NO TE ENAMORES

I


Tomoyo Daidouji nunca se había tomado en serio sus noviazgos. Había tenido varios novios durante su vida, y todos habían sido tan fugaces e irrelevantes, que no llegaban ni a completar siquiera el primer aniversario, mucho menos a romperle el corazón. A ella, honestamente no le importaba el ver terminadas sus relaciones sentimentales; a decir verdad, lo prefería así. En sus propias palabras, sentía que le daba libertad. Que al morir el amor podía simplemente despedirse y continuar con su vida, como le pareciera en gana. Así lo había hecho durante todos esos años, y estaba segura de que así lo seguiría haciendo, por el resto de su vida. Después de todo, lo más importante para ella, era su propia persona. Sus sueños, sus metas. En sus planes, no se incluía un chico que amenazase con apartarla de ser quien realmente era.

Sin embargo, todos sus exnovios podían coincidir en que el perder a Tomoyo Daidouji era un duro golpe. Ella era, a los ojos de todos los que la rodeaban, la chica perfecta. Con unos modales impecables, un cuerpo escultural, y una personalidad cautivadora, era casi imposible resistirse a sus encantos. Su piel era de porcelana, blanca y suave como la nieve, lo cual contrastaba perfectamente con su largo cabello negro y sus enigmáticos ojos grises. Por si fuese poco, sus labios así como sus mejillas tenían un tono rosado natural que mágicamente la hacían ver tierna y sexy al mismo tiempo. El paso por la adolescencia le había dejado un hermoso cuerpo con curvas delicadas pero al mismo tiempo, impresionantes. De brazos y piernas delgadas, tenía el busto y el trasero del tamaño justo (ni muy pequeño ni demasiado exagerado), además de tener un vientre plano y firme, y una estatura baja que reafirmaban su apariencia de chica inocente pero exquisita. Después de todo, aún era joven: no había cumplido ni los veinticinco, y en general, su aspecto la hacía verse mucho más joven de lo que realmente era. Si se le veía por la calle, nunca nadie diría que tenía más de veinte. Su rostro de muñeca daba la impresión de haber sido visto registrado en una fotografía, como si el tiempo no pasase por ella, dándole un aire parecido al de una rosa roja durmiendo en el invierno.

Su vida laboral giraba alrededor del arte. A decir verdad, su vida personal también. Había practicado con la pintura, la actuación, el canto y la fotografía, hasta finalmente, decidirse por la moda y confección. Se había graduado hacía apenas un año de una prestigiosa Academia de modas, pero llevaba en el negocio un poco más, pues inclusive antes de finalizar los estudios, había comenzado a trabajar ya para un famoso pintor: Yue Tsukishiro.

Yue Tsukishiro era un pintor reconocido por sus delicadas modelos femeninas, paisajes agrestes y retratos personalizados. La fama lo había llevado a ser siempre el centro de atención, y aun así, en su semblante siempre había un aire de tristeza y ausencia. La representación típica de un artista incomprendido. Yue Tsukishiro era un hombre ya entrado en los cuarenta, aunque al igual que Tomoyo, se veía mucho más joven. Era considerablemente alto, y muy delgado; con la piel pálida como la cera, largos cabellos plateados y ojos azules, su aspecto andrógino era su mejor atributo.

Tomoyo había conocido a Yue Tsukishiro en aquel último año de la carrera. Tsukishiro había acudido durante una semana a la Academia, como exponente en una feria de arte. Siendo una celebridad, se limitó a llevar un par de sus pinturas y maravillar a toda la comunidad estudiantil. Tomoyo, por su parte, dispuesta a crear una buena impresión y conseguir buenas referencias, haciendo uso de su personalidad radiante y explosiva, llevó su portafolio fotográfico donde mostraba sus propios diseños, y maravilló al pintor con sus combinaciones de colores y texturas. Fue gracias a ello que Yue Tsukishiro le ofreció trabajar en su estudio, ayudando a vestir a sus musas, así como presentar escenografías, para que él pudiese pintarlas.

A pesar de que aquel tipo de trabajo no era lo que Tomoyo tenía en mente, no podía negar que la situaba en una posición privilegiada. El trabajar para Tsukishiro daba a Tomoyo la libertad de manejar su tiempo a su antojo, y aprovecharlo para nutrir su propio arte. Después de todo, su objetivo en la vida era hacer que el apellido Daidouji significase algo en el mundo de la moda. Quería que sus colecciones de ropa estuvieran al alance de todos, en la mayor cantidad de los escaparates. Su pensamiento era juvenil y relajado; su ropa y actitud lo reflejaban.

