Capítulo 1
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El autobús llegó a Gravity Falls a las siete de la mañana. Dipper y Mabel Pines se despertaron en cuanto el autobús llegó a la estación. Habían pasado todo el camino sentados, así que cuando se levantaron estaban totalmente entumidos, y a Mabel se le había dormido el pie izquierdo.
–Llegamos. – Dijo Dipper, emocionado.
–Me pregunto quién vendrá a recibirnos. –Respondió Mabel, mientras se sostenía del asiento en que había viajado y levantaba el pie que se le había dormido.
–Bueno, al menos sabemos que el tío Stan y el tío Ford no vendrán hoy. –Dijo Dipper con tristeza.
Ford había llamado al celular de Dipper cuando sólo había pasado media hora de haber abordado el autobús. Ambos tíos estaban de viaje todavía, y aunque ya estaban empacando para regresar, les tomaría dos días llegar a Gravity Falls. Por supuesto, sus padres ignoraban esta situación.
–Descuida, los veremos en tan solo dos días. –Le respondió Mabel, poniendo su mano sobre el hombro de Dipper.
En cuanto se abrió la puerta del autobús, Waddles salió corriendo, seguido por el conductor, que fue directo hacia el baño de la estación. Luego bajó Dipper, que aspiró una enorme bocanada de aire fresco con olor a pino tan pronto puso un pie fuera del autobús. Y finalmente Mabel, que bajaba los escalones del bus saltando en un solo pie. Dipper se quedó parado, sonriendo al haber regresado por fin a Gravity Falls. Pero en ese instante Mabel perdió el equilibrio, haciendo que ambos cayeran boca abajo sobre el suelo.
Waddles no dejó pasar la oportunidad para lamerle la cara a Dipper.
–Waddles, ya basta. –Dijo él, y como pudo se levantó y ayudó a Mabel a levantarse.
Mientras Mabel estiraba su pie deteniéndose del autobús, Dipper regresó por las maletas que se habían quedado dentro. En total tenían cinco maletas: una llevaba las pertenencias de Dipper, tres eran de Mabel (una para la ropa y accesorios, otra solo para los suéteres y la última tenía materiales para hacer más suéteres), la quinta, más pequeña, tenía cosas que Mabel había comprado para el cuidado de Waddles, en su mayoría comida.
Una vez que Mabel estaba recuperada, tomaron las maletas (Mabel dos y Dipper tres), y caminaron un poco por la estación, hasta que se dieron cuenta que...
–No ha venido nadie… –Mabel se detuvo en seco, y Dipper hizo lo mismo un par de pasos después. En efecto, la estación estaba totalmente desierta.
–Tal vez no nos esperaban tan temprano. –Le dijo Dipper a manera de consuelo.
Mabel estaba a punto de romper en llanto, cuando una voz conocida lanzó un grito de frustración desde afuera de la estación. Ambos salieron, y se encontraron a la persona menos esperada en la situación menos esperada: Pacífica Northwest peleaba a golpes contra un letrero que decía: "No aparcar, entrada y salida de autobuses las 24 horas".
–Pacífica… –Mabel la llamó.
–… ¿qué estás haciendo aquí? –Dipper terminó la frase.
Pacífica se quedó helada por un momento. Luego se volteó lentamente mostrando una sonrisa apenada y una cara sonrojada, que se convirtió en una cara de asombro cuando se dio cuenta de quién le hablaba.
–Oh, ¿ustedes? ¡Vaya, pero si han crecido! –Se acercó con la mano extendida, esperó a que soltaran las maletas y les dio un apretón de manos a ambos.
–Lo mismo digo…. –Le respondió Dipper mientras le estrechaba la mano y la miraba atentamente. Aunque no por mucho, Pacífica era ahora la más alta de los tres.
Mabel no le estrechó la mano, si no que directamente se lanzó a abrazarla.
–Yo lo diría dos veces… ¡Me da gusto verte, Pacífica! –Le dijo. Pacífica al principio no supo qué hacer, pero luego le devolvió el abrazo.
–También me da gusto verlos. –Respondió. Acto seguido, se separó de ellos y los miró a ambos con una sonrisa. –Creí que no vendrían este año. –Admitió. –Hace un par de días, que estuve en la cabaña, me sorprendí al no ver ni rastro de ustedes.
