Capítulo I

Era un atardecer rojizo, como nunca antes se había visto en Sengoku, por lo menos no en muchos años, ya que ningún ser viviente, humano o demonio sería capaz de recordar un color escarlata tan brillante como aquel que revestía el firmamento.

Tan solo una figura alta y de largos cabellos plateados miraba de frente la puesta. Reposaba sobre la rama de un árbol y tenía una mirada ausente con semblante reflexivo.

Habían pasado ya siete años desde que la batalla por la perla de Shikon hubiese acabado, y cuatro años más desde el regreso de Kagome, todo había estado en paz y perfecta armonía, los demonios mantenían la distancia de aldeas, pero otros comenzaban a mezclarse cada vez más entre los humanos y el número de híbridos iba en aumento, esto despertaba cierta inquietud entre los mismos demonios de más alto rango quienes consideraban que se acercaba el fin de su raza, a ese paso desaparecerían por completo dentro de unos siglos, y esa idea los mantenía a distancia y a la defensiva, no querían buscar problemas, tan solo buscaban sobrevivir y seguir extendiendo sus líneas sucesivas de sangre demoniaca pura.

Pero era evidente que sus esfuerzos serían en vano, después de todo en la época origen de Kagome los demonios no existían, debía ser entonces un destino irremediable.

Inuyasha bufó de pronto, le molestaba pensar demasiado en ese tipo de cosas, y es que no estaba seguro de como sentirse al respecto.

-¡Inuyasha!- El híbrido había volteado segundos antes de que esa mujer le llamara, su inconfundible y dulce aroma le había despertado de sus cavilaciones, y ahí estaba ella: su paz, su certeza, su seguridad, su fortaleza y a la vez debilidad. A su lado ¿Qué importaba si los demonios desaparecían o no?

-Hum… ¿Inu…yasha? – De pronto se encontró a sí mismo delante de ella contemplándola maravillado, no se había dado cuenta ni siquiera como había llegado frente a ella, la atracción magnética que ejercía sobre él era cada vez mayor con el paso de los años, probablemente fuera porque había aprendido a aceptar sus sentimientos con tanta naturalidad como el agua que fluye río abajo, ya no estaba dispuesto a perder el tiempo, jamás volvería a cometer el mismo error.

Poco a poco la distancia entre ellos disminuía buscando el encuentro de sus labios, pero apenas habían alcanzado un roce cuando Inuyasha percibió un aroma diferente en el aire: sangre.

Inmediatamente miró en dirección al origen del rastro, desde la arboleda comenzaron a escucharse unas pisadas apresuradas, no pasaron muchos segundos cuando surgió un anciano con semblante agobiado y una niña ensangrentada e inconsciente en sus brazos.

-¡Ayuda…! ayuda por favor, se los ruego… ¡ayuda!-El anciano cayó pesadamente sobre sus rodillas aferrándose a la pequeña.

En cuestión de segundos Kagome se había acercado a ellos y examinaba a la pequeña, tenía una terrible herida en un costado que se extendía hacia abajo y también presentaba múltiples golpes en la cabeza y brazos.

-Debemos llevarlos a la aldea ahora mismo-Dijo al mismo tiempo que arrancaba un trozo de tela de su manga para tratar de detener la hemorragia.

Inuyasha se apresuró a levantar al anciano en su espalda y Kagome a la niña en sus brazos.

Poco a poco la luz del alba había desaparecido y del rojizo atardecer solo quedaban leves resplandores violáceos en el horizonte.

Ya era de noche cuando llegaron a la aldea, y ya instalados en casa, Kagome se dispuso a atender a la niña, por suerte aquel día había recolectado muchos materiales y hierbas medicinales, e Inuyasha le había hecho el favor de traer suficiente agua del arroyo más cercano.

-Oiga anciano, ¿Qué fue lo que sucedió? –Pregunto Inuyasha mientras la anciana Kaede le servía algo de comida caliente.

-Demonios…horribles demonios de tamaño colosal…nunca…jamás había visto algo parecido…destruyeron nuestra aldea…me atrevería a decir que mi nieta y yo…somos los únicos sobrevivientes…-Concluyó el anciano con voz quebrada.

-Pero eso es… es extraño… hace tanto que no sabíamos acerca de ataques a humanos por parte de demonios… ¿Cómo sucedió esto?- Kaede tenía un semblante realmente serio y preocupado.

-No lo sé…pero…después del ataque fuimos a las aldeas aledañas a buscar ayuda, y todas estaban destruidas también –El anciano se veía muy hambriento, sin embargo sus manos temblaban, dificultándole sostener el tazón.

De pronto Kagome salió de la habitación, se había lavado y cambiado, y se sentó junto Inuyasha suspirando profundamente.

-Bueno, no se preocupe anciano, su nieta estará muy bien, pero en estos momentos necesita muchos cuidados, deberán quedarse aquí unos días, yo me encargare de todo…también…iremos a investigar a esos demonios, tenemos que detenerlos… ¿Inuyasha?

-¡Je!, no tienes ni que preguntar, hace mucho que no tengo una buena pelea, pero dudo que esos demonios sean un verdadero problema para mí.

Y ahí estaba de nuevo, el Inuyasha de siempre, orgulloso e impulsivo, Kagome no pudo evitar soltar una leve risa, lo amaba tanto.

Permanecieron unos minutos más, cenando y conversando con el anciano hasta que decidieron ir a descansar, mañana partirían temprano en busca de esos demonios.