Sin embargo, para poder llegar a la meta, primeramente tenía que recorrer el camino. Durante los primeros meses tras graduarse, se había enfocado en diseñar, confeccionar y ofrecer sus prendas a todo aquel que conociese. Esto poco a poco había alcanzado estratos sociales más altos, donde para poder dar gusto a hombres y mujeres con un buen nivel económico, se había visto en la necesidad de transformar su arte en diseño de interiores, e inclusive asistencia personal para vestir a varios millonarios en importantes eventos. No podía negarse a ello, después de todo, las pagas que recibía por aquellos trabajos le permitían costearse un buen nivel de vida, y a ella, el que su opinión valiese tanto para aquellas personas tan importantes, simplemente le encantaba.

Sin embargo, era cierto que su fuente número uno de ingresos, (monetarios, de contactos y de inspiración), provenían siempre de Yue. Él era el único hombre al que Tomoyo siempre regresaba. No de manera romántica, ni tampoco por ser una simple relación de negocios fría e impersonal: era simplemente porque ambos compartían aquella pasión por el arte. Y nada mejor que entrar a ese mundo por la puerta grande que Yue Tsukishiro ofrecía.

A decir verdad, uno de los principales beneficios que tenía el ser acogida bajo su ala, era que Tomoyo siempre estaba invitada a importantes galas y eventos de beneficencia, como acompañante del pintor.

Esa era la temática del evento de aquella noche de finales de invierno, ocurrido en un reconocido hotel en el centro de Tokio: una importante subasta de piezas de arte, vestuario y escenografía, provenientes de una superproducción Hollywoodense, que de ninguna otra forma hubiese estado a la venta.

Yue había sido quien había invitado a Tomoyo, como siempre. Después de todo, aquel era el trato principal entre ellos dos: Yue la ponía en la línea de salida, pero era ella quien debía completar la carrera. El pintor estaba siempre invitado a los mejores eventos de la alta sociedad, y para que su protegida hiciese su magia, la llevaba como su acompañante, arrojándola a los lobos para que aprendiera a defenderse sola, y sobresalir triunfante.

Aquel había sido uno de los principales motivos por los cuales Tomoyo se había visto obligada a terminar su relación con sus últimos ex novios: ninguno de ellos veía con buenos ojos el que su jefe la llevase a elegantes fiestas, no solo como su cita, pues el pintor inclusive se ofrecía a comprar él mismo los costosos vestidos para su asistente, o pagando los materiales para que la misma Tomoyo confeccionase sus creaciones. A ojos de sus ex, era indudable que si aquel hombre invertía tanto tiempo, dinero y esfuerzo en ella, era obvio que se acostaba con él.

Pero quien fuera el que pensase aquello, estaba completamente equivocado. Yue no le atraía de esa manera (a pesar de que era cierto que Tomoyo tenía predilección por los hombres mayores que ella), y Daidouji estaba segura de que Tsukishiro tampoco la veía de ese modo. A decir verdad, dudaba que alguna vez en su vida, Yue hubiese deseado a alguien, de manera carnal. Ese era parte del halo de misterio que rodeaba a su jefe. Todo él era arte, incluyendo su vida personal. Cuando pintaba para expresar sus sentimientos, la mayoría de las pinturas reflejaban figuras abstractas, y tonalidades frías. Aquello solo había servido para que Tomoyo sospechase que aquel hombre no conocía el amor, que nunca se había enamorado. Y de cierto modo, viendo como los hombres caminaban fuera de su vida, tan fácil, y tan seguido, hacía que Tomoyo se cuestionase si ella también se había enamorado alguna vez.

Para la gala de esa noche, Yue se había vuelto a hacer cargo de la imagen de Tomoyo, pagando por las telas con las que la joven había confeccionado aquel vestido strapless que iniciaba con un blanco perla, y conforme bajaba (hasta la altura de las rodillas) se convertía en un azul oscuro. La contribución de Yue también había incluido joyería (un hermoso y fino collar de diamantes y rubíes, que se abrazaba a su cuello de manera delicada), así como los sencillos pero elegantes zapatos, con un tacón de diez centímetros, que combinaban a la perfección con el tono azul del vestido.

Para esa noche, Tomoyo había recogido su negro cabello en un chongo, dejando un par de largos mechones enmarcando su rostro, descansando a ambos lados de sus mejillas. De este modo, lograba que su cuello y hombros quedasen expuestos, permitiendo que el brillante collar de zafiros que Yue había proporcionado, pudiese ser el centro de atención.