–Sí, pasamos la primera semana del verano en la playa con nuestros padres. De hecho, ¡todavía tengo las marcas de un cangrejo que me atacó! –Dijo Mabel, orgullosa. Luego bajó la voz hasta que se convirtió en sólo un susurro. –Te las puedo mostrar si quieres. –Luego señaló su pie izquierdo.
–Emm… No, gracias. Eso sería asqueroso… –Dijo Pacífica mientras se apartaba un poco de Mabel, haciendo todos sus esfuerzos por no parecer grosera.
– ¡Un momento! –Interrumpió Dipper. -¿Qué hacías tú en la cabaña?
Pacífica se sonrojó como nunca en su vida. Recordaba haberle dicho a Dipper que el lugar era una pocilga.
–Bueno, yo… yo quería saber si ya habían llegado, y… bueno, pues saludarlos y eso… Además, necesitaba comprar algunas cosas.
Dipper no podía imaginar qué tipo de cosas querría una chica como Pacífica de la cabaña, pero decidió ya preguntar nada. Sería otro misterio que resolver.
–Bueno, pues ya estamos aquí, nos quedaremos en la cabaña, ¡y puedes venir cuando quieras! –Dijo Mabel, emocionada.
–Sí, bueno, siempre que el Señor Misterio esté de acuerdo con ello. Es un tipo realmente agradable, ¿saben? Además, debo hacerlo a escondidas de mis padres, no les gustará enterarse que voy. Ustedes saben cómo son ellos… –Pacífica balbuceaba mientras se sonrojaba cada vez más, y Dipper no le daba crédito a sus oídos.
–Bien, vamos a ir ahora. Yo creo que iremos caminando, porque nadie ha venido. ¿Por qué no vienes con nosotros? Claro, que justo ahora, estaremos desempacando, acomodándonos y esas cosas, pero tal vez podamos desayunar algo. –Mabel la invitó, emocionada. Había olvidado el hecho de que nadie había venido. –Entonces, ¿vienes?
Tal vez pueda ayudar con un par de maletas, pensó Dipper.
– ¡Ahora! –Saltó Pacífica. -¿A esta hora? ¡No! –Luego se calmó un poco. -Creo que debería ir a arreglarme un poco y pasar por ahí al rato, a eso de las tres. –Al criterio de Dipper, Pacífica no se veía nada mal. Llevaba ropa deportiva, que le hacía resaltar su figura. –Espero y no tengan algún inconveniente con eso…
– ¡Desde luego que no! –Respondió Mabel con una sonrisa. –Claro, que si quieres puedes llegar antes para que pasemos más tiempo juntos…
–No, no, a las cuatro espero estar libre, pero intentaré estar libre antes…–Pacífica parecía un tomate con pelo rubio. –Bien, debo irme. Estaba haciendo ejercicio, ¿saben? ¡Correr! Ayuda a mantener la figura…
–Claro. –Dijo Dipper.
–Dipper también corre: cuando hace ejercicio o cuando lo persigue la banda del ex novio de su… –Mabel no pudo terminar antes de que Dipper le tapara la boca.
–Bien, debo irme, ¡nos vemos luego! –Dijo Pacífica, y salió corriendo despavorida. Espero que no sospechen nada, pensó.
– ¡Mabel! ¡Lamiste mi mano! ¡Eso es asqueroso! –Dijo Dipper mientras retiraba y sacudía la mano.
– ¡Nos vemos al rato, Pacífica! –Mabel se despidió agitando la mano. Luego de volvió hacia Dipper, que aún sacudía su mano, buscando algo con qué limpiarse. –Dipper, qué manera tan fea tienes de despedirte.
– ¿Desde cuándo Pacífica sale a correr? –Preguntó Dipper para desviar el tema, aún sin creerse una palabra de la conversación que había tenido lugar hace un momento.
–Ha sido un año muy largo… -Respondió Mabel.
–Sí, de doce meses. –Dijo Dipper para sí mismo.
Entonces Waddles salió corriendo calle abajo. Mabel le gritó que se detuviera y salió tras él. Dipper apenas acababa de comprender la situación, y se preparaba para ayudar a su hermana a atrapar al porcino, cuando una mano fuerte le tapó los ojos, impidiéndole correr.
–Esperen, ¡¿Qué sucede?! –Palpó la mano que lo había atrapado, una mano de piel fría. -¿Qué sucede? ¡Auxilio!
Entonces sintió como esa persona le quitó la gorra, e inmediatamente después la reemplazó por una menos pesada, y le habló. Dipper se tranquilizó al oír esa voz tan familiar.
