Esta historia es completamente AU, y no sé si será del todo aceptada. La idea me vino hace unos días, al ver una serie que se estrenó hace poco de un mes aquí en España y pensé ¿Por qué no?

Espero que os guste o, que al menos, no os desagrade.

Muchas gracias a todos los que leen y dejan review!


Capítulo uno.

Miró el fajo de billetes que tenía agarrados con la mano. Resultó un tanto extraño ver que abultaba bastante. Tendría como trescientos dólares más de lo habitual. Pensó en preguntar, pero decidió dejarlo estar. Si, puede que el hombre se hubiera equivocado, pero necesitaba ese dinero.

Tomó la llave que escondía entre las páginas de unos de sus libros favoritos, "Asesinato en el Orient Express" y abrió el primer cajón de la mesa de su escritorio. Tras depositar el dinero dentro de la caja de madera que tantos recuerdos la otorgaba, cerró de nuevo el cajón y guardó la llave.

Se sentó sobre la butaca roja y observó su rostro a través del espejo. Rozó con la punta de sus dedos los pequeños chupetones que tenía en la parte izquierda de su cuello y suspiró. El día que tomó la decisión de vender su cuerpo a cambio de dinero pensaba que las cosas irían cuesta abajo. Jamás se hubiera imaginado tener que llegar a ese extremo, aunque, ¿Quién lo hace? Pero debía cuidar de sus hermanos, procurar que todo les fuera bien. Debía sacarles adelante, y meterse a trabajar en un prostíbulo fue la única opción que tenía.

Si, tenía otros trabajos, mejores trabajos, pero ninguno era tan remunerado como aquel. Además, si lo realizaba bien, los clientes solían dejarle propina. Y ella necesitaba esa propina.

Tiró de los cordones del corsé para ajustarlo a su diminuta cintura. Una vez lo colocó en el sitio indicado, ató un fino nudo para que fuese fácil de desabrochar; no tardaría mucho en tener otro cliente. Pero, cuando cayó en la cuenta de que su jornada había terminado hasta dentro de 12 horas, sonrió. Se deshizo de la indumentaria algo estrafalaria que vestía y se vistió con un sencillo vaquero, y una sudadera. Abrochó los cordones de sus playeras, entrelazó su pelo en una trenza lateral y tomó del suelo la mochila en la que había guardado un par de trajes, para lavarlos en cuanto llegara a casa.

Agradeció la decisión que tomó seis años atrás, al meterse a trabajar en aquel lugar y no en los muchos otros que había. A pesar de estar en el siglo XXI, había ciertos hombres que veían erótico ir vestido de época, de ahí que ella tuviera que ir con corsés y faldas muy abultadas. Y esos trajes ayudaban a que se la reconociera menos por la calle, durante el día.

Trabajar en un sitio como ese tenía muchos inconvenientes, pero, el peor de todos, era la humillación. Y más si eras una jovencita, a menos de una semana de cumplir los veintidós. Recordó cómo sus compañeros de clase de 2º de Bachillerato se burlaban de ella, alegando que se había acostado con el padre de uno de ellos. Deseó poder haberles matado allí mismo, pero cuando iba a hacer una estupidez, sus hermanos aparecían de por medio en su mente, tranquilizándola milagrosamente.

Siempre lo hacían.

Salió de la habitación que tenía designada y cerró la puerta tras de sí. Notó como la mayor parte de las miradas de los hombres que había en la sala se clavaban en ella. Al comienzo de trabajar allí, era algo que no podía soportar. La repulsaba ver como los hombres la desvestían con la mirada, como la deseaban sin haber visto más allá de su apariencia. Era la más joven de la mujeres y eso hacía que el número de clientes que requerían sus servicios fuera mayor que el de las demás. Pero, con el paso del tiempo, logró acostumbrarse a ello.

Levantó la mirada del suelo para buscar a su mentora. No tardó mucho en localizarla, y sus ojos se quedaron observando la figura del hombre que hablaba con ella. Era la primera vez que veía a ese hombre en la sala, ni siquiera le sonaba su rostro. No solía fallar al estimar una edad cuando veía a una persona. Calculó que tendría unos 30, pero enseguida redujo el número a 27, al ver al joven de frente.

Su cuerpo se tensó al ver como Marina la señalaba, y el hombre se dirigía hacia ella. Miró con los ojos abiertos, mostrando un claro enfado, hacia su mentora, mientras simulaba una sonrisa. El hombre –muy apuesto- cada vez estaba más cerca. Marina la hizo un gesto con las manos, indicando que calmase.

-¿Teresa Lisbon?

-La misma –contestó, con una sonrisa. Sacó las llaves de su bolsillo derecho, pensando en sus hermanos y en que, otra vez más, tendrían que ir solos a la escuela. Y así sería, pero no por las razones que creía.

-Soy el Inspector Patrick Jane. –se presentó, tendiéndola la mano. Ella se la estrechó, sorprendida. -Me gustaría hacerla unas preguntas sobre Sofía Debyasse. Tengo entendido que erais amigas.


