Los personajes de CCS son propiedad intelectual del grupo CLAMP. La historia es de mi autoría.
"Los registros secretos del corazón de una chica"
Capítulo 1.
La lluvia azotaba el parabrisas del automóvil cuando atravesaron las fronteras de Tomoeda. Sakura no recordaba haber escuchado noticias sobre el temporal que afectaba a la ciudad esa noche, lo único que sabía e importaba en ese momento, era llegar a su nuevo hogar cuanto antes. No soportaría cinco minutos más dentro de ese coche con su madre forjando su propia inundación al volante.
Se encogió en el asiento del copiloto con su propio dolor restallándole en el pecho. En algún lugar había escuchado que la felicidad es efímera y terminó comprobándolo de la peor manera. Su padre había muerto hacía cuatro días, dos de los cuales llevaba atrapada en el automóvil con su madre llorando y conduciendo de regreso a la ciudad de la que era originaria.
Una parte de su alma encontraba consuelo en conocer la ciudad donde tuvo cabida la historia de amor de sus padres, pero sabía que el resto jamás lo haría. La pena por su pérdida perduraría hasta tiempos indefinidos, quizá toda la vida; el estruendoso ruido proveniente de la radio ascendiendo a dolorosos decibeles prohibidos, le indujo a fruncir el ceño y dejar de enfrascarse en su tristeza.
Su madre entonaba con espantosa voz trémula It's a heartache de Bonnie Tyler, derramando con cada palabra un par de lágrimas que sinuosas recorrían sus pálidas mejillas.
—Vamos, cariño. Canta conmigo —suplicó Nadeshiko, posando una mano en su rodilla.
La petición llevó a Sakura a admirar la guitarra que descansaba en su regazo, esperando que ningún espíritu se decidiera a castigarla por habérsela robado del cementerio. El instrumento había pertenecido a su padre, que aunque no tocaba a nivel profesional, solía impartir clases gratis los fines de semana. Sin reparar tanto en el hecho, se unió a su madre en el coro, transportándose a las épocas felices en las que su padre tocaba y su madre fingía danzar y cantar espectacularmente alrededor de una fogata. Entonces se convenció de que Fujitaka debió amar demasiado a Nadeshiko para soportar su espantosa voz chillona día con día.
—Por favor, madre. Ni siquiera hay luna llena.
El gruñido arrancó a Sakura de su ensoñación, difuminando sus preciados recuerdos de forma abrupta. Sin embargo, Nadeshiko ignoró el reclamo de su hijo mayor y continuó cantando.
Touya Kinomoto bufó acomodándose en el asiento trasero, pensando que no podía esperarse menos de una mujer de veintiocho años con la madurez mental de una chica de quince. Su hermana y él estarían perdidos bajo el completo cuidado de Nadeshiko. Su madre era un desastre en toda la extensión de la palabra. Torpe hasta la médula con un corazón tan blando como el pudín y lo más lamentable de todo, era que su pequeña hermana había heredado cada uno de sus defectos más el doble de ingenuidad. Tendría mucho trabajo de ahí en adelante.
Decidió incorporarse al escuchar un segundo gruñido que seguramente pertenecía al estómago de su hermana. Sacudió la cabeza mirando las envolturas de chocolates y cereales en barra dispersas por el piso del automóvil. No habían consumido nada saludable desde el último desayuno preparado por su padre y la cena gratis que obtuvieron en un motel de paso. Rodó los ojos y con un suspiro profundo, revolvió su mochila hasta encontrar un tetrabrik de leche de fresa. Lo miró unos segundos y se encogió de hombros, era el único elemento restante en sus provisiones. Las galletas y emparedados se habían acabado dos ciudades atrás.
—Es hora de alimentar a la bestia —murmuró arrojándole el tetrabrik a Sakura.
La niña castaña abrió los ojos como platos al reconocer el objeto que se impactó con su brazo y observó con preocupación a su madre cuando ésta frenó el automóvil, maldiciendo en voz baja y lanzándole una mirada reprobatoria a su hermano.
—¿Qué rayos te pasa? —gritó Nadeshiko, girándose sobre el asiento para enfrentar a su hijo.
—¿Qué rayos te pasa a ti? —replicó Touya, quien había impactado contra la ventana por el repentino cambio de dirección que efectuó su madre antes de detener el coche.