–Adivina quién... –Pero no pudo terminar la frase antes que Dipper volviera a gritar, esta vez de emoción.
– ¡Wendy!
–… soy. –Lo soltó. Dipper se volteó y la abrazó.
–No tienes idea de cuánto te extrañé. –Dijo Dipper. Wendy correspondió el abrazo.
–Lo mismo digo yo, socio. –Respondió ella. Acto seguido se separaron y se sonrieron. Luego chocaron los cinco. –Bueno, vaya que has crecido. –Observó.
–Sí, un poco. –Respondió él.
– ¿Un poco? Vaya Dipper, el verano anterior yo tenía casi el doble de tu estatura, ahora sólo son unos cuantos centímetros. –Observó mientras se acomodaba su gorra de leñadora.
-Bueno, tal vez haya sido así… tú sabes, la pubertad y eso…
- ¡Wendy! –Mabel interrumpió la conversación con un grito. Estaba a media cuadra caminando de regreso, Waddles junto a ella. Justo detrás de ella venía caminando Melody, la novia de Soos.
Mabel llegó hasta Wendy y la abrazó sin darle oportunidad de decir una palabra siquiera.
-¡Mabel, me da gusto verte, amiga! –Le dijo Wendy cuando se separaron, mientras le daba un golpe amistoso en el hombro. –También creciste, ¿eh?
–Sí, sigo siendo más alta que Dipper.
Melody llegó hasta ellos y los saludó con una sonrisa.
–¡Hola, chicos! Soy Melody, la novia de Soos. Si se acuerdan de mi, ¿cierto? –Dijo mientras se acercaba.
–¡Sí! ¿Por qué no lo haríamos? –Preguntó Dipper. –Soos se la pasó hablando de ti cuando nos visitó en febrero…
–Bueno, pues sólo nos hemos visto un par de ocasiones, así que creí que tal vez no se…
– ¡Me da gusto verte, Melody! –Dijo Mabel y la abrazó.
–…Acordarían muy bien.
–Melody, ¡hay que ir a la cabaña! Seguro los chicos tienen hambre. –sugirió Wendy.
– ¡Claro! –Luego se dio tiempo para que Mabel se separara de ella, y miró a los gemelos. –Será un desayuno delicioso. ¿Vienes, Wendy?
– ¡Sí, claro que voy! De paso me quedo a trabajar.
–Pero creí que hoy era tu día libre…
–No, mi día libre es mañana. Soos me lo cambió, solo por ésta semana. Te ayudaré con la cabaña en lo que Soos y Abuelita regresan.
–Oh, vaya. ¡Pues me alegra eso! Por un momento creí que la cabaña se iba a quedar solo con nosotros atendiéndola…
Habían comenzado a caminar en la dirección en la que Melody había venido. Dipper y Mabel se habían perdido en este punto de la conversación entre amabas chicas.
El gemelo menor fue el primero en preguntar.
–¡Un momento! ¿Soos no está? ¿Dónde fue?
–Oh, tuvo que llevar a Abuelita esta mañana a una cita que tenía en Salem, a las diez.
–¿Cita de qué? ¿En el hospital? –Preguntó Mabel, sobresaltada y preocupada.
–No, no, no. Abuelita está bien, no se preocupen. Es sólo un asunto de papeleo. Abogados y esas cosas. Estarán aquí por la tarde. –Respondió Melody.
–Bien, ¡No puedo esperar a verlo! –Dijo Mabel.
A excepción de Stan y Ford, a quienes habían visto en las vacaciones de navidad, y a Soos, que los había visitado en Piedmont en febrero, no habían visto a ningún otro habitante del pueblo en un año.
–Oye, Wendy, pidamos un taxi, llevamos muchas maletas. –Opinó Melody.
–Estoy de acuerdo. –Respondió la pelirroja. Acto seguido, levantó la mano y detuvo a un taxi que pasaba por ahí…
En las afueras de Minneapolis, Minnesota, un camper se había detenido a cargar gasolina. Mientras la manguera llenaba poco a poco el tanque, un hombre se estiraba al lado del camper. Tenía la espalda entumida, pues había estado conduciendo por varias horas. Estaba vestido con un suéter azul marino, pantalón y una desgastada gabardina de color beige. Se trataba de Stanford Pines. Al terminar, se recargó en el camper y tomó una bocanada de aire fresco. El lugar, al igual que Gravity Falls, estaba lleno de pinos y tenía un relajante silencio…
…Silencio que fue interrumpido por un grito.