Si había algo que Tomoyo amaba, era remarcar sus largas pestañas con delineador negro, y pintar sus labios de un tono rojo pasión. Esa noche no fue la excepción, y tras colorear sus mejillas con un tono rosado, la joven estuvo lista justo a tiempo para que Tsukishiro pudiese pasar por ella a su departamento ubicado a las afueras de Tokio.

-Señorita Daidouji, esta noche se ve usted increíble.

Increíble era la palabra favorita de Yue Tsukishiro. Él nunca había llamado a una mujer hermosa, guapa, o sexy… No. Él no estaba para tales tonterías superficiales. Para Yue, todo lo que lo rodeaba era arte: las cosas, los paisajes, inclusive las personas. Era por ello que al arte no podía llamarlo "guapo". Tomoyo era arte para él, y de cierto modo, ella pensaba lo mismo de él.

-Tú también estás sublime, Yue.

-¿Estás lista? No queremos llegar tarde.

Tomoyo con una sonrisa tímida, al tiempo que se colgaba del brazo de su jefe, bajó aquel par de escalones, y se apuró a entrar a la limusina que Yue había conseguido para esa noche. El viaje fue corto; apenas quince minutos dentro del vehículo, donde ni ella ni Yue dijeron nada. Después de todo, Yue era así. Mientras más cosas pudiese guardarse para sí mismo, mejor para él. A pesar de que Tomoyo quisiese más detalles del evento, el pintor no compartiría nada. Lo único que la joven sabía, era que el evento se ocurriría en un salón privado, en la planta baja de un elegante hotel, y que era dirigido por el hermano gemelo de Yue, de nombre Yukito Tsukishiro, a quien aún no había tenido la oportunidad de conocer.

Aquello era quizá lo que más le llamaba la atención del evento. El poder saber algo de Yue, proveniente de alguien que no fuese su mismo jefe. Después de todo, no era como si el pintor proporcionase demasiada información sobre sí mismo. Era una persona de pocas palabras, muy reservado, y muy serio.

Al igual que Yue, Yukito Tsukishiro era un hombre muy importante, y muy famoso. Como si se tratase de un gen que corriese en la familia Tsukishiro, Yukito también se dedicaba al arte, aunque de un modo ligeramente diferente: la vida lo había impulsado a ser dueño de un estudio cinematográfico muy importante, y su arte abarcaba la mayor parte del espectro, desde diseño de interiores para las escenografías, el vestuario de sus actores, la fotografía en las películas y las sesiones fotográficas para vender a sus representados.

Sin embargo, cuando llevaban apenas quince minutos en la gala, Tomoyo comprendió que a pesar de su interés por conocer a Yukito Tsukishiro, lo más probable era que la presentación se ocurriese hasta el final de la velada. Seguramente el gemelo de su jefe estaría muy ocupado atendiendo a otros invitados más importantes, y conociendo el poco contacto que había entre hermanos, era probable que no tuviese mucha urgencia por hablar con Yue. Además, el hacer compañía al pintor, complicaba a Tomoyo el motivo principal por el cual siempre accedía a acompañarlo a tales eventos.

-¿Te molesta si doy una vuelta? –preguntó a su jefe, antes de que éste pudiese ser reclamado por los invitados, que parecían comérselo con los ojos.

Yue negó, y tras soltar la cintura de Tomoyo, se entregó a pasearse por el salón. Estaban ya acostumbrados a llegar juntos, y cada uno regresar a casa por su propio pie. Era parte de la rutina. Después de todo, cada uno tenía diferentes asuntos qué atender. Con Yue, muchos intentarían captar su atención, pidiéndole que les pintase algo por encargo, o les vendiese algo de su última colección. Tomoyo, por su parte, se dedicaría a lo opuesto: captar la atención de los demás invitados presentando su nombre, vendiendo su apellido, y esperando contar con un par de clientes que estuviesen dispuestos a dejar que decorase sus mansiones, sus oficinas, o renovar su guardarropa.

Después de una hora, dando la vuelta por el salón, y tras admirar las piezas en exhibición que se subastaban (accesorios utilizados en la película más reciente del estudio, desde piezas de escenografía, hasta vestuarios completos), Tomoyo no pudo evitar felicitarse a sí misma de haber presentado ya su tarjeta a cinco posibles clientes.

