Por fin me he decidido a publicar. Pero antes de lanzarme a esta aventura de resultado incierto, quiero dar las gracias a mucha gente, pero como no quiero que os durmais, lo dejaré de momento, mencionando a las tres mas culpables de esta locura. Leylay por ser la primera que se atrevió a publicar alguna aportación e inició todo, a Erpmeis, que es capaz de colar la palabra "publica" casi en cada frase y además hoy es su cumple (esto un pequeño regalo), y por último y no menos importante, a SnixRegal, porque sin ella, su paciencia y su guia... ya os lo adelanto, no hubiera sido capaz jajaja. Solo espero que os guste, se admiten sugerencias y que al menos no os aburra. Gracias de antemano!
Como siempre y porque por lo visto es tradición... ninguno de los personajes me pertenecen, solo la historia y las anecdotas.
CAPÍTULO I
Érase una vez…. Qué! ¿Algún problema con esto?, si, ya sé, no es exactamente un cuento, pero se parece mucho a uno, al menos en mi recuerdo infantil…así fue. Hace muchos, muchos años (vale, igual no tantos), conocí un lugar enigmático y ciertamente escalofriante. En todos los pueblos y ciudades hay uno, ese que te pone los pelos de punta con tan solo pasar frente a sus muros. Y como si su mera existencia no fuese suficiente, suelen ir acompañados de mitos y leyendas, de muertes violentas y fantasmas que no encuentran la paz. En muchas ocasiones, habitadas por brujas o seres malignos de aspecto deformado con caretas que ocultan el rastro de años de maltrato. Pues bien, así era este palacio que atormentó y avivó mi imaginación a partes iguales a lo largo de los años que residí en esa hermosa ciudad.
Ups, que falta de educación, no me he presentado, mi nombre es Emma, Emma Swan. Nací en New York hace más de 30 años, aunque a decir verdad, es casi donde menos tiempo he pasado. Siempre me consideré una persona privilegiada gracias al trabajo de mi padre, él era embajador de Estados Unidos, y junto a mi madre Mary, mi mejor amiga Ruby y su abuela Granny, (que formaban parte del servicio fijo de mi padre) viajábamos por todo el planeta. De todos aquellos lugares, hubo uno en el que pasamos más tiempo de lo normal, y del que me enamoré perdidamente, considerándolo de hecho, mi hogar, Madrid.
Tanto la Embajada como nuestro domicilio, estaban situados en el que se conoce como "El Barrio de Salamanca". A finales del siglo XIX y principios del XX, era más zona vacacional, las "afueras", que residencial y por ese motivo se construyeron varios palacios. El Marqués de Salamanca, fue el precursor de todo el cambio que se produjo en cada rincón, de ahí que se bautizara con dicho nombre. Logró atraer a la burguesía, la aristocracia, comerciantes, y militares. Con ellos, el dinero estaba asegurado y las magníficas construcciones proliferaban por doquier. Las viviendas del Marqués de Valderas, El Palacio de Basilia Avial, El Palacete del Marqués de Rafal, el de Taviel de Andrade, El imponente Palacio de Amboage, que es actualmente la Embajada de Italia, y por último y no por ello menos importante, mi amado Palacio de Saldaña. Al igual que casi todas las construcciones de la época, tenía un estilo de influencia francesa en su arquitectura, con ciertas pinceladas de rococó y neobarroco.
El Palacio Saldaña, dueño de mis sueños y pesadillas, tiene una historia cuanto menos curiosa. Fue expropiado a Don Joaquín de Loresecha para situar en él al Tribunal de Menores, años más tarde sufrió diversos ataques y se decidió ponerlo en venta, por lo que volvió a manos particulares. Una acomodada familia inglesa, los Mills, decidieron expandir sus rentables negocios de trigo y harinas, trasladando su vida a España, y por ende, a la mejor zona de la capital. Era la época oportuna, a finales de los 80 y principios de los 90, el país no dejaba de crecer, era el momento de invertir, comprar tierras a precios ridículos al cambio de libras a pesetas, mano de obra barata y la desesperada necesitad de crecer de un país que empezaba a abrirse al mundo. Y es en ese punto, donde la historia del palacete, cambió para siempre.
