Aclaraciones: Assassin's Creed y sus personajes no me pertenecen, son de Ubisoft. Este fic está ambientado en el universo del mismo, pero no utiliza sus personajes, se recurre a personajes originales, propios (Así que lamento decirles a los que no les gustan los OC que sigan de largo).

¡Buenas! c: Es un gustaso poder abrir una nueva historia. En este no intervendrá ningún personaje que aparezca en los juegos (con suerte se hará alguna mención). Me gustan los personajes originales y siempre recurriré a ellos, así que bueno, ya saben (?).

Esta es la primera historia que escribiré de las "side story" (?) de Frammentazione. Son una serie de historias cortas, de pocos capítulos (que intentaré hacer más cortos que las biblias de la historia central xD, y hablando de ella, tengo que ajustar algunas cosas y re subirla).
Esta primera historia es la que le pertenece a Bianca (alias de autora, mi bianquis bitch (?)), y al igual que los demás,es anterior a los sucesos de Frammentazione.

No tengo mucho que decir, solo espero que lo disfruten. Tengo esta historia hace meses en la mente y quiero sacarla YA xD Así que intentaré escribirla en el plazo de una semana para volver a Frammentazione lo antes posible.

No duden en dejar review, comentario, fave y todo eso, motivan mucho c:


Capítulo I

Algunas personas consideran los desvíos como algo positivo en la vida, incluso placentero. El alejarse de sus actividades diarias, el… incluso cambiar lo que uno es por al menos un días, e incluso pocas horas o minutos… Algo excitante, único… ¡Algo que no hay que desperdiciar para nada! Pero… Realmente, ¿Cuántos son los que se animan a tomar ese rumbo alterno?

"¡Que valiente que eres!", "¡Cómo me gustaría ser como tú!", "¡Me sorprendes, eres impredecible!", son algunas de las frases que pronuncian aquellas personas que se creen poco valerosas, aquellas personas que han considerado tomar ese desvío más de una vez en sus vidas, pero no se creen lo suficientemente hábiles, deciden no arriesgarse y acurrucarse en la seguridad de la costumbre, donde todo es conocido y donde a nada hay que temerle. Todos, al menos una vez en nuestras vidas, deseamos cambiarlo todo, pero son pocos los que se atreven a hacerlo… ¿Será acaso que allí reside la diferencia entre unos y otros? ¿Qué será lo que les hace falta para cambiar…? ¿Y por qué… algunos en vez de enfrentarse…Simplemente huyen…?

-¡Atrápenla! ¡Es una ladrona! –gritó el hombre de aspecto lujoso señalando con su largo índice cubierto por la seda blanca en dirección hacia una joven que corría por la estrecha calle, sosteniendo su vestido amarillo entre manos, torpemente, esquivando a aquellos que volteaban a verla.
Los oscuros cabellos café de la joven apenas brillaban bajo el resplandor de la luna que, en la mitad de su vida, se lucía por encima de gran Génova, una de las ciudades que, en aquél entonces, se convertían en las centrales del comercio marítimo de la angosta pero extensa Italia.

La joven, con el pelo alborotado y con un par de cintas que lo sujetaban a sus lados cayéndose lentamente, volteó a ver como un trío de guardias, con sus lanzas en alto, proseguían a tomar marcha y perseguirla. Sin saber realmente que hacer, y bajando su vista al pequeño saco que tenía en una de sus manos, giró en el final del pasillo y no se detuvo en lo más mínimo. No debía vacilar, no de nuevo, no podía hacerlo. Que ella fuera una cortesana no significaba que debía someterse a los hombres cuando a ellos se les diera la gana, y, aunque tuviera dotes físicos con los que encantarlos, no servirían de nada. Ahora, ella era una ladrona, y merecía morir si era necesario, no importase que tan hermosa fuera o que tan capaces fueran sus curvas de encantar a los demás.

Y no, no deseaba que su vida terminara tan pronto.

