PRIMERO

Soy Rodrigo Jerez. Tengo 22 años.

Y mi vida es una mierda.

Dicen que el ser humano es la única criatura capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. Esa ley puede aplicarse a mí. Y he tropezado con demasiadas piedras. Al principio era un estudiante medio con formas para estudiar y un futuro posible. Pero la juventud es una etapa donde nos volvemos todos unos gilipollas y no somos capaz de ver nuestros errores. Yo no supe ver cómo la estaba cagando cuando dejé los estudios y traté de llevar mi propia vida sin necesidad de un título. Poco a poco caí en una espiral que me comió y me masticó hasta volverme un mierdas. Ahora soy una sombra de mi pasado, y no tengo vuelta atrás. Tengo suerte de que mis padres me pagasen un piso al comenzar la universidad, o viviría en la intemperie. Aún así, mis días pasan en una tortuosa y jodida rutina.

Estoy en paro.

Vendiendo pañuelos en los semáforos.

Tocando en la calle.

Ahora soy la oveja negra de mi familia, y nadie quiere saber de mí. Soy el iluso que murió aplastado por su sueño. Mi padre tiene un puesto respetable en una empresa publicitaria, al igual que mi madre. Mi hermana mayor ha logrado pasar la universidad con una media destacable; su expediente ha sido de los mejores de su promoción, y ha logrado entrar por todo lo alto en la televisión. Mi hermana menor cursa bachiller para medicina con unas notas espectaculares.

Y yo, mientras, busco inspiración al final de una aguja. O echo currículos en buzones que me ignoraban como el puto vagabundo en el que me he convertido. Soy otro de tantos gilipollas y ahora todo lo que hecho me ha llevado a un final irremediable. La he cagado tanto en tan poco tiempo que no creo que pueda salir de aquí.

Aunque, de todos modos, tengo asumido que no quiero salir de aquí.

Estoy tan cansado de intentarlo y quejarme que ya he asumido que no volveré a ser el de antes. Ahora soy un bohemio puro: viviendo al margen de una sociedad que me ignora.

Enhorabuena.

Durante un año y medio me he maldecido por haber cometido ese error. Durante un año y medio me he dado cuenta cada vez más de que he sido un proyecto destruido, de que podía haberlo hecho.

Aquella conmemoración se ve cada vez más distante e imposible.

Y lo peor de todo es que me he dado cuenta de que podía haber llegado a mucho.

Pero demasiado tarde.

Todos tenemos un límite. Yo ya he rebasado el mío. Me he dado cuenta de que seguir viviendo sólo me serviría para llorar un poco más y deshacerme aún más, y que todo lo que consiga a partir de ahora no será más que un puesto de mierda. No he caído a lo más profundo del pozo, pero ha sido una caída muy dura, y no quiero arriesgarme a seguir cuesta abajo y perder lo poco que me queda. Ahora soy un mierdas. No lo aguanto más, esta vida se me antoja demasiado dura, y no puedo. No voy a soportarlo ni un minuto más.

No lo haré.

La azotea. El viento golpea suavemente mi cuerpo. Mi pelo y mi barba, que no corto desde hace meses, sienten el aire fresco. Debajo, Madrid continúa a su ritmo habitual, ignorándome. La noche no tiene estrellas por culpa de la contaminación, pero me da igual.

Tampoco esperaba que el cielo tuviese un detalle conmigo.

Una nube tapa la luna, y yo me acerco al borde y miro abajo. Todo será muy rápido.

Sólo un paso más…

No.

No.

No, joder, no puedo.

¿Pero qué más da? ¿Qué haré si no?

Has llegado a tu punto crítico, Rodrigo, admítelo y muere en paz.

Ah… retrocedo unos pasos y respiro lentamente. Dejo que mi cuerpo se relaje. Cuando vas a ser tú tu propio ejecutor la sensación no puede dejar de ser extraña. Pero me da igual. A la mierda.

Comienzo a correr, al principio despacio, pero acelero conforme me acerco al borde. A aquella caída sin fin. A mi muerte.

¡Mierda, no!

Estoy al borde. No, tío, dios, no te mates. No merece la pena.

No hay que hacerlo.

Admítelo, da igual todo.

Es una mierda, así que no importa.

No le importas a nadie.

Levanto una pierna y la pongo al frente. Inclino mi cuerpo ligeramente hacia delante. Siento la gravedad. Mi cuerpo se mueve hacia el frente y pierdo el equilibrio. No he calculado bien y sólo saco media pierna al vacío.

Es suficiente para hacerme resbalar.

Joder.

Estoy colgando del borde de un edificio.

Es tan patético.

No puedo ni morir con dignidad, parece.

A la mierda.

Pongo los pies contra la pared y doy un fuerte empujón, soltándome.

De pronto, caigo.

La gravedad… el vértigo…

El miedo.

No, espera. ¡No, no quiero morir! ¡Espera, no, no por favor, no!

El suelo…

¿Qué coño ha pasado? Debería estar muerto, pero sigo respirando.

Estoy golpeado contra el suelo, sí, pero no noto que pierda fuerzas, ni mi sangre, ni nada.

Es más, el suelo ni siquiera tiene la textura de la calle.

No siento el viento.

¿Qué cojones…?

Al abrir los ojos veo que estoy golpeado bocabajo contra…

¿Un parqué?

Imposible, si antes estaba en la calle. Me levanto lentamente, y al mirar a mi alrededor pienso…si esto es una alucinación o un efecto secundario de las drogas, juro por mi vida que jamás volveré ni a mirarlas. Es una sala lo suficientemente grande como para montar un cuarto de estar, con una enorme…¿¡Una jodida bola negra!

¿¡Pero qué coño es esto!

¿¡Me he metido en un puto videojuego o qué!

Pero eso no es lo mejor. Oh, no señor.

Alrededor de esa bola hay un montón de gente. Debe de haber lo menos trece personas. Pero me llama la atención una. Es un tío de unos veinticuatro años. Tiene el pelo moreno corto, los ojos marrones, y es el único que está de pie. Medirá alrededor de uno ochenta. Nos observa a todos con seguridad. Tiene una enorme capa negra, abierta a medias, mostrando su brazo derecho, donde tiene una katana.

No me lo creo. ¿Qué sitio es este?

El chico nos mira a todos.

-Creo que ya no va a venir nadie más ¿no? Perfecto. Bienvenidos a Gantz.