Sus pesadillas eran negras, negras como la sangre a la luz de la luna y olían a carne quemada, sabían amargas y saladas como las lágrimas y siempre estaban plagadas de gritos.
Negras como la oscuridad, como el ruth que siempre rodeaba a Judal, negras como Al-Thamen.
Siempre había escuchado que el negro era un color elegante, pero nunca lo había creído. El negro era un color sucio, que se usaba para demostrar la pena, el dolor… era el color de la desesperación. No podía evitar arrugar la nariz cada vez que veía ese color, pero antes era peor, no podía ni verlo.
El negro no siempre había sido un color odioso para él, su madre tenía el pelo negro, igual que muchos de los habitantes de Partevia. En su patria era raro encontrarte una persona con el pelo claro, a menos que fuese un anciano.
Cuando ruth negro de Ithnan lo maldijo, los djinns negros y artificiales que creaba Al-Thamen… le resultaban repugnantes, asquerosos, el mundo estaba mejor sin ese negro.
Las marcas negras que le dejaron los grilletes, el collar que llevó cuando era esclavo; las que le dejaron a Masrur y a Morgiana, repulsivas, amargas… no deberían haber existido siquiera, eran un doloroso recuerdo que les impedía olvidar que alguna vez fueron tratados como meros objetos y no como personas.
El color negro le recordaba a todo lo que quería eliminar, todo aquello que nunca debería haber existido en un principio.
Cuando formó la Alianza Internacional, se alejó del trono de Sindria y volvió a ser comerciante, pudo prohibir la guerra y la esclavitud, hizo el mundo; en su opinión, menos negro.