Se metió en un largo pasillo que no tenía ni siquiera pavimentos. Sus pies descalzos se ensuciaron en el barro que se había originado con la lluvia de la noche anterior y que con el frío de aquél invierno al que le quedaban algunas semanas de vida no terminaba de secar. Un pequeño escalofrío subió desde la punta de sus dedos hasta sus caderas. Qué más daba, tenía gran parte del cuerpo al desnudo a pesar de las bajas temperaturas, eso no le haría mucho, más que ensuciarle su piel y vestido.
-Ah, dónde vienes a meterte… -pronunció uno de los guardias dando grandes pasos, intentando esquivar los enormes charcos de barro en el suelo.
La joven se encontró arrinconada contra una pared desgastada de una casa abandonada, hacia el final del centro de la polis. Giro sobre sí misma y se apoyó contra la pared, soltando su vestido pero no así la pequeña bolsa de tela amarronada que sostenía con fuerza y apretaba contra su pecho, mientras miraba con terror y desconfianza a los hombres que se acercaban lentamente hacia ella con las puntas de sus armas en dirección a su cuerpo.
-Devuelve eso y ríndete –dijo el hombre de la derecha, sin emoción alguna.

La joven negó con la cabeza y miró a los lados, altas paredes la rodeaban, a sus espaldas no había más que ruinas.
-No…no… -dijo elevando levemente el volumen de su voz a medida que repetía ese monosílabo, con mucha timidez y dificultad –No puedo devolverlo, perdónenme, pero necesito… este dinero… -agregó, bajando la vista al paquete y cerrando los ojos con fuerza, temiéndose lo peor.
-¡Ja! –rió el tercer hombre, abriendo los brazos a los lados de su cuerpo -¡¿Necesitarlo? ¡Tú solo necesitas tu cuerpo para vivir mujer! Es más… -el hombre le dejó su lanza a uno de sus compañeros y sacó un pequeño cuchillo de la funda que colgaba en su cadera. Se acercó con una sonrisa hasta la mujer y poniendo una de sus manos a un lado de su cuello, la aprisionó contra la pared- ¿Acaso no estás trabajando…? ¿O qué…? –la joven se pegó todo lo que pudo al muro y bajó levemente su cuello, lo que menos deseaba era tener a ese hombre cerca y sentir más de su asqueroso aliento entrando por los orificios de su afinada y blanca nariz.
-Pero Agustino… -dijo con algo de pena el más joven de los tres, el que portaba el par de lanzas- Ten un poco de decencia…
-¡Cállate! –le exigió este, con una mirada enfadada. Volvió su vista a la mujer y acercó su rostro al de ella- Jovencita… que tengas este cuerpo… -acercó una de sus manos a la cadera de la mujer, la cual la observó y apretó los ojos intentando omitir ese tacto- no te salva de los crímenes que estuviste cometiendo… Llevas varios días en búsqueda… ¿Y sabes? Creo que podría sacarte buen provecho antes de entregarte a las autoridades…

Agustino sonrió mientras la joven intentaba esquivar su vista con sus ojos cada vez más vidriosos, algo pálida y con poca capacidad de mantener el pulso, a tal punto que el paquete se le cayó de la mano y se zambulló en el oscuro barro.
Intentaba contener su respiración, y no mostrarse más nerviosa y asustada de lo que ya estaba. Le sorprendía lo que ese hombre estaba pensando hacer, y más temió al ver cómo le indicaba con un simple gesto con la mano a sus dos compañeros que se apartaran del sitio y los dejaran solos por unos minutos. Ambos hombres se retiraron sin decir nada, aunque el más joven se lo notaba preocupado por la dama vestida con telas del color del maíz.
Y lo próximo que sintió, fue el frío filo de la daga pegándose a su alargado cuello…

