Hola. Este es mi segundo ff sobre Hetalia, y es Spamano, un ship que todos amamos (?) Tengo planeado que sea un ff más o menos largo, pero todo se verá en el camino. Espero que sea de su agrado y se reciben todo tipo de comentarios mientras sean dichos con respeto. Saludos.
Disclaimer: Hetalia y sus derivados pertenecen a Hidekaz Himaruya.
Advertencias: Diferencia de edad (6 años). Temática slash (hombre/hombre).
Me encontraba de pie y con la cabeza gacha frente a mi abuelo. Este me regañaba como si no hubiera un mañana, recordándome todas las malas calificaciones que tuve durante el semestre pasado, además de las llamadas de atención por parte de profesores y autoridades del instituto, debido a mi mala conducta con todos.
—No me concentraré en tu mala conducta, ya que a tu edad yo era igual —decía mi abuelo—, pero no puedes seguir bajando tus notas. ¡Repetirás el año!
A pesar de que tenía unas ganas inmensas de responderle, me aguantaba, debido a que las únicas palabras que se me ocurrían eran insultos, los cuales solo provocarían más conflictos innecesarios, y yo ya estaba harto.
—Te prometo que el semestre que viene estudiaré más —dije en cuanto terminó de hablar.
—Siempre dices lo mismo Lovino. Ya no te creo.
Esta bien, había usado quizás el mismo recurso unas cuantas veces, era de esperar que con el tiempo perdiera su eficacia.
De todas formas, ¿para qué debía estudiar? Digo, ni que realmente me sirviera de algo todo lo que me obligan a aprender en el instituto. En especial esas malditas matemáticas y física, ¡jamás necesitaré los teoremas! ¡Mucho menos saber a qué velocidad debería ir un maldito tren para que alcance su destino a tiempo!
Alcancé a desviar mi vista de mi abuelo por unos segundos, encontrándome con mi hermano que dibujaba felizmente en la mesita de centro de la sala. Que suerte tenía, no tener que preocuparse de materias complicadas. Aún le quedaban dos años para que entrara al instituto. Ya me reiré de él cuando esté en mi situación, puesto que es igual de idiota que yo... Quiero decir, ya que incluso yo soy más inteligente que él... No, espera...
—¿Se puede saber de qué te ríes?
Mi sonrisa se desvaneció en milésimas de segundos, dando paso a una cara de terror debido al repentino tono que había empleado mi abuelo. El suele ser una buena persona, pero cuando algo está relacionado a los resultados académicos se vuelve otra persona. Puede que se deba a que su sueño siempre fue ser director de escuela.
Que sueño más triste.
—De nada abuelo.
Siguió hablando y hablando por cerca de treinta minutos más. Yo hacía mucho ya que había dejado de escucharlo realmente. De todas formas, ¿es que no se le acababan los motivos para regañarme? (...) ¿A quién quiero engañar? Soy el peor nieto.
Hubo un tiempo en el que realmente intenté hacer las cosas bien, y con eso me refiero a que hacía mis deberes, estudiaba, asistía todos los días a clases, pero de todas formas mis calificaciones no mejoraban, lo cual terminó por frustrarme de sobre manera, haciendo que dejara de preocuparme de ello y provocando la situación en la que estaba metido ahora.
—Lo he decidido —dijo de pronto mi abuelo—. Contrataré a un profesor particular para que te enseñe. —Supuse que debí haber colocado una mueca o muy graciosa o muy horrible con mi rostro, debido a que por un segundo vi una sonrisa en el rostro de mi abuelo al escucharle decir eso.
—Espera, ¿qué?
—Lo que escuchaste. Un profesor particular. —Iba a replicar pero me detuvo— Así podré tenerte a la vista mientras estudias, y me aseguraré de que aprendas —dijo con dureza esto último. Solo pude asentir en silencio.
Pronto abandonó el comedor, dejándome solo. Pateé una de las patas de la mesa, con la fuerza suficiente para desquitarme pero lo necesario para que no hiciera gran estruendo y mi abuelo viniera a regañarme otra vez.
Caminé hasta donde Feliciano, sentándome frente a él.
—Oye idiota —lo llamé. Él solo respondió con un monosílabo mientras seguía dibujando—. ¿Qué dibujas?
—A ti, hermano.
De pronto sentí una calidez en mi interior. Después de esos regaños durante toda la mañana al fin algo bueno pasaba. Mi pequeño hermano me dedicaba un dibujo.
—¿A ver...?
Me acerqué a él para ver el dibujo, encontrándome con algo digno de ese artista español tan apegado a los cubos, del cual no recordaba el nombre.
Bueno, si en algo me iba bien en el instituto era en historia y en arte, aunque con respecto al arte conozco solo la teoría, debido a que al abuelo le encanta el tema y lo inculcó en nosotros desde pequeños, pero en lo que a la práctica se refiere, pues bien, yo me declararía vanguardista.