Entre tanto, yo vivía en mi pequeña burbuja de diversión asegurada con Ruby. A nuestros escasos 14 años de edad, nuestra mayor preocupación radicaba en cómo sortear la vigilancia de "la secreta" que nos acompañaba a todas partes, asistir diligentemente a nuestras clases de defensa personal, en las que yo aprendía a defenderme y Ruby a ligar con chicos (ya que nuestro colegio no era mixto), aprobar matemáticas, (siempre se me dio fatal), solfeo y lengua española, una verdadera cruz para Ruby y para mí. Huelga decir que no teníamos ningún problema con el inglés, ni con el francés (ya que vivimos en París 4 años) y ni con el italiano, aunque eso era por pura afición, nos volvían locas los cantantes de esa y de todas las épocas, Eros Ramazzotti, Laura Pausini, Andrea Boccelli, Mina, Umberto Tozzi, Zucchero, Pavarotti y un largo etcétera de magnificas voces. El español todavía se nos resistía, era nuestro primer año allí. No teníamos dificultad al hablarlo, pero escribirlo… uff que de reglas y normas, una misma palabra con mil significados, demasiado estricto para dos almas rebeldes como las nuestras.
El colegio al que íbamos, era uno pequeño y familiar. Mis padres decidieron que era mucho mejor no ir a uno demasiado llamativo y elitista. Creían que los valores y principios de convivencia, eran mucho mejores que una educación basada en la competitividad y la destrucción mutua para demostrar quién era mejor. Mis padres siempre quisieron que me mezclara con todo tipo de gente, mantenían la teoría de que el talento se esconde en cualquier parte y que toda persona debía tener las mismas oportunidades al margen de su "clase social", y el hecho de que Ruby fuera del servicio y criada exactamente igual que yo, era prueba clara de ello. Los padres de Ruby habían trabajado al servicio de mi familia desde… siempre que yo recuerde. Fallecieron en un accidente de tráfico y Granny se hizo cargo de ella. Mi madre decidió que no podían separarnos y pidió a Granny que nos acompañaran allá donde fuéramos, que a ella y a Ruby no les faltaría de nada y así ha sido desde entonces. Son como mi hermana y mi abuelita, no sé qué haríamos sin ellas. Así pues, como hermanas que éramos, discutíamos, nos pegábamos, jugábamos, competíamos y teníamos una habilidad magistral para meternos en todo tipo de líos. La distancia que separaba el colegio de nuestra casa, en realidad no era mucha, pero por seguridad (o eso decían) solían venir a recogernos en coche. Esta circunstancia nos fastidiaba sobremanera, necesitábamos sentirnos normales, así que muchas veces nos inventábamos actividades que no teníamos, otras alargábamos la salida para desesperación de los guardaespaldas, y la mayoría, salíamos ocultas entre nuestras amigas que formaban sutilmente un pequeño tumulto en el que nos perdíamos.
Un día, Rub fingió que se encontraba mal, me pidieron que la acompañara a la enfermería (más bien el dispensario de manzanillas y aspirinas de las monjas), lo que nos daba libre acceso a la salida trasera del colegio. En una milagrosa y repentina cura a causa de la imperiosa necesidad de largarnos, Ruby dio las gracias por tan esmerados cuidados, nos pusimos en pie y pusimos rumbo a la aventura de nuestras vidas. Salimos escopetadas del cole entre risas y abrazos de victoria, cualquiera diría que habíamos ganado algún tipo de competición, pero lo cierto era que cada vez que lográbamos dar esquinazo a los de seguridad, sentíamos un subidón de adrenalina tremendo, casi que nos estábamos haciendo adictas a esa sensación. Cuando nos habíamos distanciado lo suficiente y asegurado de que nadie nos seguía, Rub se paró y ladeó la cabeza.
- Oye Em, fijo que nos metemos en un marrón tremendo. Tu padre nos va a matar, lo sabes, ¿no? – dijo con una sonrisa que reprimía sus ganas de reír a carcajada limpia.
- Ya lo dudo, primero porque soy su única hija y segundo, porque se quedaría sin la única otra persona que podría suplirme, tú. – Esta vez ninguna de las dos se guardó nada, una sonora carcajada estalló con un toque de malicia.
- Y ahora ¿adónde vamos? – me preguntó Ruby esperando alguna locura por mi parte.
- A la Embajada de Italia, es preciosa! – Lo dije con tanta pasión y convencimiento, que Rub me miraba casi con sorpresa. Sabía que había tomado cierta afición por descubrir la arquitectura de la zona, y que la embajada tenía fama de ser uno de los edificios más bellos de Madrid. Lo que pasa, es que a Rub, eso no le parecía precisamente la aventura de su vida.
