazó, bajándola de su regazo y tendiéndola en la cama, cambiando de posiciones.
-No te voy a dejar acaparar toda la diversión -susurró, besándole el cuello.
Zelda estaba tan perdida en su propio placer que había olvidado una cierta parte de él todavía estaba más que firme y dispuesta.
Se acomodó para unir su cuerpo al de ella nuevamente, apoyándose en sus codos para no dejar caer todo su peso sobre ella.
-¿Te molesta? - le preguntó tímidamente.
-Para nada - Zelda contestó, acariciando su cuello, sus uñas rozando su nuca -, lo encuentro agradable, de hecho.
Aunque sus caricias lo tenían tembloroso, se empezó a mover.
Sus cuerpos se fundían nuevamente, devorándose a besos, aferrándose el uno al otro, disfrutando del roce de sus pieles y de su calor.
Zelda le rogaba en gemidos por más; él la complacía gustoso, liberado de todo pudor, como si hubiera dado rienda suelta a algo salvaje y fiero en él, que contrastaba con su dulce, calmado y tímido exterior, pero que para sorpresa de su amada, le sentaba extraordinariamente bien.
Ella se dejó llevar, completamente a la merced de su mezcla de pasión y ternura.
Zelda sentía el placer acumularse nuevamente en su centro, más intensamente que la vez anterior. La inminencia del momento la tenía convertida en un mar de gemidos, su espalda arqueada, y al momento del clímax, intenso y sobrecogedor, el nombre de su amado se arrancó de su garganta en un grito.
Inmediatamente, sintió el cuerpo de él tensarse y temblar, y un gemido lleno de satisfacción.
Ambos entre jadeos y risas se besaban tiernamente, preguntándose cómo había sido posible que hubiesen desconocido tal placer, alegría y dicha por tanto tiempo.
Tras recuperar el aliento, Link se levantó y sacó una toalla del baño. Zelda al sentarse, vio unas salpicaduras en su vientre.
-Hay cosas para las que no estamos preparados aún… no podría poner tu reputación en riesgo -le dijo limpiando su piel-. Aunque seas la criatura más bella y salvaje que haya visto en mi vida, eres la Reina de este lugar.
Su comentario le sacó una sonrisa, por la ternura de ese gesto de protección, aunque su desnudez la distraía un poco de sus palabras. Tras dejar la toalla en el baño, volvió a la cama con ella.
-No sé cómo decírtelo… -respiró profundo- …¿Te gustaría quedarte a dormir conmigo, aunque mañana me levante al alba?
-Sabes que me encantaría -le respondió con un beso-. Volveré a mi cama cuando te tengas que ir.
Los dos se arroparon y abrazaron, frente a frente, piel con piel.
-Dulces sueños, mi Loba -Link dijo con un bostezo.
-¿Perdón? ¿qué es eso de "Loba"? -rió, exigiendo una explicación de él-. Que recuerde, tú eras el del pelaje suave y mirada salvaje…
-Hay luna llena, eres una criatura hermosa y salvaje, que se acaba de devorar a este inocente campesino -dijo, acurrucándose contra el cuello de Zelda-, y te amo.
-Yo también te amo -ella rió-. Dulces sueños.
Esa noche, Zelda durmió como nunca, soñando con bosques, los campos y colinas de Ordon, y al despertar esa fría mañana, cruzó su mirada con Link, deseando despertar para siempre con él.