Decidió que lo mejor que podía hacer en ese momento era darse un descanso, por lo que dirigió sus pasos hacia el bar: una larga barra en forma de media luna que se encontraba al fondo del elegante salón. Con una sonrisa, se dirigió al barman y pidió una piña colada. La copa no tardó ni dos minutos en ser puesta delante de ella, pero la joven ya no prestaba atención a su tan esperado trago. Su mirada se había clavo en otra cosa más importante.

Sentado en uno de los banquillos, a una distancia de apenas tres metros, con la mirada baja y un vaso de whisky en las rocas en una mano, se encontraba uno de los actores más famosos de todo Japón, el protagonista de la película de la cual se subastaban sus cosas.

Touya Kinomoto.

Touya Kinomoto estaba a mediados de los treinta; no era para nada un actor joven, y sin embargo, su personalidad era un imán para la mayoría de las féminas, no importase si fuesen señora mayores, o meras adolescentes. Había algo en aquel hombre que simplemente dejaba sin habla, y ese algo podía resumirse en su mirada.

Sus ojos eran oscuros, hundidos debajo de unas pobladas pero bien definidas cejas. La línea de su mandíbula estaba muy bien marcada y su nariz era delgada y fina. De piel morena, cabello castaño oscuro, complexión delgada y una estatura cercana al metro noventa, había algo en él que simplemente hipnotizaba.

Tomoyo no pudo retirar su vista de aquel hombre. No supo por qué. Se quedó así, ignorando su propia copa, simplemente mirando como él agitaba su vaso, y bebía su alcohol. Esa noche, Touya Kinomoto vestía un traje negro y zapato del mismo color; con una camisa gris oscuro, su pañuelo y su corbata color vino ofrecían un contraste elegante.

No ayudaba mucho que al estar ubicada en un rincón del salón, la barra se encontrase un poco en la penumbra, y que aparte de él, no hubiese nadie más sentado en los banquillos. Todos aquellos detalles hacían que la visión de Tomoyo le recordase a una escena de una de sus películas. Una escena donde el héroe se encontraba solo, aislado del mundo, pensando en su desdicha, en los errores del pasado…

Kinomoto se dio cuenta de que lo observaban, pues tras parpadear pesadamente, alzó la cabeza y clavó sus oscuros ojos en la chica de cabello negro. Aquello debió de provocar que Tomoyo se avergonzase de sí misma; después de todo se encontraba mirándolo con descaro. O quizá inclusive hubiese provocado que se armase de valor, y ahora que había captado su atención, ella se presentase como diseñadora. Pero en realidad, la joven fue incapaz de decir nada.

Solo pudo mirarlo, perderse en sus ojos, tan oscuros, tan enigmáticos… Había algo que la hacía sentirse como si la desnudase con la mirada, o como si pudiese leer su mente; su mirada era tan intensa que pondría nervioso a cualquiera y lo obligaría a girarse para marcharse… Y sin embargo, ella no podía dejar de verlo.

Kinomoto bebió un trago más de su vaso, y sostuvo la mirada. Durante un instante Tomoyo sintió la asfixia de saber que no podía respirar, cómo su corazón se detenía, y su cerebro era incapaz de pensar. Pero entonces, emitiendo una enigmática media sonrisa, Kinomoto finalmente dejó de clavar sus ojos en aquella desconocida chica, y aún sentado en el banquillo, se giró para darle la espada. Volvió a beber de su vaso, se puso de pie, y sin decir nada, se marchó en silencio. En ningún momento miró detrás de él, ni siquiera por encima del hombro. Como si no hubiese dejado a nadie detrás de él, como si nunca hubiese visto a la joven.

Sin entender qué había pasado allí, Tomoyo tomó su copa con una mano temblorosa, y pensando que lo mejor sería ella también marcharse, se alejó de la barra, dispuesta a olvidar aquella batalla de miradas, para seguir recorriendo el salón, y concretar entrevistas con un par más de posibles clientes.

Sin embargo, a partir de ese encuentro, no pudo evitar dejar de sentirse nerviosa. Como si hubiese alguien siguiéndola, mirándola desde lejos; registrando todos y cada uno de sus movimientos, aprendiéndoselos: como si fuese una presa siendo acechada, esperando el momento en que el cazador terminase con ella, sin poder hacer nada para evitar su inminente final.

No duró ni una hora más en aquel ambiente sofocante, y prácticamente corriendo, salió del salón, recorrió uno de los vacíos pasillos del hotel, y tratando de dejar una distancia considerable entre ella y el salón, Tomoyo se dirigió a unos baños que se encontraban hasta el otro lado de la planta.