Nadeshiko recogió el tetrabrik de leche y lo agitó en el aire, captando la atención de sus hijos.
—Sakura es intolerante a la lactosa.
Una sonrisa socarrona atravesó el rostro de Touya mientas se cruzaba de brazos.
—Vaya, lo sabes —resopló burlón—. Maravilloso.
Nadeshiko entornó los ojos y Sakura se mordió el labio inferior abrazando con fuerza la guitarra de su padre.
—Deja de faltarme al respeto, Touya. Llevo días soportando tu actitud de mocoso malcriado y prometo que la próxima vez que te comportes de ésta manera conmigo, te daré una reprimenda que nunca olvidarás.
Touya levantó las cejas un tanto divertido.
—Sinceramente madre, creo que antes de castigarnos deberías aprender a cuidar mejor de nosotros. —Nadeshiko profundizó su ceño y Touya acalló cualquier replica levantando su dedo índice entre ellos—. No digas que has sido una buena madre hasta el momento porque ni siquiera sabes cocinar, no tienes empleo y no tienes idea de cómo vas a mantenernos cuando se termine el dinero que nos dejó papá, desde que él murió te has dedicado exclusivamente a llorar y no has prestado la mínima atención de nosotros. Sólo hay que mirar a Sakura para comprobar que estoy en lo cierto —señaló.
Sakura agachó la cabeza intentando descubrir lo que marchaba mal en ella. Era cierto que estaba un poco despeinada y tenía manchas de jugo en su camiseta, pero a cambio conservaba su ropa interior limpia y las uñas recortadas. Sus ojos escocieron y su labio inferior tembló en un esfuerzo de reprimir su llanto. No le gustaban los gruñidos amonestadores de su hermano ni el brillo mohíno en los ojos de su madre. Cuando su padre vivió nadie tuvo la necesidad de alzar la voz para esclarecer desacuerdos, pero en las últimas horas, gritos era casi lo único que había escuchado.
—Perdóname, mami —sollozó apuñando sus manos en torno al cinturón de seguridad que cruzaba su pecho—. Me dijiste que cuando tuviese hambre te lo avisara para detenernos a comer, pero pensé que sería mejor cenar en casa. No quiero que peleen por mi culpa.
—Nadie está peleando, querida —mintió Nadeshiko acariciando la cabeza de su hija.
—Me refiero a ésa guitarra —indicó Touya, haciendo caso omiso del llanto de su hermana.
—Ya basta —le ordenó Nadeshiko, realizando un acopio de fortaleza.
—¡Regalaste todas sus cosas! —protestó el niño, cerrando las manos a sus costados—. No te importó si nosotros queríamos conservarlas. Sakura tuvo que robarse la guitarra en el cementerio y yo me vi obligado a irrumpir en la biblioteca para recuperar su libro favorito. ¡Eres una hipócrita! Lo único que te interesa es olvidarlo.
Nadeshiko comprendiendo el enojo de su hijo, se trasladó al asiento trasero, abrazando al pequeño en contra de su voluntad. Ella pensaba que los hombres, incluso los más pequeños manejaban el dolor y la tristeza de una forma diferente que las mujeres. Touya no había llorado al recibir la noticia de la muerte de Fujitaka, su primera reacción fue enojarse y culparla a ella por lo sucedido.
Mientras su hijo mayor lloraba por primera vez en sus brazos, Nadeshiko extendió una mano a su hija, invitándola a unirse en su regazo. Sabía que los tres superarían juntos su pérdida, pero antes que nada, necesitaban liberar la tristeza de sus corazones quebrantados para construir una nueva sonrisa con los retazos.
—Tienes razón diciendo que soy una inútil —murmuró Nadeshiko, acunando las cabezas de sus hijos en su pecho.
Touya levantó la mirada avergonzado e intentó farfullar una disculpa, no obstante, ésa vez fue Nadeshiko quien acalló sus palabras posando cariñosamente un dedo en sus labios.