Ofreció la butaca al hombre, mientras que ella se conformó con sentarse en la cama. Por suerte, la dio tiempo a cambiarse, pensó. Se mantuvo en silencio, atendiendo a las explicaciones del hombre, aun sin dar crédito a la noticia que acababa de recibir.

-Hablamos con su madre, y su nombre no tardó en surgir en la conversación.

-Sí, Sofía y yo éramos buenas amigas. –interrumpió por primer vez. –Pero, yo no puedo serles de ayuda. Llevábamos años sin hablar.

-Según tengo entendido, Debyasse la mandó una carta hace un par de semanas.

Miró atónico al Inspector. Hacía años que no recibía correspondencia, a excepción de las facturas de gas, agua y luz. Hizo memoria, pensando cuando había visto por última vez el buzón.

-Lo siento, pero voy a tener que contradecirle. Revisé el correo tres días atrás. Para entonces la carta ya habría llegado. ¿Está seguro de que era para mí?

-No me cabe la menor duda. La madre de su amiga mencionó su nombre un par de veces. Por eso estoy ahora aquí.

Asintió con la cabeza, aún descolocada. Cabía la posibilidad de que sus hermanos hubieran vuelto a hacer de las suyas, de que hubieran cogido la carta, y no se la entregaran.

Ante su silencio, Jane volvió a hablar.

-Supongo que no, pero, ¿Sabe de alguien que quisiera hacerla daño?

Negó con la cabeza.

-No. Con el paso de los años nos fuimos distanciando cada vez más, hasta llegar al punto de ni dirigirnos la palabra. No nos peleamos, ni nos teníamos rencor. Simplemente pasó el tiempo… -susurró. Clavó su vista en el reloj de pared, que marcaba las seis y media de la mañana. -¿Necesita algo más?

-No, por el momento no.

-En ese caso, he de irme. Debo volver a casa.

Se disculpó, levantándose de la cama. El hombre imitó el gesto. Esa vez, fue Teresa quien extendió su mano, y él quien se la estrechó.

Ambos salieron de la habitación. La mujer volvió a cerrar la puerta y, tras despedirse del Inspector, se dirigió hacia la salida. Pero una voz la detuvo.

-Una última cosa. Si recuerda cualquier detalle, por pequeño que sea, no dude en llamarme.

Patrick la tendió una pequeña tarjeta, y ella la aceptó. Leyó lo que había escrito sobre la cartulina y, tras volver a estrechar las manos con el hombre, se marchó del lugar.

Otra mirada se clavó en su cuerpo, pero ella no logró percatarse. Patrick Jane permanecía inmóvil, fijo con sus ojos sobre ella. Pero no admiraba su cuerpo, ni tenía pensamientos lascivos. Simplemente se sentía colapsado, intrigado. Aquella mujer tenía algo diferente a las demás. Y deseó con todas sus fuerzas poder volver a verla.


Envolvió el manillar de la puerta con su puño. Cerró de un portazo, aunque poco más tarde se arrepintió.

-Teresa, ¿eres tú? –preguntó una vocecilla, procedente del piso de arriba.

No dudó en subir las escaleras, no sin antes soltar la bolsa con la que cargaba a hombros.

-¿Qué ocurre? –preguntó, entrando en una de las habitaciones. -¿Por qué no estás en clase?

-No me encontraba bien, creo que tengo fiebre. –susurró el chico, volviendo a recostarse en la cama.

-¿Hace cuánto que se fueron Jimmy y Stan?

Mientras pronunciaba la pregunta, puso rumbo al cuarto de baño en busca del termómetro.

-No sé, como media hora.

Lisbon asintió con la cabeza, mientras ayudaba a su hermano pequeño a ponerse el aparato. Un par de minutos después, un pitido comenzó a sonar.

-Sí, tienes fiebre. Quédate descansado.

No pudo evitar bostezar. Llevaba toda la noche despierta, como de costumbre.

-¿Vas a quedarte aquí? –preguntó, con voz inocente. –No quiero quedarme solo.

-Prometo no marcharme hasta, al menos, que regresen tus hermanos. –le arropó con cuidado, depositando un beso en su frente. –Intenta dormir, estaré abajo. Si necesitas algo, avísame.

Ante el asentimiento por parte del chico, Teresa regresó a la planta baja del apartamento. Metió a lavar los dos trajes que traía guardados en la mochila y se tumbó en el sofá, con la intención de descansar un poco.


Llevaba todo el día sumergido en esos informes. Nada indicaba que Sofía Debyasse se hubiera metido en algo gordo que conllevara a su muerte. Había sido una chica de matrícula. Ningún antecedente con la ley, ningún otro informe en el que saliera su nombre… estaba completamente limpia. Se preguntó cómo alguien que parecía ir por tan buen camino, que llegaría a ser alguien importante, podía acabar con tres agujeros de bala en el pecho, sobre un contenedor. El rostro de la joven con la que había hablado esa misma mañana volvió a su cabeza, por enésima vez. Se fijó en varios aspectos que no cuadraban con una chica de esos lares. Se preguntó cómo habría acabado allí, ofreciendo su cuerpo a cambio de dinero. Cómo alguien tan humilde, y guapa, podía llegar a esos extremos.