Cerró la puerta tras de sí, y mentalmente agradeció su suerte al encontrarse con el lugar completamente vacío. Aun respirando entrecortadamente (después de todo había llegado allí prácticamente corriendo), dejó su diminuto bolso en la barra de granito oscuro, se apoyó frente al lavabo, y aun mirando sus temblorosas manos, respiró profundamente. Necesitaba calmarse. ¿Qué estaba pasando con ella? Esa paranoia no era algo normal. ¡Qué actitud más infantil!

No pudo contener aquel bufido, reprochando su actitud idiota, y procedió a alzar la mirada para ver su reflejo en el espejo. Después de todo, si estab ya allí, podía aprovechar para arreglar su cabello, y retocar su maquillaje. Sin embargo, aquel pensamiento fue prontamente olvidado cuando la puerta se abrió detrás de ella. Y entonces, ya no pudo ver nada más que a él.

Touya Kinomoto cerró la puerta detrás de sí, y se quedó allí, con la espalda apoyada en ella, durante un par de segundos. Con la mirada clavada en la joven de piel blanca como la nieve, sin reflejar ninguna expresión en su hermoso rostro afilado. Nuevamente Tomoyo no pudo hacer más que mirarlo, casi sin parpadear. Aún sin decir nada, aún con la mirada clavada en ella, Kinomoto se separó de la puerta, lentamente, y del mismo modo avanzó hacia ella, haciendo que la respiración de la joven volviese a agitarse.

Se detuvo cuando quedó apenas a un par de pasos de distancia. Sin dejar de clavar sus ojos oscuros en los grises de ella, se inclinó hacia Tomoyo, provocando que el corazón de la joven se detuviese. Hubiese podido jurar que había sentido como él respiraba lentamente, llenándose de su aroma. Lentamente, como si quisiese registrarlo por completo, y grabarlo en su memoria. Por un momento temió que fuera a besarla. Estuvo inclusive tentada a cerrar los ojos, esperando aquel momento, ese suave contacto, pero en vez de ello se contuvo, y por el rabillo del ojo, pudo ver como aquel hombre extendía su brazo para llegar a la barra de granito contra la cual ella misma se había aprisionado, y tomaba su bolso.

Inclusive le fue imposible el reclamar aquella invasión a su privacidad. En un movimiento un poco más veloz, Kinomoto volviendo a incorporarse, abrió el bolso y rebuscó en su interior. No le tomó más de dos segundos el encontrar lo que buscaba: extrajo aquel celular blanco con funda rosada, y aventó el bolso de vuelta a la barra de granito, mientras presionaba uno de los dos únicos botones que tenía el aparato. Al instante, la pantalla se iluminó y mostró aquellos nueve puntos, esperando el patrón de desbloqueo.

Giró el teléfono hacia su dueña, y esperó. Para Tomoyo hubiese sido fácil arrebatárselo de la mano, tomar su bolso, empujar a Kinomoto para abrirme paso y marcharse de allí, pero nuevamente no pudo hacerlo. Su mente seguía nublada, sus sentidos parecían inexistentes, y su conciencia estaba tan dormida que sus movimientos le parecían ajenos. En vez de huir, alzó el dedo índice, y trazó el patrón. La pantalla se desbloqueó al instante. Kinomoto volvió a girar el aparato para mirarlo, y tras un par de movimientos, tecleó algo velozmente.

Al instante, otro celular comenzó a sonar.

Sin inmutarse en lo más mínimo, el hombre de ojos oscuros bloqueó la pantalla del celular que tenía en sus manos, lo dejó en la barra de granito, y del bolsillo de su pantalón extrajo el suyo, de color negro y con funda gris. El aparato vibraba y emitía aquella cancioncilla genérica, la cual al instante se calló: se había llamado a sí mismo para registrar el número de aquella joven desconocida a la cual había aprisionado en un baño público.

Tomoyo no pudo evitar pensar que era realmente ingenioso. Vaya manera de no pedir el número de una chica, y tomarlo sin más. Sinceramente, impresionante.

Kinomoto le dirigió una última mirada a Tomoyo, así como una enigmática y fugaz expresión que podría definirse como una sonrisa, y de nueva cuenta, dio media vuelta y salió de allí, dejándola sola, aún pegada contra la barra de granito, aun respirando agitadamente.

