Mi Niñera Favorita
Capítulo 1
¿Sí o no? Era técnicamente la mejor opción que tenía, porque las otras eran descabelladas. Theo partiría a su Luna de Miel con Luna en una semana. Blaise... Bueno a Blaise ni loco le confiaría algo así, era demasiado irresponsable, mujeriego y fiestero como para hacerse cargo. Y sus padres o los de Astoria ya no tenían la edad para el trabajo. Sólo le quedaba ella. Era su única opción.
Caminó por el largo pasillo del ministerio que le conducía a la oficina de la chica. No era de sorprenderse que con el intelecto que tenía hubiese conseguido tal puesto en el Ministerio de Magia. Jefa del Departamento de Aplicación de Leyes Mágicas. Él y Astoria le habían invitado un par de copas para celebrar cuando había conseguido el trabajo, cosa que la muchacha había agradecido de corazón.
La secretaría, quien estaba sentada en su escritorio, fuera del despacho, le sonrió y le asintió con la cabeza, por lo que Draco simplemente abrió la puerta de golpe, haciendo saltar del susto a la muchacha de cabello castaño que estaba concentrada leyendo un pergamino antes de la interrupción.
-Ha llegado el objeto de tus deseos - bromeó, cerrando la puerta antes de sentarse en la silla frente a ella, como si fuera su casa.
-¡Por mil demonios, Draco, me asustaste! - le gritó Hermione, levantando su varita para arreglar el desastre que se había formado por haberse derramado tinta desde el tintero de vidrio.
Draco rió, por supuesto, pero de inmediato se sintió algo culpable por la situación por lo que se apresuró a ayudarla. Es lo que cualquiera con un poco de sentido común haría. Ella rodó los ojos cuando quiso enmendar su error, pero puesto que estaba quedando peor, ya que los hechizos de limpieza no se le daban del todo bien, Winky era la encargada de eso, Hermione impidió que siguiera haciéndolo.
-No puedo creer que teniendo un hijo pequeño, que seguramente ensucia todo el día, aún no sepas conjurar un Fregotego decente.
-Bueno tengo elfos que se ocupan de eso - contestó con simpleza, encogiéndose de hombros mientras volvía a sentarse frente al escritorio.
-Eres tan snob.
-Igual me quieres, gatita.
¿Quién diría ocho años atrás que serían tan buenos amigos algún día? Probablemente un loco o alguien demasiado optimista y con mucha esperanza. Pero eso era lo que eran, muy buenos amigos, casi los mejores, aunque esa etiqueta aún se la tenía a Harry. Pues bien, años atrás, luego de verse metidos juntos en un proyecto escolar, en el séptimo año en Hogwarts, ese que cursaron después de que el Colegio de Magia y Hechicería fuera reconstruido entre el 2 de Mayo y el 1 de Septiembre del año 1998, fueron conociéndose desde cero...
-Tenemos un proyecto entre manos con los demás profesores - comentó la profesora McGonagall, en ese entonces, y actualmente, directora de Hogwarts - y supongo que a muchos no les gustará, pero lo hacemos por un bien común, queridos, sobre todo para aquellos que estamos tan dañados por la guerra.
Todos se miraron en aquella ocasión, con el ceño fruncido, pues las palabras de la directora no auguraban nada bueno. Los alumnos de séptimo, conformados por la generación de Ginny Weasley y los pocos chicos que quisieron volver a retomar sus estudios luego de un año caótico, - donde debieron ocultarse, como Dean Thomas y otros hijos de muggles, terminar misiones, como fue el caso de Harry, Ron y Hermione, o permanecer junto a los mortífagos por miedo a ser asesinado por Voldemort, como fue para Draco Malfoy -, sentían el pesar aún latente por las pérdidas que la batalla de Hogwarts y la guerra en general había traído consigo, pero también muchos querían olvidar y disfrutar de un año en el colegio que parecía indicar ser el más normal de todos los siete anteriores.
-Se trata de un ensayo...
Ante la perspectiva de escribir un ensayo, Hermione, entre otros, se tranquilizó, pues el proyecto no implicaba hacer algo que arriesgara su vida, la que necesitaba un descanso de los riesgos, sinceramente. Pero lo que no sabía, ni ella ni los demás, era que el tema del ensayo era todo un desafío.
-Pensamos que la nota será destinada a Historia de la Magia, a pesar de que el tema no tendrá mucho que ver con ella.
-¿Cuál es el tema, profesora? - preguntó Hermione, pues a pesar de que era buena redactora, estaba nerviosa por algún motivo que no conocía.
