La he visto llorar en repetidas ocasiones. Desde lejos, puede reflejarse su mala suerte en el amor. Nadie la ha visto nunca con un joven que valiera la pena. Este último parecía ser diferente, aunque, tal vez, el error de haberlo creído una buena persona era la razón por la cual ahora ella estaba encerrada en ese patio destruido, que obstruía su contacto con cualquier clase de compañía gracias a la cerca de alambres de la que ahora era prisionera.
Había pasado ya una semana desde que esa chica decidió descuidar su bella apariencia por la pérdida de otro de sus más grandes amores. Nunca demostró ser una joven adinerada, pero era realmente hermosa. Todos lo sabíamos.
Desde sus casas, observábamos como caía al suelo cada quince, o tal vez veinte, minutos, luego de gritar por horas, pidiéndonos que no la dejáramos morir.
El mundo entero se había burlado de ella cuando era una niña, y eso la había llevado a crecer rápido y ser quien no era realmente.
No era nada extraño verla con el chico equivocado la mayor parte del tiempo. Siempre cometía ese error, pero esta vez había sobrepasado los límites, a tal manera que ella no quería volver a enamorarse para no morir definitivamente.
El último hombre que logramos ver, solo reapareció en los recuerdos de esta joven. Ella decía verlo entre las llamas de la casa que ahora estaba hecha cenizas, frente a ella. Si quien se sentaba a su lado a escucharla, se quedaba por el tiempo suficiente, podía llegar a visualizar las imágenes que ella describía.
El joven la había engañado una única vez, sin razón aparente. Él demostró siempre amarla puramente. Ella había descubierto su engaño, y las velas que alumbraban la mesa de la cena romántica que él había preparado, habían caído al suelo. Él estaba en el suelo, agarrándose el pecho, sufriendo, y pidiendo ayuda al más grande amor de su vida. Ella seguía ciega, como nunca antes lo había estado, gracias a los celos que lograron dejarlo morir allí.
El cerrar esa puerta y verlo caer en llamas, junto con la casa que juntos habían construido, fue el más grande error que ella había cometido.
De a poco, cada una de las personas que la rodeaban conocía su historia, y todos, finalmente, optaron por abandonarla.
Ahora pasaba sus noches en la hierba amarillenta de su patio delantero, dentro del alambrado del que nunca logró salir.