—Estoy intentando imitar el estilo de Picasso.
—Ya me he dado cuenta.
—¿Te gusta?
El idiota de mi hermano me conocía. Sabía que yo no era capaz de decirle nada malo cuando colocaba esa maldita sonrisa en su rostro.
Intenté devolverle la sonrisa, que solo terminó en una extraña mueca que me pareció que lo asustó un poco.
—Digno del siglo XX.
Su sonrisa volvió a iluminar su rostro. Me agradeció la opinión y siguió con el dibujo. En cambio, yo me levanté y fui directo a mi habitación. Me encerré allí durante todo el día.
Durante las vacaciones, salía con algunos amigos a pasear o a pasar el rato. Íbamos al centro comercial más cercano y nos quedábamos en los videojuegos todo el día.
Muchas veces, junto a mi hermano, íbamos a la casa de Kiku, un superior y viejo amigo que conocimos cuando recién habíamos acabado de mudarnos a aquel lugar. En su casa, seguíamos jugando videojuegos o leyendo comics. Unos auténticos ñoños.
Kiku nos contaba que aprovechando los días libres de vacaciones, había comenzado un manuscrito para un doujin, algo así como un cómic japonés, pero hecho por fanáticos. Mi hermano se había ofrecido a ayudarle, de esa forma, quedó como el encargado oficial de hacer los fondos. Y yo, bueno, yo solo seguía comiendo o jugando junto a ellos.
Rápidamente pasaron los días de vacaciones de invierno, llegando con ello la vuelta a clases del segundo semestre.
A esa altura yo ya había olvidado completamente el tema de mis bajas calificaciones y lo del profesor particular, solo para recordarlo cuando, ya entrada la segunda semana de clases, un tipo con una apariencia desaliñada estaba parado fuera de la entrada de mi casa, turnando su atención entre esta y el papel que sostenía.
Con recelo comencé a bajar la velocidad de mi caminar, esperando que en algún momento aquel tipo se retirara de allí y me dejara pasar sin problemas. Pero esa no parecía ser la idea de él.
Inesperadamente volteó a verme, como si supiera que estaba allí, luego sonrió de una manera muy despreocupada, lo que me provocó un leve escalofrío. Lo veía venir.
Se acercó a mi a paso seguro y en cuanto quedó a una distancia prudente para unos desconocidos, comenzó a hablar.
—Hola. Tu debes ser el nieto del abuelo Rómulo —decía este tipo con una gran sonrisa en el rostro—. Te pareces bastante a él. Que divertido debe ser ser su nieto. Recuerdo cuando el me cuidó unas veces de pequeño...
¿Qué le pasaba a este tipo? ¿Es que le soltaba toda su historia a cualquier extraño con el que se encontrara en la calle? Y justo tenía que haber sido yo.
—Entonces para que dejara de pelear con Francis nos tomó a los dos en brazos...
Vamos, que a mi no me interesa su historia ni la de su novio de toda la vida.
—Disculpa —dije interrumpiéndolo de pronto, él solo se calló—, pero no tengo tiempo para escuchar las historias de tu novio.
Parece que lo que dije fue bastante gracioso, puesto que rió muy divertido durante unos segundos.
—¡Te equivocas! Francis no es mi novio, es solo un viejo amigo. Ahora mismo estoy soltero.
—¿Aprovechas para pasar el aviso? —dije maliciosamente. Así quizá lograría quitármelo de encima.
—Uno nunca sabe.
Sentí hervir mis mejillas al instante. En serio, ¿qué pasaba con él? ¿Cómo puede ir por la vida tan despreocupado? Pronto soltó una risita que solo logró molestarme más.
—¿Q-qué?
—Estas completamente rojo.
—¡No es de tu incumbencia! —dije y caminé pasando de él.
—No, espera...
Me detuve frente a mi casa, mientras buscaba las malditas llaves que no recordaba donde había dejado, el tipo se me acercó de nuevo.
—Lo siento, no fue mi intención reírme de ti.
Esta bien, por si no había quedado lo suficientemente claro, sí, se había reído de mi, y no de la situación.
Introduje la llave en la cerradura y abrí la puerta, en cuanto iba a cerrar el idiota me detuvo.
—¡Espera, espera! Tú eres Lovino, ¿no?
Dejé la puerta a medio cerrar, luego miré al tipo.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—El abuelo Rómulo me lo dijo.
—Deja de decirle abuelo al abuelo.
—Esta bien —dijo levantando ambas manos—. Rómulo me dijo tu nombre. ¿Él no te ha hablado de mi?
—¿Por qué habría de hacerlo?
—Pues porque desde hoy seré tu profesor particular.
—¿Qué?