McGonagall suspiró, y pasó la mirada por sus alumnos, todos los de séptimo estaba ahí. Los Slytherin, en el lado izquierdo de la sala, en el centro, Hufflepuff y Ravenclaw, y al lado derecho, Gryffindor. Sabía que se avecinaba una tormenta, no tan terrible como la que habían presenciado en el tiempo en que Voldemort había ganado tanto poder, pero esta batalla en particular, sencilla, pero no, seguramente sería todo un desafío. Y esperaba que todo resultara bien.
-El tema es bastante simple y al mismo tiempo complicado, señorita Granger, - explicó la bruja -, puesto que escribirán de ustedes... De un compañero en particular, más bien. Los emparejaremos por dos meses para que aprendan todo lo que puedan de ellos, sus gustos, costumbres, lo que les molesta, etc. Pero por supuesto, como es un desafío, no serán emparejados con alguien con quien suelan hablar, con ningún amigo cercano, nada de eso, esto tiene como fin dejar atrás los malos tratos y convivir en armonía. Mi principal objetivo es tratar la rivalidad que hay entre Gryffindor y Slytherin, así que si están en esas casas prepárense para recibir a su "enemigo" por así decirlo.
-No es justo - comentó Ronald, indispuesto ante la idea de tener que gastar su tiempo en un pretencioso Slytherin por dos meses -, las demás casas también se llevan mal con las serpientes, ¿por qué tenemos que aguantarlos nosotros?
-¿Crees que nos hace feliz tener que aguantarte a ti, comadreja? - le contestó un chico Slytherin que solía pelearse con Ron en lo que llevaba del año.
-Basta - demandó McGonagall -, esas son las actitudes que quiero erradicar, muchachos. Quiero que partan de cero, quiero que cuando salgan de aquí olviden que son Gryffindor o Slytherin, o sangre pura o hijo de muggle. Quiero que vean a su compañero como un nuevo ser que ha llegado a su vida y al que quieren conocer a fondo, sin importar los prejuicios que haya.
Miembros de ambas casas refunfuñaron, molestos por tener que pasar tiempo con alguien a quien consideraban indigno de su presencia, o alguien totalmente presumido como para siquiera querer sentarse en el mismo banco que ellos. Pero por desgracia para ellos, debían hacerlo, si querían graduarse al terminar el año escolar, en Junio. No obstante, había otros que estaban ajenos a todo, en especial Draco Malfoy, quien, dañado por la guerra, parecía tan aburrido en su pupitre que cualquiera se sorprendería al no verlo reclamar por tener que pasar tiempo con un Gryffindor, probablemente.
-Pero usted tiene un punto, señor Weasley – siguió la directora -, las tres casas se llevan mal con Slytherin, y no digamos que entre ustedes, me refiero a las tres restantes, se lleven de maravilla todo el tiempo. Así que si bien la mayoría de Gryffindor y Slytherin estarán emparejados, habrá otros que estarán con Hufflepuff o Ravenclaw.
Ron se pasó la mano por la cara, y miró a Harry con cara de pocos amigos, pues sabía que tanto él como su mejor amigo estarían con serpientes por dos meses. Esperaba que Hermione tuviera mejor suerte, ya que ella era la favorita de McGonagall, y por ende, pensaba que tendría un mejor destino. No quería tener que estar preocupado todo el tiempo por ella por estar con un Slytherin haciéndole compañía, sobre todo sabiendo los prejuicios que tenían ellos contra los hijos de muggles.
Pero antes de poder decirle algo a su novia, la profesora McGonagall los hizo levantarse de sus asientos a todos y pararse en el fondo del salón, para que ella los llamara por parejas y así fueran sentándose juntos desde aquella clase. Ronald tomó la mano de Hermione mientras caminaban hacia atrás, y ella le dio un pequeño apretón como para afirmarle que estaba bien, pero el pelirrojo veía en los ojos de ella que estaba algo nerviosa. ¿Y cómo no lo estaría? Si su origen le había costado una fea marca en el antebrazo hecha por una demente bruja que la consideraba una escoria para la sociedad mágica. Y aquella bruja fue alguna vez perteneciente a la casa de Slytherin.
-Amalia Armstrong – la llamó McGonagall y la chica de Ravenclaw dio un paso adelante, mirando a la profesora fijamente, esperando que su compañero no fuera tan malo -, con Dean Thomas.