Le tomó a Daidouji un par de minutos más el serenarse, antes de ser capaz de dar media vuelta para mirarse en el espejo, y siquiera recordar el que se había dirigido allí para dar un retoque a su cabello y maquillaje. Cuando finalmente pudo arreglarse, y tras pasar cinco minutos más mirando su reflejo, la joven finalmente salió del baño, y tratando de actuar natural, volviendo a decirse a sí misma que debía olvidar aquello, regresó sobre sus pasos y vregresó al salón.

-Tomoyo, ¿puedes venir un momento?

Ya había olvidado por completo el compromiso que tenía que cumplir con Yue aquella noche. Por un momento se encontró confundida de encontrar a su jefe y una copia exacta de él. Le tomó un par de segundos el procesar que aquel otro hombre alto de piel pálida y ojos azules debía ser Yukito, el hermano gemelo del pintor.

Tomó la mano que Yue le extendía, y se apuró a preparar la mejor de sus sonrisas. Apenas estuvo frente a los dos Tsukishiro, les dedicó una respetuosa reverencia, y clavó su vista en aquel otro hombre albino.

Yukito Tsukishiro tenía el mismo porte y facciones que Yue, e inclusive su vestimenta de aquella noche era muy similar, escogiendo ambos colores oscuros y sobrios. Sin embargo, había algo en Yukito que lo hacía parecer más amable. Quizá fuese el brillo en sus ojos, su cálida sonrisa, o fuese solo la impresión que despedía su dulce colonia…

-Señorita Daidouji –se presentó el hombre de cabellos plateados, extendiendo su mano para besar la de la joven-. Un gusto conocerla. Yue me ha hablado mucho de usted.

-También de usted, señor Tsukishiro.

Ambos rieron por lo bajo: los dos habían mentido con descaro. Yue no presentaba a nadie, y no hablaba de nadie. Después de todo, no hablaba mucho. Inclusive el obtener respuestas directas cuando se le preguntaba algo, así fuesen monosílabos, era casi imposible.

-¿Está pasando una buena velada?

-El ambiente es encantador, y las exhibiciones increíbles.

Yukito sonrió satisfecho ante los comentarios de la joven pelinegra.

-Tengo entendido que es la asistente personal de mi hermano, pero… ¿a qué se dedica realmente?

-Diseñadora de modas –se apuró a responder Tomoyo. Yukito asintió en señal de entendimiento.

-¿Quiénes son sus clientes habituales?

-Los que puedan pagar un cambio completo de guardarropa.

Aquel comentario ocasionó que Yukito riese alegremente. Su risa era encantadora. Quizá la de Yue fuese igual, pero nunca reía. La joven no pudo evitarlo, y le sonrió tímidamente.

-Ya veo… -dijo el hombre, mientras recuperaba la compostura-. Sus servicios suenan muy multifuncionales… ¿Sería tan amable de proporcionarme su tarjeta? Me encantaría ponerme en contacto con usted, quizá algún día pudiésemos trabajar juntos.

No esperó a que se lo pidiesen dos veces. Sin pensarlo siquiera, abrió su bolso y extrajo con diligencia una de sus tarjetas de presentación. Se la ofreció a Yukito Tsukishiro, quien la tomó entre sus largos dedos y tras mirarla fugazmente, se la guardó en el bolsillo interior del saco.

Aun felicitándose mentalmente por haber conseguido dar su contacto a aquel cliente potencial, Tomoyo estaba por cerrar su bolso, cuando el sentir una vibración proveniente de él, la obligó a bajar la mirada y clavarla en el interior del mismo.

La pantalla de su teléfono se había encendido, y una notificación le indicó que tenía un nuevo mensaje. Daidouji era de esas típicas personas que viven pegadas a sus teléfonos celulares: por más que estuviese ocupada en una reunión con Yukito y Yue Tsukishiro, o con el mismo Primer Ministro de Japón, no podía ignorar el condenado aparato. Así que haciendo una breve reverencia en señal de disculpa, se alejó un poco de los gemelos albinos y sacó el teléfono para dar un vistazo. Con un rápido movimiento desbloqueó la pantalla y pulsó sobre la notificación. El mensaje proveniente de aquel número desconocido, ocupando casi toda la pantalla hizo que su corazón se detuviese, sus mejillas se encendiesen, y tuviese que susurrarle a Yue:

-Debo irme.

Ni siquiera esperó a que su jefe respondiese. Tampoco se despidió de Yukito. Simplemente cerró el bolso, y aún con el aparato en la mano, salió del salón y se dirigió a los elevadores.

"Habitación 805."