– ¡Corran!
Ford abrió los ojos y observó desconcertado a su alrededor.
– ¡Corran! –Se escuchó de nuevo el grito. Inmediatamente después, se escuchó un rugido enorme que hizo que Ford actuara por instinto y se pusiera a la defensiva. Había algo sobrenatural ahí.
Localizó la fuente del rugido: provenía del interior de la tienda que había al lado de la gasolinera, de la cual el cajero y un par de cliente salían disparados al mismo tiempo que se escuchaba otro rugido. Ford tomó la primer arma que encontró (la magnética) y corrió dentro de la tienda, listo para contener lo que quiera que fuese. Pero al llegar, se encontró con una situación peor de lo que pensaba…
Cuando el Taxi se detuvo, acomodaron las maletas en la cajuela y subieron: Dipper, Melody y Wendy atrás, y Mabel y Waddles en el asiento del copiloto.
– ¿Conoce la cabaña del misterio? Ahí es a donde vamos. –Dijo ella.
– ¡Claro, niña! ¡Oh, tu cerdito es hermoso! –Y el taxista comenzó a conducir. –Saben, la última vez que alguien me preguntó si conocía la Cabaña del Misterio, me pagó mucho dinero para conducir lo más lejos que pudiera de ahí. Fui hacia el sur, incluso crucé la frontera con México. ¿Conocen la comida mexicana? ¡Nunca he probado mejor comida! Aunque, bueno, tal vez… –El taxista no dejó de hablar de diversos temas hasta que llegó a la cabaña. Melody fingía un poco de interés, y la única que estaba realmente interesada era Mabel–…Y así fue como el amor de mi vida me cambió por un abogado adinerado. Serían diez dólares.
Por fuera, la cabaña estaba igual que el verano pasado, a excepción de la "S" de Shack, que ahora estaba tirada sobre el tejado de diferente forma. Seguro Soos la había intentando reparar, pero se había vuelto a caer.
–Vaya, ese letrero es irreparable –exclamó Dipper.
Después de pagar y bajar todas las maletas, entraron a la cabaña. Por dentro, estaba mucho más ordenada que cuando Stan la administraba. No obstante, seguía teniendo el mismo ambiente tranquilo con misterio latente que se había vuelto tan familiar.
Waddles subió corriendo las escaleras.
–Ustedes dos pueden subir a desempacar mientras el desayuno está listo. No les molesta seguir compartiendo habitación, ¿cierto?
–No. –Respondieron los gemelos al unísono.
–De acuerdo, entonces vayan y diviértanse. Wendy…
–Yo subiré a ayudarles. –Dijo la pelirroja antes de que Melody pudiera agregar otra palabra.
Mabel subió corriendo con dos de sus maletas, Dipper con la suya y una de Mabel y Wendy con la de Waddles. En cuanto llegaron a su habitación, abrieron la puerta y entraron. Para la sorpresa de los gemelos, no había polvo por ninguna parte, y las camas tenían sábanas que, evidentemente, habían sido lavadas hace poco.
Ambos gemelos se recostaron en sus respectivas camas.
–Ah… ¡estuve sentado las últimas dieciséis horas! –Exclamó Dipper.
–Oh… Ya no está mi mancha de moho favorita. –Observó Mabel al recostarse en su cama y mirar hacia arriba.
–Y, bueno, ¿qué ha pasado en este año? Quiero saberlo todo. Todo. –Preguntó Wendy, mientras dejaba la maleta de Waddles en el suelo para luego sentarse en la cama de Dipper.
–Bueno, no mucho. Ya sabes, la escuela va bien. Entraremos a secundaria este año. –Comenzó Dipper. –Me gradué con una mención honorífica…
Pero Mabel lo interrumpió en este punto.
– ¡Dipper tiene novia!
– ¿De verdad? –Preguntó Wendy dirigiéndose a Dipper.
–Sí, la verdad es que no me lo esperaba, pero cuando lo hizo, ¡booom! ¡Fue todo una noticia en la escuela! Y es que su novia es la chica más popular de la escuela…
– ¿Cómo se llama? –Preguntó Wendy a Dipper.
–Se llama Carla. Carla Pines. –Volvió a responder Mabel.