Todos escucharon como ambos soltaron el aliento que estaban conteniendo, cosa que indicaba el alivio que sentían por tener un compañero que no parecía ser un completo imbécil. Y así los fue diciendo, Daphne Greengrass quedó emparejada con Harry Potter, mientras que Astoria con Ginny Weasley. Harry lo agradeció en silencio, pues de todos los Slytherin que estaban cursando el séptimo año, las hermanas Greengrass parecían ser las más encantadoras. Sabía que la profesora McGonagall quería alivianarle la carga luego de un año tan estresante como el anterior, y darle una compañera que no fuera un dolor de cabeza. Y de paso, poner a su novia con otra persona a la que no estuviera que vigilar de que no le hiciera daño.
-Hermione Granger.
La chica le apretó más la mano a Ron al escuchar su nombre, pues en los ojos de la directora había una preocupación latente, pero al mismo tiempo, determinación de que lo que estaba haciendo era lo correcto y lo mejor para todos. Hermione dio un paso adelante, no obstante, el pelirrojo se negó a soltar su mano en ningún momento, dispuesto a saltar en la defensa de su chica.
-Con Draco Malfoy.
Ginny levantó la mirada de golpe, y miró a Harry pidiéndole que interviniera. Pero por supuesto para ese entonces, Ronald ya había ubicado a Hermione tras de sí, protegiéndola con su cuerpo.
-Por supuesto que no.
-Eso no es su decisión, señor Weasley – lo reprendió la mujer, observándolo con el ceño fruncido -, estoy haciendo esto por el bien del colegio…
-¿Qué bien le hará al colegio que Hermione pase el tiempo Malfoy? – cuestionó Ron.
-Ronald, basta – pidió Hermione bajito, para que nadie más la escuchara, aparte de él. Draco se colgó la mochila al hombro con el rostro impasible y comenzó a caminar hacia su nuevo puesto, el que la directora le había asignado.
-No te atrevas a moverte, hurón – advirtió el pelirrojo, pero ante tales palabras, Draco soltó bruscamente su bolso sobre el pupitre y se volteó a mirarlo con una ceja levantada, y una mirada que congelaría el mismísimo caribe.
-Que no se te ocurra darme órdenes, Weasley – dijo el rubio con tono grave -, porque ahí si te irá mal.
-¿No lo ve, directora? No permitiré que mi novia esté en peligro constante por tener que tratar con un mortífago.
-¡Señor Weasley! – exclamó la bruja, horrorizada porque el hijo menor de los Weasley haya acusado con tal libertad a su compañero – Y yo no permitiré que usted insulte a un compañero.
-Estoy diciendo la verdad.
-Basta, una palabra más y estará castigado.
Ron abrió la boca, para replicar. Le importaba un pepino que estuviera castigado luego, tenía que salvar a Hermione de las garras de Malfoy, prevenirla de un peligro inminente que parecía que la directora no terminaba por captar. Sin embargo, viendo que él iba a hablar otra vez, la muchacha tiró de su mano, y negó con la cabeza, trasmitiéndole de esa forma que no había más remedio, que debían aceptar.
-¿Es esto realmente necesario, profesora McGonagall? – cuestionó Harry, quien se había mantenido en silencio hasta ese momento. La bruja lo miró con el ceño fruncido, sin embargo el-niño-que-vivió no usó ningún tono irrespetuoso como para que lo castigara – Puedo intercambiar pareja con Hermione, si lo que usted quiere es afianzar los lazos entre Slytherin y Gryffindor. Aunque no me agrada la idea de trabajar con Malfoy, creo que tanto Ron como yo estaríamos más tranquilos si Hermione no es con él.
-No, señor Potter, las parejas ya están formadas, así que vayan acostumbrándose.
-Aún recuerdo cuando manchaste mi vestido para el baile de Navidad de séptimo año y trataste de arreglarlo luego – comentó Hermione negando con la cabeza y una sonrisa en el rostro. Recordar aquellos días donde se divertían sin objeciones la hacían feliz, pero al mismo tiempo le traía aires de nostalgia al no poder repetirlos -. Terminaste comprándome uno nuevo.
-Pero fue para mejor – contestó el rubio -, porque con el vestido nuevo te veías hermosa.
-Lo sé, Ronald no paró de decírmelo.
-Pues si no lo hacía habría sido un completo idiota y un ciego además. – Comentó – No es que no lo sea…
Draco había aprendido con el tiempo que halagarla no le causaba ningún mal, por supuesto. Aquellos meses en que estuvieron juntos conociéndose sin los prejuicios que tenían del otro, lograron llegar a tener la confianza de decirse cualquier cosa que les pasara por la mente, sin miedo a que el otro lo tomara mal, sin avergonzarse o miedo a que lo hechizara. Discutían, por supuesto, cómo no hacerlo si eran Draco Malfoy y Hermione Granger contra el mundo, y contra ellos mismos. Pero las discusiones nunca llegaron a violencia, jamás sacaron las varitas o acudieron a los golpes. No, eran discusiones de conocidos en plan de hacerse amigos, y luego de amigos.