Subió a la octava planta y con las piernas temblorosas avanzó por aquel corto pasillo. En aquel piso, había pocas puertas, y estaban todas bastante espaciadas entre sí: sin lugar a dudas estaba en la zona de suites. El golpear de los tacones contra el suelo laminado era lo único que se escuchaba; eso hasta que se detuvo frente a la puerta indicada como la habitación 805, y no se escuchó nada más. Tomoyo no pudo hacer más que mirar la madera oscura, y la manija dorada, sin atreverse a tomarla. No tenía dudas, el mensaje lo había mandado él, pero no podía evitar preguntarse… ¿por qué?

Nuevamente por su mente pasó la idea de dar media vuelta y marcharse. No involucrarse. Pero una vez más, su cerebro nublado dio las instrucciones equivocadas al resto de su cuerpo, y ahora, con la mano en la manija, ejerció la presión suficiente para girarla.

La puerta abrió al instante.

La habitación se encontraba en penumbra. Todas las luces se encontraban apagadas, y la única fuente de luz provenía de la vida nocturna de Tokio, la cual entraba a la suite por aquella pared de cristal. Confundida y nerviosa, Tomoyo cerró la puerta tras de sí, y sintiendo nuevamente aquella mirada penetrante sobre ella, miró a su alrededor, buscándolo.

Su sombra se movió en un rincón de la habitación. Había un piano de cola, frente al cual él se había sentado, y ahora, tras levantarse del banquillo, se acercó a la joven a paso lento. Se detuvo cuando estuvo apenas a un par de pasos, con las manos en los bolsillos, el entrecejo fruncido, y los labios firmemente apretados. Tomoyo no pudo hacer más que mirarlo de vuelta, esperando que dijese algo, que explicase qué significaba aquello, cuál era el plan, pero Kinomoto no abrió la boca, ni hizo ningún otro tipo de sonido. Simplemente la miró. La joven de rojos labios se preguntó si aquello era también una competencia de miradas. Si así fuera, estaría segura de ganar nuevamente.

-¿Qué quieres de mí? –fue lo único que fue capaz de preguntar.

Él no respondió. Se limitó a mirar sus ojos grises, y lentamente bajar la mirada a sus labios, cuello y el resto de su tembloroso cuerpo. Se sentía como una caricia; apenas la punta de sus dedos.

-Sabes bien lo que haces aquí –dijo finalmente el hombre.

Su voz era grave. Extremadamente sexy. Había algo en su timbre que simplemente provocaba que se erizase la piel. Kinomoto dio un paso más, y su cuerpo quedó a escasos centímetros del de Daidouji. Con un rápido movimiento, sacó una mano del bolsillo de su pantalón, y la acercó a su rostro de porcelana. Allí, tomándose su tiempo, retiró un mechón de su negro cabello, colocándolo detrás de su oreja, mientras ella hacía lo posible por calmar su desbocado corazón, y no sucumbir ante la necesidad de cerrar los ojos y arrojarse a sus brazos.

Con la misma lentitud, Kinomoto acercó su dedo índice a su rosada mejilla, y la recorrió lentamente, hasta llegar a sus rojos labios. Un par de segundos después el contacto terminó, pero la sensación permaneció. Daidouji sentía que nunca podría borrarla de su piel. Sí, Kinomoto tenía razón: Tomoyo sabía perfectamente qué hacía allí, por qué no había huido de él, y más importante, qué era lo que él quería de ella.

Inclusive si era solo por esa noche, si aquel número desconocido no volviese a enviarle un mensaje, si no volviese a tocarla o a verla… quería ser suya. Sin poderse contener, finalmente cerró los ojos, y pegó su pequeño y delicado cuerpo al de él.

Esperó por un beso que nunca llegó. El hombre de cabello oscuro se limitó a acariciar nuevamente su mejilla, bajar por su cuello, y perderse justo en el borde del vestido, a escasos centímetros de sus pechos, donde el contacto con su piel volvió a desaparecer, dejando una estela tras de sí; un cosquilleo. Se separó momentáneamente de ella, y la rodeó lentamente. Pegándose esta vez contra su espalda, acercó su rostro a la parte posterior de su cuello, con lo que la joven pudo sentir su pesada respiración. Esta vez no fue solo su dedo índice, sino todas sus manos las que acariciaron su pálida espalda, bajaron a sus caderas, y volvieron a subir hasta llegar a sus omóplatos, donde lentamente, sus largos dedos comenzaron a bajar el zipper del vestido. No tardó mucho para que la tela blanca y azul terminase en el suelo, y ella tuviese que quedarse allí, en medio de la habitación, apenas vistiendo las bragas y los tacones.