Una voz le sacó de sus pensamientos, haciendo que levantara su vista de los papeles.

-Inspector, he vuelto a revisar el nombre de la joven tal y cómo me pediste. El resultado sigue siendo el mismo, ni un informe.

-De acuerdo, gracias Martínez –contestó, algo apenado por la noticia.

-Oh, casi se me olvida –dijo Martínez, retrocediendo sobre sus pasos y entrando de nuevo en el despacho. –Hay una joven que pregunta por usted. Una tal… -bajó la vista a su mano, donde agarraba un papel –Teresa Lisbon.

-¿Teresa Lisbon? –preguntó, sin poder evitar la sonrisa.

Pero no esperó a la contestación. Se dirigió a la sala que tenían como el recibidor de visitas. Y allí estaba ella, con un sobre entre sus manos, esperándole.

Volvieron a estrecharse las manos y Jane la ofreció asiento en el sofá.

-¿Quiere algo para beber, un café, té?

-Un café estaría bien, gracias –respondió Teresa.

Tras tenderla una taza, se sentó en el sillón para quedar de frente.

-Llevaba razón. Si recibí una carta de Sofía. Uno de mis hermanos pequeños me quitó las llaves y abrió el buzón. Vio la carta y se hizo con ella. Me dijo que pensaba dármela, pero que se olvidó. –Extendió su brazo, ofreciéndole la carta. –Siento no habérsela traído antes, pero tuve que quedarme a cuidar de mi hermano hasta que regresaran los otros dos del instituto.

-No se preocupe. –respondió.

Entonces, comenzó a leer la carta. Y se quedó igual de paralizado que ella.

-Supuse que su reacción sería algo diferente a la mía, puesto que trabaja con casos así todos los días… Pero la simple idea de que podría haberla ayudado y que ahora no estuviera…

Nadie dijo nada. Jane releyó la carta, asegurándose de haber entendido bien.

"Querida Teresa.

Sé qué hace años que no hablábamos, y que no tengo derecho a pedirte una cosa así. Pero necesito tu ayuda. He hecho algo, algo que no debería, y ahora, a menos que logre esconderme, voy a pagar las consecuencias.

Sé qué tus hermanos aún son pequeños, y lo último que quiero es ponerles en peligro. Así que no te pido alojamiento en tu casa. Pero sé a qué te dedicas. Sé que tiene muy poca vigilancia, por no decir nula y se me ocurrió que podrías esconderme allí durante un par de días hasta que consiga ponerme en contacto con Jeremy.

Decidas lo que decidas, ten por seguro que no te guardaré rencor alguno, y que comprenderé por completo tu decisión pero, por favor, no tardes en contestarme. Es un asunto de vida o muerte.

Con cariño, Sofía."

-No se sienta culpable. Supongo que sus hermanos no la habrían leído y nadie se espera nunca una carta así –susurró, tratando de calmarla.

No tardó mucho en darse cuenta de cómo la mujer temblaba bajo esa fachada de hierro que se ponía por encima.

-¿Tiene alguna idea de quién puede ser ese tal Jeremy? –preguntó con un tono de voz más bajo de lo normal.

-Conozco a dos que podrían ser. Uno fue nuestro compañero de clase en Bachillerato y al otro… le conoció gracias a mí.

-Y ¿Alguno de los dos sería capaz de hacer algo así?

-Uno es un pedante, y otro un gilipollas. Si, los dos serían capaces.

La contestación que recibió le dejo algo tocado. No esperaba una reacción como esa. Era una chica tranquila, calmada, refinada, o al menos esa era la primera impresión que tenía de ella, puesto que apenas habían estado el uno frente al otro más de una hora.

-¿Dónde puedo encontrarles?

-Jeremy Houstenfor creo que entró a estudiar una Ingeniería en la Universidad de California. El otro, Jeremy Dersy, acude todos los martes y jueves al prostí…

Vio como Teresa se callaba al ver entrar al Agente Martínez por la puerta.

-Al lugar dónde trabajo. Pásese mañana por allí, y le diré quién es. –sentenció, levantándose del sofá y dando por terminada la conversación.

-Allí estaré, muchas gracias por todo –de nuevo, el estrechón de manos al que tan acostumbrados estaban ya, y se despidieron.

Observó la figura de la mujer, de nuevo bajo una sudadera y unos vaqueros. Supuso que su siguiente visita sería su lugar habitual de trabajo y suspiró. Sin poder despegar los ojos de la joven, asentía con la cabeza a lo que el Agente le informaba, mientras en su cabeza se pasaban cientos de ideas y razones por la cuales, una chica como esa, acababa en un sitio como aquel.