Hermione lo miró con ternura, y sonrió antes de finalmente terminar de limpiar el desastre y sentarse en su gran silla de Jefa de Departamento, como Draco solía llamarla. Pero más allá de las bromas que le gastaba en ocasiones por ser tan sabelotodo y testaruda, lo que la había llevado a conseguir un puesto tan importante en el ministerio, sabía que él estaba orgulloso de lo que ella era ahora y en el pasado. Porque Hermione era, a fin de cuentas, la defensora de la ley, la defensora de quienes no pueden defenderse, la persona adecuada a la que acudir cuando todo parecía ser oscuro.
Ella tenía el poder de hacer el cambio y con su puesto como Jefa del Departamento de Aplicación de la ley Mágica logro varios proyectos, tal como la prohibición de la esclavitud de los Elfos Domésticos, los cuales trabajarían si, y sólo si, se les era remunerado. Fue una controversia a nivel macro, por supuesto, pues muchas familias de magos sangre pura tenían una infinidad de elfos trabajando en sus casas, siendo esclavos de ellos, y ahora, tras establecerse esa ley, pues las opciones eran o pagarles con oro, con el que pudieran hacerlo que les diera la gana, o bien, darles un lugar digno de vivir, no las mazmorras de las mansiones y casas, además de proporcionarles alimento y ropa adecuada para cada estación del año. Muchos optaron por esta última opción, pues los elfos domésticos tampoco sabían qué hacer con dinero mágico, además que no tenían idea de cómo vivir si no era trabajando para un mago.
Para esto, el departamento de Hermione se unió al de Regulación y Control de Criaturas Mágicas, en el que estuvo trabajando varios años antes de tomar el puesto de jefa, y constantemente las familias que contaban con elfos eran fiscalizados para que se cumpliera la ley.
-Entonces… ¿A qué se debe el placer de su presencia aquí, señor Malfoy? – preguntó con ironía, aunque en el fondo siempre se alegraba de verlo.
-Pues necesito un favor – comentó Draco echándose para adelante, y apoyando los antebrazos sobre el escritorio de Hermione.
Ella sabía que la mirada que él le estaba otorgando, tan seria, le indicaban que lo que necesitaba era algo importante, mas por costumbre de ambos, no perdió la oportunidad de gastarle una broma.
-Por supuesto, acudes a mí para pedirme favores – dijo Hermione con un fingido tono de ofensa -, mas no vienes a visitarme simplemente porque quieres hacerlo.
-Eso no es cierto – refutó indignado -. Eres una de las personas más importante en mi vida, Hermione, y el hecho de que el trabajo me tenga colmado el tiempo no quiere decir que no quiera verte.
-Pero viniste porque me necesitas.
-Sí, te necesito, Hermione, porque eres la única a quien puedo confiarle esto.
La muchacha frunció el ceño, confundida, pensando en mil razones que hubiesen llevado a Draco hasta su oficina, un día martes por la mañana. Desde la muerte de Astoria, hacía once meses atrás, ella le había dicho constantemente que le avisara cualquier cosa que necesitara, puesto que creía que se volvería loco encargándose de todo. Sin embargo, él, hosco y testarudo, le había dicho que estaba bien.
Ahora parecía que realmente estaba urgido con algo, lo veía en su rostro y en sus ojos. Esperaba que no fuera nada grave, porque Draco ya había sufrido bastante como para agregar otra desgracia.
-Debo irme a Chicago por dos meses, y no puedo llevar a Scorpius – dijo el rubio finalmente, al ver que ella lo miraba con interés.
-¿Me estás pidiendo que cuide a tu hijo de once meses por sesenta días?
Definitivamente eso era lo último que esperaba oír cuando esperaba su respuesta. De hecho, jamás pensó que Draco podría pedirle algo así, siempre que debía salir a cenas de negocios o cosas por el estilo, era sus padres o los de Astoria los que cuidaban a Scorpius. O en último caso, Daphne, la hermana mayor de su difunta esposa.
Astoria Greengrass había sido su prometida desde su nacimiento. Los padres de ella y los de Draco habían acordado ese matrimonio para cuando la chica cumpliera los veintiún años. Ella era una mujer adorable, sonreía todo el tiempo, amable con todo el mundo, cariñosa con su esposo, y una excelente cocinera. Habían sido grandes amigos, se querían el uno al otro, y cuando Astoria quedó embarazada, fue una gran alegría para toda la familia, puesto que un bebé indicaba inocencia, esperanza y nuevas oportunidades.