Kinomoto volvió a pegarse a su espalda. Daidouji podía sentir la erección de aquel hombre entre sus piernas. Sin embargo, aquel contacto entre sus partes íntimas era separado por el pantalón de él y las bragas de ella, y Tomoyo sentía que aquello era más de lo que podía soportar.

Kinomoto parecía no importarle el torturarla de aquella manera, haciéndola esperar, dejándola expuesta. Tomándose su tiempo, acarició nuevamente su espalda, y descendió una vez más hasta sus caderas, donde se entretuvo un instante trazando varios círculos, antes de utilizar los pulgares para tomar las bragas, y deslizarlas por las torneadas piernas de la joven.

Fueron unos tortuosos segundos hasta que éstas finalmente cayeron al suelo, sin producir sonido alguno. Con aquella desnudez, apenas interrumpida por los tacones y el collar de zafiros y diamantes, Kinomoto tomó la mano de la joven, y la hizo caminar lentamente por la habitación, con la luz de Tokio iluminando tenuemente las curvas de su cuerpo.

Pasaron de largo por el piano de cola, y sin decir nada, el hombre la dirigió hasta llegar a la habitación. Allí tampoco se preocupó por encender las luces. Aun llevándola de la mano, finalmente la hizo detenerse a los pies de la cama, y con un lento movimiento, la hizo dar media vuelta, para mirarla de pies a cabeza, como si quisiese recordar cada centímetro de su piel. Daidouji debería sentirse cohibida, pero había algo en la mirada de él, que simplemente la hacía sentir increíblemente sexy y deseada. Lo único que importaba era que quería la tomase ya.

Kinomoto la ayudó a sentarse en la cama, y la hizo esperar; con sus ya habituales lentos movimientos, se quitó el cinturón, y dejó que sus pantalones cayesen hasta el suelo. Lo mismo pasó con el saco, la corbata y la camisa. Entonces, volviendo a prestar atención a su invitada, con delicadeza, la hizo recostarse en la cama, y se inclinó sobre ella. Tomoyo no pudo evitarlo, y volvió a cerrar los ojos, esperando el contacto de aquellos finos labios contra los suyos; pero nuevamente, éste nunca se suscitó. En vez de ello, la boca de Kinomoto rozó su cuello, sus redondos pechos, bajó por su estómago y se detuvo en su vientre.

Esa noche Daidouji dejó que hiciese con ella lo que él quisiese.


¡Hola a todos!

Yo sé que hace años que no publico nada en este fandom, y que quizá un nuevo fic de Tomoyo x Touya no era lo que esperaban, pero es que simplemente ya no me pude contener.

Antes de pasar a mis usuales comentarios, hago una pausa para ir a comerciales, y comentarles que este nuevo fic, esta inspirado/basado en un trabajo existente, realizado por .com. El fic original lo pueden encontrar en su página con el nombre de "Let's Not Fall In Love", escrito en inglés. La historia es un fic de rayita, para todas aquellas fans de Choi Seung Hyun aka T.O.P de BigBang, por lo que si quieren pasar a leer la historia que inspiró este trabajo (¿A que se parece mucho tabi a Touya?) lo pueden hacer con toda confianza.

Y antes de que me acusen de plagio y todas esas cosas, pues no está de más informar que antes de siquiera sentarme a escribir nada, he pedido permiso a tabi-ears, quien muy amablemente ha accedido, siempre y cuando no me plagie la historia tal cual, lo cual puedo decir que he cumplido al pie de la letra.

Así que, regresando a lo que nos truje, les dejo este primer capi, cruzando dedos para que les guste tanto como a mí me ha gustado escribirlo (el trabajo de tabi-ears, también es increíble, así que si tienen chance, ganas, conocimiento de ingles o un traductor, no duden en leerla a ella también).

Si ya han leído historias mías con anterioridad, saben que suelo publicar todos los sábados. Pero por si no me siguen el hilo en la otra historia que estoy publicando (Dramione, fandom HP, link en mi perfil), les comento aquí que el próximo sábado es mi cumpleaños, por lo que no podré hacer UP. Si gustan dejar una felicitación como parte de sus reviews, pues adelante.

Corto el comment aquí, y espero que el fic, y la historia en general sea de su agrado. Una vez más gracias a tabi-ears por dejarme usar su idea, y nos seguimos leyendo. ¡Sigan bellos!