– ¿Carla? Es un bonito nombre… Espera, ¿qué? ¿Se apellida Pines? –Preguntó, sorprendida por un momento.
–No. –Esta vez respondió Dipper. – Carla Greengrass. Su apellido es Greengrass.
Dipper intentaba ser cuidadoso: recordaba que Wendy le había gustado el año pasado, e incluso le seguía pareciendo guapa en cierta manera. Pero estaba totalmente seguro que Wendy también lo recordaba, y sentía que la conversación iba hacia un lado totalmente incomodo. Algo que Mabel, evidentemente, no lograba captar.
–Aún. –Agregó Mabel. –Pero su futuro apellido es Pines, ¿No es cierto Dipper?
–Bueno, sí, supongo…
Wendy pudo atisbar un poco de inseguridad e incomodidad en la respuesta de Dipper. Lo cierto es que esa conversación la hacía sentir un poco incómoda, aún cuando a Mabel no se le hubiera ocurrido eso en ningún momento. Respecto a la inseguridad de Dipper, no dijo nada. Hubo un momento de silencio incómodo, el cuál fue roto por la pelirroja.
– ¿Algún misterio por aquellos lugares? –Preguntó para cambiar el tema.
–Sí, alguna vez te debo contar la historia de cómo conocimos a una chica que en realidad era un fantasma, ¡y vivía a dos cuadras de nuestra casa!
–También conocimos a una familia de tritones en la playa la semana pasada.
– ¡Me muero por contárselo al tío Ford!
–Bueno, ¿y por qué no nos lo cuentas a todos durante el desayuno? –Interrumpió Melody, quién entró a la habitación y se recargó en el marco de la puerta. –El desayuno está listo, ¿por qué no bajan?
– ¡Genial! –Dijo la pelirroja, incorporándose con un salto increíblemente rápido. –Muero de hambre.
Los gemelos se levantaron de las camas y bajaron a la cocina para tomar el desayuno, seguidos por Wendy y al final por Melody. Mientras bajaban, percibieron un delicioso aroma a panqueques, que era especialmente atrayente.
– ¿Cómo es que estuvo el desayuno tan rápido? Ni siquiera tuvimos tiempo de escapar… quiero decir, desempacar. –Observó Mabel. –Eres una cocinera especialmente rápida. Es un cumplido.
Melody soltó una pequeña risita.
–Te lo agradezco, Mabel. La verdad, la cocina no se me da mal, ni tampoco es especialmente buena. Sin embargo, esta ocasión tuve un poco de ayuda.
– ¿Ayuda de quién? –Preguntó Dipper mientras llegaban a la cocina.
– ¡Sí! ¿Quién recibió ayuda de quién? –Preguntó una voz desconocida desde la cocina. La voz de un chico.
Moreno, de pelo negro azabache lacio y ligeramente largo. Su complexión era delgada y era tan alto como Wendy. Estaba recargado en la alacena con los brazos y piernas cruzadas, con una ligera sonrisa pícara. Vestía una camiseta gris con un rectángulo negro en el centro, en el que se leía ¡Bienvenidos a G.F.! con letras amarillas. Tenía puesto un sombrero tubular de chef con una carita feliz en la parte de enfrente.
–Estábamos hablando de ti. De cómo me ayudaste a preparar el desayuno.
–Ah, era eso… –Dijo el chico, alargando el Ah más de lo necesario.
– ¡Hola, Dan! –Saludó Wendy detrás de los gemelos, y se adelantó a ellos en cuanto todos hubieron entrado a la cocina. –No sabía que estabas aquí.
–Corduroy, siempre estoy aquí. Salvo cuando salgo, por supuesto. –Dijo él, sonriendo y chocando los puños con la pelirroja. –Ahora, supongo que debo presentarme a los recién llegados y a los lectores de este fanfiction...
Acto seguido, se volvió hacia los gemelos y les ofreció el puño para que cada uno de ellos lo chocara.
–Me llamo Daniel, pero pueden llamarme Dan o Danny. Ustedes y yo nos llevaremos muy bien, estoy seguro. –Metió una mano en el bolsillo de su pantalón, y sacó un par de stickers que pegó a cada uno de ellos (a Mabel en el suéter y a Dipper en la gorra). Ambos stickers eran la cara de un castor sonriente.
– ¡Vaya! ¡Quedan bien! –Observó Mabel, tomando su suéter y luego mirando la gorra de Dipper.