Pero el embarazo llegó a su fin con muchas complicaciones médicas. La presión arterial de la joven era constantemente alta, y por más pociones que le dieran no le bajaba, ni tampoco podían darle cierto tipo de elixires porque podrían dañar al bebé. Astoria murió dando a luz, once meses atrás, acontecimiento que había ensombrecido la vida de Draco, porque no solamente había perdido a su esposa y gran amiga, sino que su hijo había perdido a su madre, y criarlo solo no era algo fácil.
-Vengo como un hombre desesperado a pedirte esto – comentó Draco, tomándole las manos por encima del escritorio -, no tengo a nadie más a quién acudir.
-¿Tus padre, Daphne?
-Mis padres están muy viejos, mamá queda agotada con un par de horas que está con él, y Daphne tendrá a su hijo en un par de semanas, no puedo dejárselo. – Hermione podía ver en sus ojos la misma inquietud que vio alguna vez en aquellas lagunas de plata, cuando siendo él joven había querido enmendar sus errores en el séptimo año – Sé que es mucho pedir, y también sé que trabajas tanto como yo, pero eres mi única esperanza.
-Sí, trabajo mucho, pero puedo ayudar – sonrió ella, acariciándole con el pulgar el dorso de la mano masculina, que era mucho más grande que la suya -, no sé si te parecerá bien, pero hay una sala de cuna en el Callejón Diagon, puedo dejarlo ahí cada mañana hasta el mediodía, mientras reviso que todo esté bien aquí y vaya a todas las reuniones correspondientes, y luego voy por él y sigo trabajando en casa, al fin y al cabo, no es como si no lo hubiese hecho antes.
-¿Y quién dirige esa sala de cuna? – preguntó desconfiado.
-Susan Bones - Draco frunció el ceño, y la miró lleno de confusión, pues Hermione nombraba a aquella chica como si él la conociera de toda la vida. - Por Dios, Draco, entró a Hogwarts junto a nosotros, fue a Hufflepuff.
-Ahí está el meollo del asunto, ya que intercambié muy pocas palabras con los Hufflepuff, querida.
Hermione rodó los ojos, y se puso de pie para coger su bolso, su abrigo, y su varita, antes de levantar una mano hacia Draco para que éste se levantara.
-Vamos, te mostraré el lugar para que quedes más tranquilo, y luego podemos ir a almorzar, estoy hambrienta.
-Excelente idea.
Salieron del despacho de Hermione y ella le pidió a su secretaria que tomara los recados mientras iba a almorzar con Draco. Caminaron juntos hasta la zona del ministerio donde podía aparecerse y se tomaron de la mano, para poder ir juntos al Callejón Diagon y no caer separados allí.
-¿Sabes? Puedes llevar tu despacho a tu casa y te dispondré de los elfos para que te ayuden con Scorpius mientras trabajas - dijo él mientras caminaban por la calle mágica -, ese es mi método.
-Lo siento, Draco, pero vivo de arriba a abajo en el ministerio, de reunión en reunión, de juicio en juicio. No puedo aislarme dos meses de todo eso – comentó en un tono de disculpa -. Sé que estás nervioso, si fuera por mí llevaría a Scorpius al trabajo conmigo, pero Susan es genial y tu bebé se divertirá a lo grande.
-Tiene once meses, no sabe lo que es la diversión.
Notaba lo intranquilo que estaba, y sabía que ella también lo estaría cuando fuera a dejar al pequeño Malfoy ahí antes de irse al ministerio, pero era necesario, puesto que tenían obligaciones y muchas cosas que hacer además de cuidarlo. Esperaba que la idea de la guardería no resultara un fiasco, porque era la única solución que tenía por ahora.
-Solamente estará cuatro horas ahí, Draco.
Cuando salieron de la guardería, un rato más tarde, Draco tenía una buena concepción del lugar, pero eso no quitaba que estuviera preocupado. Nunca había dejado a su hijo tanto tiempo al cuidado de alguien, o máximo habían sido unos tres días por conferencias y reuniones fuera del país, y la idea de que pasara cuatro horas al cuidado de una desconocida, cinco días a la semana lo aterraba. Pero tenía que dejar de ser un padre tan aprensivo, rara vez le quitaba el ojo de encima, cuando estaba en su casa, iba a comprobar cómo estaba cada poco rato, a pesar de que las elfas se encargaban de todo mientras él trabajaba, pero siempre lo había puesto a él como su prioridad. Y ahora tenía que dejarlo, lo que lo atormentaba.