-Date vuelta –le indicó el hombre- O pienso teñir de rojo tu vestidito…
La joven no dudó ni un instante y se volteó. Estaba aterrorizada. Había pasado por varios hombres que al menos tenían una mínima delicadeza con sus cortesanas, y ahora estaba sola, no tenía ni compañeras ni amigas que pudieras ayudarla, nadie que saliera a patear a un hombre que deseaba aprovecharse de sus servicios, ni siquiera estaba armada, no se sentía capaz de lastimar a otra persona, pero, en lo más profundo de su mente, sentía un deseo, pecaminoso para ella, de tener algo con lo que matar a ese hombre y huir lo más lejos que pudiera de allí, y en lo posible, no volver a pisar la ciudad costera nunca más en su vida.
Pero sabía que eso era imposible.
El hombre se tomó un par de segundos para saborear con la vista el cuerpo de la mujer. Los hombros al aire, una cintura de tamaño medio, cadera y piernas parcialmente ocultas bajo la tela… Ignoró que estuviera sucia hasta los talones de barro y levantó el vestido de la mujer, que al sentir la tela recorrer sus muslos, soltó un par de lágrimas en silencio, apretando sus puños con mucha fuerza mientras los mantenía apoyados contra la pared, arrepintiéndose de toda su vida, de todo lo que había tenido que pasar. Se preguntaba… ¿Podría haber sido distinta? ¿Y si hubiese tomado otras decisiones? Quizás… en su infancia no tendría que haber desobedecido a su madre, ni debería haber robado esa manzana hace unos meses… Pero no importaba, comprendió rápidamente que todo aquello ya no importaba, y que ahora nada cambiaría lo que estaba a punto de suceder en contra de su voluntad.

Y de repente, lo sintió.

La fina y brillante tela bajó velozmente contra la piel de sus piernas hasta el suelo y el calor de las manos del hombre se alejó de su cintura y caderas. Se mantuvo en silencio, sin saber realmente qué hacer a continuación. No hoyó palabra alguna de parte del hombre, solo un fuerte golpe contra el barro. Se volteó con lentitud y se encontró con el cuerpo desplomado del hombre, con una larga cuchilla clavada profundamente en el medio de su nuca.
Abrió los ojos de par en par y se pegó contra la muro, alejándose de un salto del cadáver. Sus labios temblaban, incapaz de pronunciar palabra alguna.
-Que asco, eso ni siquiera puede ser considerado como humano –una voz resonó por debajo de ella. La joven bajó la vista y se encontró con una mano enguantada levantando el pequeño saco de monedas que había robado minutos atrás. Sus ojos siguieron el trayecto por un largo y fino brazo cubierto con telas blancas, hasta llegar a dar con una capucha por la cual se asomaban dos largos y algo ondulados mechones de cabello de un color similar al caramelo.
Para su sorpresa, era una mujer.

La extraña de blanco se enderezó y le arrojó la bolsa con monedas a la joven, la cual la agarró con torpeza y la aprisionó contra su pecho. La mujer, con la cual compartía más o menos la misma altura se miró sus botas, algo embarradas, levantando un pie.
-Elegiste un mal lugar para meterte –agregó, bajando el pie y acercándose al hombre muerto, y retirando la cuchilla de su cuerpo. La examinó dándola vuelta un par de veces y la arrojó a un costado- No, habiendo tocado esa cosa ya no la quiero.
La joven la miraba con asombro ¿Cómo era posible que otra mujer la hubiese salvado, saliendo de la nada? ¿Quién era? ¿Por qué llevaba esas ropas extrañas? La mujer se dio media vuelta y acomodó un par de cosas entre los pequeños bolsitos que colgaban de su faja de un color rojo brillante.
-Ah, por cierto –agregó deteniéndose a unos metros de distancia- Te recomendaría huir por otro lado, los otros dos están girando la calle –le informó haciendo referencia a los otros dos guardias que acompañaban hace instantes al ahora difuntos Agustino.
La mujer no agregó nada más y continuó caminando con total calma pero portando algo de sensualidad por el angosto pasillo, dirigiéndose hacia la salida del mismo.
-Espe…espera… -musitó la joven a sus espaldas- ¡Espera! –gritó, tomando todo el valor que tenía acumulado en lo más profundo de su alma, que no hace falta decir que no era mucho.
La mujer se volteó a verla.
-¿Ah? –le preguntó totalmente extrañada.
-¡Enséñame! –le rogó la joven cortesana, sosteniendo el saco de monedas con ambas manos- ¡Quiero que me enseñes de ti!