–Sí, eso pensé. Les daría una tarjeta de presentación o algo así, pero tendría que ir a mi habitación a hacerlas, pero justo ahora tengo hambre, así que tal vez sea más tarde.
–No te preocupes, esto está genial. –Dijo Mabel.
–Y entonces, Dan, ¿trabajas aquí? –Preguntó Dipper. Aún cuando el chico resultaba agradable, no podía evitar desconfiar un poco de él: era un viejo hábito que databa del verano pasado.
–Se podría decir que sí: trabajo aquí. Aunque también duermo aquí.
– ¿Cómo? –Preguntaron los gemelos, un poco confundidos.
–Dan pasará también el verano con nosotros… –Comenzó Melody.
–Sí. Vine a pasar estos meses con mi Abuelita y mi primo Soos. Y ya que ellos viven aquí ahora, también lo haré yo. En otras palabras, ¡ustedes y yo viviremos juntos! ¿No es a caso genial?
– ¡Sí! –Gritó Mabel. ¡La pasaremos de maravilla! ¡Tenemos tanto que hacer!
–Sí, tantas cosas. Desayunar, por ejemplo. –Intervino Melody.
–Melody, amiga: tienes un punto. –Respondió Dan. – ¡Todos a comer!
Se sentaron a la mesa. Melody repartía los platos, cubiertos y vasos, y Dan hacía los últimos ajustes al desayuno. Luego, con agilidad y destreza comparables a las de un profesional, Dan sirvió los panqueques con una sonrisa.
Dipper, sin importar la ligera desconfianza que sentía hacia el familiar su amigo Soos, se abalanzó sobre la comida. No sabía si era el hambre que tenía o si de verdad eran tan buenos, pero en ese momento Dipper pensó que era lo más delicioso que había probado en su vida. Lo cierto es que todos comían con entusiasmo y casi sin intercambiar palabras, más que para pedir la miel o la jarra de jugo. Sin embargo, mientras el desayuno avanzaba, los gemelos hicieron algunas preguntas al recién llegado, por lo que pudieron averiguar algunas cosas: vivía en la Ciudad de México, tenía catorce años y le gustaba cocinar (lo cual era evidente). Los gemelos también contaron algunas cosas y anécdotas sobre ellos, sobre todo anécdotas del verano pasado.
Sin embargo, el tiempo iba pasando, y de repente, Melody interrumpió diciendo:
–Bueno, ya casi es hora de abrir la cabaña. –Se levantó, y miró a todos. –Necesitamos a alguien que sustituya a Soos por hoy, así que ¿quién puede ocupar el puesto del Señor Misterio hoy? –Luego miró de uno en uno hasta detenerse en Dan. –Dan, ¿puedes…?
–Gracias, pero no gracias. – Interrumpió el moreno. –Nada personal, pero alguien debe ordenar la casa. Ya sabes, labores domésticas, por ejemplo… ¡lavar todos estos platos! –Lo cierto era que tan grandioso desayuno había dejado una enorme pila de trastes en la tarja. – Además, ¡mira! ¡Wendy quiere hacerlo! –Completó, señalando a la pelirroja.
– ¿Qué? ¡No es cierto! Mi puesto es en la caja registradora…
– ¡Perfecto! Wendy, ve a cambiarte.
Y dicho esto, Melody salió rumbo a la parte del museo en la cabaña para asegurarse que todo estuviera listo.
– ¡Tú vas a pagar por esto, Ramírez! –Dijo la pelirroja, mirando a Dan con cierto enojo.
El chico, quien ya se encontraba limpiando la cocina, solamente soltó una ligera carcajada, entre ligera y genuina, y sin voltearse, respondió.
–No, no lo haré.
– ¡Olvídenlo! Yo lo haré. – Saltó Dipper.
– ¡Perfecto! –dijo Wendy, y salió de la cocina rumbo a la caja fuerte. Mabel salió con ella. –Te Debo una, Dipper.
Una vez que se quedaron solos, hubo un silencio que Dan rompió al cabo de un minuto.
– ¿Sabes qué? Yo también te debo una. Creo que de verdad pensaba vengarse…
…La tienda estaba completamente destrozada, y Stan se encontraba en la esquina de la tienda, acorralado por una bestia peluda y musculosa de alrededor de dos metros.
–Ah, no: Si quieres llegar a ellas, ¡tendrá que ser sobre mi cadáver! –Gritaba Stan, mientras agitaba un puño y sostenía una caja azul cielo bajo el otro brazo.