-¿En qué piensas? – preguntó Hermione mientras almorzaban, cuando vio que la mente de Draco estaba en otro lugar.
-¿Qué pasará si Scorpius me olvida en este tiempo?
-Eres su padre, por supuesto que no se va a olvidar de ti – lo consoló.
-Pero no nos veremos en dos meses, - comentó preocupado – es mucho tiempo para un bebé.
-Oye, tu hijo no es idiota, a su corta edad ya muestra signos de gran inteligencia. ¿Crees que podría olvidar a la persona más importante de su vida? – Draco bajó la mirada. Odiaba mostrarse inseguro, aunque fuera con ella, con quien probablemente tenía más confianza. Pero cuando se trataba de Scorp, todas las inseguridades que pudiesen existir en una persona se apoderaban de él -. Podemos hablar por video chat todos los días, a alguna hora que nos acomode a ambos – comentó Hermione -, y ahí Scorpius te verá. Además, ya se vienen las Pascuas, tengo esos días libres así que podemos ir a visitarte y en Mayo tendría que tomarme unos cuatro días de vacaciones…
-¿Harías eso por mí? – preguntó sorprendido por las sugerencias de su amiga.
-Por supuesto
No podría haber pedido una mejor amiga que Hermione, porque ¿quién se ofrecería a viajar como niñera en sus días libres? Ella, como siempre mostrándose dispuesta a ayudar a los demás, no tenía inconvenientes con cuidar a su hijo por dos meses, y encima llevarlo a América para que estuviera unas horas con él, siendo que podría haber estado festejando con sus amigos.
Le tomó la mano por encima de la mesa y se la llevó a los labios, para besarle los nudillos, en un cariñoso gesto de agradecimiento. Sabía que nunca podría pagarle lo que estaba haciendo por él.
-Eres, sin duda, la mejor persona que conozco - le susurró, como si no quisiera que alguien lo oyera y fuera a arrebatársela.
-Solamente tengo una duda, Draco - dijo ella luego de una sonrisa -, no, en realidad son dos.
-Dispara.
-¿Tus padres saben de esto? Porque por muy amiga tuya que sea, sigo sin agradarles, a pesar de todos estos años.
Draco suspiró, no había pensado en eso. Hermione y él eran muy buenos amigos desde hacía unos ocho años, el ensayo que la Profesora McGonagall les había ordenado hacer los acercó más a ellos dos que a todo el resto que también tuvo que hacerlo, y eso muchos no lo lograban entender, como Lucius y Narcisa Malfoy. Si bien ellos en el último momento de la guerra contra Quien-No-Debe-Ser-Nombrado cambiaron de bando, se desligaron de los mortífagos y abandonaron el frente de batalla, eran personas con prejuicios y pensamientos ya muy formados, pues no eran unos adolescentes que pudieran ser moldeados como una masa de plastilina. Los señores Malfoy hicieron un gran escándalo, Lucius sobretodo, cuando supieron que la compañera de trabajo de su queridísimo y mimado hijo era nada menos que una sangre sucia. El, en ese entonces, menor de los Malfoy hasta se había avergonzado de su padre cuando le exigió a la directora de Hogwarts que cambiara la pareja de Draco puesto que Hermione Granger, una vulgar impura, no merecía el derecho de estar en el mismo espacio que él. Por supuesto, indignada porque el rubio ex-mortífago había insultado a su alumna favorita, Minerva McGonagall le dio un rotundo NO como respuesta.
-Mis padres no saben nada - comentó, pasándose la mano por el cabello, desordenándolo -, ellos están en Francia, y espero que no vuelvan hasta que yo haya regresado.
-¿Y qué haremos si vuelven antes? - Hermione llevo su mano a la cabeza del rubio y trató de peinarlo un poco con los dedos. Era una costumbre que tenía desde que habían comenzado a salir más seguido.
-Idearemos algo.
-Realmente no quiero que tu madre me grite, Draco.
-No lo hará, está advertida de que tiene que tratarte bien, pequeña.
Lucius, con el tiempo, había aprendido a ignorar la presencia de Hermione, para él era como un costal de aire, totalmente invisible. Era algo grosero, pero al menos no se ponía a gritarle o lanzar comentarios insultantes e hirientes, como lo hacía Narcisa.
-Tú no estarás aquí para defenderme - comentó con un puchero.
-¿Y desde cuando me necesitas para defenderte, Gryffindor?
-Sabes que siempre te necesito para que me defiendas.