- ¿En serio? , es coña o algo así, ¿no?, vamos Em, si quisiera ir de museos me iba al Prado, creí que arriesgaba mi vida por algo mejor – Su tono sonaba casi enfadado, pero cuando se fijó bien en mi cara, vio que reflejaba cierta decepción, incluso diría que algo de tristeza, así que no pudo resistirse a esos ojos azul cielo verde pradera, como le gusta decir, y dejando clara su posición después de un bufido que acompañó con una caída de hombros, añadió – Vaaale , iremos a la dichosa embajada, pero me debes una aventura de las buenas. He tenido una de mis mejores actuaciones de dolor de barriga y quiero un Óscar por ello, o en su defecto un buen helado - Me abalancé sobre ella en un apretado abrazo y la llené de besos por toda la cara.
- Vamos Rub, será genial, te lo prometo, ¿cuándo te he fallado yo? – Rub me miró con cara de circunstancias.
- A ver, mmmm deja que piense, la vez que me prometiste que veríamos un ovni, me sacaste de la dichosa tienda de campaña en la que estábamos por culpa de tu maldita afición al campo y luego resultó ser un tractor en medio de un prado, o aquella que me aseguraste que habías escuchado un fantasma, me sacaste arrastras de la cama en plena noche y me llevaste a esa iglesia ruinosa, luego resultó ser un búho el que hacía los ruidos, y qué tal la vez que… - la interrumpí abruptamente poniendo el dedo índice en sus labios y me defendí.
- Lo pillo, lo pillo, pero eso fueron pequeñas confusiones producto una de la falta de sueño y la otra… ehh da igual, el caso es que no es lo mismo, ¿vamos o qué? Al final nos tiraremos toda la santa tarde discutiendo, y ni tu gran actuación servirá para nada! – Me puse a caminar dejando a Rub atrás. Esta por su parte, se estaba riendo por dentro, con la seguridad de haberme descentrado, cosa que sin duda, era una de sus aficiones favoritas, dejarme sin argumentos.
Caminamos varias calles, quería aparentar que sabía adónde iba, aunque en realidad, no lo tenía nada claro. Más o menos sabía por dónde estaba la embajada, pero aún no conocía suficientemente la zona como para llegar de manera directa. Callejeamos sin rumbo hasta una calle más o menos ancha que me daba cierta seguridad, dicha calle daba a una plaza con una estatua en el centro. Miré hacia uno de los carteles que hacia esquina y pude divisar por un lado, Plaza del Marqués de Salamanca y del otro, Calle de Ortega y Gasset.
- Bingo! – Grité de pronto, haciendo que Rub pegara un respingo
- ¿Nos ha tocado algo? - Preguntó Ruby con un aire un tanto irónico. La verdad es que la morena estaba ya un poco cansada de caminar, eso no era lo suyo. Maquillaje, ropitas, chapa y pintura como solía decirle para pincharla y poco más. No, ciertamente el deporte no era una de sus aficiones.
- Esta es la calle, tiene que estar por aquí cerca. – Por aquel entonces, yo desconocía dos claves para orientarse en Madrid, una es que todas las calles empiezan su numeración dirección a Sol y dos, dónde demonios estaba Sol. Así que sin querer, dimos varias vueltas a la plaza, a mi no me importó, porque cada edificio era a cual más bello, pero mi "hermana del alma" no disfrutaba en absoluto lo mismo que yo.
- ¿Puedes decirme dónde narices está la puñetera embajada? Porque de dar tantas vueltas, empiezo a escuchar la música del tiovivo en mi cabeza!, Por Dios Emma, pareces un tío, quieres preguntar de una maldita vez dónde está!. – Sin duda se estaba enfadando de verdad, así que no me quedó más remedio que preguntar, con la rabia que me da sentirme perdida y no lograr lo que busco por mis propios medios. Claro que en esa época, ni móviles, ni gps, ni nada que se le parezca. Así que tras preguntar a un viandante la ubicación exacta, enfilamos calle abajo en pos del deseado palacio.