—Tal vez no sea la mejor ni la más lista de las madres, pero les prometo que pondré todo de mi parte para sacarlos adelante. Yo al igual que ustedes estaba acostumbrada a la protección de su padre, me sentía tan segura como amada a su lado y yo quiero que se sientan de la misma forma conmigo. No tengo idea de cómo lo lograré pero confío en que pronto se me ocurrirá algo —gimoteó. Pese a que no fue un discurso muy esperanzador, Nadeshiko procuró ser sincera con sus hijos.
—Yo creo que eres muy inteligente, mami —opinó Sakura, besándola en la mejilla.
—¡Muchas gracias, cariño! No les fallaré, ya lo verás.
Touya sonrió disimuladamente, pensando que dos personas con la misma capacidad mental como lo eran su hermana y su madre, siempre se apoyarían. No cabía duda que quién tendría que asumir los roles de villano sobreprotector sería él.
—No era mi intención lastimarlos ni olvidar a su padre donando sus pertenencias a los necesitados —continuó Nadeshiko.
—Nosotros somos necesitados —le interrumpió Touya, comenzado a arrugar el entrecejo.
Nadeshiko suspiró profundamente ante la necedad de su hijo. Touya nunca le perdonaría haberse deshecho de las pertenencias de Fujitaka.
—No somos necesitados, necesitados —aclaró la mujer—. Tenemos un techo donde vivir y ropa para abrigarnos. Tu padre no era un hombre egoísta Touya, compréndelo. Yo no pretendía regalar sus cosas para olvidarme de él y marcharme con otro hombre, no necesito cosas materiales para mantener vivo mi amor por él. La herencia más valiosa de su padre para mí, son ustedes. Por eso quiero cuidarlos de la mejor manera posible y rodearlos de todos los lujos que él anhelaba darles. Los amo y sé que nunca supliré el lugar de Fujitaka en nuestro hogar, y aun así, espero que confíen mí. Quiero, necesito que confíen en mí.
Nadeshiko sabía que los niños no tenían otra opción más que confiar en ella, aunque dudaba que su aspecto desgarbado ofreciera algún tipo de seguridad esa noche. La tormenta había aminorado a una simple llovizna igual que lo habían hecho las lágrimas provenientes de lo más profundo de su alma. Tendría que armarse de valor de ahí en adelante para ofrecer consuelo a sus hijos. Se reservaría el llanto exclusivamente para la soledad de la noche.
El pensamiento terminó por deprimirla y decidió que lo mejor sería continuar con su camino. Dejó a su querida Sakura dormitando en la parte posterior del auto confiando en que su pequeño hombrecito velaría su sueño y retomó su puesto en el asiento del conductor. La calefacción del auto se había echado a perder, pero su cuerpo que no sentía calor desde hacía días comenzó a transpirar cuando el coche se rehusó a arrancar.
Suspiró apretando las manos al volante, sintiendo la mirada reprobatoria de su hijo cerniéndose sobre ella. En un acto más desesperado que intrépido, salió del automóvil, aventurándose a levantar el capó a pesar de no conocer nada de motores. Lo inspeccionó unos instantes y la embargó una imperante necesidad de echarse a llorar. Todavía les faltaba recorrer la mitad del camino y podía jurar que no había visto ninguna gasolinera desde hacía horas.
En medio de un ataque de ira, cerró el cofre pateando una piedrecilla tras otra hasta que se cansó y acabó sentándose encima de sus talones con los dedos de las manos metidos en su cabello. No soportaba más la situación, quería correr y refugiarse en una cómoda habitación de hotel cinco estrellas para ahogar sus penas con las burbujas del jacuzzi. Sin embargo no podía hacerlo teniendo bajo su cargo a dos menores de edad que no podían valerse por sí mismos.
Soltando una risita histérica se golpeó la frente con la palma de la mano, considerándose la peor y más estúpida de las mujeres por haber concebido tan aberrante pensamiento. No podía abandonar a sus pequeños en medio de la nada a merced de cualquier depravado. Se incorporó divisando a través del parabrisas la expresión preocupada de Touya y la imperturbable inocencia de Sakura resguardada en un mundo de sueños.
Caminó hasta el borde de la carretera rogando a los cielos por la aparición de un buen samaritano que quisiese ayudarla. Recordó su aspecto y midió sus posibilidades de no ser confundida con una indigente. La raída sudadera gris que había adoptado hace algunos años de la indumentaria de su esposo, no estaba mal, así como los pantalones deportivos que se ceñían a sus delgadas piernas. Seguramente algún conductor sería cautivado por sus rizos oscuros ondeándose con el viento y se detendría a auxiliarla gustoso.