– ¡Stan! –Gritó Ford, distrayendo momentáneamente a la bestia, momento que fue aprovechado por Stan para darle un puñetazo que la hizo retroceder un par de metros.
Luego, la bestia se puso sobre cuatro patas y se dio la vuelta: no era más que un oso joven, pero visiblemente feroz y enojado. Ford activó su arma y atrajo la caja fuerte de hacia él.
– ¿Qué le hiciste? –Preguntó Ford en voz alta, mientras le lanzaba la caja fuerte y el oso la esquivaba ágilmente. Acto seguido, se abalanzó sobre él, por lo que Ford tuvo que correr por los pequeños pasillos, confundiendo al oso.
–¡No le hice nada! ¡Ni siquiera lo vi entrar! –Con una mano, Stan también buscaba algo que pudiera usar como un arma. Con la otra, seguía sosteniendo la caja. El oso lo localizó y corrió hacia él. Stan le lanzó la caja a Ford, quién la atrapó con destreza sin saber qué era. – ¡Que no la tome el oso!
Ford leyó lo que decía la caja: Chipackerz.
– ¡Es la última caja, así que no la pierdas! –Le gritó Stan. – ¡Ahora va hacia ti!
– ¿Todo esto por unas galletas? ¿Es en serio, Stanley?
–Bueno, creo que para él ya es algo personal. Cuando diga tres, ambos corremos al camper.
–De acuerdo. –En ese momento, el oso estaba en la parte de atrás de la tienda, así que Stan no esperó ni un segundo más, y gritó
– ¡Tres!
Ambos gemelos salieron de la tienda. Ford se detuvo un momento a cerrar la puerta, mientras Stan arrancaba el camper. Luego, Ford corrió hacia el camper y salto al asiento del copiloto cuando este ya estaba en movimiento. Ambos hermanos recuperaron el aliento al mismo tiempo que Stan aumentaba la velocidad.
–Hay que largarnos antes de que llegue la policía y los tipos de control animal. –Decía. Después de un rato, comenzó a reír. – ¡Pero claro! ¡Lo engañamos muy fácilmente! Osos, me río de lo tontos que son…
–Espero que haya valido la pena. –Dijo Ford mientras abría la caja y comenzaba a comer. –Pagaste por esto, ¿cierto?
– ¡Por supuesto, seis dedos! –Respondió el gemelo sonriendo.
Mientras tanto, en la tienda, el oso por fin había logrado liberarse y salir triunfante de la tienda, mientras el empleado y otros más seguían escondidos. Una ráfaga entró por la puerta y trajo hacia él algo que estaba originalmente en el mostrador. El oso lo miró fijamente mientras caía y se posaba lentamente a sus pies. En cuanto llegó, el oso lo olfateó y luego miró hacia la carretera, en la misma dirección en que había desaparecido el camper. Salió caminando con determinación, dejando atrás el billete falso en el que se leía Stan Bucks.
Faltaban tres minutos para las tres. Candy y Grenda iban camino a la Cabaña del Misterio, emocionadas porque por fin iban a ver a su amiga Mabel después de varios meses.
– ¡No puedo creer que por fin vamos a ver a Mabel! ¡Todo esto será genial! –Gritó Grenda
–Y a Dipper también. –Observó Candy. –Me pregunto si le habrán crecido el bigote.
– ¿Crees que sean más altos que nosotros?
– ¿O que a Dipper le haya cambiado la voz?
– ¿O que venga Waddles con ellos?
– ¿O que Dipper siga obsesionado con los misterios?
– ¿O que tú sigas obsesionada con Dipper? –Bromeó Grenda.
–O que… ¡No es cierto, Grenda! Eso fue hace un año…
–Meses, solo unos meses… –Dijo Grenda, mientras tocaba el timbre de la cabaña, y en un instante, la puerta se abrió. Pero no había nadie adentro.
Ambas chicas entraron emocionadas, y listas para abrazar a Mabel. Pero el lugar estaba oscuro y lleno de polvo, como si hubiera sido abandonado hace tiempo.
– ¡Mabel! –La llamó Grenda, la desconfianza se estaba apoderando de ella.
La puerta de la cabaña se cerró, y el último sonido que se escuchó fue a Candy gritar, esta vez con preocupación:
– ¡Mabel!
Y todo quedó a oscuras.
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