Algo en el interior de Draco se conmovió con ese comentario. O tal vez no era conmoción, sino que emoción, una que se había mantenido apagada por bastante tiempo. Pero decidió no hacer ningún comentario al respecto, pues de cierto modo estaba algo noqueado con esas palabras. Bebió de su copa de vino sin quitarle la vista de encima, cosa que provocó que Hermione evadiera su mirada, sin saber por qué.
La conversación se había vuelto algo extraña e incómoda en tan sólo un segundo.
-¿Cuál era tu otra duda? – cuestionó Draco, tratando de cambiar de tema.
Ella levantó la mirada de su plato, y lo miró extrañada.
-Dijiste que tenías dos dudas, ya me dijiste una.
-Ah, cierto – dijo, acordándose de repente - ¿Cuándo te vas?
-Mañana a primera hora.
-¡¿Mañana?! ¡¿Y me lo vienes a decir ahora?!
-Si te complica mucho puedo buscar a alguien más…
Hermione suspiró, claro que no quería que nadie extraño cuidara a Scorpius y las demás opciones de Draco ya no estaban disponibles. Sabía que Narcisa podría hacerlo, pero también sabía que él no quería dejar a su bebé con su madre, por más familia que fuera. Draco se había alejado de ellos luego de la guerra. No lo suficiente como para dejar de verlos, pero si como para no confiarles algo tan importante. No confiaba en la forma de criar de ellos, y, a pesar de que Scorpius no tenía ni siquiera un año, no quería que lo cambiaran. Quería que su hijo fuera sencillo, sin prejuicios como él había crecido, sin ser un cretino.
-No, no, sólo me sorprende.
-¿Segura? – preguntó, preocupado.
-Sí, segura. – Le sonrió para darle confianza, y que se tranquilizara. Sabía que si Draco le pedía que se llevara en ese mismo instante a Scorpius a su casa, lo haría, porque se le daba muy difícil negarle algo, luego de lo que él había hecho por ella. – Si tienes que irte temprano, lo mejor será que traigas a Scorps esta noche a mi casa, así no tendrás que correr mañana.
-OK, estaré ahí a las ocho.
Tal como él había dicho, a las ocho en punto de la noche, Draco apareció con su bebé en los brazos, envuelto en una manta para protegerlo del frío, un bolso de bebé, al que había hechizado para poder meter muchas cosas en él, y detrás venía Winky, vestida con un pintoresco vestido rosa. Hermione le sonrió, y luego miró con ternura a Draco, por preocuparse de que su elfa domestica tuviera ropa decente.
Pasaron la siguiente hora arreglando la habitación de invitados para que estuvieran todas las cosas de Scorpius, menos la cuna, que todos acordaron estaría en el cuarto de Hermione para que ella pudiera estar más pendiente del niño mientras dormía, además era la que estaba más cercana al despacho que tenía ella en casa, que se comunicaba con su habitación mediante una puerta.
Por supuesto, usando magia, Draco se había encargado de llevar consigo el noventa por ciento de las pertenencias de su hijo, y a pesar de que tenía tan sólo once meses de vida, Scorpius tenía más juguetes de los que Hermione pudo una vez tener a los once años. Y bueno, además de juguetes, el infante tenía tanta ropa, que tuvieron que hacer un hechizo de expansión indetectable para meterla en la pequeña cómoda. Cambiaron de color las paredes, luego de un largo rato discutiendo, Draco ganó, y las paredes quedaron pintadas de verde. Muy Slytherin. Claramente con magia no tenían que gastar horas pintando, sino que un simple movimiento de varita las dejaría del color de la casa de Hogwarts de Draco y a la que seguramente asistiría Scorpius cuando creciera.
Cuando terminaron con todo el orden, fueron a la habitación de Hermione, donde Winky mecía al bebé mientras éste tomaba su biberón.
-¿Winky quieres comer con nosotros? – Preguntó Hermione – Pediremos una pizza.
La pequeña elfa doméstica se sonrojó por la pregunta de Hermione, por supuesto, ya que en la nueva Mansión Malfoy, aquella que Draco y Astoria habían comprado antes de casarse para formar una familia, nunca comían los elfos con sus amos.
-Winky no puede comer con los amos, Ama Hermione, Winky debe comer sola.
-No es necesario, Winky, querida – comentó la muchacha, acercándose a la criatura y acuclillándose frente a ella para estar más o menos a la misma altura -, en mi casa no sientas que soy superior a ti.
-Winky no puede…
Hermione suspiró. Tenía dos meses para convencerla.
-¿Quieres al menos una rebanada de pizza?