Después de diez minutos sin ningún éxito comenzó a desesperarse. No podía regresar al auto con el rabo entre las patas, tenía que demostrarle a Touya que ella era una madre responsable que no era capaz de detener ningún coche por estar sumergida en sus divagaciones. Dejó caer los hombros admirando el par de luces rojas desaparecer en la distancia y apretando los labios, decidió que el próximo conductor que transitara por esa carretera le ayudaría así tuviese que arrojarse encima el parabrisas para detenerlo.
La espera comenzaba a sentirse eterna cuando percibió un par de luces acercándose a su perímetro, tragó saliva e ignorando el peligro de ser embestida por la camioneta, se paró en medio del camino agitando los brazos. El automóvil negro se desvió y Nadeshiko corrió a asomarse a la ventanilla del conductor con su semblante más imponente, dispuesta a robarse la camioneta si el conductor se negaba a ayudarle. Lo golpearía y mientras él yacía inconsciente en el piso, escaparía con sus hijitos.
—Buenas noches, antes que nada quiero decirle q-que n-no… —La determinación férrea de Nadeshiko murió al observar la barba y el ceño fruncido del conductor. No esperaba que el hombre tuviese pinta de asesino en serie que además la miraba como su primera víctima en potencia.
Nadeshiko trastabilló al retroceder con el único plan de gritar turbándole la mente cuando su misterioso samaritano descendió de la camioneta realzando su elegancia desgarbada, pese a que aparentemente no había tomado un baño en días era bastante guapo. Alto, moreno y castaño con el plus de una sonrisa amable.
—¿En qué puedo ayudarle? —preguntó él, rascándose la parte posterior de la cabeza. Era consiente de haber asustado a la pequeña mujer con su aspecto y obsequiarle una de sus encantadoras sonrisas era lo mínimo que podía hacer para reconfortarla mientras sus ojos ambarinos la recorrían con disimulo. La asustadiza criatura era joven y guapa. No pudo tener más suerte esa noche al encontrarla. Tal vez…
—M-mis hijos, yo… —tartamudeó Nadeshiko, exterminando cualquier interés que el castaño pudo establecer en ella—, estamos varados. Mi coche no funciona.
Él se rió entre dientes por la explicación tartamudeada, girándose de nuevo hacia su auto.
—Iré a revisar el coche de la señora —avisó asomando la cabeza por la ventanilla de su camioneta—, no tardo. Si Ryuri comienza a llorar, sabes dónde está el biberón. Sólo tienes que dárselo.
La curiosidad y el sentido aventurero impulsaron a Nadeshiko a inspeccionar el interior de la camioneta negra, atisbando con asombro a un bebé siendo arrullado por un niño de la edad de Touya.
—¡Qué lindos! ¿Son suyos?
—Los hombres Li a sus servicios, mi señora —respondió él.
—¡Oh, qué amable! —exclamó Nadeshiko guiándolo a su automóvil varado—. Yo también tengo dos hijos.
—Vaya, tenemos bastante en común.
—¿Verdad? —consintió ella, sonriendo de manera sutil—. Soy Nadeshiko Kinomoto.
—Hien Li —se presentó aceptando la mano extendida de Nadeshiko.
Luego de una breve conversación, Hien procedió a abrir el cofre del automóvil, frunciendo el entrecejo.
—¿Está tan mal? —preguntó Nadeshiko, mordisqueándose la uña del pulgar.
—Malísimo —respondió Hien negando con la cabeza—. Creo que tendrá que viajar conmigo hasta la ciudad. ¿Qué dice?
—¿Esta seguro? ¿Ha revisado bien?
Hien se inclinó nuevamente rascándose la barbilla con suma concentración. Movió un cablecito y chifló. —No tiene remedio.
—Podemos solicitar una grúa —sugirió Nadeshiko.
—Podemos hacerlo pero no desde aquí —dijo Hien—. ¿Trae equipaje?
—Hum, sí algunas maletas.
—Bien, yo iré por ellas y usted por sus hijos.