El problema es que básicamente, no estábamos en la calle correcta pero sin duda, dimos con el lugar indicado. Unos metros más abajo, se alzaba imponente otro Palacio, no era el que yo buscaba, al menos eso creí en aquel momento, pero nada más pasar frente a él, me quedé como paralizada. A pesar de su descuidado aspecto, mantenía su porte señorial, sobrio y regio. Se mantenía en medio de edificios mucho más altos que él, como un animal herido al borde de la extinción. Tres plantas de alzada y una altura más en forma de ático. Rodeada en parte por jardín y altas verjas de hierro forjado, bien labrado y mal mantenido. No podía dejar de admirar cada detalle, grandes ventanales adornados con balconadas unas de balaustrada y otras de hierro a juego con los cerramientos del recinto. Su exuberancia delataba su amor por lo curvilíneo, arcos, frontones, ventanas ovaladas y una evidente pasión por la luz que fue palideciendo con el paso del tiempo. Alcé aún más la vista, y en la parte más alta del edificio, pude ver el rosetón que coronaba la construcción. No sé qué era, o quién era, pero vi sin duda alguna, a alguien o algo que se movía en su interior. Mentiría si dijera que no sentí miedo, un extraño frío por la nuca y el impulso de salir corriendo, lo que no tenía claro era si en dirección contraria o directamente a ese lúgubre edificio.
- ¿Lo has visto? – dije señalando a ese lugar en concreto
- ¿Es broma?, ¿esta es la célebre embajada? Pues está hecha puré. La verdad Em, pensé que tenías mejor gusto, pero en este caso, menudo chasco, tanto pasear para esto!. – Me soltó sin mirar mucho el palacete.
- No! Mierda Rub, me refiero a que si has visto a alguien en esa ventana. Y no, no es la embajada, la verdad es que no tengo ni puñetera idea de donde está, ahora eso no es lo importante, céntrate, ¿lo has visto o no? – Ella levantó la mirada sin demasiado entusiasmo, me miró, volvió a levantar la vista y añadió…
- No me fastidies, ¿esto es como lo del búho? – Yo no estaba loca, aunque ella en ese momento me miró como si me hiciera falta ingresar urgentemente en el frenopático.
- Déjate de búhos, esto va en serio, he visto a alguien. Y yo no me voy sin comprobar si es cierto o no. Te apuntas o saldrás corriendo para no romperte una uña! – Mi tono de burla y la voz de niña pequeña asustada que puse, fueron suficientes para que reaccionase.
- Dios que cruz, vale, vamos a ver a tu fantasma, ¿qué será esta vez, una cortina, un pájaro bobo, una ardilla?, conste que yo no he visto nada, es más, ni estaba mirando - Sabía que eso sería más fuerte que ella, se lo dije de tal manera, que se sintiera lo suficientemente mal como para seguirme.
- Ehh Ruby, ¿no querías una buena aventura? Pues veamos que seeeeres habitan en ese palaaaacio, que bruuuujas se esconden tras las pueeeeertas y que fantaaaaasmas rooooondan por sus rincoooones, Bhuuuu! – Mi tono fantasmagórico hizo que Ruby se partiera de risa en un santiamén. Esperamos pacientemente el cambio del semáforo e iniciamos la marcha.
- Si eres más idiota no naces, porque te pierdes antes de salir jajajaja, anda y camina, al final sí que nos meteremos en un buen lio – Lo dijo riendo, pero en el fondo sabíamos que tenía toda la razón del mundo, nos íbamos a meter en la boca de lobo.
Las dos cruzamos la calle para enfrentarnos a esa reja cerrada con una gruesa cadena. Asomamos la nariz y vimos el descuidado jardín. Solo un manzano conservaba cierto esplendor, aún pendían de sus ramas, rojas manzanas. Era raro, porque todo lo demás, parecía abandonado. Mientras Ruby miraba hacia la calle para comprobar que nadie reparaba en nosotras, yo continuaba oteando hacia interior del jardín. La repentina visión de una figura humana atrajo toda mi atención, parecía esconderse tras la esquina del edificio, justo al lado del manzano. Apenas tenía un par de años más que yo aunque aparentaba más. Me asusté, fue como si el mundo dejara de girar y el tiempo hiciese una parada en seco. Un escalofrío recorrió cada célula de mi cuerpo. A cámara lenta mis ojos y los suyos se cruzaron. Eran oscuros y sombríos, tan profundos como una mina excavada en las entrañas de la tierra, tristes como una balada de desamor y magnéticos como un imán atrayendo a su polo opuesto. Sus cabellos negros parecían cubrir un rostro roto por el luto y aunque cuidados, habían perdido el lustre que se le suponían.
Tan pronto como apareció, se desvaneció como si nunca hubiera estado allí. Tanto es así, que cuando Ruby se giró, ya no había rastro de ella. No me atreví a preguntar, fuera cierta o no mi visión, quería conservarla en mi memoria para siempre. Nos miramos, me sonrió con malicia y me dio un pequeño empujón.
- ¿Vamos? – Pregunté con una ansiedad mal disimulada, necesitaba descubrir si ella, era real.
- Vamos.