No tuvo que obtener respuesta, ya que el brillo de emoción que Winky tenía en los ojos era una respuesta clara a su interrogante. Así que decidieron el sabor de la pizza que querían y Draco llamó por teléfono al servicio mágico de pizza a domicilio, donde le aseguraron que estarían ahí en tan sólo diez minutos. Sí, ese era el poder de la magia. Ojalá los muggles tuvieran esa suerte, pensaba Hermione.
Con Scorpius dormido en su cuna, y Winky ordenando la habitación, ordenando lo que ya de por sí estaba ordenado, Hermione abrió una botella de Whiskey de Fuego, lo sirvió en dos vasos, y se lo entregó a Draco, para pasar el rato mientras esperaban la comida. Y cuando llegó la pizza, Draco de inmediato atacó un pedazo, argumentando que no había comido nada desde que habían almorzado. Mentira, obvio, pero a Hermione no le molestaba, puesto que conocía la manía que el rubio tenía por la pizza. Y mientras él engullía, sin siquiera saborear realmente el alimento, Hermione le llegó dos porciones a Winky, quien la recibió con lágrimas de agradecimiento en los ojos. La elfa tenía el presentimiento que tendría ese tipo de lágrimas más seguido ese par de meses, porque de lejos podía notar la esencia pura y bondadosa de la Ama Hermione.
Al volver con Draco a la sala, él ya iba por el tercer pedazo, por lo que negó divertida y se sentó a su lado, tomando con cuidado un trozo para luego mascarlo con delicadeza.
-Eres una nena para comer – comentó Draco, riéndose.
-Noticia de última hora, sí soy una nena.
Se mordió el labio, pensando de inmediato en un nuevo apodo que estaba seguro la molestaría. Y él amaba molestarla, para qué negarlo, si vivían para hacer la vida imposible del otro con sus comentarios, a pesar de que ahora, a diferencia de cuando se odiaban a muerte, no era ninguno mal intencionado ni hiriente.
Cerca de la media noche, Draco decidió que ya era hora de irse, debía dejar descansar a su amiga, y de paso, él también debía hacerlo, pues su traslador partía a las ocho de la mañana, y tenía que estar antes en el ministerio para registrarse.
-Pórtate bien, Scorps, no hagas rabiar a la tía Hermione – le dijo a su hijo durmiente, quien probablemente no había escuchado ni una palabra de lo que había dicho. – Winky, no te estreses, Hermione es la chica más dulce que conocerás en tu vida, tiene su carácter, lo comprobé personalmente – la aludida le dio un pequeño empujón -, pero no creo que tengas problemas con ella.
-Winky desea que tenga un buen viaje, Amo Draco – afirmó la criatura, sorbiéndose los mocos por las lágrimas que tenía en el rostro -, Winky extrañará al amo.
-Y yo a ti, querida.
Le acarició la cabeza suavemente, cosa que hizo sonrojar a la elfa, y salió de la habitación, seguido por la castaña. Y en cuanto la miró al llegar a la puerta, algo en su interior se removió de nuevo, como no pasaba hacía años, o tal vez, no le había prestado la atención suficiente. Ella también tenía lágrimas en los ojos, lo que provocó que algo en su pecho doliera. No le gustaba verla llorar.
-No sabes cuán agradecido estoy por esto – susurró, secándole con el pulgar la diminuta lágrima que cayó por la mejilla de ella -, no sé cómo podré pagarte.
-No me debes nada, sabes que lo hago con gusto.
La abrazó por la cintura y Hermione pasó sus brazos por el cuello de él. Era un abrazo tierno, un abrazo de despedida, un abrazo de hasta pronto.
-Voy a extrañarte.
-Y yo a ti, nena.
Hola! Cuánto tiempo! Hacía meses que no aparecía por aquí. Bueno esta es mi nueva historia, espero les haya gustado el primer capítulo. He estado dividida entre tres historias, esta y dos más, y bueno la universidad y demás cosas de la vida, así que esa es la razón por la que no he publicado antes. Para las que no me conocen, las invito a pasar a mi perfil y revisar mis otros fanfics.
Bien, pasando a la historia, planeo que no se me haga tan larga, no sé cuántos capítulos aún, puesto que recién terminé de escribir éste y lo he subido, porque quiero opiniones. Espero les haya gustado, no sé cuánto tarde en subir el siguiente, porque ni siquiera yo sé de que será aún, pero espero la musa llegue pronto. Esto es sólo el comienzo, pero prometo romance, mucho romance, risas, y por supuesto, a Draco en todo su esplendor
Eso, me despido, saludos a todos y todas
Besos!
MRS Taisho-Potter
PD: pueden buscarme en twitter con el mismo nombre y puede que esté subiendo adelantos ahí :D