Se reunieron en el punto donde se encontraron anteriormente y Nadeshiko tomó lugar en el asiento del copiloto. Touya y Sakura, viajaban en el asiento trasero junto con un enigmático pero lindo niño castaño más el bebé. Emprendieron su camino con un incómodo silencio latente entre ellos y Hien intentó disiparlo preguntando por el señor Kinomoto.
—Soy viuda —respondió Nadeshiko.
En lugar de pedir disculpas o lamentarse, Hien guardó silencio, observando a los niños por el retrovisor.
—Tienes una hija muy linda —comentó, admirando a la pequeña Sakura que descansaba la cabeza en el hombro de Touya—. Siempre quise una niña.
—¿No piensa tener más hijos? —preguntó Nadeshiko, sonriéndole.
Otro pesado silencio más incómodo que el anterior se apoderó del ambiente.
—Mi esposa murió hace algunos meses —masculló Hien.
Nadeshiko pensó que Hien Li debía ser el doble de desdichado que ella con un indefenso bebé y un pre-adolescente bajo su cargo.
—No pongas esa cara —rió Hien—, puedo arreglármelas solo. Aunque no lo creas, Syaoran resultó ser un excelente niñero.
Nadeshiko entendió que Hien estaba haciendo referencia de su hijo mayor, reprimiendo el impulso de girarse y abrazar al niño, quien a diferencia de su padre, se notaba bastante irritado por la presencia de los tres extraños.
Haciendo de lado la somera conversación de los adultos, Touya pensó que no estaría mal comenzar a hacer amigos.
—Se llama Sakura —musitó, dirigiéndose a Syaoran—. ¿A qué es bonita?
Li Syaoran reparó por primera vez en el niño que acompañaba a la pequeña castaña, sonrojándose furiosamente al saberse descubierto, se cruzó de brazos y desvió su mirada a la ventana.
—No he preguntado su nombre —replicó con un gruñido.
—Pero la estabas mirando, eso significa que te interesa —argumentó Touya, empujando a su hermana hacia Syaoran—. Si la miras bien es bastante graciosa. Tiene pecas y los ojos de color aceituna.
Syaoran escrutó con su profunda mirada ambarina a la niña que permanecía con los ojos entrecerrados, quizá ni siquiera era consciente de que ya no viajaba en su automóvil, se veía poco inteligente además de emanar un aroma extraño. O tal vez fuese Ryuri que necesitaba un cambio de pañal.
—Son verde esmeralda —gruñó Syaoran, empujando a Sakura de regreso a Touya—. Y es… una niña como cualquier otra.
—No pensarás lo mismo cuando la veas picándose la nariz, es asqueroso. Yo la llamo monstruo, si quieres puedes llamarla así también.
—Prefiero no llamarla de ninguna manera. No me interesan las niñas.
Touya se encogió de hombros, empujando de nuevo a Sakura al lado de Syaoran.
—A mí tampoco. Creo que nos llevaremos bien.
Syaoran esbozó una mueca de disgusto cuando la cabeza de Sakura cayó sobre su hombro. Su perfume extremadamente femenino lo mareaba y las manchas de jugo de uva en su ridícula camiseta rosa le molestaban, por lo que decidió cubrirla con su suéter verde favorito. Sin embargo el hormigueo que le recorría el brazo y el vértigo que le producía la cercanía de Sakura, no aminoraron.
—Papá, conduce más rápido —musitó. Debía deshacerse de ella cuanto antes.
Para su desgracia, la familia Kinomoto ocuparía la casa abandonada junto a la suya. Lo que le llevaba a suponer que serían vecinos. Después de que su padre hubiese descargado las maletas, se acercó a él y preguntó:
—¿Qué desperfecto tenía el coche de la señora? —Su padre era un mecánico excelente, Syaoran confiaba bastante en sus habilidades. No creía que el auto de la señora Kinomoto no tuviese remedio como había sentenciado Hien anteriormente.
Hien se rió, cargando un par de maletas bajo su brazo.
—No tenía gasolina.
*.*.*
La escena no podía ser más devastadora. La casa estaba inundada de polvo y ni siquiera tenía servicio eléctrico. Touya negó con la cabeza aplastando una araña que había descendido frente a él al abrir la puerta. No le quedaban dudas de que Nadeshiko sin Fujitaka era sinónimo de desgracia. Bufó y se sentó encima de una caja cuyo contenido desconocía.