—Mi nombre es Antonio Fernández Carriedo. Un gusto —dijo a la vez que estiraba hasta mi su mano.
Supongo que él esperaba que le correspondiera el gesto, debido a su rostro de insatisfacción cuando, luego de unos segundos, yo seguía sin hacerlo.
Retiró su mano y comenzó a jugar con sus dedos.
—Este... Tu nombre es Lovino Vargas, ¿no? Realmente es un placer conocerte —sonrió tímidamente—. Hoy es la primera vez que haré clases a alguien que no sea un compañero de universidad, así que espero que nos llevemos bien, y cualquier duda que tengas, solo hazla.
—¿Cuánto?
—¿Disculpa?
—¿Cuánto te pagó mi abuelo para hacerte venir? Te pagaré el doble si te vas y le dices que no pudiste enseñarme.
—Oh, no, no. No me está pagando. Quise hacer esto para agradecerle todas las atenciones que me ha dado hasta ahora.
Oh Dios, justo lo que faltaba. Un maldito samaritano.
—Bueno —dijo sonriendo el idiota—. ¿Entramos? —Colocó su mano en la puerta para abrirla, pero se lo impedí, ejerciendo fuerza al contrario— Debemos ponernos al día con tus materias.
Cada vez empujábamos con más fuerza la puerta, en direcciones opuestas. No podía dejarlo entrar. No debía.
—Esta bien, tienes fuerza en los brazos.
—Lo mismo digo —dije con una sonrisa burlona.
De pronto la puerta de la casa se abrió, dejando ver a Feliciano asomándose por ella.
—¿Hermano?
En mi despiste Antonio aprovechó de abrir por completo la puerta y entró sin permiso. Se paró frente a mi hermano, que abrió la puerta en su totalidad al ver al invitado.
—Buenas tardes. Soy Antonio, el nuevo profesor particular de Lovino.
—No me llames por el nombre idiota. Ni siquiera te conozco —reclamé aún desde la entrada. Pero ninguno pareció escucharme.
—Ah, Antonio. —Mi hermano sonrió ampliamente— Mi abuelo me ha hablado de ti. Pasa, pasa. —Se hizo a un lado para que el idiota pasara, y así lo hizo.
Feliciano se quedó observándome desde la puerta.
—¿No vas a entrar?
—Claro que si, maldición —dije de mala gana entrando también. Feliciano se encargó de cerrar la puerta—. ¿Dónde está el abuelo?
—Está en su oficina, escribiendo el libro y peleando con su editor.
A pesar de que el abuelo hacía unos años tenía la edad suficiente para jubilar, su trabajo le apasionaba y por ello no lo había dejado aún.
Por lo que sé, toda su vida había sido historiador, aunque cuando joven despilfarraba todo aquello que obtenía, clamando que los ancestros romanos hacían lo mismo. Luego conoció a la abuela, sentó cabeza y tuvo a mi padre.
—Hace un rato le he llevado un tentempié para que descansara un momento, pero a saber si se lo ha comido realmente.
—Gracias —dije sin pensarlo mucho, a la vez que le pasaba una mano por la cabeza en forma de cariño.
—No hagas eso. ¿Ves que no crezco? —dijo quitando mi mano de él.
Reí y caminé hasta la sala, encontrándome con Antonio sentado en el sofá, mientras revisaba unos cuadernos.
Levantó disimuladamente la mirada, viéndome de pie en la entrada del salón. Volvió a mirar el cuaderno para luego hablar.
—Por lo que sé, este semestre deberian haber comenzado con las funciones. ¿Es así?
—Ni idea —dije a la vez que dejaba la mochila en el suelo y me sentaba en el piso, a un lado del idiota.
—Déjame ver tu cuaderno.
—Claro que no.
Me miró con el ceño fruncido. Le devolví el gesto. Suspiró cansado. Luego sonrió.
—Mientras más rápido hagamos esto más rápido te liberas, así que, ¿cooperas o estamos aquí hasta mañana?
Bufé y luego de mala gana tomé la mochila para buscar el maldito cuaderno. Pronto se lo entregué y en cuanto lo abrió y pasaba las páginas, su cara se hacia un completo poema.
—¿Seguro que este es tu cuaderno? —Asentí— ¿Has escrito algo siquiera? —Las hojas blancas dominaban en su totalidad al cuaderno— ¿Algún indicio, siquiera?
Pronto sus ojos se iluminaron. Me alarme ante aquella reacción.
—¡Sí! —Se sentó junto a mi, en el suelo. Demasiado cerca en mi opinión— Aquí —dijo apuntando la cabecera de una hoja, en donde el título, que era lo único escrito, ponía funciones—. Están viendo las funciones, tenía razón después de todo.
—Pues te felicito.
—Gracias —dijo sonriendo felizmente.
Idiota.
Estas clases serán un suplicio.