—Puedes quedarte en mi casa esta noche, si quieres —ofreció Hien, jugando con los interruptores eléctricos. La pobre Nadeshiko se veía desolada.
—No quiero causarte demasiadas molestias. —Desconfiada rechazó la amabilidad del señor Li. No podía quedarse en casa de un desconocido con sus pequeños hijos susceptibles a cualquier peligro—. Pero podrías pedirme un taxi y recomendarme un hotel decente y barato.
El hombre se encogió de hombros.
—Si así lo prefieres, lo haré de inmediato —palmeó el brazo de ella e hizo un gesto con la cabeza a su hijo mayor que sostenía a Ryuri en brazos—. Andando, Syaoran.
Syaoran se despidió de la señora Kinomoto con una ligera reverencia después de concertar una cita con Touya para visitar el pantano y hacerle la vida imposible a un par de niños asustadizos que vivían dos manzanas arriba. Syaoran acababa de encontrar a su compañero ideal de aventuras.
—Niña…
Sakura hizo un esfuerzo sobrehumano para abrir los ojos y prestarle atención al dueño de aquella profunda voz extraña que había escuchado en sus sueños.
—¿Huh?
—Devuélveme mi abrigo —exigió Syaoran.
Una exclamación se ahogó en su garganta cuando sus miradas se encontraron. Sakura dudaba que existiese un niño de su edad que pudiese arrastras las palabras de aquélla manera con un semblante tan frívolo como amenazador. ¿Qué no se suponía que todos los niños eran felices a su edad? La verdad era que no. Ella en ese momento no era feliz pero no podía dejar de expresar simpatía con sus sonrisas.
Luego de unos instantes de intentar sostenerle la mirada a aquél niño, se sonrojó y agachó la cabeza regresándole tímidamente el abrigo. Su corazón no había latido nunca tan rápido, a excepción de la vez que visitó el parque de diversiones. Si hubiese sido una adolescente lo habría definido como un flechazo de amor, pero siendo una niña prefirió identificar esa sensación como miedo.
—Adiós, pequeña —Una versión adulta del niño que la estaba atemorizando, pasó saludándola y llevándose a su mayor temor experimentado con él. Los miró marchar hacia la bonita casa vecina y supo que desde esa noche, la vida como la conocía había terminado.
A partir de esa fecha, una nueva historia se escribiría para ella y su familia. Imaginaba que tendrían que superar muchos obstáculos para alcanzar una nueva felicidad y confiaba en que juntos lo lograrían. Ella depositaba todas sus esperanzas en su madre y se convenció de estar en lo correcto cuando la escuchó esa noche en el hotel conversando con su bis-abuelo.
Sakura deseó levantarse de la cama y abrazar a Nadeshiko cuando con mucho pesar susurró: "Necesito un préstamo," a la persona que le había proscrito de la familia por haberse casado con su padre.
Y podría decirse que fue entonces cuando Sakura tuvo su primer encuentro con las injusticias de la vida, porque a pesar de anhelar con todo su corazón enjuagar las lágrimas del rostro de su madre con sus manos, se quedó dormida.
Notas de autora:
No. Pese a lo que el capítulo sugiere o pude dar a entender, Hien y Nadeshiko no van a casarse impidiendo que Sakura y Syaoran se amen porque tienen que tratase como "hermanos." Jajaja. Simplemente debía aclararlo.
Si alguien se pregunta las edades de los personajes acá se las pongo: Sakura, 9 años; Touya 11 y Syaoran, 12. Creo que son los más importantes. xD
No tengo inspiración para otra cosa en este momento. Llevo tiempo trabajando en ésta historia y habrá actualizaciones semanales hasta que se acabe mi reserva de capítulos. Puede ser entre jueves y domingo. Casi siempre suelo actualizar de madrugada. Ya saben, la vida nocturna es la mejor y mientras todos duermen, la musa está despierta.
Luego creo que haré otro par de advertencias sobre el contenido. Mil gracias por llegar hasta aquí y no se olviden de comentar. *Puppy face*
Y oh, en el próximo ya veremos a los personajes principales en su adolescencia. Lo que sucede es que me pareció importante dar a conocer un poco de su historia (?).
